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Economía

Ilustración: Ramiro Alonso

¿Cuánto estamos dispuestos a pagar para reducir la desigualdad y bajo qué circunstancias?

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La siguiente situación tiene a Mariana y Luis como protagonistas. Mariana recibe una suma de dinero que debe distribuir entre ella y Luis. Luis no puede hacer nada, simplemente aceptar la propuesta de Mariana. ¿Qué podemos esperar? Asumiendo que las personas son puramente egoístas, la predicción es que Mariana se quedará con todo el dinero. Interacciones similares a las de Mariana y Luis han sido analizadas en cientos de estudios experimentales realizados en las últimas décadas, en muchas partes del mundo, con distintos tipos de participantes y con diferentes sumas de dinero. De forma sistemática, la evidencia indica que, en promedio, personas en la posición de Mariana transfieren una cuarta parte del dinero. Si bien la asignación puramente egoísta es frecuente (Mariana se queda con todo el dinero), también lo es la asignación perfectamente igualitaria (Mariana reparte el dinero en partes iguales).

Pero vayamos de los juegos de laboratorio al mundo real. En 2008, una sentencia judicial en el estado de California permitió la publicación de todos los salarios de los trabajadores públicos en un sitio web de acceso libre, incluyendo los de quienes trabajaban en la universidad. Aprovechando esta situación, un equipo de investigadores decidió realizar un experimento. Para ello, seleccionaron una muestra de trabajadores de la universidad, a los que dividieron aleatoriamente en dos grupos. Un grupo sería contactado e informado sobre la existencia de este sitio web (grupo de tratamiento), mientras que el otro no recibiría ningún tipo de contacto (grupo de control). Días después, los participantes fueron contactados para responder una encuesta en la que se les preguntó sobre el uso del sitio web, su salario, su grado de satisfacción con el empleo y sus intenciones de buscar otro trabajo. Gracias a la información recabada, el equipo de investigación pudo comparar las respuestas de ambos grupos. Los resultados fueron elocuentes. Primero, el tratamiento aumentó considerablemente la frecuencia con que los trabajadores consultaron el sitio web. Segundo, los trabajadores con salarios relativamente bajos en relación a su grupo de referencia (colegas de la misma sección u ocupación) se mostraron menos satisfechos y más propensos a reportar estar buscando otro empleo. Estos no son resultados aislados. Similares efectos han sido documentados en otros contextos donde las desigualdades se vuelven más transparentes, por ejemplo, cuando Noruega decidió hacer públicas y de fácil acceso las declaraciones de impuestos. Además, también existe evidencia que sugiere que este tipo de revelaciones sobre las desigualdades de ingresos existentes pueden tener efectos en acciones concretas, como el esfuerzo realizado en tareas laborales.

Estudios de este tipo se relacionan a una línea de investigación en economía y psicología que plantea que a muchas personas les disgusta la desigualdad y en algunos casos incluso están dispuestas a realizar sacrificios materiales para reducirla. En la economía esto se conoce como “aversión a la desigualdad” y se mide a partir de la disposición a pagar por reducirla. Por supuesto, no todas las personas rechazan la desigualdad con la misma intensidad, independientemente de cuál sea su mecanismo generador. Las desigualdades pueden percibirse de distinta forma según se deriven del esfuerzo individual o de circunstancias sociales ajenas a la voluntad de las personas. La forma en que se valora la desigualdad también puede estar mediada por razones instrumentales. Hay quienes entienden que una mayor desigualdad se asocia a peores instituciones, mayor violencia, peores resultados educativos y menor capacidad emprendedora, lo que en última instancia se traduce en menor bienestar económico. Otros piensan, por el contrario, que la desigualdad genera estímulos para que las personas se esfuercen, lo que favorece la eficiencia y el crecimiento. Estas creencias podrían determinar la actitud de las personas hacia la desigualdad, su grado de aceptación y el apoyo a las políticas públicas orientadas a reducirla.

