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Foto: Pablo Vignali

Economía feminista para cuestionar las relaciones de poder

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Alma Espino propone esta corriente para cuestionar las relaciones de poder y la economía misma.

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La economía feminista podría contribuir al cambio de las estructuras que sostienen las desigualdades de género. Para comprender este fenómeno, Alma Espino (licenciada en Economía y docente de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República) propone hacer algunas conceptualizaciones iniciales.

“‘Economía feminista’ es un término relativamente nuevo. Surge a partir de distintas corrientes de pensamiento, en particular desde una que se anima a pensar la economía desde otro lugar, desde una óptica distinta a la que nos enseñan en las universidades”, comienza definiendo. Espino afirma que lo específico de esta visión es pensar que el objetivo de la economía es la sostenibilidad de la vida. Explica que “este es un fundamento específico porque los objetivos de la economía dentro del marco de los enfoques teóricos predominantes son los que cumplen con la lógica del capital (aumento de la ganancia, reproducción de sí mismo). La sostenibilidad de la vida supone reconocer la interdependencia entre los seres humanos y las actividades que se realizan fuera del mercado relacionadas con la reproducción biológica y social”.

Para la economía feminista, la noción de interdependencia supone que no solamente son dependientes las niñas y los niños, las personas de tercera edad y los discapacitados; según esta corriente, todas las personas son dependientes. “Es una economía cuidadosa, porque no sólo trabaja con los seres humanos sino también con la naturaleza. Por eso las economistas feministas solemos estar en contra de muchas propuestas que van contra el ambiente”.

Otro punto fundamental de la economía feminista es cuestionar las relaciones de poder. “Muchas corrientes se han cuestionado las relaciones de poder, pero no se han cuestionado las relaciones de poder entre varones y mujeres, en el ámbito público y privado”.

Espino propone separar la cuestión de género, entendida como una categoría de análisis, del feminismo. “Cuando hablamos de feminismo estamos hablando de una propuesta política. Y esto no le quita carácter científico a la economía feminista. Quienes nos enfocamos de este modo le damos el mismo valor a la ciencia que otros. Pero esto es una propuesta política que trata de deslegitimar lo que la economía tradicional ha venido legitimando: las desigualdades de género y la jerarquía de los hombres sobre las mujeres”.

Explica que desde esta disciplina hay una propuesta política que cuestiona explícitamente las cuestiones de género en las que se relacionan el poder y la economía. “Hablamos de desigualdades entrecruzadas. Falsas jerarquías entre los blancos y los negros, las mujeres y los varones. Las desigualdades que existen entre los capitales, la segmentación del mercado, la productividad. Todo está relacionado por la presencia de hombres y mujeres”.

Mercados de trabajo

En los sectores industriales con alta tecnificación, que en general concentran capital y poder, es donde las mujeres tienden a tener menor presencia, producto de la segregación ocupacional y la desigualdad de los mercados. Visualizar el entrecruzamiento de estas variables permite construir estrategias para mejorar el desarrollo de varones y mujeres en estas áreas, ampliando así las libertades. “Esto permite no solamente actuar con políticas sociales que trabajen en la redistribución de la riqueza, sino también operar en los nudos de las desigualdades, ahí donde empieza a distribuirse el capital”.

Economía de los cuidados

“En los cuidados está el origen de casi todas las desigualdades presentes a lo largo de todo el ciclo de vida, en todas las clases sociales”. Según Espino, la economía del cuidado también es una categoría relativamente nueva; incluso hay disciplinas que discuten su validez.

“Hay más de una definición, pero lo importante de este enunciado es reunir lo que tiene de afectivo, de relación social, todo esto que refiere a los cuidados con respecto a lo que tiene de aporte a la economía”. Explica también que cuando se habla de economía del cuidado no sólo se refiere a los cuidados en los hogares en base al trabajo doméstico no remunerado, sino también a otra serie de trabajos que tampoco son remunerados, que se hacen en la comunidad, e incluso a algunos remunerados. Refiere, por ejemplo, a los cuidados que son terciarizables: “Yo no puedo pagar para que quieran a mis hijos, pero sí para que los cuiden en base a un trabajo remunerado”.

Un elemento fundamental de esta economía es que son las mujeres las que están empleadas en estos trabajos. “Esa es la división sexual del trabajo tradicional que la economía ha legitimado. La economía mainstream justifica la ventaja que esto significa y no reconoce las formas de subordinación y restricciones para las libertades de unas y de otras”, comenta Espino.

La economía del cuidado deja en evidencia una parte de la economía que no se visualizaba hasta ahora y que permite ver el nudo de las desigualdades. En esta economía del cuidado aparece otro concepto, que es la corresponsabilidad. Puede ser ejercida por medio de la participación del Estado, del sector privado y de los varones en forma corresponsable en todo lo que tiene que ver con el trabajo doméstico y de cuidados.

Espino explica que el Estado no es solamente corresponsable de cuidar, sino que también es responsable de que aquellas personas que trabajan en las áreas de cuidado en forma remunerada lo hagan con la calidad y el nivel de formalidad que corresponde a una tarea tan importante. Ejemplifica la importancia de esta tarea: “Se supone que no hay nada más importante que tus hijos. Sin embargo, las mujeres que cuidan a tus hijos suelen ser las que ganan peor y las que trabajan en peores condiciones laborales. Lo mismo pasa con las maestras. Terminamos pagando peor a aquellos que se supone que se dedican al cuidado de los que más queremos”. Agrega que nuevamente esto está entrecruzado por las desigualdades de género.

