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Mamá, ¡cotizo en bolsa! La financiarización y los activos de nicho

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Para entender un poco más sobre el valor de mi tiempo, decidí convertirme en la primera persona uruguaya que cotiza en bolsa.

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Leído por Virginia Recagno
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¿Cuánto vale una hora de tu vida? Bajo un enfoque puramente economicista, es un monto bastante sencillo de calcular. Si percibís ingresos por tus actividades, basta con tomar tu sueldo líquido y dividirlo por la cantidad de horas que trabajás al mes. Por ejemplo, una persona que percibe 20.000 pesos líquidos y trabaja 40 horas por semana está valuando cada hora de su vida en 125 pesos. Algunas horas valdrán menos, otras valdrán más, pero en promedio la cosa anda más o menos por ahí. Obviamente, difícilmente haya forma más reduccionista de resolver esta cuestión: ¿cuánto valen las horas que paso mirando Netflix?, ¿y el tiempo que disfruto con familia y amigos? ¿Qué valor le asignamos al ocio?

Por eso, para entender un poco más sobre el valor de mi tiempo, decidí convertirme en la primera persona uruguaya que cotiza en bolsa. Para ser claro: lo que cotiza en bolsa soy yo, como individuo, no una empresa que dirijo ni nada por el estilo. Si te sobran unos pesos y no se te ocurre qué hacer con ellos, ya no tenés de qué preocuparte: ¡literalmente vas a poder comprar un pequeño pedazo de mi vida en forma de tiempo!

Sí, aunque no lo creas, lo que hice fue transformar un pedacito de mi vida en un commodity más (aunque mi madre opine que algo de valor agregado tengo), intercambiable bajo las leyes de oferta y demanda. Pero antes de explicar cómo funciona, tenemos que tratar de entender cómo el mundo llegó hasta acá.

Desde la década de los 80, Occidente en general, y Estados Unidos en particular, experimentaron un boom de las finanzas. De acuerdo a un estudio del Washington Post,1 el peso relativo del sector financiero (incluyendo empresas financieras, de seguros y bienes raíces) se duplicó desde 1947: pasó de 10% a más de 20% del PIB. Incluso tomando una definición más restrictiva del sistema, y considerando únicamente lo que serían finanzas “puras”, el peso relativo del sector pasó de 2,8% a 8,4% del PIB durante las últimas siete décadas.

La expansión de las finanzas reviste múltiples aristas y discurre por varios caminos. Como demuestra un artículo de Oxford University Press,2 los hogares estadounidenses utilizan cada vez más productos financieros, un fenómeno que se extiende a lo largo de todas las clases sociales, aunque con consecuencias e intensidades diferentes.

Naturalmente, el auge de las finanzas introduce cambios cuantitativos y cualitativos en la forma en que los hogares se vinculan con el sector financiero. A nivel cuantitativo, el número de cuentas que tienen los hogares en instituciones financieras arrastra una tendencia alcista que alcanza a todos los rangos de ingreso. Esto sugiere que el sector financiero fue exitoso en lograr insertar diferentes tipos de productos a lo largo y ancho de la sociedad norteamericana. Obviamente, con matices, este no es un fenómeno ajeno al resto de las economías.

También está el aspecto cualitativo de la cuestión, que refiere a lo que se conoce en la literatura como la “cultura financiera” o el “pensamiento financiero”. En el caso de la clase media y media alta, la financiarización generó un cambio de mentalidad que llevó a los hogares a cambiar su forma de aproximarse al sistema y a utilizar estrategias de inversión cada vez más agresivas y creativas. Esto es, a concebir su patrimonio (su casa, por ejemplo) como un activo que puede ser utilizado para apalancarse e invertir en otros instrumentos, y a tener un manejo más activo de sus portafolios de inversión, entre otras tantas cosas. En la clase media baja y baja, los productos financieros cumplen, en el mejor de los casos, una función distinta: son fundamentalmente una herramienta o método de supervivencia cotidiano.

Expresado de otra manera, los hogares de ingresos más bajos tienen menor acceso al mercado financiero. Además, cuando acceden, evitan incurrir en riesgos y enfrentan dificultades crecientes para encontrar instrumentos adecuados a sus necesidades y restricciones. De esta manera, las estrategias más sofisticadas y agresivas de generación (y reproducción) de capital quedan restringidas a la órbita de los más pudientes. Dentro de estas estrategias, el peso de los mercados alternativos es cada vez mayor, dado que su desarrollo y maduración han ido en aumento durante los últimos años. Como indica su nombre, no estamos hablando de los típicos mercados de compra-venta de acciones de empresas que conocemos todos, como pueden ser Apple o Microsoft. Por el contrario, nos referimos a mercados que se concentran en activos más de nicho, como las criptomonedas, el arte o la memorabilia deportiva encriptada con blockchain de la que conversamos la última vez.

Apostar por las personas, literalmente

Uno de estos nuevos mercados alternativos está siendo desarrollado por la startup Human IPO. Sus cofundadores, Kirill Goryunov y Vlas Lezin, tomaron al pie de la letra la expresión que muchas veces se utiliza en la jerga de Sillicon Valley, “invertí en personas, no en ideas”, y en 2018 la transformaron en su modelo de negocios. Así fue como un ex Google y un ex Goldman Sachs decidieron crear la primera y única plataforma en el mundo en que una persona puede “cotizar en bolsa”.

El mecanismo es el siguiente: uno desarrolla su perfil, escribe en qué rubro está trabajando y algunos datos geográficos. Luego decide cuántas horas quiere poner a la venta (hay un máximo de 500 horas) y a qué valor inicial. Una vez seleccionado el precio inicial, el valor-hora empieza a fluctuar con base en el mismo mecanismo de oferta y demanda que rige al resto de los mercados.

