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Emiliano Hernández y Carlos Corbo, de Barrio Olímpico, y Jorgeluis Batlle Vera, de Ferro Carril, durante la final de Ida de la 16a Copa Nacional de Clubes Divisional B, en el estadio Juan Antonio Lavalleja (archivo, setiembre de 2019).

Foto: Fernando Morán

Búsqueda interior: El fútbol como desarrollador de comunidades

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Realizarse. Ser. Sublimarse detrás de una pelota. El fútbol ha logrado en el mundo, pero especialmente en Uruguay, cosas impensadas, increíbles, como que 11 personas aúnen su condición de pares y generen un mensaje de adhesión a través de la competencia. Si lo pensamos, hasta que las pelotas empezaran a rodar, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, en Uruguay solamente se juntaban grupos de hombres para pelear, para hacer la guerra, para sublevarse. Con la pelota todo cambió.

En este rinconcito apacible del mundo, cuando las nochecitas de enero dan por fin la más inequívoca señal de que el verano es algo especial, aparecen cientos, decenas de pacíficos misioneros dispuestos a cruzarse contra los zombis de Fortnite, los esclavos de EA Sports y Konami, o contra los cautivos de ESPN, Fox Sports y Gol TV, que nos quieren apretujar en el teatro de los sueños, soñar con juntarnos en un pub de Liverpool o acompañar a Shakira al Camp Nou.

¿Quiénes son? Muchachos y muchachas de hoy que toman la posta de mantener viva la llama de los estadios apenas iluminados, de recordar a los cracks de antaño, de hacer perdurables aquellas hazañas –casi invisibles pero enormes– que terminaban con la caravana de los campeones en la que el comisario de turno abría la marcha triunfal a sirena prendida.

Mi mundo, mi pueblo, mi barrio

En cada barrio, en cada pueblo, se despierta la magia y el hechizo se funde con la vida cotidiana y rescata emociones arcaicas.

La foto de la puerta del castillo sin puente levadizo y un texto liso y llano –pero con un preciso código de decodificación– dice mucho, casi todo: “Charrúa, Villa Pancha, Libertad Este, Tres Focos, Isla Mala y Centro. Después de muchos años volvió el Campeonato de los Barrios al estadio Miguel Campomar y el primer día explotó de gente. Qué pueblo lindo Juan Lacaze. Cada vez más lindo. Cuesta irse”.

Sí, es el campeonato de los barrios de Juan Lacaze. Es la vuelta de la fiesta representada en una especie de unidad mínima del concepto de Mundial, pero resignificada con tintes de adhesión, esperanza y solidaridad entre vecinos: los de nuestra vereda, los de esta calle, los de la vuelta de la manzana, los del otro barrio. En Juan Lacaze el fútbol organizado como campeonato comenzó en 1920; el campeonato de los barrios se inició en 1956, 64 años atrás, con el título de Tres Focos.

Pero no es todo. Hay más.

Dos tercios

Hay, según los estudios del Instituto Nacional de Estadísticas, dos millones de personas que nacieron o viven fuera de Montevideo. Hay, entre esos potenciales dos tercios del país, más de 100.000 jugadores de las 61 ligas de la Organización del Fútbol del Interior (OFI).

Algunas vidas desde sus controles remotos ignoran o desprecian estas vivencias. Otros, pocos que somos muchos, nos conmovemos con un juego, un partido, un campeonato, 11 héroes, 11 conocidos, vecinos, amigos, enemigos, que están ahí armando un modelo a escala de la búsqueda de la gloria.

El centro es la plaza, la terminal es la agencia, el paseo de compras es una cuadra, la siesta es la siesta y el sol pega como en los veranos viejos. En lo de Méndez el café y bar es café y bar, con el paño del casín pelado y desteñido, con efluvios de tintillos y claretes, de horario continuado y parroquianos aguantando el mostrador.

Hay un marco histórico, forjador y lanzador: apenas años después de que se jugara el primer campeonato de selecciones, o sea el Sudamericano, y antes de que el fútbol uruguayo llegara a Europa o que se jugara un Mundial, en Paysandú el doctor Alberto Blas Langón creaba la Confederación de Fútbol del Litoral, el primer campeonato de selecciones de uruguayo. Antes de que hubiese una competencia modélica y soñada en el mundo, acá teníamos el germinador de nuestro Mundial. El campeonato del interior, nuestro Mundial. Es eso y mucho, mucho más.

Traigan algo, copas sobran

En 1922 comenzaba a jugarse el Litoral, en 1924 el Sur, en 1926 el Norte, y en 1927 el Este. ¿Pueden imaginar ustedes cuánto de nuestra historia, de nuestra forja como sociedad, de nuestra emulación por ser mejores, hay en ese casi siglo de competencias tan artesanales como prestigiosas, tan trascendentes como ocultas?

El sábado 11 estará comenzando lo que la OFI denomina 17ª Copa Nacional de Selecciones. Pero ¿cómo decimoséptima, si hace casi un siglo que juegan nuestras selecciones, si desde 1952 se juega sistemáticamente el título de campeón del Interior? Bueno, es la posmodernidad, un cambio de luminaria intentando renovar sin tapar todo lo anterior. Es la terminal de Tres Cruces negando la historia de la Onda.

Son 29 las selecciones de ligas que esta temporada remedarán aquello que empezó a germinar en Paysandú en 1922. Anoten por ahí: Paysandú, Guichón, Salto, Ligas Agrarias de Salto, Artigas, Bella Unión, Rivera, Tacuarembó, Fray Bentos, Young, Carmelo (todos ellos por el Litoral), Paso de los Toros, Durazno, Sarandí del Yi, Flores, Colonia, San José, Ecilda Paullier, Florida, Sarandí Grande, Canelones (por el Sur), Maldonado, Zona Oeste de Maldonado, Canelones del Este, Minas, Cerro Largo, Rocha, Treinta y Tres, Batlle y Ordóñez, Cerro Chato y Vergara (por el Este) serán las selecciones que buscarán ganar los títulos en cuestión, primero el de su correspondiente zona para después definir el título de mejor del interior.

Llegar

La mayoría de nosotros ha ido corriendo al estadio a buscar esa alegría efímera pero nunca superflua, o esa sensación de placidez, tranquilidad y esperanza que da el deporte y esa camiseta que nos une, siempre trasladable a la mayoría de los casos, a todas las ciudades, a los barrios de rascacielos y a los pueblos que tienen calles que se llaman Artigas. Calles, plaza y boliches que conducen al estadio a los peregrinos de la blanca o de la roja, de la celeste o de la albiceleste, de la azul o de la verde, o de la que sea; la que conduce a vecinos, primos, compañeros de clase, plomeros o electricistas empilchados para convertirse, durante 90 minutos –o hasta la eternidad, en algunos casos– en apóstoles del fútbol del pago, en héroes de la congregación de la pelota, en nuestros maestros de la pertenencia, en profesores de la adhesión a la causa.

Es eso. Una pelota, el pueblo y nuestros mundiales.

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