Patricia Pata González Viñoly es politóloga, feminista y frenteamplista. Tiene 32 años y es de Colonia del Sacramento. Llegó a Montevideo para estudiar Ciencia Política. Recuerda que cuando llegó a la capital no tuvo una “militancia política instantánea”. “Vivía en una pensión, tenía la beca del Fondo de Solidaridad y tenía que salvar los exámenes para que al año siguiente me dieran la beca”, relata. Trabajó como coordinadora de campo de Factum. Cuando decidió dar sus primeros pasos en la militancia partidaria, armó un documento Excel con todas las opciones del Frente Amplio (FA) y tomó una decisión: se afilió al sector Ir.
Se recibió mientras trabajaba en la Dirección Nacional de Políticas Sociales del Ministerio de Desarrollo Social (Mides). El último taller de la carrera fue un antes y un después: “Me descubrí feminista y entendí muchas cosas que me habían pasado”. Cuando Daniel Martínez asumió la Intendencia de Montevideo (IM) la convocó para ser directora de la Asesoría para la Igualdad de Género. Si bien estaba conforme con su rol en el Mides, sintió que “colectivamente” tenía que asumir el desafío. En este año electoral, fue designada coordinadora general de la campaña del precandidato presidencial Daniel Martínez y encabeza la lista de Ir para la Cámara de Diputados.
¿Qué es la política para vos?
Soy de la idea arendtiana de que la política es una construcción colectiva. Hacés política en la medida en que te juntás con otra gente y construís para resolver un problema que en realidad es de todas y todos. La acción colectiva y la capacidad de la gente de juntarse para construir algo distinto es lo más potente de la política. A eso me aferro como forma de construir política.
¿Te parece que existe una nueva forma de hacer política en los jóvenes?
Me parece que la generación te marca ciertas pautas de vinculación en la que te sentís más cómoda. Yo nací en democracia, nuestra generación nació a finales de la dictadura, fuimos niñas, niños o adolescentes en los años 90. No vivimos la represión en el cuerpo; tenemos otra forma de vincularnos con las personas y con el espacio público. En particular, a muchos de nosotros nos tocó atravesar la crisis de 2002, en la que vivimos la miseria fuerte. Voté por primera vez en 2004 y ganamos las elecciones. Generacionalmente tenés otros planteos, otra acumulación: estás parada en otro lugar en el mundo, vivís otra realidad, entonces hay ciertas cosas que te parecen evidentes. Creo que nadie relativamente joven te va a cuestionar políticas feministas o ambientales; hay posiciones que empiezan a ser hegemónicas en una cierta generación, pero de ahí a que la generación tenga una forma nueva de hacer política, no lo creo. Creo que tenemos muchas aliadas y aliadas generacionales para generar una nueva forma de hacer política, pero creo que implica un replanteo mucho más profundo que la cédula.
En este momento en la izquierda coexisten tres generaciones. Si se mantiene la tendencia hegemónica respecto de la renovación, a la generación que integrás le tocaría un mayor protagonismo dentro de 30 años. ¿Qué estrategias manejan para que esto no suceda? ¿El parricidio es una posibilidad?
Lo del parricidio me parece muy patriarcal, esto tiene que ser sin matar a nadie. Eso de que nos toca dentro de 30 años, no lo creo. Hay una discusión intergeneracional que no está dándose y que no está dada: tenemos una gerontocracia, es un dato de la realidad. Mayormente los altos cargos políticos de gobierno los ocupan personas mayores de 60 años, que en nuestro país están catalogadas de adultos mayores. Entonces, hay una sobrerrepresentación generacional y una subrepresentación, no sólo de mujeres sino de personas jóvenes. Quiere decir que quienes construyen y piensan en el futuro del país son personas que representan sólo a una porción de la sociedad. En una democracia representativa eso es gravísimo, entre otras cosas porque hay un montón de gente que no está representada. Tampoco creo que alguien te vaya a dar el poder, y no estamos sentadas esperándolo, lo estamos tomando. El poder se construye colectivamente y se toma, se asumen los lugares. Creo que hay feministas y una nueva generación que están planteando una nueva forma de hacer política, mucho más colectiva, menos caudillista o de grandes líderes que todo lo saben.
