Más allá de la frialdad de las cifras y las estadísticas, abordar la pobreza infantil es una necesidad moral, social y económica. Los primeros años juegan un papel clave en el desarrollo del cerebro de los niños. Los bebés comienzan a aprender sobre el mundo que los rodea desde una edad muy temprana, incluso durante el período prenatal, perinatal (inmediatamente antes y después del nacimiento) y posnatal. Las primeras experiencias de los niños, los vínculos que forman con sus cuidadores y sus primeras experiencias de aprendizaje afectan profundamente su futuro desarrollo físico, cognitivo, emocional y social. Potenciar los primeros años de vida de los niños es la mejor inversión que podemos hacer como sociedad para asegurar su éxito futuro.
¿Qué es el desarrollo infantil temprano (DIT) y por qué es tan importante invertir en él?
El hecho de que la política pública haya reconocido la importancia del bienestar infantil es de vital importancia. La ciencia respalda que las experiencias que vivimos en nuestros primeros años realmente afectan la arquitectura física del cerebro en desarrollo. Esto significa que el cerebro no sólo nace, sino que también se construye en el tiempo a partir de nuestras experiencias. Así como una casa necesita cimientos sólidos para sostener las paredes y el techo, un cerebro requiere una buena base que dé soporte a todo su desarrollo futuro. La construcción de cimientos sólidos en los primeros años es esencial para un adecuado funcionamiento mental y una mejor salud general de por vida (nuestras capacidades de aprendizaje, nuestros comportamientos y nuestra salud física y mental). Un desarrollo saludable en la primera infancia constituye la base estructural sobre la que se asientan, o se agravan, muchos de los principales desafíos sociales que enfrentan las sociedades.
En los primeros años de vida, el cerebro forma más de un millón de nuevas conexiones neuronales por segundo, sentando las bases para todo aprendizaje futuro. Alrededor del 90% del desarrollo cerebral ocurre antes de los 5 años. El cerebro se construye básicamente de forma ascendente. Primero, conforma los circuitos básicos que son responsables de los conocimientos básicos y, luego, se construyen circuitos más complejos encima de esos circuitos básicos según vamos desarrollando destrezas más sofisticadas. El cerebro está biológicamente preparado para ser moldeado por la experiencia; está a la espera de las vivencias que atraviesa un niño para dar forma a sus circuitos neuronales.
¿Cómo es que un niño en desarrollo construye y mantiene una base cerebral sólida? Una forma de hacerlo es a través de lo que los expertos llaman “interacciones recíprocas de enviar y devolver”. Imaginemos un partido de ping-pong entre un cuidador y un niño en donde, en vez de devolver la pelota hacia un lado y otro de la red, se producen diversas formas de comunicación entre una acción y la siguiente desde el contacto visual hasta el táctil, desde cantar hasta jugar a la escondida. Estas interacciones repetidas a través de los años del desarrollo de un niño o niña son los ladrillos con los cuales se construye una base saludable para el desarrollo futuro.
Otra experiencia que moldea el desarrollo cerebral en la niñez es el estrés. Hay buenos tipos de estrés, como conocer gente nueva o estudiar, que son saludables para el desarrollo porque preparan a los niños para enfrentar desafíos futuros. Otro tipo de estrés, llamado “estrés tóxico”, es perjudicial para el desarrollo cerebral. Si un niño está expuesto a situaciones intensas, frecuentes y prolongadas como el abuso y la negligencia sin el apoyo adecuado de adultos protectores, está en riesgo de experimentar problemas a largo plazo.
Investigaciones recientes han demostrado cómo el estrés tóxico temprano deja huellas biológicas duraderas a través de cambios epigenéticos. Estos cambios pueden alterar permanentemente la regulación neuroendócrina e inmunológica del niño, aumentando su vulnerabilidad a trastornos como el estrés postraumático, dificultades cognitivas y enfermedades crónicas a lo largo de la vida. Además, el impacto del estrés es acumulativo: múltiples experiencias adversas en la infancia están relacionadas con dificultades en el desarrollo, problemas de salud mental, conductas de riesgo en la adolescencia y menor esperanza de vida.
Sin embargo, las investigaciones también destacan que relaciones estables con adultos sensibles pueden mitigar e incluso revertir estos daños. El apoyo emocional oportuno ayuda a regular rápidamente la respuesta fisiológica al estrés, previniendo alteraciones neurobiológicas persistentes. Programas de intervención temprana enfocados en la crianza sensible han mostrado eficacia en normalizar niveles hormonales en niños afectados. Por tanto, fomentar ambientes seguros, reducir la exposición al estrés tóxico y apoyar a cuidadores son estrategias esenciales para proteger la salud y el bienestar futuro de los niños, lo que refuerza la necesidad de políticas preventivas y de apoyo a familias vulnerables.
