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Mercado de Carnes en el barrio de Ciudad Vieja (archivo, julio de 2021).

Foto: Alessandro Maradei

Cajita feliz: la pandemia, el gasto de los hogares y la economía del comportamiento

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“Es evidente que la base de la política económica y en general de todas las ciencias sociales es la psicología. Llegará un día en el que podamos deducir las leyes de las ciencias sociales a través de los principios de la psicología”.1 Vilfredo Pareto, 1906

Lo que ha vivido la humanidad desde la aparición del llamado coronavirus hasta hoy, dos años después, quedará marcado en la historia. No tengo dudas de que estos años serán particular material de estudio en el futuro. Han sido (y aun lo son) tiempos extraordinarios, hiperexcepcionales, que dejarán consecuencias aún insospechadas sobre el comportamiento social y económico.

Durante un período prolongado, ha reinado el “no se puede”. Las restricciones imperantes, tanto en movilidad como en oportunidades laborales, en mayor o menor grado en los distintos países, han generado una barrera de contención a costumbres altamente generalizadas de nuestra sociedad de consumo.

¿Qué sucede cuando esas barreras comienzan a ceder? ¿Cuando el escudo de las vacunas opera como moderador del miedo? ¿Cuando la movilidad ha retomado niveles de normalidad y el empleo comienza a recuperarse?

Seres más emocionales que racionales

Los modelos económicos tradicionales o clásicos se han basado en el comportamiento racional del ser humano. En su capacidad de optimizar cada decisión. El llamado homo economicus. Estos modelos, simplificadores de la realidad, intentan explicar el funcionamiento de la economía. ¿Pero si el supuesto base, si su soporte fundamental es la racionalidad, y ésta no opera de forma permanente en la toma decisiones? Este tipo de interrogantes son las que han disparado las investigaciones de la economía del comportamiento, con Daniel Kahneman, Vernon Smith y Richard Thaler como sus mayores exponentes.

Resulta claro, nuestras mentes no trabajan como un Excel. Posiblemente, la mayor parte de nuestras decisiones no provengan de fórmulas, sino de una mezcla de emociones, sentimientos, reacciones y atajos mentales (heurísticas) configurados por nuestra cultura, condiciones y entorno.

La economía del comportamiento ha identificado sesgos, o perturbaciones al proceso racional de toma de decisiones, cuando de dilemas de dinero se trata. Y a medida que los efectos económicos de la pandemia comienzan a menguar, nuestro pensamiento puede volverse mucho más borroso... o peligroso para nuestros bolsillos.

En Pensar rápido, pensar despacio, Kahneman describe nuestro pensamiento frío y superior como pensamiento lento, más cercano al racional, y el pensamiento caliente que se hace (o no se hace) antes de consumir, por ejemplo, como pensamiento rápido. Ahí es donde vivimos. Luchamos con estas dos fuerzas contrapuestas todo el tiempo. La emoción y la razón muchas veces por caminos opuestos. ¿Cuántas veces nos hemos enfrentado a una decisión de consumir o no hacerlo? El proceso racional podría indicarnos que no es una decisión óptima, pero la emoción (o la pasión) nos empuja a optar por el gasto. ¿Cuántas de estas decisiones se han visto postergadas estos últimos dos años? ¿Cuántas se han acumulado?

Además, hemos crecido, y vivimos, en una sociedad basada en el consumo. Donde desde chicos, se nos va introduciendo el concepto de que la felicidad viene comprando una cajita. Que siempre encontraremos un producto que logre “tratar” (obviamente como placebo) nuestras angustias, miedos o frustraciones.

De modo que nos encontramos en un escenario donde hemos vivido restricciones para el consumo, sea porque hemos atravesado dificultades laborales, sea porque nos hemos visto imposibilitados por restricciones de movilidad de consumir o asistir a espectáculos públicos. Además, demasiados integrantes de la sociedad han pasado por procesos de angustia profunda, de desesperación o desesperanza. Un coctel cargado proconsumo y un posible golpe para nuestros bolsillos.

El consumo, uno de los motores (apagados)

Los últimos datos del PBI nacional arrojaron una mejor perspectiva del desempeño de nuestra economía versus lo estimado inicialmente. El tercer trimestre de 2021 mostró un fuerte dinamismo en varios frentes. La economía uruguaya creció 5,9% versus el mismo trimestre de 2020. Desde la perspectiva del gasto, las exportaciones crecieron 28,5%, las importaciones lo hicieron 27,6%, la inversión, 17,1%, el gasto del gobierno, 14%; sin embargo, el gasto de los hogares lo ha hecho sólo 2%. El mercado laboral ha comenzado a dar señales de recuperación, sin embargo, el salario real ha caído por segundo año consecutivo, lo que posiblemente esté operando en detrimento del consumo.

El cuarto trimestre se pudo haber comportado de forma diferente, la vuelta a los espectáculos públicos masivos, las fiestas tradicionales y el comienzo de ansiadas licencias seguramente hayan operado como incentivo al consumo.

Datos recientes de la economía de Estados Unidos muestran que su PBI creció 5,7 % en 2021, el mayor aumento desde 1984, según una estimación preliminar del Departamento de Comercio. En base a estos datos, el PBI estadounidense se aceleró el cuarto trimestre hasta crecer 6,9% interanual y 1,7 % con respecto al trimestre anterior (la cifra ya está ajustada por inflación). El crecimiento del último trimestre fue impulsado, principalmente, por el consumo de los hogares, que representa casi tres cuartas partes de la economía estadounidense. El gasto de los consumidores aumentó 7,9 % para el acumulado de 2021 (más que la media de la economía).

Y creo que no es casual. Vivimos en un tiempo cuya configuración socioeconómica está orientada al consumo como sinónimo de bienestar. Un estudio reciente llevado a cabo por el investigador Matthew Killingsworth de The Warton School (Universidad de Pensilvania), y publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Science, arriesga una relación lineal entre dinero y percepción de felicidad. “Una posibilidad es que las personas gasten su dinero para reducir su sufrimiento y aumentar el placer”. El autor explica que personas en Estados Unidos con una renta aproximada de 80 mil dólares anuales presentan menos sentimientos negativos que sus compatriotas con rentas menores.

Es probable que las barreras de contención al consumo provocadas por la pandemia también hayan comenzado a ceder en Uruguay. Desaparecen ciertos inhibidores. De escenarios de “no se puede”, al “sí se puede”, “después de todo nos merecemos un gusto”, “hoy estamos, mañana no se sabe”, todos argumentos válidos desde la emoción, aunque el bolsillo sufra. Sesgos perturbadores de un proceso racional de toma de decisiones, porque al fin y al cabo somos seres humanos, no una planilla Excel. Aunque luego, al menos por instantes, recuperemos lo más humano de nuestro ser, y caigamos en la cuenta de que los posibles efectos del consumo empujados por estas causas son tan irracionales como efímeros.


  1. Con esta cita de Pareto comienza La psicología económica de Richard Thaler. Ediciones Deusto (2015). 

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