Rutas uruguayas: la segunda edición de la Copa Uruguay sale a las canchas

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Si pasaron décadas y décadas sin este tipo de competencia, si su primera vez fue de comienzo y desarrollo frágil, mejorable, con defectos y virtudes, que se fortalezca su secuencia es muy importante, aunque no se sustancien todos los cambios para algunas situaciones que quedaron expuestas sobre la marcha de la primera edición, aunque no se pueda potenciar la experiencia de quienes diagramaron aquella primera vez.

Esta vez el campeonato cuenta con 80 participantes: 54 en representación de todas las categorías existentes en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) –cuatro equipos de la D, 20 de la C, 14 de la B y 16 de la A, según su orden de aparición– y 26 de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) –que tiene 24 participantes de la Copa Nacional de Clubes A 2023 y dos que se clasificaron en la Copa Nacional de Clubes 2022–.

Jugarán este campeonato, que conlleva un premio económico para el campeón y para el mejor club de categoría amateur, en ocho etapas: fase preliminar, primera fase, segunda fase, tercera fase –o 16avos de final–, octavos de final, cuartos de final, semifinales y final. Habrá un total de 79 partidos –apenas un par más que el año pasado– desde el próximo martes 22 de agosto hasta el domingo 10 de diciembre, cuando se juegue la final en un escenario neutral que aún no se ha determinado.

Este año, ante la ausencia por renuncia de Artigas de La Teja –como SAD se mudó a la ciudad de Artigas–, los dos departamentos norteños, Artigas y Rivera, estarán entre los que no tendrán representación en el torneo que atraviesa todo el país. Rivera porque no tiene equipo que lo represente en la AUF y en la OFI no tiene clubes este año en la Copa Nacional de Clubes A. Tampoco estará Flores, que el año pasado perdió a Porongos, de la Copa A.

Además de la renuncia de Artigas, también se excusaron Deportivo Colonia –una suerte de filial de Plaza Colonia– y los montevideanos Mar de Fondo y Huracán de Paso de la Arena, porque los equipos amateur no tienen obligación de participar, un imperativo que sí tienen los profesionales que ingresan a la competencia en la segunda fase –los de la B– y en la tercera fase –los de la A–.

De los 80 participantes hay 43 montevideanos, todos de la AUF, y 37 extracapitalinos que representan a 16 departamentos. De los del interior hay 26 de la OFI (Barrio Olímpico de Minas, Barracas de Dolores, Bella Vista de Paysandú, Boquita de Sarandí Grande, Campana de Libertad, Central de San José, Ferro Carril de Salto, Huracán de Paysandú, Huracán de Treinta y Tres, Ituzaingó de Punta del Este, Juanicó, Juventud de Colonia, Juventud Unida de Libertad, Laureles de Fray Bentos, Lavalleja de Minas, Libertad de San Carlos, Nacional de Nueva Helvecia, Piriápolis, Progreso de Estación Atlántida, Quilmes de Florida, Río Negro de San José, Wanderers Juvenil de Tacuarembó, Wanderers de Santa Lucía, Universitario de Salto –campeón de la última Copa A–, Litoral de Paysandú y Wanderers de Durazno –ganador de la pasada Copa B–) y 11 de la AUF (Cerro Largo, Plaza Colonia, Atenas de San Carlos, Juventud de Las Piedras, Oriental de La Paz, Tacuarembó FC, Paysandú FC, Salto FC, Rocha FC, Durazno FC, Parque del Plata).

24 ciudades estarán representadas.

Sirva otra copa

El desarrollo inicial de la Copa AUF Uruguay fue, sin dudas, un hito histórico para el deporte y para nuestra sociedad. Su desarrollo, su praxis, sus problemas y sus éxitos seguirán haciendo perfectible el evento, pero su realización fue una enorme marca en un camino necesario. Que tenga secuencia, que se repita, que se sostenga en el tiempo será mejor aún, con lo desparejo y las imperfecciones que seguirá teniendo.

Algunas conclusiones pueden, por repetición, tomarse como un rasgo negativo que aporta al etnocentrismo de las competiciones principales de la AUF. Pero no es tan así: en virtud del estatus de competencia, en todos los lugares del mundo donde se desarrollan torneos de copa a nivel nacional, el embudo final casi siempre conduce a clubes de élite de cada asociación o federación.

Por el contrario, las conclusiones de un torneo que ha tomado la jerarquía que merece a pesar del rezago de décadas y décadas de no poder ejecutarse, son buenas. No deberían caber dudas de que la primera edición, a pesar de las esperables fallas y desajustes, es un sólido punto de partida para el afianzamiento de la competencia nacional.

No ha resultado nada fácil la de por sí complicada tarea de insertar en el mapa de la afición un torneo que lleva décadas de rezago en una sociedad en la que el fútbol ha sido piedra de toque de interrelación y desarrollos socioculturales tanto como deportivos, sin el acompañamiento de su difusión central en los medios de comunicación, y en esta etapa de nuestras vidas con la virtualidad establecida, sin que los partidos hayan estado como quisiéramos en nuestras pantallas, más allá del esfuerzo de quienes empujaban el proyecto y saben que esa necesidad mínima para establecerlo en el imaginario popular está insatisfecha.

En su apreciación como espectáculo de cercanía y de aproximación al club, al barrio, al pueblo, funcionó tal y como se esperaba. Ha sido una proyección más allá de partidos, de competencia, y una jerarquización de cada instancia de acción para los protagonistas directos, los clubes y sus deportistas, pero también para los aficionados. Los de primera línea y los de cercanías.

Esperemos que este segundo paso consolide los sueños y proyectos de tantos y tantas.

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