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Un cuento serbio: China y el futuro del capitalismo

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Leído por Virginia Recagno.
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Rara avis: la economía china no cayó en 2020

Hace poco más de un año comenzaban a reportarse los primeros casos de una extraña neumonía en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en China. Desde entonces, el mundo quedó sumido en una pandemia con impactos y derivadas que carecen de antecedentes en la historia reciente. En el plano económico, la pandemia supuso un golpe profundo que todavía no hemos terminado de procesar. Si bien las estimaciones varían, el PIB mundial habría caído en torno a 5% el año pasado.

Obviamente, detrás de ese número se esconde un sinfín de contracciones que recorren el planeta a lo largo y a lo ancho: cerca de 90% de las economías experimentaron un retroceso a raíz de la pandemia en 2020; números rojos por doquier. Pero no en China. En China, el impacto del apagón voluntario de la economía quedó concentrado principalmente en el primer trimestre y fue tan profundo como pasajero.

Entre enero y marzo el PIB cayó 9,7% en relación con el trimestre anterior y 6,8% en comparación interanual. Luego rebotó, y desde entonces encadena tres trimestres consecutivos de expansión. En particular, entre el tercer y el cuarto trimestre, el crecimiento del PIB fue 2,6% (6,5% frente a igual período del año anterior). Con este último dato, la dinámica económica terminó revelándose en la forma de la tan famosa –y envidiable– “recuperación en V”: una caída profunda seguida de un rebote pronunciado que permite volver a recuperar lo perdido. En términos anuales, y desacoplándose de la tendencia global, China creció 2,3% en 2020.

El ascenso de China y del capitalismo

Además de ser una de esas raras economías que podrán abandonar el 2020 sin haber perdido terreno –sólo 26 de los 194 países relevados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) lo habrían logrado–, China sería uno de los países con mayor crecimiento durante este año. En su último informe de perspectivas globales, el FMI estimó el crecimiento para 2021 en torno a 8,2%. Esto implica que el gigante asiático acumula 45 años de crecimiento ininterrumpido a una tasa anual promedio superior a 9%, un fenómeno extraordinario que al día de hoy le permite pujar por el liderazgo global.

¿Cómo lo hizo? Cuando el mundo se empezaba a abrir y las empresas buscaban formas más creativas de producir descentralizando sus procesos geográficamente, China levantó la mano y se jactó de contar con un recurso altamente demandado a tales efectos: la abundancia de mano de obra barata. El atractivo para el mundo industrializado fue evidente y a partir de ahí se generó un matrimonio de conveniencia bajo el altar de la globalización. Pero China no se dejó estar.

Converso al credo capitalista de su pareja, buscó la manera de construir capacidades propias que le permitieran transformar el rol que por defecto le había tocado tras las nupcias (ver recuadro). Aparentemente lo logró y cuatro décadas más tarde podría estar pariendo como hijo a un siglo propio, toda una historia de emancipación cuya trama está muy bien diseccionada en el último libro de Branko Milanovic, Capitalism, Alone.

De esa disección surgen dos grandes transformaciones con el potencial de marcar una época. La primera es el “establecimiento del capitalismo, no sólo como sistema socioeconómico dominante, sino como único sistema del mundo”. La segunda es el “reequilibrio del poder económico entre Europa y Norteamérica por un lado y Asia por el otro, debido al auge experimentado por esta última”. A este respecto, por primera vez desde la Revolución Industrial, las rentas de las personas en estos tres agregados son similares.

De esas dos transformaciones, una carece de precedentes históricos: el dominio absoluto del sistema capitalista; “hoy día no queda nada más que el capitalismo”. De ahí el nombre del libro. La otra transformación, más que algo inédito, supone un reequilibrio del balance de antaño. Como señalaba Martín Rama meses atrás, “antes de la Revolución Industrial hubo una época en que China e India representaban alrededor de un quinto y un cuarto de la economía mundial respectivamente. Pero por dos siglos ambos países se quedaron estancados”.1

Producto de ese estancamiento, el PIB per cápita de China fue menos de una décima parte del que tenían los países occidentales hasta 1980. 40 años después esa brecha pasó a ser de 30%, mismo nivel que tenía allá por 1820. Hacia adelante, el proceso de convergencia continuaría y podría derivar en distintas configuraciones para el mundo: la continuación de un mundo bipolar, la emergencia de un mundo unipolar asentado en el costado oriental del planeta (en China o en China e India) o la conformación de un mundo con cuatro polos que podría incluir a Europa o a un conglomerado de países emergentes.2

¿Por qué triunfó el capitalismo sobre el resto de los sistemas?