Es posible corregir posteriormente algunos de los daños que ocasiona el estrés tóxico, pero es más fácil, más efectivo y menos costoso construir temprano una arquitectura cerebral robusta. Una de las cosas que propician una arquitectura cerebral robusta es el desarrollo de habilidades emocionales y sociales o el conjunto de habilidades que los científicos llaman “funciones ejecutivas” (FE). Estas se construyen gradualmente desde la primera infancia hasta la adultez temprana. Investigaciones recientes destacan la importancia crítica de estimular estas habilidades entre los 3 y 5 años, cuando las conexiones cerebrales responsables del autocontrol se fortalecen significativamente.
Estas habilidades se pueden visualizar como el control de tráfico aéreo en el espacio mental del niño. Pensemos en el cerebro de una niña como si fuera una torre de control en un aeropuerto con mucho tráfico, todos los aviones que aterrizan y despegan y todos los sistemas de apoyo en tierra exigen simultáneamente la atención del controlador para evitar un accidente. Lo mismo le sucede a la niña pequeña que aprende a prestar atención, anticiparse y recordar y a seguir una cantidad de reglas. Como todos nosotros, las niñas y niños tienen que reaccionar ante las cosas que suceden en el mundo que les rodea y al mismo tiempo lidiar en sus mentes con preocupaciones, tentaciones y obligaciones. A medida que estas exigencias se acumulan, el control de tráfico aéreo ayuda a la niña a regular el flujo de información, a priorizar tareas y, sobre todo, a encontrar maneras de manejar sobre la marcha el estrés y evitar colisiones mentales.
Estudios de neuroimagen confirman que la maduración plena de la corteza prefrontal, vital para la FE, continúa hasta alrededor de los 20 años. La práctica regular mediante actividades lúdicas es comparable a entrenar en un gimnasio, fortaleciendo la función ejecutiva. Nuevas investigaciones, especialmente en contexto de pospandemia, muestran que intervenciones tempranas con participación parental y juegos específicos mejoran considerablemente la FE, mientras que la reducción de interacciones sociales durante la pandemia afectó negativamente su desarrollo en niños pequeños, enfatizando aún más la necesidad de ambientes que favorezcan la autorregulación.
A largo plazo, una FE robusta influye positivamente en diversos aspectos de la vida, desde la adaptación social hasta el desempeño académico y laboral. Niños con deficiencias en estas habilidades pueden caer en un ciclo negativo de dificultades sociales, académicas y emocionales. Por el contrario, aquellos que logran desarrollar un sólido control ejecutivo en etapas tempranas experimentan menores problemas emocionales y conductuales en la infancia, y en la adultez disfrutan de relaciones más saludables, empleos más estables y mejor manejo del estrés. Por esta razón, las políticas educativas actuales deben reconocer la importancia de fomentar habilidades blandas, integrando explícitamente programas de desarrollo de las FE desde la educación inicial, subrayando así la conexión fundamental entre cognición y emoción para alcanzar plenamente el potencial humano.
El cerebro es flexible y plástico desde su nacimiento. A medida que va creando y refinando su sistema de circuitos, va perdiendo algo de su flexibilidad. Alrededor del 90% del desarrollo cerebral ocurre antes de los 5 años. Tras un período inicial de proliferación sináptica, ocurre una poda que refuerza conexiones usadas frecuentemente y elimina las no utilizadas. Si bien el cerebro mantiene cierta capacidad de adaptación durante la vida, su plasticidad es máxima en la primera infancia y disminuye con la edad. Por eso la intervención temprana es crucial, porque, cuando se trata del sistema de circuitos del cerebro, es mejor hacerlo bien la primera vez que tratar de arreglarlo después.
La evidencia es contundente: la inversión durante los primeros 6 años de vida tiene un impacto decisivo en las oportunidades y trayectorias futuras de un niño o niña. Invertir en la primera infancia no sólo es socialmente justo, sino económicamente inteligente. Para erradicar la pobreza infantil en Uruguay, se estima que se necesitarían entre 285 y 355 millones de dólares anuales, lo que representa aproximadamente entre el 0,4% y el 0,5% del PIB del país. Además, este cálculo se basa en la idea de transferir a los hogares con niños en situación de pobreza el monto exacto necesario para que superen la línea de pobreza. No obstante, alcanzar este objetivo requiere una estrategia integral que combine apoyo económico directo con mejoras estructurales en las condiciones de vida e información para las familias.
