Luna Chiodi era originaria de Playa Pascual. En 2015 conoció a Boris Pérez, su femicida. Según la familia, la relación fue siempre conflictiva. A principios de este año resolvieron mudarse a Montevideo. Habitaron el barrio La Comercial, donde montaron un almacén, lugar en el que Luna fue asesinada.
Boris había sido denunciado varias veces por violencia de género. Una orden de restricción pesaba sobre él. El femicidio fue premeditado. El 19 de marzo resolvió comprar una cuchilla en el supermercado Tata ubicado en 18 de Julio y Carlos Roxlo. Caminó 25 cuadras hasta el almacén que Luna atendía todos los días. Los vecinos, que estaban al tanto de la situación, se turnaban para protegerla. Boris aprovechó el momento. 41 segundos dentro del local le bastaron para matar a Luna con el cuchillo que recién había comprado.
Seis meses después, fue condenado por la jueza penal Graciela Eustachio por homicidio especialmente agravado. La magistrada consideró que no correspondía tipificar femicidio porque “no hubo un delito de género” sino una disputa económica. El hombre dijo sentirse estafado por quien había sido su pareja y dice haberla matado por eso.
Familia, amigos y vecinos de Luna marcharon para pedir justicia y en rechazo al fallo. Fueron pocas las palabras, muchos los aplausos y muchos más los silencios. En las calles de Playa Pascual, a 30 kilómetros de Montevideo, un grupo de amigos, vecinos y familiares de Luna se concentró para reclamar justicia. Representantes de la Coordinadora de Feminismos y Mujeres de Negro acompañaron la movilización, pero el grueso de quienes estuvieron allí eran habitantes de Playa Pascual.
Cada uno tenía algo. Las niñas y los niños llevaban lunas hechas con recortes de cartulina, sostenidas por pequeños palitos de brochette. Los hijos de Luna cargaban una pancarta que decía “Justicia por Luna”. Su madre, algunos amigos y vecinos llevaban fotos de ella. “Si es patriarcal, no es justicia”, bregaba un cartel que portaba una madre que marchaba en compañía de sus hijos. Integrantes de la familia de Luna tapizaron Playa Pascual con fotos de Boris Pérez.
La marcha recorrió la calle principal de Playa Pascual. Los gritos sueltos pedían “Justicia por Luna”, los cánticos recurrentes de las alertas feministas –adaptados al caso– se colaban entre los presentes.
“Señor, señora, no sea indiferente: se mata a las mujeres en la cara de la gente”.
“Señor, señora, no sea indiferente: nos matan en la cara de la gente”.
No fue una marcha más. Esta fue diferente a todas las marchas que se han organizado ante cada femicidio. Este caso, y en particular esta sentencia, fue sentida en el ambiente en cada paso, en cada aplauso seco, en cada grito, en las miradas, en las gesticulaciones colectivas. Quienes estuvimos presentes sentimos en el cuerpo ese femicidio.
Al terminar el recorrido por la calle principal, de diez cuadras entre ida y vuelta, la mamá de Luna alzó su voz quebradiza y gritó “Justicia”, al tiempo que agradeció a todos los que participaron en la marcha. Miguel, hijo de Luna, comentó: “Estamos acá pidiendo justicia para que el femicida que mató a mi mamá no sea impune”. Luego invitó a los presentes a seguir marchando por las calles del pueblo hasta llegar a la casa de la mamá de Luna, donde una cuerda de tambores esperaba para rendirle homenaje.
La marcha siguió por las pequeñas y oscuras calles del pueblo. Parecía un velorio colectivo.
Al llegar a la casa de la mamá de Luna se leyó una proclama: “Repudiamos firmemente esta sentencia, que es contradictoria con lo resuelto en febrero e ignora, invisibiliza y silencia el relato de Luna, tomando como válida y verdadera la historia del varón denunciado”.
Al cierre, sin baile pero al ritmo de los tambores presentes, Lucía Giménez, amiga de la mujer asesinada, leyó su propia proclama: “Perdimos una Luna más en esta maldita cuenta del dolor. Perdimos una Luna más porque no escucharon su voz. Nos quedamos sin Luna, con la rabia y el dolor de lo que pudo ser y no fue. Su memoria será siempre el impulso furioso en nuestra voz, por justicia y para que nunca más una mujer deba morir por el solo hecho de ser mujer. En soledad, tantas Lunas quieren vivir y no las dejan. No las deja un sistema que las vuelve culpables. Y preguntamos hoy: ¿culpable de qué?; ¿de ser mujer? Nos quedamos sin Luna... con la rabia y el dolor de lo que pudo ser y no fue. Perdimos tantas Lunas ya en esta batalla contra la infamia y el silencio cómplice. Pero no nos callamos, no nosotros. Nuestras voces serán un recuerdo para que lo sepan bien, para que se grabe a fuego. Nuestras Lunas no se olvidan. Su memoria será siempre el impulso furioso de nuestra voz, por justicia y para que nunca una mujer deba morir por el solo hecho de ser mujer”.