En una investigación reciente,1 buscamos entender mejor las actitudes hacia la desigualdad. Mediante métodos experimentales, analizamos la disposición a pagar para reducir la desigualdad en una muestra de 1.815 estudiantes de primer año de ciencias económicas que participaron voluntariamente en el estudio (generaciones 2018 y 2019 de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República). Al igual que muchos estudios previos, la medición se basa en una muestra sesgada que tiene la particularidad de ofrecer algunas ventajas para realizar este ejercicio. Evidencia para otros países señala que este perfil de estudiantes tiende a reportar menores niveles de aversión a la desigualdad, al tiempo que resalta el interés de comprender sus preferencias por su eventual rol a futuro como gestores, hacedores de política o formadores de opinión. A diferencia de estudios mencionados que analizan juegos de laboratorio en que las desigualdades refieren a un número limitado de participantes o evalúan cómo reaccionan las personas frente a la desigualdad en contextos locales reales, nuestra investigación siguió un camino diferente. Buscamos comprender las actitudes frente a la desigualdad cuando las personas enfrentan dilemas entre su ingreso personal y el nivel de desigualdad global de una sociedad.

A efectos de medir la disposición a pagar para reducir la desigualdad, se utilizó un cuestionario experimental. Quienes participaron en el estudio realizaron una serie de elecciones sobre sociedades hipotéticas, en idéntica situación y expuestos a la misma información sobre el nivel de desigualdad de ingresos. En cada elección, quienes participaron debieron optar por la mejor sociedad para su nieto con base en una imagen análoga a la figura 1, en la que los edificios representan dos sociedades que son idénticas en todo y sólo difieren en dos aspectos: el nivel de ingresos de su nieto2 (30.000 pesos en la sociedad A y 28.950 pesos en la sociedad B) y los niveles de desigualdad (la desigualdad es más alta en A que en B).3 Ante esta alternativa, si alguien elige la sociedad A sobre la B, su nieto tendrá un mayor ingreso pero vivirá en una sociedad más desigual. Si alguien prefiere la sociedad B, estaría reduciendo el ingreso de su nieto a cambio de que pueda vivir en una sociedad menos desigual. Las elecciones plantean un dilema entre desigualdad e ingreso individual. Si se mantiene todo constante, y en la secuencia de opciones que se le presentan al participante la sociedad B le ofrece al nieto un ingreso cada vez menor, resulta posible identificar (bajo ciertos supuestos habituales) la magnitud de la aversión a la desigualdad a nivel individual y distinguir entre individuos que son aversos, partidarios o neutros frente a la desigualdad.

El estudio también busca comprender por qué la disposición a pagar para reducir la desigualdad es heterogénea entre las personas. Para ello, los participantes fueron divididos de forma aleatoria en cuatro grupos que fueron enfrentados a los mismos escenarios hipotéticos, pero recibieron distinta información de partida. Un primer grupo (control) realizó sus elecciones sin ninguna información adicional sobre el origen de la desigualdad. Sus elecciones se basaron exclusivamente en sus creencias previas. A un segundo grupo (suerte) se le comunicó que el ingreso de los miembros de estas sociedades hipotéticas es el resultado de la suerte, mientras que a un tercer grupo (esfuerzo) se le informó que los ingresos son el producto del esfuerzo individual. Comparando las respuestas de estos tres grupos, se pudo evaluar qué tan sensible es la aversión a la desigualdad a la noción de equidad, y en particular al papel de la meritocracia. Un cuarto grupo (movilidad) no recibió información sobre el origen de los ingresos, pero fue informado de que las posibilidades de movilidad social son altas. Existen en este escenario oportunidades de movilidad de ingresos ascendente y descendente. En términos de la escala de ingresos representada por el edificio de la figura 1, está abierta la posibilidad de que el nieto alcance los pisos superiores, pero también de que descienda a la planta baja. Esto plantea una nueva disyuntiva para los participantes, pues la movilidad puede ser un atributo deseable y valorado (podría pensarse que la desigualdad es un problema menor cuando las posiciones sociales no están fijas y existe alta movilidad), pero al mismo tiempo genera una situación de incertidumbre y abre la posibilidad de que el ingreso del nieto se reduzca. Finalmente, se realizó un tratamiento adicional: para cada grupo se varió la posición del nieto en la distribución del ingreso, lo que permitió evaluar si la aversión a la desigualdad es sensible a la posición individual o, dicho de otra manera, si hay razones autointeresadas detrás de la valoración que hacen las personas de la desigualdad.