Hubo una generación que vivió en su cuerpo otras cosas, porque se critica a la generación del 83, pero pocas veces se le reconoce lo que les atravesó el cuerpo, cómo se construyeron como jóvenes, qué les pasó en su juventud, cómo la vivieron, cómo armaron su familia. Existía una idea de la política de las 24 horas, una idea de que al partido se le deja todo, no importa si sos feliz o no, si tenés hijos, si los crías. Es horrible, entonces hubo una generación quemada con la política; nuestra generación plantea otra cosa. Yo quiero ser la madre de mi hija y quiero hacer política, quiero ser amiga de mis amigos y hacer política, quiero estar cuando la gente me necesite y también hacer política, y capaz que quiero trabajar de otra cosa y hacer política. Hacer política no es ser un político que trabaja y está rentado para eso, es otra cosa. Podés hacer eso coyunturalmente, pero tenés que tener otras dimensiones de tu vida que te paren en el espacio y te hagann opinar desde otro lugar. Lo que estamos diciendo las y los jóvenes es que la época es de quien la vive; y esta época también es nuestra. Yo tengo mi opinión sobre lo que está pasando, tenemos una opinión colectiva y quiero que esa opinión sea parte. De momento creo que es posible, creo que el día que deje de creer en eso me voy a ir a disfrutar de mis otros futuros posibles.
Decías que no alcanza con la cédula para formar parte de una nueva forma de hacer política, ¿alcanza con ser mujer?
Ni en pedo. No es sólo ser mujer, es ser consciente de tu cuerpo en el espacio y del cuerpo de las otras, de tus desigualdades y privilegios siendo mujer. Es cierto que todas las mujeres tenemos que tener estrategias de supervivencia en la política. Ahí le reconozco a las compañeras de todos los partidos la capacidad de sostenerse, de sobrevivir, de creer que vos tenés que estar ahí, de bancártela. Más que creer en las mujeres en sí, desde un punto de vista biológico, creo en el feminismo como una estrategia política, y creo en lo colectivo, porque una sola no puede hacer nada. La sororidad es un descubrimiento de esta era. Hay que bancarle la cabeza a la otra, porque seguramente muchas de las cosas que vive también las vivís vos y hay que tener siempre el reflejo de no cobrarle a la otra lo que no le cobrás a un compañero. No se trata solamente de que haya más mujeres, sino que haya más mujeres y más hombres que adhieran a la estrategia feminista para construir política.
¿Existe la política feminista?
No sé si existe la política feminista, existimos las feministas en la política. Entre otras cosas, esta ola del feminismo pone sobre la mesa que la política tiene que contemplar otras cosas. Mucho de eso tiene que ver con las formas, con que “lo personal es político”. Si yo, como mujer, asigno 18 horas más en promedio por semana a tareas de cuidados y gestión del hogar, mi capacidad de construcción colectiva tiene sus limitaciones. Lo público y lo privado no van por lados separados. Quienes han podido separarlo –los varones– se han encargado sólo del espacio público y no se han hecho cargo de lo doméstico; tenemos que buscar que nuestras hijas e hijos formen parte del espacio y la construcción política. Hay un montón de cosas de la forma que la política no ha contemplado para las mujeres, y el feminismo viene a señalarlo. Hay una forma de construir, que hemos tenido históricamente las mujeres para sobrevivir, que también es valiosa para la política y que es mucho más colectiva. En los asentamiento y en los barrios las que lideran los procesos colectivos son las mujeres; laburan, limpian la casa, cuidan a los pibes y además se juntan con otras para pensar estrategias comunes. Hay que contemplar que una mitad de la población no está en la política por algún motivo; tiene que ver con que posee formas que no nos contemplan, y el feminismo viene a molestar diciendo que hay que hacer las cosas de otra manera.
