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Foto cedida por Carlos D'Elía.

Carlos D'Elía, nieto recuperado de detenidos desaparecidos: “El fútbol y Racing fueron ese cable a tierra que me permitió acomodar las ideas”

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El hijo de los uruguayos Julio César D'Elía Pallares y Yolanda Iris Castro Ghelfi conoció su identidad cuando tenía 17 años, luego de haber nacido en cautiverio y de ser entregado a su familia apropiadora.

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Carlos D’Elía es el 52, pero eso no le importa. Lo que le importa es que sabe quién es. Sabe que su papá fue y sigue siendo un uruguayo de Montevideo. Y sabe que su mamá fue y sigue siendo una uruguaya de Salto. Y sabe que no supo eso, o sea que no supo quién era ni quién es, hasta que, a sus 17 futboleros años, la labor imparable y conmovedora de las Abuelas de Plaza de Mayo le permitió develar y develarse que, además de contar con buenos amigos que le durarán para siempre, además de no faltar desde chico a la tribuna de Racing de Avellaneda, además de ilusionarse con jugar alguna tarde con los colores de ese Racing tan suyo, era hijo de desaparecidos, era un nieto imparablemente buscado, era el corazón que seguía haciendo latir a los corazones de donde venía.

El 52 expresa su número en la nómina de nietitudes que recuperaron –nada menos: qué cosa más grandiosa que lo más grandioso– su identidad, en una lista de 139 nietos y nietas que constituyen, a esta altura, hermanos de vida o hermanos de historia, una lista bordada por cifras que se agrandarán porque se calcula que los genocidas que imperaron en Argentina desde mediados de los 70 hasta 1983 robaron alrededor de 400 bebés. En medio de tanto horror y también de tanta esperanza, el hijo de Julio César D’Elía Pallares y de Yolanda Iris Castro Ghelfi –secuestrados el 22 de diciembre de 1977 en Buenos Aires, dos militantes entre 30.000, dos víctimas del Plan Cóndor que articuló barbaries de país en país en el Cono Sur– ubica algo que lo abrazó muy fuerte y le sigue acariciando más que la piel: el fútbol.

Lo asume D’Elía, hoy socio y plateísta consecuente de Racing. Lo asume desde el dolor y, más todavía, desde el amor: “El fútbol me ayudó a procesar y a sobrellevar, a mis 17 años, que quienes creía que eran mis padres no lo eran, que había una familia que me había estado buscando todo el tiempo, que mis padres eran desaparecidos, que tenía que empezar a construir un vínculo con mi familia biológica. Asimilar todo eso no fue fácil. Y el fútbol y Racing fueron ese cable a tierra que me permitió acomodar las ideas. Porque, justamente, uno también necesita momentos de desconexión. Poder hacerlo a través del fútbol me permitía tener la mente más clara para hacerme cargo de toda esa difícil historia”.

Foto cedida por Carlos D'Elía.

Vos, también, a través del fútbol y de Racing, trabajás en la construcción de memoria. Charlaste con el plantel femenino de Primera, entre otras actividades. ¿Qué será lo que tiene el fútbol?

Cuando me invitaron a dar esa charla, sentí orgullo y alegría por el hecho de que me eligieran para compartir la historia con las chicas del club. Eso me hizo repensar mi historia desde otra óptica y transmitir y compartir eso que decía: cómo el fútbol me ayudó. El fútbol es una pasión no sólo mía, sino de la mayoría de los argentinos y de los uruguayos. Por tanto, es un canal de transmisión que tiene llegada en la gente, que transmite muy rápido. Entonces, para estos mensajes en los que decimos que queremos saber qué pasó con los nietos, qué pasó con los desaparecidos, el fútbol es, tal vez, el mejor canal de transmisión. Siempre las Abuelas nos han enseñado que hay que reinventarse. Lo han hecho en el curso del tiempo, sabiendo qué hacer en cada momento. Acercarse al fútbol fue eso, fue acercarse a todos esos jóvenes que todavía buscamos. El fútbol es una herramienta indispensable para nosotros, los nietos, en esa búsqueda.

En su encuentro dulce con el plantel de Racing, de frente al silencio empático de todo el plantel, con su esposa Inés (compañera desde los 16 años, respaldo para cada hallazgo hondo de Carlos en los años más jóvenes y también actuales) y sus tres hijas ahí cerquita, D’Elía no ahorró nada del recorrido complejo con el que encaminó su existencia, pero efectuó una ofrenda que reivindica creer en la humanidad: “Acá hay jóvenes que seguramente son la garantía de que nuestro país jamás volverá a tener un Estado represor gobernado por una dictadura que hizo del crimen una política sistemática. Sé que todo eso no volverá a pasar porque las generaciones posteriores a 1976 asumieron un compromiso con la revisión de todo lo sucedido”.