¿Cuáles fueron los principales resultados? Primero, el estudiante promedio de la muestra valora la desigualdad como un mal y posee una aversión a la desigualdad de 0,21. Esto significa que estarían dispuestas a reducir su ingreso 2,1% para evitar un aumento de 10% en la desigualdad. La mayoría de las personas de este grupo (63%) son claramente contrarias a la desigualdad, 15% son relativamente neutras, y sólo 22% prefieren mayor desigualdad. Esta medida de aversión a la desigualdad resultó más alta entre personas que piensan que la desigualdad es un “mal” (porque reduce la provisión de bienes públicos o incrementa el crimen y la violencia) y menor entre aquellas que piensan que la desigualdad es un “bien” (porque genera incentivos). En este sentido, encontramos que detrás de las actitudes hacia la desigualdad existe una combinación de razones instrumentales y de equidad.

Segundo, los resultados sugieren que el origen de la desigualdad y el contexto individual importan. Cuando cambiamos la información de partida sobre el mecanismo generador de las desigualdades de ingreso, encontramos también un cambio en la magnitud de la aversión a la desigualdad. Esto significa que la aversión a la desigualdad es sensible a la noción de equidad. La figura 2 ilustra estas diferencias. En ella, la altura de cada barra representa el porcentaje de personas que posee la aversión a la desigualdad indicada en el eje horizontal. Allí se observa que cuando la causa de la desigualdad es el esfuerzo, las barras se encuentran más a la izquierda, y por lo tanto representan valores más bajos de aversión a la desigualdad en relación a cuando el origen es la suerte. Esto significa que la aversión a la desigualdad es más baja cuando la desigualdad es presentada a los participantes como fruto del esfuerzo en comparación a cuando es presentada como resultado de la suerte. La figura 3 muestra que esta conclusión se mantiene al realizar todas las comparaciones posibles: suerte versus control, esfuerzo versus control y suerte versus esfuerzo.

Además, la figura 3 resume las diferencias promedio en la aversión a la desigualdad cuando se varía la posición del nieto en la distribución del ingreso de estas sociedades hipotéticas. Los resultados presentados confirman que las diferencias en la magnitud de la aversión a la desigualdad entre los grupos “suerte” y “esfuerzo” son independientes de la posición en la distribución del ingreso. Esto significa que la aversión a la desigualdad es menor cuando es causada por el esfuerzo, independientemente de si las personas esperan estar en el mínimo, en el medio o en la parte alta de la distribución del ingreso. Por lo tanto, la justificación meritocrática de la desigualdad no parece estar mediada por consideraciones autointeresadas. Sin embargo, el efecto del tratamiento movilidad es muy sensible a la posición social del nieto: I) cuando el nieto tiene el ingreso medio, la aversión a la desigualdad del grupo “movilidad” y el grupo de control son similares; II) cuando el nieto se ubica en la parte superior de la distribución del ingreso, la aversión a la desigualdad es mayor en el tratamiento movilidad que en el grupo de control (esto podría reflejar cierto miedo a “caer” en la distribución ); III) cuando la elección se realiza sabiendo que el nieto se ubica en el piso de la distribución del ingreso, la aversión a la desigualdad es menor en el grupo “movilidad” (el riesgo de caída desaparece y dominan las perspectivas de movilidad ascendente). Esto implica que la desigualdad podría ser percibida como un problema menos grave en contextos de movilidad, pero la forma en que se valoran las mayores oportunidades de movilidad depende de la posición social que cada persona ocupa. 

