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Tamara Tenenbaum.

Foto: Mariana Greif

Tamara Tenenbaum: “La monogamia es una ficción; cada uno la sostiene como puede”

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Presenta su libro “El fin del amor. Querer y coger”, en el que debate sobre amor, pareja, monogamia, infidelidad y nuevos pactos en los vínculos.

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Tamara Tenenbaum llegó a los 30 este año. Nació en Buenos Aires, en el seno de una familia ortodoxa judía. Es licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, donde trabaja como docente, y colabora como periodista con diversos medios, como La Nación, Infobae, Anfibia, Orsai, y Vice, entre otros.

En 2017 sacó su primer libro de poemas, al que tituló Reconocimiento de terreno. “Hay cosas que para hacerlas poemas sólo hay que contarlas. Mi papá se murió el día que fue a la AMIA [Asociación Mutual Israelita Argentina] a hacer el trámite para enterrar a su papá, mi abuelo, en el cementerio de La Tablada. Listo”. Así, Tamara comparte que su padre murió en el atentado de la AMIA, cuando ella tenía cinco años.

El fin del amor. Querer y coger es su primer libro escrito en prosa, y en él pone sobre la mesa qué pasa cuando la monogamia y el matrimonio ya no son un objetivo en la vida y plantea nuevas formas de amor. El año que viene publicará otro libro, ganador del concurso Ficciones, que organizó el Ministerio de Cultura de la Nación Argentina y que en esa edición, por los 30 años de la muerte de Jorge Luis Borges, el 14 de junio de 1986, buscaba premiar a un cuentista nacido después de esa fecha.

Invitada por Mirada Couture, visitó Montevideo para presentar El fin del amor. Querer y coger en Club de Libros y debatir sobre el amor en sus múltiples formas. En ese marco, dialogó con la diaria.

¿Cómo describirías El fin del amor. Querer y coger?

Es una serie de ensayos que, si bien tienen una continuidad, pueden leerse de manera independiente. Tratan sobre distintos temas que tienen que ver con la sexualidad y los vínculos, quizás desde la perspectiva de mi generación, pero también con una perspectiva histórica; cómo llegamos al lugar en el que estamos ahora. Me interesa poner eso en contexto todo el tiempo. Es muy nociva esa idea de que el feminismo nació ayer o que estamos inventando algo nuevo. Nuestras abuelas fueron las primeras en salir al mercado laboral y en usar anticonceptivos; nuestras madres, en divorciarse. Nosotras todavía no tenemos nada parecido a eso, así que tampoco es para creérsela. Nuestras abuelas abortaron mucho más que nosotras, básicamente porque no había tantos métodos anticonceptivos, si no hubieran tenido todas ocho hijos. No se trata de menospreciar a nuestra generación, sino de no desmerecer el camino que nos trajo hasta acá. Con esa perspectiva trato de pensar en el presente, todo esto atravesado por mi historia personal. Mi historia es una forma de aligerar el libro, mi vida ahí es un artilugio literario.

Tu mayor pesadilla era crecer para casarte y tener muchos hijos.

Nací en una familia judía ortodoxa. Como fui a un colegio secundario común, mi vida fue por otro lado, hice las cosas como cualquier otra chica. La comunidad judía ortodoxa es muy grande, pero no se sabe mucho cómo vive. Algo se intuye porque se ven: tienen muchos hijos y se visten de determinada manera. Mi vida fue mucho menos rara de lo que esperaba que iba a ser, pero mis compañeras de primaria sí pasaron por eso. Tenía la fantasía de que un día me dijeran: “Mirá que esto se acabó”. Es interesante esa forma de vida que tienen, porque se parece a la forma de vida de otra época. Sirve para darnos cuenta de que el modo en el que vivimos no es el único modo de vida, que lo que nos trajo hasta acá son decisiones políticas conscientes y procesos políticos que fueron más allá de nuestras decisiones. Hay que reivindicarlo, porque veo mucha nostalgia en nuestra generación; pensamos, por ejemplo: “Mi mamá no tenía que preocuparse de que le clavaran el visto”. No se tenía que preocupar por eso, pero se tenía que preocupar por otras cosas. No tenía un marido que la ayudara en lo más mínimo, ni tuvo la libertad sexual que tuvimos nosotras. No quiero disminuir los problemas de nuestras generación, pero está bueno entenderlos y pensarlos. Tienen su peso, pero tenemos que entender que los tenemos porque son los problemas que hay que tener. Tenemos los problemas de la gente que es libre, eso es algo que tenemos que agradecer.

Hablás de coger y querer. ¿Se puede coger sin querer y querer sin coger?

Se puede, lo hacemos todo el tiempo. Siempre se pudo, pero lo que estamos haciendo ahora es combinar las cosas de formas más interesantes. Antes estaba mucho más separado. Antes se sostenía de forma mucho más clara el esquema de “la madre y la puta” como los posibles roles que tiene una mujer en la vida. Ahora está esta cuestión de tratarse bien, que algunos llaman “responsabilidad afectiva”. No uso ese concepto pero entiendo a qué va. Todos esos debates vienen de la comunidad poliamorosa porque se rebelaron contra la idea clásica de la heterosexualidad que plantea que tratás bien a tu pareja y para la amante no hay nada. En nuestra generación uno tiene parejas, tiene amantes, y a todos se los puede tratar bien, no es que se trata bien a la madre y mal a la puta. Esa es una de las cosas más interesantes que están pasando ahora. Tener sexo sin amor existió siempre, lo que no está tan pensado es que uno pueda tener un vínculo que puede ser sexual y afectivo sin que eso implique una determinada forma, como lo es una pareja en el sentido estricto.