Se puede distinguir entre un feminismo institucional y otro autónomo. ¿Qué rol tiene cada uno? ¿Por qué elegiste aportar desde el institucional?
No sé si la diferencia está en los feminismos o en los campos de acción de las feministas. Ahora me toca estar en una institución pública y hago esto, pero mañana, cuando mi vida posible sea otra y tenga otra estrategia de vida, capaz que mi lugar no está en el Estado y haga otra cosa. Como dicen varios carteles en las marchas del 8 de marzo, el Estado –el marco democrático en el que tenemos que construir– es patriarcal. Yo quiero que lo cambiemos. Y quiero que nos pongamos las pilas para ver cuántas somos para cambiarlo, porque no alcanza con enunciar que el Estado es patriarcal. No alcanza con decir todas las falencias que tiene el Estado, que son conocidas, también hay que pensar una estrategia para cambiarlo. Entonces a algunas compañeras nos toca hacer eso, algunas tenemos que dedicarnos a esto en algunos momentos de la vida. Las mujeres organizadas y el movimiento social en la calle son fundamentales. Nosotras tenemos recursos y presupuesto porque las marchas son de 400 mil personas saliendo a la calle para reclamar por esto. Las que estamos en el Estado necesitamos que las compañeras sigan peleando por eso. El feminismo crece, se abre y hay tantos feminismos como núcleos de interés; eso hace que tengas una forma particular y colectiva de ver el mundo.
¿En qué situación está el feminismo en los partidos políticos, y en particular en el FA?
No hay que desconocer el proceso histórico. El feminismo no empezó hace tres años, la batalla, tampoco. El primer encuentro feminista frenteamplista fue en 1982, yo nací en 1986. Leés esos documentos y están diciendo lo mismo que decimos nosotras ahora. Entonces, hay una acumulación política que es muy valiosa. También es cierto que sólo un puñado de compañeras sobrevivieron y la lectura del FA de los años 90 es que las feministas se fueron del partido y crearon organizaciones sociales. A la salida de la dictadura, los planteos que tenían las mujeres y el feminismo no eran temas prioritarios en la agenda política de la izquierda ni de los gobiernos. Ahora tenemos algunas dificultades para agiornar lo que está pasando en los últimos años. El movimiento social explosivo del feminismo puso arriba de la mesa un montón de cosas; empezaron a aparecer pibas muy jóvenes a patear el tablero y a decir “no nos acostumbramos a que la realidad sea esta”. Hay una tensión permanente entre el feminismo y la política, entre acostumbrarte para sobrevivir y no vivir sufriendo y no acostumbrarte para no validar esa lógica. Nosotras, que estábamos más acostumbradas, nos sumamos a decir: “Hay cosas que no pueden pasar”. No pueden haber sólo varones en las listas, tiene que haber mujeres, tiene que haber listas paritarias. Todo esto tiene que pasar y tiene que pasar ahora. Cada vez se está planteando más. Hay feministas en todos los sectores y en todos los espacios políticos de la fuerza política, cada vez teniendo más claro que la clave está en trabajar juntas.
Decías que cada vez hay más feministas en todos los espacios políticos, ¿se puede ser feminista y de derecha?
Aplicar el “feministómetro” no me gusta mucho en ningún caso. Es una herramienta peligrosa pensar que “vos sos feminista si cumplís con determinada cosa y si no, no sos feminista”. Porque después cuando la usas empezás a hacer un filtro que a veces te sirve y a veces no te sirve, e incluso a veces te deja a vos misma afuera; me parece una lectura facilista. Yo creo en un feminismo de izquierda, en un feminismo popular. Angela Davis plantea algo súper importante: “Mirá que si tu batalla feminista es sólo pelear por el techo de cristal, te olvidás de un montón de mujeres que están en la hoja por el capitalismo”. El capitalismo sostiene que el trabajo de las mujeres vale menos que el de los hombres, que las cosas que nosotras sabemos hacer no tienen valor en el mercado, que a nosotras no nos pagan por el trabajo que hacemos dentro de nuestras casas. Si tu feminismo no sirve para levantar a otras y para las que están más en la hoja –las mujeres que están presas, las mujeres con discapacidad, las mujeres afro, las mujeres trans, las que no tienen voz en el espacio público–, no adhiero mucho a tu feminismo ni me interesa tanto que esté en la palestra de ningún espacio. Pero de ahí a decir que la otra es o no es feminista es complejo.
