Los estudiantes, provenientes de la Facultad de Odontología, irrumpieron coreando consignas y agitando pancartas. En el amplio parque arbolado estaban esperando los muchachos de Veterinaria. Una rápida conversación decidió el destino definitivo de la movilización. Llegarían hasta Rosell y Rius, detrás del Zoológico, recorriendo General Prim. Allí quemarían unos neumáticos, lanzarían volantes y se dispersarían rápidamente. Era una manifestación relámpago con trancada, para evitar la llegada a tiempo de la Policía. Pero apenas cruzaron el portón de salida los vieron aparecer, doblando desde Julio César y en clara actitud de enfrentamiento. Se trataba de un grupo de policías comandados por un oficial. Tras la sorpresa, los estudiantes retrocedieron. Los estudiantes no llegaban a 200 y los policías eran un pequeño grupo, pero la diferencia de armamento suplía la ventaja numérica: Piedras contra armas automáticas y revólveres de reglamento.
Los policías se cubrieron tras los árboles de la vereda de enfrente y el oficial comenzó a disparar. La balas zumbaban por sobre el portón. Así estuvieron un rato. Puteadas, consignas y piedras de un lado y balazos del otro. Hasta que dos muchachos del grupo se lanzaron a cruzar la calle. A pecho descubierto atropellaron a los milicos. Los uniformados optaron por huir calle abajo. Fue como una señal esperada y se produjo una escena poco común: un grupo grande de estudiantes corrió detrás de ellos. En el acercamiento, el oficial volvió a disparar y un estudiante cayó herido, dejando un charco de sangre provocado por la arteria femoral destrozada. Era el final de una mañana fría del 12 de agosto de 1968. El 14 de agosto moría Liber Arce, estudiante de Odontología. El 15 de agosto, miles de uruguayos llenos de rabia y dolor lo acompañaron a paso de hombre hasta el Cementerio del Buceo.
En los días siguientes, los enfrentamientos fueron in crescendo. Más y más estudiantes se unían a la protesta. El 20 de setiembre de 1968 se produjo el pico más alto de las movilizaciones. La Universidad de la República fue ocupada y se establecieron barricadas en todo su entorno. Las fuerzas combinadas de la Policía atacaron a los estudiantes, superaron las barricadas y aplastaron a los manifestantes contra la puerta central, sobre la avenida 18 de Julio. La orden de reprimir a toda costa había sido dada con claridad. A la noche seguían las pedreas y se tiraban los últimos cócteles molotov desde los altos del edificio cercado. Cuando salió el sol del nuevo día, se conoció el resultado final de la represión. Habían muerto los estudiantes Hugo de los Santos y Susana Pintos, más de 70 estudiantes resultaron heridos y decenas fueron detenidos, previo apaleamiento. Las fuerzas de seguridad dispararon con pistolas, con lanzagranadas de gas, atropellaron con caballos y golpearon con sables y palos. Pero los perdigones de las nuevas escopetas Riot, usadas indiscriminadamente, produjeron los mayores daños.
Estos episodios se vivieron en una época fermental, que enmarcó el contexto de la revuelta estudiantil uruguaya. Algunos de los más importantes hechos en el mundo y en la región fueron la lucha del pueblo vietnamita, que estaba jaqueando a la maquinaria de guerra más grande de la historia. Los ecos de la revolución cubana, que se levantaba con orgullo a pocas millas del mismo imperio. El ejemplo y la muerte heroica del Che en Bolivia. El compromiso de sacerdotes como Camilo Torres, que murió bajo las banderas de la Teología de la Liberación. Estas marcas profundamente arraigadas en las luchas latinoamericanas dieron el tono de la revuelta estudiantil uruguaya.
Pero hubo otro ingrediente que influyó mucho en la vida de aquellos jóvenes, porque provino de unos pares que pregonaban la necesidad del cambio profundo de una cultura burguesa y reaccionaria, que primaba en Occidente y que había que destruir. El mayo de los estudiantes franceses agregaba, a las tradicionales reivindicaciones políticas y económicas, consignas de libertad que calaban en la vida privada del hombre. Se metían con el amor, con las relaciones familiares, con el arte; en definitiva, con el derecho a la libertad irrestricta del individuo. La anarquía, el marxismo, la liberación nacional se fundían en perspectivas que no respetaban demasiado los límites ideológicos de las doctrinas y se abrían a una praxis poco ortodoxa.
Uruguay era un país en crisis económica, con alta inflación, salarios congelados y con un gobierno, el “pachecato”, que se jactaba de aplicar mano dura para mantener el orden y para eso recurría a las medidas prontas de seguridad. Se vivía un clima de alta conflictividad sindical y política, con el agregado del accionar de una guerrilla urbana, que rompía con los manuales de las tácticas y las estrategias insurreccionales practicadas hasta el momento en el continente. Buena parte de la militancia estudiantil que luchaba por reivindicaciones para la educación y se preocupaba por el futuro de la Universidad consideraba que todo era responsabilidad de un sistema que había que extirpar radicalmente. La revolución necesaria estaba a la vuelta de la esquina. Y para eso vivían.
Muchos pensadores dicen que perseguir utopías es imprescindible, aunque sean irrealizables, porque dignifican al hombre y permiten mejorar las condiciones de vida de la sociedad. Aunque la realidad nos enfrenta a muchas frustraciones y las búsquedas más ambiciosas suelen quedar por el camino, las huellas quedan y alientan la acción de nuevos caminantes. Los estudiantes del mayo francés grafitearon en las paredes su diagnóstico del estado del mundo: “La sociedad es una flor carnívora”. Y propusieron un método para cambiarlo: “La imaginación al poder”.