Para el autor serbio, porque ha tenido comparativamente más éxito para generar las condiciones que, para John Rawls, filósofo político detrás del experimento mental del velo de la ignorancia, son necesarias para asegurar la estabilidad de cualquier sistema. “A saber, que en sus acciones cotidianas los individuos manifiesten y de paso refuercen los valores generales en los que se basa el sistema social”. Siguiendo su línea de razonamiento, el dominio del modo de producción capitalista se asienta en su capacidad de promover un incentivo que todos entendemos y de transmitir sus objetivos de forma clara. Esto genera una alineación estrecha entre lo que el sistema exige para su desarrollo y los valores, las ideas y los deseos de las personas.

“Puede que cueste trabajo convencer de algunas de nuestras creencias, de nuestras preocupaciones y de nuestras motivaciones a alguien que se diferencia de nosotros por su experiencia de vida, por su género, raza, origen o formación, pero esa misma persona comprenderá con toda facilidad el lenguaje del dinero y del lucro. Si le explicamos que nuestro objetivo es conseguir el mejor trato posible, será capaz de determinar sin ningún esfuerzo si la mejor estrategia económica a seguir es la cooperación o la competencia”. Todos entendemos el mismo lenguaje, que es el lenguaje de la obtención de beneficios.

¿Es un único capitalismo el que domina el mundo?

No, existen dos cepas distintas que compiten entre sí. Detrás de la puja por la hegemonía mundial entre China y Estados Unidos subyace la puja entre dos versiones distintas del mismo sistema: el capitalismo meritocrático liberal, que prima en Occidente desde hace dos siglos, y el capitalismo político o autoritario que impulsa el Estado en el otro costado del mundo.

Para definir el primero, Milanovic se apoya en las diversas formas de igualdad propuestas por Rawls. La igualdad meritocrática es un sistema de “libertad natural” en el cual no existen obstáculos legales que restrinjan el acceso de las personas a determinada posición en la sociedad. La igualdad liberal es más equitativa, porque corrige parcialmente la transmisión de propiedades (que es admitida en la anterior) y considera la educación gratuita como vehículo para mitigar el traspaso intergeneracional de ventajas y privilegios.

Conjugando lo anterior, el concepto de “capitalismo meritocrático liberal” refiere entonces a cómo se producen e intercambian productos (capitalismo), cómo se distribuyen estos productos entre las personas (meritocrático) y cuánta movilidad social existe (liberal). Este tipo de capitalismo es la continuación del capitalismo clásico de Reino Unido previo a la Primera Guerra Mundial y del capitalismo socialdemócrata que se extendió entre la segunda posguerra y el comienzo del siglo XXI.

El capitalismo político, por su parte, se define a partir de tres características sistémicas e interconectadas. Cuenta con una “burocracia eficiente, tecnócrata y experta” cuyo objetivo pasa por apuntalar el crecimiento económico, que es una condición necesaria para legitimar el modelo.

Esta burocracia tiene que ser tecnócrata y seleccionarse con base en el mérito, dada la segunda característica del sistema, que es la ausencia del imperio de la ley. Las normas aplican o no dependiendo de la conveniencia. Si es necesario coaccionar a una empresa propiedad de un actor políticamente inconveniente, las normas pueden hacerse a un lado sin mayores problemas. Por algo se especuló tanto con la desaparición transitoria de Jack Ma, fundador de Alibaba, luego de que criticara la regulación china. Las “zonas de ilegalidad no son una aberración, sino una parte integrante del sistema”.

Preguntas que nunca faltan en asados: ¿China es capitalista?

Según la definición estándar de Karl Marx y Max Weber, recogida por Milanovic en su último libro, un país capitalista se caracteriza por el hecho de que:

» La mayor parte de la producción se realiza utilizando medios de producción de propiedad privada.

» La mayor parte de los trabajadores son asalariados.

» La mayor parte de las decisiones relativas a la producción y la fijación de los precios se toman de forma descentralizada (no son impuestas a las empresas).

¿Cuál es el resultado de este rápido hisopado para sistemas de organización económicos? Positivo. De acuerdo con el economista serbio, la participación de las empresas estatales en la producción industrial china pasó de casi 100% en 1978 a ubicarse en torno a 20% en la actualidad.

Con la agricultura pasó algo similar. Previo a las reformas introducidas tras la muerte de Mao, la gran parte de la producción estaba a cargo de comunas rurales. Luego de la introducción del “sistema responsable” en 1978, que habilitaba el arrendamiento de las tierras, el grueso de lo generado se corresponde con la órbita privada.

La tercera característica es la autonomía del Estado, que permite que su actuación sea determinante y lo libera de cualquier tipo de impedimento legal; “es preciso que la toma de decisiones la lleven a cabo arbitrariamente las personas y no que venga determinada por las leyes. Obviamente hay leyes, pero su alcance no puede ser generalizado porque eso destruiría la configuración del sistema y afectaría a sus principales beneficiarios”.

