Tres mil barcos en el agua alrededor de una cancha de tres kilómetros de largo: un espectáculo digno de ver por televisión. Pero sobre las tres mil embarcaciones, a ningún tripulante le preocupa ver esa postal. Están ahí para ver sólo a dos barcos, los protagonistas, los que hacen historia. Fue la 36ª edición de la Copa América y el golfo de Hauraki, que en maorí quiere decir “viento del norte”, se vistió de gala para el duelo Nueva Zelanda-Italia. Paradójicamente, los vientos que soplaron no fueron del norte, porque el único equipo del hemisferio sur que competía llegó a la meta en primer lugar.
La Copa América la inventaron los ingleses y nunca la ganaron ellos. Es en realidad la Copa del América, un velero estadounidense que en 1851, durante la Copa de la Reina, dejó a todos los rivales ingleses tan atrás que cuando la reina preguntó “¿Quién viene segundo?” le contestaron: “Su Majestad, no hay segundo”. Era la primera vez que se disputaba el que hoy es el trofeo deportivo más antiguo del mundo y, desde entonces, siempre fue propiedad del New York Yacht Club. Se lo quisieron quitar veleros de Reino Unido, Canadá y Australia, hasta que finalmente los canguros se quedaron con la copa en la 25ª edición, en 1983.
El formato de disputa se parece a un título mundial de boxeo: un campeón defensor recibe el desafío de un retador, se acuerdan las reglas y el tipo de velero sobre el que competirán, y arranca la magia.
Australia nunca más volvió a ganarla y el título pasó en dos ocasiones, cuatro veces por manos de suizos y neozelandeses. La copa no volvió a Nueva York, pero sí a Estados Unidos, cuyos clubes la han ganado en un total de 29 ocasiones. Justamente a un club estadounidense, el Golden Gate Yacht Club, los kiwis lo derrotaron cuatro años atrás en aguas de Bermudas. Con el derecho adquirido a ser los defensores, recibieron ahora en su casa a Italia. Luna Rossa, equipo tano, fue retador en 1992, en 2000 y ahora, siempre con derrota. Deberán seguir esperando para llevar el trofeo por primera vez a un país del Mediterráneo.
Entre tantas páginas de gloria hay un uruguayo que escribe su historia en esta contienda. Se llama Horacio Carabelli y su determinación lo ha llevado a navegar todo tipo de mares. Olímpico celeste en Seúl 1988, Carabelli fue dos veces campeón mundial juvenil de la clase Snipe y luego se embarcó en aventuras con mayúscula. Navegó más de una vez en la Ocean Race, vuelta al mundo que ganó a bordo del Ericsson 4. Diseñador naval e ingeniero mecánico, en los últimos 15 años ha puesto sus conocimientos al servicio de los equipos de Suecia, Francia y ahora Italia, donde fue coordinador de diseño del Luna Rossa. El equipo fue exitoso, ya que logró superar a Estados Unidos y Reino Unido en la Prada Cup, torneo clasificatorio para esta edición de Copa América.
En tiempos de llamativos avances tecnológicos, el foiling ha llevado a la náutica a nuevos horizontes con barcos que vuelan sobre el agua, gracias a sus quillas hidrodinámicas. Estos veleros pueden navegar a velocidades próximas a los 100 kilómetros por hora, solamente propulsados por vientos de 35 km/h. En la Fórmula 1 de la vela, Horacio tiene un lugar destacado, reservado a grandes mentes.
Fue una serie al mejor de 13 regatas y Nueva Zelanda se quedó con el triunfo 7-3. La Copa de las Cien Guineas se quedará en aguas de Oceanía. Allí volvieron a levantarla sus defensores y se celebró a ritmo de un haka maorí.