Hay por primera vez una precandidata mujer, pero apoyás a un varón. ¿Por qué?
Mi organización tuvo una discusión muy intensa. Muchos creían que había que apoyar a Carolina Cosse, otros a Martínez y otros al Boca [Óscar] Andrade. Mario Bergara no era candidato aún cuando discutimos. Estuvo todo puesto arriba de la mesa. El debate también incluyó la discusión sobre la existencia de una mujer y que no estábamos apoyando a una mujer. Es muy importante que Carolina se haya animado a ser precandidata, es muy importante para las mujeres. Hay algo de lo simbólico, que hay que construir sobre las generaciones, que es que ser presidenta es posible, porque hasta ahora no era posible; si no hay presidentas es porque no se puede. Tenemos que construir en las niñas y en las nuevas generaciones eso como una posibilidad real. Todas las mujeres que se animan a dar ese paso rompen un poco esa barrera y eso es muy valioso. Ahora, la definición de a quién apoyar tiene que ver con una estrategia política, tiene que ver con cómo logramos que el feminismo tenga más lugar y que los temas que para nosotras son importantes, como la agenda de derechos, no seguir aumentando penas, tener una política de seguridad que contemple la convivencia y que vea la realidad de otra manera. Vemos que en este bloque, en el que participamos 18 sectores, tenemos mucho más acuerdo en temas centrales.
Sos una mujer afrodescendiente. ¿Cómo es para una mujer afro estar en un lugar de disputa de poder?
Cuando entré a trabajar, lo primero que me dijo una compañera fue: “No sabía que eras afro, ¿vos lo sabías?”. Y sí, mirame la cara, siempre me dijeron “la negra”. En mi familia son negros. Lo tenía naturalizado, pero no lo tenía politizado; me costó muchos años politizarlo. Entre otras cosas porque te implica asumir espacios de vulnerabilidad que se suman al de ser mujer; es difícil asumirlo en tu cuerpo. La acumulación del capital y de la sociedad se construyó sobre los cuerpos esclavizados de las personas afrodescendientes. En una trata transatlántica se trasladó a 400 millones de personas durante 400 años de un continente a otro. Eso a mí me puso en un lugar de no acumulación. Mi abuela era una mujer negra que se crío en un rancho de adobe, mi padre también, en una vivienda de MEVIR. Eso es lo que tenemos nosotros para heredar para atrás. Todos trabajaron un montón y acumularon muy poco. Tiene que ver con pensar en una justicia redistributiva. Con la cuestión afro también hay una cuestión de medir la racialidad, si sos más o menos negra. Cuando sos más afro, es más notorio, y esas personas son las más pobres de todas. Así como el feminismo, asumir una identidad política afro es hermoso y revelador, pero también es doloroso.
¿Existen las maternidades feministas?
Existe una lucha contra la culpa que viene puesta con las hijas y los hijos. Era feminista antes de ser madre. Elegí ser madre, quería y quiero tener más hijos. Me encanta la maternidad, pero igual la culpa no se te va, la tenés siempre. Si hay algo que aportan las maternidades feministas es poder hablar de estas cosas. Te dicen que todo es mágico, pero no es así. Parte de lo que el feminismo le puede aportar a la maternidad es poner en palabras algunas cosas que antes no podíamos decir porque existe una idea de que “la madre todo lo puede”, y la realidad es que no podés todo; tenés culpa todo el tiempo. Uno de los principales problemas que tenemos las mujeres es el uso del tiempo. Hay varias cosas para cambiar esta realidad, entre ellas no criar sola. Y no significa sólo no criar sola porque existe un padre, que de hecho no está siempre, es no criar sola porque hay un contexto. Todo lo que mi hija tiene que aprender no se lo voy a enseñar yo, ella aprende del entorno que la rodea. No veía mi vida sin trabajar ni dejando de hacer cosas, y todo lo que hago lo hago siendo madre. Aprendí que siendo feliz podía transmitirle felicidad a ella; siendo la mejor versión de mí misma puedo ser la mejor madre que puedo. La maternidad implica concesiones, pero las hacés con gusto. Eso es la maternidad elegida, no la impuesta.
