Cuando me fui a dormir, tarde como siempre, tenía un desasosiego provocado o generado por algo que no identificaba claramente, pero que seguro podía tener que ver con el 20 de Mayo, y seguro con la arista desviada y casi negacionista de la comisión directiva de Nacional, que mucho más que un club es una enorme comunidad de cientos de miles de uruguayos y uruguayas que tienen en común una pasión, un gusto, una identificación, un acercamiento a un colectivo profundamente enraizado y absolutamente transversal en nuestra sociedad.
Identifico el 20 de mayo, no el de hace 30 años sino el de hace 49, cuando aparecieron cruelmente asesinados Zelmar Michelini, Héctor Gutierrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw. Y más que Nacional en particular, me taladraba que eso estuviera sucediendo en nuestro deporte, en nuestro fútbol, que es desde donde he pasado parte de mi vida entregando todo lo que tengo, apostando a enriquecernos desde lo humano, desde el conocimiento, desde las ganas, desde los sueños, desde el trabajo.
Dormí mal y arranqué el día leyendo a Marcelo Pereira, que me puso en foco acerca de mi desasosiego, desarmando con sus ideas la trancadera del alma que me estaba haciendo sufrir y vomitar rabias, enojos, incomprensiones.
“Es la misma narrativa que arreció la semana pasada, desde los comentarios anónimos en portales de noticias hasta un editorial del diario El País, para señalar a José Mujica, antes de que empezara su velorio, como presunto responsable del golpe de Estado de 1973 y todas las atrocidades que lo siguieron. Como al descuido, la idea insidiosa es que quedan demasiadas cuentas pendientes y más vale olvidar, incluso el reclamo por los desaparecidos. Mientras tanto, el pacto para esconder la verdad persiste. Probablemente garantiza la impunidad de algunos criminales aún vivos y que no han sido procesados por otros delitos. Al mismo tiempo, constituye un castigo cruel e incesante, quizá con intención de escarmiento. La víctima es el conjunto de la sociedad”, dice Marcelo en su recientemente inaugurada sección de contratapa.
Dice Nacional, a través de la voz de su comisión directiva, que la institución debe mantener neutralidad institucional ante manifestaciones “políticas y sociales”, que lamentan lo sucedido –que sus futbolistas hayan salido a la cancha el día del partido ante Defensor con una camiseta que reza “Todos somos familiares. Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos”– y que llama “a todos los integrantes de la familia tricolor a reflexionar sobre la importancia de mantener el respeto y la convivencia, así como a canalizar inquietudes y propuestas a través de los mecanismos institucionales correspondientes”.
Ellos saben que están hablando de la búsqueda de los restos de 197 personas de nuestra comunidad –varias de ellas muy identificadas con Nacional– que fueron asesinadas y desaparecidas durante la última dictadura cívico-militar.
¿Neutralidad ante qué, entre quiénes?
La búsqueda de los restos de los desaparecidos no tiene componentes políticos, religiosos o filosóficos, los tiene humanos, sociales básicos de nuestra humanidad; es un problema de nuestra sociedad que debe saber qué fue lo que pasó con esos crímenes cometidos a través del terrorismo de Estado. ¿Dónde hay un posicionamiento político partidario en cerrar crímenes y secuestros de ciudadanos de aquel Uruguay, en hacer de esa ausencia indefinida para madres y padres que ya murieron, para hijos y nietos que buscan un resquicio de aquellas vidas que ya no son, que, al decir de Mario Benedetti en “Desaparecidos”, “cuando empezaron a desaparecer sin últimas palabras tenían en sus manos los trocitos de cosas que querían”.
La comisión directiva de Nacional representa a la masa de socios que le dio ese lugar, pero no necesariamente puede representar lo más prístino y transparente del alma de esa inmensa comunidad tricolor que seguramente no podría entrar en conflicto o en divergencia, que precise de neutralidad en el angustiante y eterno proceso de búsqueda de personas desaparecidas. Ese Nacional también está en el comunicado, porque dice que “Nacional es una institución profundamente comprometida con los valores democráticos, los derechos humanos y la memoria histórica de nuestro país. Reconocemos la sensibilidad del tema de los desaparecidos y el derecho de cada individuo a expresar sus convicciones personales”, aunque después vuelve a legitimar a través de su determinación de neutralidad impuesta estatutariamente que hay posicionamientos políticos detrás del derecho humano de saber dónde están los restos de personas asesinadas y desaparecidas.
En una sociedad en donde se fogonea por grupúsculos alentados por la ultraderecha global y sectores sólidamente establecidos el negacionismo de la dictadura cívico-militar, no podríamos aceptar que una comunidad históricamente tan potente dentro de la vida de los uruguayos dé lugar a entrever que la vida, la justicia y la humanidad de cada uno de nosotros y nosotras son dos o más banderas, ideas, corrientes o líneas de acción de política partidaria o filosóficas que, para preservar la identidad y unidad de Nacional, deban permanecer neutrales.
¿Neutral ante qué? ¿Ante el crimen, la injusticia, la impunidad, el terrorismo de Estado?
Todos somos familiares. Los y las de Nacional también.