El estudio muestra que las actitudes hacia la desigualdad se correlacionan con las creencias sobre las consecuencias que esta puede tener para la sociedad. Estos efectos, aunque diversos y complejos de medir, no deberían desconocerse cuando se diseñan políticas públicas. Los hallazgos sobre la maleabilidad de la aversión a la desigualdad y su dependencia del contexto individual representan un desafío a considerar para lograr consensos sobre cuál es el nivel de desigualdad que toleramos en nuestra sociedad y, sobre todo, para lograr políticas públicas que sean consistentes intertemporalmente. A futuro sería importante contar con evidencia sobre dónde las personas trazan el límite entre el esfuerzo individual (o mérito propio) y las circunstancias no controladas por las personas y qué circunstancias consideran más importantes. Por ejemplo, se podría evaluar cómo cambia la disposición a reducir las desigualdades que provienen de diferencias en el hogar de partida, la educación de los padres, la herencia de riqueza, el género o la pertenencia a un grupo étnico-racial minoritario.

Estos resultados refuerzan lo importante que es comprender en profundidad los mecanismos que afectan la formación de creencias sobre el rol de los méritos y la suerte en la generación de desigualdades. Existe evidencia de que las personas tienen percepciones distorsionadas sobre las oportunidades efectivas de movilidad intergeneracional que existen en la sociedad y que esto afecta sus preferencias por la redistribución. Por ejemplo, la sociedad de Estados Unidos se caracteriza por la creencia extendida de que esforzarse “siempre paga”, lo que contrasta con el peso considerable del hogar de origen a la hora de explicar la trayectoria de ingresos de las personas. A su vez, mayores oportunidades de movilidad intergeneracional parecen estar asociadas con una distribución de los resultados más igualitaria. Por tanto, sería deseable que, en la reflexión sobre estos temas, la igualdad de oportunidades y la igualdad de resultados no sean abordados como fines contrapuestos.

Finalmente, la existencia de sesgos en la formación de creencias y la tendencia a subestimar el rol de la suerte y las circunstancias sociales como causas de la desigualdad tienen un correlato directo con las actitudes individuales hacia las políticas redistributivas y con las preferencias sobre qué tipo de sociedad queremos. Pero también tienen implicancias para la formulación de políticas redistributivas, tanto en lo que hace a su diseño básico como a la forma en que estas políticas son presentadas y comunicadas a la población. Ahí radica la importancia de continuar ampliando el conocimiento sobre los orígenes de la desigualdad, las actitudes de la población frente a ella y las oportunidades de movilidad en Uruguay.

Una versión previa de esta nota fue publicada en el blog Razones y personas.


  1. El equipo que participó en la investigación está integrado por Martín Leites, Marcelo Bérgolo, Gabriel Burdin, Santiago Burone, Mauricio de Rosa y Matías Giaccobasso. La investigación fue parte de un proyecto más amplio sobre impuestos y preferencias distributivas financiado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (Fondo Clemente Estable). El experimento fue prerregistrado en el registro de la American Economic Association (RCT IDAEARCTR-0002471). El documento final del estudio se encuentra disponible en la web del Instituto de Economía: http://www.iecon.ccee.edu.uy/dt-19-20-dissecting-inequality-averse-preferences/publicacion/755/es/

  2. Que las elecciones se basen en la situación deseada del nieto es usual en este tipo de investigaciones, y entre otras cosas busca relevar las preferencias individuales, mitigando la influencia de variables de contexto. 

  3. Se informó a los participantes que el edificio refleja la distribución del ingreso, en cada piso vive la misma cantidad de personas y están ordenados según su ingreso, estando en el piso más alto los de mayores ingresos. Por ejemplo, si observamos la distancia de ingresos entre las familias del piso más alto y las del piso más bajo, la sociedad A tiene mayor desigualdad que la B. 

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