¿Cómo se aplica esta idea de maternidades feministas en el caso de las mujeres pobres, sin posibilidades de elegir y que viven en entornos omisos u hostiles?
Las mujeres pobres crían mucho más en colectivo. En las casas están las hermanas, las abuelas, las vecinas; hay redes. Las estrategias de pobreza colectivizan, pero lejos de idealizar eso. Necesitamos una economía feminista que contemple que las mujeres pobres no tienen forma de zafar del sistema si no hay políticas económicas que contemplen la vida de las mujeres. Ecuación fácil: ¿por qué la pobreza es mayormente infantil y con cara de mujer? Porque vos te quedas con los pibes y los hombres se van. El trabajo de las mujeres vale menos que el trabajo de los hombres. Si no tenés educación, el trabajo más masculinizado es la construcción, que tiene cierto salario, pero el más feminizado es el trabajo doméstico, que tiene un salario muy inferior al de la construcción. Además, el porcentaje de hombres que pasan la pensión efectivamente –que por supuesto no da para la supervivencia de un pibe– es ínfimo. Entonces, vos tenés un tiempo escaso, con recursos escasos para sostener la existencia. Hay poca dimensión de lo que implica la gestión de la vida de una niña o un niño. Se piensa en cómo se impacta sobre la pobreza de los varones, pero cuánto de eso derrama sobre las mujeres. Cuando se piensa en las ni-ni, por ejemplo, ¿quiénes son? Son mujeres jóvenes que cuidan a sus hermanos para que sus madres trabajen y así sus hermanos puedan comer. Parte de repensar el sistema y la economía y pelear contra la infantilización de la pobreza es que la política incorpore la perspectiva de género.
Hablamos mucho del feminismo como una cuestión asociada a las mujeres. ¿Cuánto impacta en la vida los varones?
Mucho. Para pensar una política económica con perspectiva de género tenemos que pensar qué posibilidades tiene un hombre pobre de tener un proyecto de vida que lo haga feliz. Se trata de construir masculinidades no violentas, pero a su vez queremos que los hombres sean felices y que construyan proyectos de vida felices sin oprimir a las mujeres. Y no aprendieron a hacer eso. La violencia va y vuelve. Ejerces violencia y recibís violencia. Las cárceles son el mejor ejemplo para mostrar este impacto. Hay diez mil personas privadas de libertad, de las que sólo 500 son mujeres. El monopolio de la violencia es masculina. Eso determina que las cárceles estén llenas de varones jóvenes pobres. ¿Cómo salís de ese lugar?, ¿cómo construís otra cosa si no hay propuesta pedagógica? Por eso el feminismo es liberador de la estructura violenta que tienen los varones, porque el capitalismo y el patriarcado te paran en un lugar y la educación te permite verte a vos en un espacio determinado y pensar en qué posibilidades tenés y en que te podés mover. Eso no es posible hoy. Para el feminismo es importante hablar de las mujeres, pero es clave pensar en la estrategia de los varones. Yo quiero que los compañeros se junten, que se digan feministas y que hagan alianzas. Ellos tienen que organizarse, tienen que preguntarse cosas y tienen que ver cómo ayudan a otros; tienen que generar una estrategia para emanciparse del patriarcado. Entre todos luchamos contra un sistema. ¿Cómo lográs que los varones se cambien de lugar? Con amor. Es hacerles entender que les estamos pidiendo que se cambien de lugar porque este otro lugar es mejor. Tenemos muchos déficit en habilitarnos a dar la discusión sobre las masculinidades, sobre cómo vivimos la tensión de los varones y sobre poner recursos del Estado para generar transformaciones que puedan liberar a los hombres de esa carga que produce el monopolio de la violencia.