Los cuidados pueden transformar la sociedad

Según Espino, es preciso levantar algunas premisas, ya que “las mujeres somos las que cuidamos” y “si nos hacemos todos responsables de esa cuestión podemos contribuir para que haya muchos cambios”. Dice también que esto obliga a repensar si el mercado de trabajo, tal como lo conocemos ahora, puede seguir siendo el mismo. “El mercado actual piensa en un varón adulto que no tiene que hacerse cargo de nada fuera de su trabajo, porque tiene a alguien más que le resuelve esas cosas que no le importan a la economía porque no tienen precio”. Espino está convencida de que esto tiene que cambiar. “No son sólo ellos los que ocupan el mercado de trabajo. Debemos tener claro qué aspectos culturales, laborales, sindicales y económicos tenemos que cambiar”.

Todo es una novedad

En términos estratégicos es necesario analizar las diferencias entre las mujeres que están empleadas. “Las mujeres en el pasado eran una proporción menor de la fuerza de trabajo, entonces recién ahora estamos pudiendo ver las desigualdades de género y la desigualdad intragénero con mayor claridad”.

De hecho, hace bastante poco que importa el tema del género. “Hasta hace no mucho el tema que preocupaba a la Banca Multilateral [de Desarrollo en América Latina], por ejemplo, era la pobreza. Recién ahora preocupa el crecimiento. En este escenario preocupa también la desigualdad no solamente para combatir la pobreza sino para promover el crecimiento”.

Espino cree que es “importante señalar que durante los gobiernos progresistas, que coincidieron con una época de crecimiento y entorno internacional favorable, la pobreza disminuyó, y también en algunos países disminuyó la desigualdad”. Sin embargo, “cuando empiezan a sucederse las crisis, la ralentización de las economías y la tardía recuperación, las estrategias deberían considerar las diferencias que existen entre hombres y mujeres y también entre mujeres”. Observar estas diferencias se hace clave en particular para orientar la política social enfocada en los sectores más pobres.

Trabajo sí, martirio no

El trabajo remunerado de las mujeres es una herramienta para promover la autonomía económica y mejorar la capacidad para tomar decisiones. “Para muchas mujeres es una base de empoderamiento pero para otras es un martirio, porque las condiciones de trabajo en las que se mueven son tan malas que no les dan opción de pensar en una posible autonomía, ya que el deseo está dado en el regreso a los hogares”.

El ingreso masivo de mujeres al mercado de trabajo no necesariamente cambia las relaciones de poder. “Estamos estudiando qué pasa en este período de 15 años en el que hubo una entrada masiva de las mujeres al mercado de trabajo. La hipótesis es que si entran más mujeres al mercado laboral esto debería resultar en menos segregación ocupacional. Malas noticias: los niveles de segregación no disminuyen o disminuyen muy poco”. Espino cree que este fenómeno se puede deber a que “las mujeres ingresan a los lugares típicamente femeninos”. Agrega que si bien hay mujeres que acceden a otros espacios porque son más formadas, en definitiva siguen enfrentando el techo de cristal. “Son muy pocas las que están incentivadas y que estudian disciplinas históricamente masculinizadas. Tenemos que ver qué tipo de trabajo remunerado asumimos”.

El futuro del trabajo

“El futuro del trabajo no está cambiando de hoy para adelante, se viene dando por la revolución tecnológica desde hace unos 20 años, cuestión que ha impactado en los mercados laborales”. Según Espino, ha habido también transformaciones familiares y de las subjetividades.

“Si tomamos como antecedentes lo que ha pasado en los últimos años, si no se toman medidas van a seguir existiendo las mismas desigualdades, en particular las que están instaladas entre las mujeres”. Por eso cree que es necesario estimular para que haya cambios. “Los antecedentes no son buenos: América Latina no ha cambiado la matriz productiva en el boom productivo. Es para pensar qué parte de los grandes cambios científico-tecnológicos que se vienen imponiendo y su impacto nos van a tocar, y cómo nos van a tocar las desigualdades de género”. Agrega que “el trabajo reproduce las desigualdades de género que se dan en los hogares y en la comunidad, e incluso las multiplica”.

Los sindicatos y las empresas son claves para cambiar la pisada. “El trabajo en el campo sindical es fundamental para entender esto, y hay que ver cuánto están cambiando los sindicatos para enfrentar estos cambios. Lo mismo desde el sector empresarial, porque acá se juega un conjunto de intereses”.

Parte de lo que hay que comprender es que para cambiar la realidad es preciso considerar el trabajo remunerado y no remunerado. También lo es dejar la fantasía de que todo se soluciona con el ingreso al mercado laboral. “Que entraran todas las mujeres al mercado laboral no sería real. Colapsaría el sistema. Nadie podría cuidar a nadie. Hay que pensar en una interrelación necesaria con cambios en las reglas del mercado laboral y las relaciones de género dentro de los hogares”, explica.

Según Espino, no hay respuestas únicas para abordar la realidad económica desde una óptica feminista. “Tampoco hay soluciones exactas, ni para aquellas mujeres que necesitan el uso de servicios ni para las que son las manos de obra de esos servicios; lo mismo entre lo urbano y lo rural”.

Además de la economía, la seguridad pública que necesitan las mujeres también tiene influencia en su inclusión en el mercado laboral; “Algunas mujeres consiguen empleo y luego no pueden sostenerlo porque tienen miedo de que les roben sus casas o tienen miedo de que sus hijos se queden solos. Hay que analizar las políticas barriales y municipales para contemplar estas realidades y construir soluciones comunitarias”.

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