De esas tres características emanan dos contradicciones que ponen al modelo en un equilibrio inestable. La primera de ellas refiere a la convivencia de esa élite tecnócrata, calificada y seleccionada por sus méritos con la aplicación selectiva y arbitraria de la ley. “Una élite tecnócrata se forma para seguir normas y actuar dentro de los límites de un sistema racional. Pero la arbitrariedad en la aplicación de esas normas socava directamente esos principios”.

La segunda contradicción es la que existe entre el aumento de la desigualdad que surge de la “corrupción endémica” –por el uso discrecional del poder y la ausencia del imperio de la ley– y la necesidad de mantener esa desigualdad a raya para no erosionar las bases de su legitimidad. Si la corrupción va demasiado lejos socava la integridad de esa burocracia y su capacidad de promover crecimiento, afectando el contrato social que mantiene el sistema. “Puede que la población tolere su falta de voz, mientras la élite le proporcione mejoras tangibles de sus niveles de vida, administre justicia de un modo aceptable y no permita desigualdades flagrantes”.

¿Qué tan “exportable” es el capitalismo político chino?

El éxito relativo de China amenaza el consenso occidental, que vincula necesariamente al capitalismo con la democracia liberal. Esa amenaza, además, también ha venido desde adentro con el surgimiento de movimientos populistas impulsados por líderes estridentes, como Donald Trump. Pero incluso en ausencia de este daño autoinfligido, la trayectoria china eleva el atractivo de su modelo para ser importado por otros países de una “manera muy similar a aquella en la que la experiencia de Gran Bretaña y Adam Smith, que se inspiró en esa experiencia, influyeron en nuestra forma de pensar durante los dos últimos siglos”.

El capitalismo político tiene como atractivo la autonomía de la clase dirigente, la capacidad de eliminar trabas burocráticas y un grado no menor de corrupción que puede cuajar con las preferencias de mucha gente poderosa. Sin embargo, su mejor carta de presentación es el éxito económico que cosechó China durante las últimas cuatro décadas. Eso lo sitúa en una posición “en la que sus instituciones económicas y políticas son imitadas por otros y en la que puede intentar exportarlas legítimamente”.

Bajo la conducción de Xi Jinping el país parece estar dispuesto a asumir “un papel internacional más activo y a vender su experiencia al resto del mundo”. Son muchas las iniciativas que así lo indican. No sólo la difusión de su moneda como activo de reserva global, la expansión de sus gigantes tecnológicos y la promoción de acuerdos comerciales, como la Asociación Económica Integral Regional. También el rol cada vez más protagónico que juega el país en la estrategia de desarrollo de África, la iniciativa de la “nueva ruta de la seda” (para unir varios continentes con infraestructura financiada por ellos) y la fundación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.

Al respecto de esto último, Milanovic señala que “la creación por parte de China de nuevas instituciones económicas internacionales es comparable con lo que sucedió bajo el liderazgo de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, con la fundación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional”.

De acuerdo con Financial Times, China prometió gastar siete veces más de lo que invirtió Estados Unidos con el Plan Marshall –ajustado por inflación– en la construcción de infraestructura en países en desarrollo y financiarlo con sus propias instituciones.3 Otro dato interesante en esa línea es que entre 2008 y 2019 los dos bancos más grandes chinos prestaron 462.000 millones de dólares, poco menos de los 467.000 millones concedidos por el Banco Mundial. Incluso, en algunos años, los préstamos de estos bancos fueron casi equivalentes a los de las seis instituciones financieras multilaterales del mundo juntos.4

Ante el aumento de su esfera de influencia, surge la pregunta de qué tan probable es que el capitalismo político sea exportado hacia otros lugares y gane cada vez más tracción. En ese sentido, además de que es un sistema tensionado por sus contradicciones inherentes, la viabilidad de la transferencia se basa en la “capacidad de aislar la política de la economía”, que por su naturaleza es intrínsecamente complejo, y en la capacidad de mantener una “columna vertebral centralizada y hasta cierto punto no corrupta que pueda imponer decisiones en el interés de la nación y no sólo estrictamente en el de los negocios”.

Es por esto que el potencial de exportación del capitalismo político es limitado. Podría hacerse, pero en muchos casos podría no conducir al éxito económico (base de su atractivo). Habrá que esperar para ver. Por lo pronto, el documental American Factory –cuya producción contó con la participación del matrimonio Obama– ofrece una mirada alternativa sobre la puja entre estos dos modelos de capitalismo, que de alguna manera es también la puja entre dos potencias hegemónicas.


  1. Martín Rama: “El ‘distinto’ de la economía que extrajo, desde el tango, la esencia del país de los vivos”. la diaria

  2. Daron Acemoğlu. “The Case for a Quadripolar World” y “Especulaciones de verano”. la diaria

  3. “China pulls back from the world: rethinking Xi’s ‘project of the century”. Financial Times

  4. Universidad de Boston. 

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