¿Qué políticas de género te parecen prioritarias en caso de acceder a un cuarto gobierno del FA?
Hay un pool de cosas que son obvias a esta altura. Hay que jerarquizar el mecanismo de género; tenés más incidencia política si el mecanismo de género está en el gabinete y tiene voz y opina sobre las cosas que están pasando en el momento. No es ser una oficina de una oficina sino, estar en el nivel más alto de gobierno. Hay que pensar en la transversalidad de los ministerios: todos los ministerios tienen que tener un mecanismo que incorpore la perspectiva de género y que ponga sobre la mesa cómo se van a aplicar políticas para varones y para mujeres. Tiene que haber paridad, paridad que permita que exista un gabinete con mujeres feministas, porque las mujeres que acceden pero creen que no son feministas se construyen en el proceso. El presupuesto para la ley integral de violencia de género es fundamental, no puede haber una ley que no tenga presupuesto. Entiendo que los recursos son escasos, pero hay lugares de donde sacar, como el Ejército, por ejemplo. Hay que mejorar el sistema de respuesta en todo el país, porque cuando las mujeres logran llegar se les puede salvar la vida. El problema es que gran parte de las mujeres no llegan a los servicios del Estado.
Sos la coordinadora general de la campaña de Daniel Martínez. ¿De qué se trata este rol?
De hacer que las cosas pasen. Es un equipo grande, con mucha gente interesante. Lalo Fernández es el coordinador político de la campaña, Claudio Invernizzi es el creativo y Daniel es el responsable político. Tengo la pequeña tarea de hacer que todo eso confluya y que las cosas pasen y se hagan, además de tener una visión global de todo. En definitiva, se trata de que todo se sintetice en una rueda que gire junta, en un mismo sentido, y de darle orientación.
¿Te enfrentás a tensiones por ser mujer y ocupar ese rol?
Todos hacen un esfuerzo importante por sostener la tensión. No puede no haber tensión cuando hay una mujer joven que hace ciertos planteos. Es parte de un proceso de deconstrucción de una generación, que si no aplicas la pedagogía del feminismo y no tenés mucha paciencia, puede ser difícil. Hay una tensión, pero la vemos y lo ponemos en palabras. Parte de mi estrategia de cuidados es poner en palabras. Mi opinión es valorada, me siento reconocida, querida y respetada. Existe una tensión con las mujeres jóvenes ocupando espacios políticos que es evidente. Hay un desafío, que estoy aprendiendo mientras lo tránsito, que es vivirlo como un proceso revolucionario de transformación en el que los varones se replantean su espacio y yo me planteo lograr que lo que estoy queriendo decir se entienda.
¿Cómo ves al Ir en el panorama político actual?
Algo que me parece revolucionario es que se están afiliando muchas pibas y pibes muy jóvenes. Hay una camada cada vez más grande, un frente feminista que no para de crecer, una barra joven que se apropió del espacio; una barra que se suma a esta idea que tenemos de construir en colectivo, que implica que tenés un espacio político para construir y ser parte. La experiencia de haber tenido una banca en diputados colectiva tuvo mucho que ver. Cada uno tomó un tema y lo trabajó. Nos reímos y decimos que tuvimos cinco diputados y una banca. Trabajamos temas distintos y tratamos de articular. Acá aprendí a articular. Se puede patear, se puede romper, pero hay que tratar de buscar la síntesis posible. Hay que ser responsable y ver cómo logras que las cosas sean posibles así; decidimos aportar dentro del FA. En el mundo, las izquierdas se empezaron a romper por los jóvenes, como fue el proceso de Podemos. Te empezás a romper porque decís “yo no quiero construir más así”. Nosotros decidimos construir dentro del FA y resolvimos que esta es la herramienta política.