Luego de mucho papeleo y más de una firma, empecé el proceso para cotizar dentro de la plataforma, permitiendo que otros usuarios puedan comprar, vender e incluso utilizar esas horas de mi vida que se transformaron en un activo transable. En efecto, si alguien decide comprar una hora mía y además utilizarla, estoy contractualmente obligado a tener una llamada de consultoría (estrictamente profesional) con esa persona. Por supuesto, no estoy obligado a acceder a cualquier cosa que sea planteada en ese ámbito (que se coordinará eventualmente de acuerdo a la disponibilidad de ambas partes, el dueño de mi acción y yo). Sin embargo, estoy obligado, por contrato, a acceder a la reunión por la cantidad de tiempo que la persona haya decidido comprarme. Entonces, los compradores podrán beneficiarse si el precio de mis acciones sube o también al disponer de mi consultoría en caso de que así lo deseen.

En mi caso puntual decidí ofertar un monto de 100 horas a un precio inicial (que luego fluctuará bajo el mecanismo de oferta y demanda) de 25 dólares la hora. El contrato tiene efecto por cinco años y puedo rescindirlo con previo aviso y reembolsando a todos los compradores en caso de que quiera salir del sistema.

A pesar de que el mecanismo es muy nuevo y extraño (“bizarro”, dirán algunos), podría pensarse que, de alguna manera, el concepto de vender nuestro tiempo no difiere de lo que hacemos cuando nos volcamos al mercado laboral. Si bien revisé exhaustivamente el contrato, aún tengo el temor de haberle vendido el alma al diablo. ¿Pero quién es el diablo? Bueno, si carecen de juicio y tienen un poco de dinero extra, pueden ser ustedes: el papeleo está terminado y el 17 de marzo, el día de mi vigésimo cumpleaños, comienzo a cotizar en bolsa; ¡a partir de entonces podrán invertir en mí!

La idea de venderse a uno mismo tiene antecedentes previos a Human IPO. En 2008 Mike Merril, con 30 años, decidió contratar a un desarrollador y crear una página web para vender su vida. La dividió en 100.000 acciones y vendió cada una a un dólar. La cosa se complicó cuando algunos accionistas quisieron oponerse a que Mike se mudara con su novia Willow, porque temían que eso afectara el precio de sus acciones. Finalmente se mudaron, pero la relación no duró mucho. Sin embargo, su expareja sigue siendo dueña de 0,51% de Mike, quizá como recuerdo de lo que pudo ser y no fue.

Más allá de mi experiencia personal, también conversé sobre estos temas con Sebastián Kaiser, que además de ser el vicepresidente de ingeniería en la empresa Despegar, es también el segundo latinoamericano en cotizar dentro de la plataforma Human IPO. “Despegar hizo una IPO ‒oferta pública inicial‒ hace relativamente poco, así que los trabajadores teníamos alguna idea de lo que implicaba que algo pase a cotizar públicamente. Esto es un poco más jodido, pero tampoco es una cosa de otro mundo. Creo que generó muchos diálogos sanos. Recapacitar sobre el mercado, sobre lo que significa el valor, sobre que estás comprando cuando comprás algo. Estuvo buenísimo todo lo que derivó de esto... Mi apuesta es sobre la plataforma, no me importa tanto como me vaya a mí, sino que la plataforma logre promocionarse”, aseguró.

Como se estarán imaginando, Human IPO es increíblemente polémico. Hay quienes advierten que es una nueva forma de esclavitud impulsada por el uso extremo de las finanzas. Para ellos, vender y comprar la vida de un ser humano mediante un vehículo alternativo como este no es otra cosa que la mayor expresión de la esclavitud digital que vivimos en los últimos años. Esa esclavitud, lamentablemente, no se restringe a esta expresión: ¿cuántas veces agarraron el celular para chequear sus redes mientras leían esto? Para otros, el asombro se mezcla con el reconocimiento del valor que podría tener esta innovación. En definitiva, es una alternativa para conseguir cierta financiación y desarrollar proyectos alternativos que de otra manera no podrían desarrollarse.

Finanzas sí o finanzas no, ¿en qué quedamos?

Al margen de esta colorida anécdota, podemos cerrar con una reflexión más general en torno al fenómeno global que fue abordado al comenzar. Los datos indican que el auge de la financiarización, a pesar de haberse extendido a lo largo de casi todas las clases sociales, ha hecho poco por reducir las desigualdades: los agentes han utilizado las herramientas financieras de manera drásticamente diferente, de acuerdo a las correspondientes posibilidades, saberes y perspectivas personales. Menos lo hará en un contexto como el actual, caracterizado por un incremento significativo de la inequidad en un marco de abundante liquidez que busca retornos en las cosas más disparatadas (como el NBA Top Shot). Esto no debería sorprender a nadie. El acceso a plataformas de inversión y a instrumentos cada vez más creativos y variados, por sí mismo, no significa una universalización de las posibilidades de inversión para que los hogares puedan proteger sus ingresos de diversas amenazas, como puede ser la inflación.

Hay condiciones materiales, educativas y culturales que dificultan este proceso y restringen avances que podrían beneficiar particularmente a quienes menos tienen. En este sentido, sería deseable desarrollar más y mejores políticas públicas para facilitar la inclusión de más hogares al mercado financiero y para promover una mayor formación financiera entre las personas. En definitiva, facilitar y ampliar el acceso a los instrumentos financieros, generando una mayor educación sobre el tema, puede ser el camino para construir seguridad económica hacia el futuro. O, al menos, para reducir vulnerabilidades.


  1. “How Wall Street became a big chunk of the US economy — and when the democrats signed on”. 

  2. Fligstein, N, y Goldstein, A (2015). “The emergence of a finance culture in American households, 1989-2007”. 

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