Una historia en la piel

Alguien que sabe quién es, alguien que logró encadenar todos los eslabones bravos que le posibilitaron saber quién es, también interpreta que no hay viaje hacia ningún porvenir si no hay otro viaje hacia las raíces más profundas. D’Elía tiene desplegado ese viaje. Y lo cuenta: “Mi papá y mi mamá se sentían muy arraigados a Uruguay. Exiliarse a causa de la dictadura fue muy doloroso para ellos. Desde el momento en que se fueron, pensaron en volver. Por eso, el exilio fue en Argentina, que es cerca, aun pudiendo irse más lejos. En los principios de los 70 no estaban felices con lo que vivían en su patria: desigualdad, no había las mismas oportunidades para todos, ya estaba implantada una dictadura que se asomaba terrible. Eran gente íntimamente involucrada en modificar eso, en que se restablecieran derechos que percibían que quedaban sin vigencia. Y esa lucha era pacífica, a partir de las ideas y de ayudar al prójimo. Una lucha militada: involucrarse, no desentenderse, no esperar que lo que pasara en Uruguay cambiara por lo que hicieran otros y otras”.

De ese núcleo entrañable del que viene, D’Elía –economista como Julio, su papá– transparentó mucho cuando sacudió los cimientos del edificio en el que declaró en el juicio por los crímenes de lesa humanidad ocurrido en el centro clandestino de detención Pozo de Banfield. Allí fue llevada su madre, con ocho meses y medio de embarazo. Allí, en cautiverio, el 26 de enero de 1978 esa mamá capaz de todas las resistencias alumbró a Carlos, cuya partida de nacimiento fue suscripta por Jorge Bergés, un médico que tomaba parte en las sesiones de tortura, el mismo profesional que lo entregó a su familia apropiadora, todavía ensangrentado y envuelto en papel de diario. Así lo narró en aquel intercambio con el plantel de Racing y así lo reiteró mil veces.

Una de mil veces: el 24 de marzo de 2025, a 49 años del inicio de la más brutal de las dictaduras argentinas, D’Elía conversó con el estudiantado de los colegios de Racing e Independiente, rivales clásicos, nada enfrentados en este tema, desde luego, ya que los dos clubes promovieron esa cita. Las paredes del Centro Municipal de Arte de Avellaneda temblaron al compás de la voz moderada y cálida de Carlos, que enfatizó su fe en que los oídos que recibían su vivencia representaban la garantía de que nunca más, nunca más, nunca más. Hubo otro momento cumbre: en una pantalla que también amagaba temblar, fue presentado el documental 52, que dirigió Federico Cogo desde el Departamento de Cultura de Racing. “Seguir sembrando memoria”, pronuncia D’Elía, eternamente agradecido a las Abuelas de Plaza de Mayo, frente a las cámaras. Eso sucedía, eso sucede.

Foto cedida por Carlos D'Elía.

¿Qué es el fútbol?

Una pasión. Es el deporte que siempre disfruté practicar. Es amistad: lo jugué y lo sigo jugando con mis amigos. Es compartir. Es Racing, mi equipo al que sigo incondicionalmente: de chico, si perdía me cambiaba el humor, y si ganaba me alegraba el día. El fútbol es algo que sólo los que lo vivimos de esta manera lo podemos entender. Un amigo me dijo una vez eso de que es lo más importante de lo que no tiene importancia. Después de las prioridades de la vida, el fútbol es lo primero.

Eso: el fútbol. Increíble fútbol. Increíble en su cruza riquísima con la identidad. Fútbol más identidad conforma una suma capaz de casi todo. De nuevo D’Elía ofrenda un testimonio. Y ese testimonio rumbea para Uruguay: “Nunca fui hincha de ningún otro equipo que Racing. Pero mi primo Bruno me transmitió un sentimiento para hacerme hincha de Liverpool. Quiero que le vaya bien, estoy pendiente, aunque no tanto como de Racing, obvio. Me identifico con mi primo en algo que es una amistad más que ser primos, y me llevó a sentir lo que él siente. Encima, en los últimos años empezaron a llegar a Racing algunos jugadores de Liverpool a los que les fue muy bien. Me acuerdo de Discoteca [Carlos] Núñez, ahora en Martín Barrios. Al que al principio mirábamos con desconfianza, pero se convirtió en fundamental y muy querido por todos, es Gastón Martirena, tremendo jugador de goles claves, decisivos. En mi casa tengo a mano una camiseta de Liverpool.

Te dicen “Uruguay”. ¿Qué sentís?

Uruguay es mi familia, son mi mamá y mi papá. Uruguay, cada vez que voy, para mí es sentirme en paz. Me siento con los míos. Es una sensación de felicidad y de poder relajarme. Buenos Aires es mi lugar en el mundo, pero Uruguay, de alguna manera, también lo es.

¿Y si, como ocurrió del costado oeste del río, te invitaran a narrarle tu historia a deportistas en el otro lado?

Si tuviera la posibilidad de compartir una charla con deportistas o con futbolistas de Uruguay, también sería una actividad que disfrutaría y que me enorgullecería. Ojalá algún día pueda compartir mi historia de ese modo. Y también escuchar, aprender de los demás, aprender cómo lo vivieron ellos.

Lo suelta con la fuerza de un sueño. Como si vibrara por un gol de Racing. Como si parpadeara detrás de una noticia de Liverpool. Como si enunciara el eco invariablemente tierno con el que enuncia los nombres de su papá y de su mamá, tan desaparecidos, tan presentes ahora y siempre. Como si dijera lo que dice, en mil y en diez mil ocasiones, con la boca completa, con la identidad completa, con el alma completa: memoria, verdad, justicia.

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