No todas las inversiones rinden igual. La evidencia actual insiste en que la calidad de la intervención es clave para obtener altos retornos. Programas mal diseñados o implementados pueden tener efectos nulos (o incluso negativos), desperdiciando recursos. Por ejemplo, jardines de infancia con alta proporción niño-cuidador, personal poco capacitado o ambientes inseguros difícilmente producirán los beneficios esperados; en tales casos, el impacto podría ser bajo. En cambio, programas integrales de alta calidad muestran buenos retornos tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo.
Otro punto que resaltan estudios recientes es la importancia de la continuidad. Las ganancias de un buen programa preescolar pueden diluirse si al niño luego lo recibe una educación primaria deficiente. En este sentido, algunos economistas hablan de “cadenas de inversión”: maximizar el impacto requiere mantener apoyo en las transiciones educativas (de preescolar a primaria, y de primaria a secundaria).
En conclusión, la evidencia acumulada refuerza que cada peso invertido en la primera infancia genera beneficios futuros, reduciendo costos sociales y potenciando el capital humano y económico de una sociedad. Pocas inversiones públicas ofrecen tal combinación de eficiencia y equidad. No es de extrañar que incluso organismos tradicionalmente enfocados en macroeconomía (como el FMI) aboguen ahora por priorizar el gasto en desarrollo infantil como estrategia de crecimiento a largo plazo.
A pesar del mayor reconocimiento de la importancia de la primera infancia, seguimos enfrentando desafíos para traducir la ciencia, la evidencia acumulada, en políticas efectivas. Sobre la base de investigaciones recientes y aprendizajes de la pandemia, se pueden plantear las siguientes recomendaciones:
1) Arquitectura institucional sólida y multisectorial
Establecer marcos legales sólidos para asegurar políticas continuas sobre primera infancia, integrando salud, educación, protección social y nutrición. Se recomienda crear organismos intersectoriales con metas medibles y fomentar alianzas público-privadas para evitar duplicaciones y asegurar servicios de calidad.
2) Financiamiento suficiente y sostenible
Incrementar y optimizar la inversión pública en primera infancia, explorando mecanismos innovadores como presupuestos basados en ciclo de vida, bonos de impacto social y reasignación de subsidios regresivos.
3) Énfasis en calidad y monitoreo de resultados
Ampliar cobertura con foco en calidad mediante estándares claros (currículo apropiado, formación de profesionales, infraestructura adecuada). Se recomienda capacitar a profesionales, acreditar centros infantiles y monitorear resultados con herramientas validadas para asegurar que la inversión sea efectiva.
4) Fortalecimiento del rol de padres y comunidades
Incorporar programas de apoyo parental y sensibilización comunitaria, especialmente en contextos vulnerables. Empoderar a los cuidadores con información y recursos genera una demanda informada que impulsa la calidad en servicios de primera infancia.
5 Priorización de los más vulnerables y reducción de brechas
Focalizar recursos y apoyos adicionales en niños vulnerables. Intervenciones integrales como nutrición combinada con estimulación temprana son esenciales para cerrar brechas y romper ciclos intergeneracionales de pobreza, especialmente tras el impacto negativo de la pandemia.
En conclusión, la hoja de ruta para Uruguay debe priorizar el pasar del discurso a la acción efectiva y sostenida. Aún existe una brecha entre lo que la ciencia ha demostrado y lo que hacemos en políticas públicas, brecha que es tanto una cuestión moral como una necesidad económica cerrar. Ello requerirá voluntad política al más alto nivel, inversión significativa y persistente, y un enfoque integral que abarque familia, comunidad y Estado. La primera infancia debe ocupar el centro de la agenda de desarrollo: cada niño que queda atrás es un potencial no realizado y un costo social futuro. Por el contrario, cada inversión bien dirigida en un niño hoy construye el cimiento de una sociedad más próspera, equitativa y sana mañana.
Como dijo la poeta y pedagoga chilena Gabriela Mistral: “Muchas cosas pueden esperar; el niño, no… A él no se le puede decir mañana, su nombre es hoy”. La ciencia y los datos actuales nos arman de evidencia; queda en manos de nuestros gobiernos y sociedad pensar y actuar ya en favor de la primera infancia.