En 2015, el histórico acuerdo climático de París estableció el objetivo ambicioso pero necesario de limitar el calentamiento global a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, y de garantizar que el aumento se mantenga “muy por debajo” de los 2 °C. Dado que la temperatura promedio de la superficie terrestre global ya ha alcanzado 1,1 ºC por encima del nivel de referencia del siglo XX, se está agotando el tiempo para alcanzar este objetivo. Sin embargo, hasta ahora los gobiernos no han logrado ponerse de acuerdo sobre una estrategia para lograrlo.
En la 62ª sesión de los Órganos Subsidiarios (SB62) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada el mes pasado en Bonn –las negociaciones de mitad de año destinadas a sentar las bases para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) de noviembre en Belén–, los países se atascaron tanto en los detalles de la agenda que apenas se avanzó. Ese tipo de retrasos han caracterizado durante mucho tiempo a la convención, pero están reñidos con la realidad científica, que exige una acción rápida y unificada.
Crear consenso, por lo tanto, es un desafío clave al que se enfrenta la presidencia brasileña de la COP30. La tarea que tenemos por delante es formidable, no sólo por los retos inherentes al proceso de la convención, sino también porque cuatro acontecimientos globales interconectados están minando la confianza e impidiendo la cooperación multilateral.
En primer lugar, la arquitectura de la gobernanza global, cuyo núcleo son las Naciones Unidas, muestra signos de desorganización. Las instituciones diseñadas para fomentar y facilitar la cooperación se ven cada vez más obstaculizadas por la inercia burocrática y estructuras organizativas obsoletas. Los esfuerzos de reforma están estancados y el sistema de las Naciones Unidas corre el riesgo de perder su relevancia y el multilateralismo, su credibilidad.
En segundo lugar, el auge de la diplomacia transaccional ha hecho que los países prioricen sus propios intereses de corto plazo por sobre las necesidades colectivas a largo plazo. Este enfoque, basado en una concepción estrecha del interés nacional, impide de hecho una cooperación de base amplia, ya que erosiona las normas que tradicionalmente han sustentado el compromiso internacional.
En tercer lugar, el compromiso se rechaza cada vez más en favor del “realismo”, lo que conduce a una polarización extrema y a posiciones negociadoras arraigadas. Las negociaciones multilaterales suelen llegar a un acuerdo muy ajustado y los resultados suelen ser decepcionantes, lo que fomenta aún más el compromiso transaccional en detrimento de la cooperación y el acuerdo.
Por último, el cambio climático está cada vez más relegado a un segundo plano frente a otros desafíos, como los conflictos armados, la desaceleración del comercio global, la intensificación de los vientos en contra del crecimiento y los niveles de deuda sin precedentes, que consumen la atención política, el espacio diplomático y los recursos financieros de los países.
Está claro que Brasil tiene mucho trabajo por delante. Por sobre todas las cosas, debe resistirse a la tendencia de las presidencias de la COP a hacer hincapié en nuevos acuerdos y compromisos ambiciosos –del tipo que acaparan los titulares y hacen que las negociaciones parezcan un éxito rotundo, pero que a menudo se quedan cortos cuando comienza el trabajo arduo de la implementación–. La presidencia brasileña de la COP30 debe evitar los resultados llamativos en favor de vías pragmáticas para cumplir con los compromisos pasados.
Afortunadamente, Brasil es consciente de ello. Su Cuarta Carta a la Comunidad Internacional esboza una Agenda de Acción destinada a avanzar en lo que el mundo “ya ha acordado colectivamente” durante las COP anteriores y en el acuerdo climático de París. En concreto, la agenda pretende apelar a las iniciativas existentes para completar la implementación del primer “inventario global” en el marco del Acuerdo de París, que se concluyó en la COP28.
Este foco en los resultados previamente acordados se adapta bien al contexto geopolítico actual, en el que cualquier acuerdo puede ser difícil de alcanzar. Los representantes en la sesión de los SB62 de Bonn no lograron un consenso, y la cumbre del G7 del mes pasado no consiguió emitir un comunicado conjunto. En lugar de perpetuar los estancamientos, la Agenda de Acción invita a las partes interesadas a avanzar allí donde ya existe un acuerdo.
La agenda también traza el camino a seguir. Está organizada en seis “ejes” temáticos, que incluyen la gestión de los bosques, los océanos y la biodiversidad; la transformación de la agricultura y los sistemas alimentarios, y el aumento de la resiliencia de las ciudades, la infraestructura y el agua. “Liberar facilitadores y aceleradores” en finanzas, tecnología y desarrollo de capacidades –el eje transversal final– acelerará la implementación a gran escala.
Dado que la responsabilidad de la implementación y la gobernanza de la política climática se distribuye entre muchos actores –que deben tener cierto nivel de confianza en que los demás estén haciendo su parte–, la agenda también establece como máximas prioridades “la transparencia, el monitoreo y la rendición de cuentas”. Para ello, la presidencia brasileña de la COP30 debe tratar de ofrecer un conjunto de principios compartidos y mecanismos de apoyo.
Como enviados especiales de la COP30, extendemos nuestro pleno apoyo a la Agenda de Acción. Al hacer hincapié en la consolidación y no en el espectáculo, Brasil está sentando las bases para una COP30 muy productiva, centrada en reducir las diferencias, fomentar la confianza y lograr un progreso genuino. La tarea que tenemos por delante es ardua, pero la posibilidad de recuperar el impulso es real.
Este comentario está firmado por Adnan Amin, CEO de la COP28; Arunabha Ghosh, CEO del Consejo de Energía, Medio Ambiente y Agua; Carlos Lopes, presidente de la Fundación Africana del Clima; Jacinda Ardern, ex primera ministra de Nueva Zelanda; Jonathan Pershing, ex enviado especial de Estados Unidos para el Cambio Climático; Laurence Tubiana, CEO de la Fundación Europea del Clima, y Patricia Espinosa, exsecretaria ejecutiva de la CMNUCC. Los autores son enviados especiales para Regiones Estratégicas de la presidencia brasileña de la COP30. Copyright: Project Syndicate, 2025.