¿El amor en tiempos feministas es el fin del amor romántico?

El amor romántico no es un tipo de amor, es la idea de que las mujeres tienen que privilegiar la elección y la búsqueda de un compañero varón frente a cualquier otro vínculo o interés. Eso sí está en crisis. Y por supuesto que eso va a generar una crisis en el amor. Hace 100 años había otros incentivos para estar en pareja. El varón sin pareja no tenía quién hiciera sus cosas, quién lo cuidara, le costaba tener vínculos afectivos por fuera del matrimonio porque no existían. La mujer también tenía incentivos, pero eran otros, como ser mantenida por un hombre. Hoy la realidad es que las mujeres tienen un incentivo muy fuerte para estar en pareja porque la presión sigue siendo muy grande, pero los varones tienen un incentivo mucho menor. Pueden encontrar vínculos y cuidados sin tener pareja. No están tan condicionados socialmente a tener pareja. Su autoestima y su subjetividad se construyen de otra manera. A nosotras se nos enseña mucho y muy fuerte, de hecho es algo que internalizamos, la idea no sólo de la pareja, sino de los hijos. Nosotras hacemos un trabajo que tiene que ver con la búsqueda de la pareja, porque es a nosotras que supuestamente nos importa. Si dejamos de hacer eso, ¿quién lo va a hacer?, ¿cómo se produce el encuentro entonces? Estamos en un momento en el que esas relaciones de fuerza van a cambiar, los modos de encuentro van a ser distintos. Probablemente haya menos parejas que en otras épocas, así como hay menos hijos. La pregunta es cómo vamos a sostener vínculos afectivos. Todavía está por verse, porque aún estamos en una época en la que no les resulta igual de fácil a todas las personas construir vínculos por fuera de esa estructura. Además, conseguir una pareja y tener hijos no es algo que dependa de uno. Habitualmente se habla solamente de la idea de “la mujer que no quiere tener hijos”, pero muchas mujeres quieren tener pareja e hijos y simplemente no consiguen, no encuentran. Es lo más común. Vamos a tener que reconfigurar las vidas afectivas, dado que ya no va a ser obvio que vas a conseguir con quién casarte, porque no está todo el mundo buscando lo mismo. Tenemos que construir vidas afectivas y eróticas por fuera de eso.

¿Por qué se dice que las mujeres sufrimos más en el amor?

No es un prejuicio que sufrimos más, sufrimos más porque tenemos más para perder. Se nos educa para que haya mucho para perder. Vivimos en una sociedad en la que ser soltera y no tener pareja e hijos es muy costoso. Por un lado, porque te miran mal. Por el otro, porque los vínculos no están armados todavía por fuera de eso. Entonces, una mujer que es la única entre sus amigas que no está en pareja quizás sea abandonada por ellas, es algo que pasa. También cuando es la única que no tiene hijos. Evidentemente, no es tan fácil en todas las comunidades ser soltero. Soy una privilegiada, vivo en una comunidad en la que no es la pareja lo único que se espera que hagas. También tengo mucha suerte porque tengo una profesión. Si una no tiene una profesión que realmente disfrute –que es algo que sólo tenemos una ínfima minoría de privilegiadas– o una participación política, se hace difícil. Hay que tener una pasión para poder construir un mundo por fuera de una pareja. Si no, ¿qué vas a hacer? Si tenés un trabajo que no te gusta es razonable que quieras una pareja. La única vida que se te permite es esa. Hay muchas condiciones que generan que para las mujeres el amor sea una cosa muy sufrida, porque tenemos demasiado para perder. Hay que generar otros vínculos comunitarios para que no sea una tragedia no tener una pareja, que no te quedes sola y triste, que esa no sea la única forma de vivir fuera de la pareja, si no vamos a seguir viviendo siempre en el mismo mundo. Los varones no viven en ese mundo. Aunque me lo cuestiono, quizás ahora también viven así. Tengo la sensación de que no, porque socialmente tienen habilitados otros tipos de vínculos. Quizás no sufren en este sentido, pero sufren en otro. Se ve mucho la apatía, el “no sé lo que quiero”, esa cosa del varón demandado por mujeres que le dicen “madurá, casate conmigo”. Eso también es un sufrimiento. Esa idea de que un tipo le tiene miedo al compromiso o no quiere madurar es una estupidez. Hay distintos tipos de sufrimiento, pero a nosotras nos ponen los costos más arriba.

¿Qué pensás de la monogamia y el poliamor?

No hay que fetichizar los formatos en la vida. El poliamor no es la panacea de nada. La monogamia es una ficción que sostenemos, cada uno la sostiene como puede. La monogamia siempre incluyó la infidelidad. Hay un autor que plantea que la mayoría de las personas hoy vivimos en algo que se llama almost monogamy. Es lo que hacemos la mayoría de las personas: tenés una pareja y cada tanto tenés otra cosa. Y está bien. Uno puede blanquearlo más o menos. Y vivirlo como pueda. Se puede ser cuidadoso y no tener que blanquearlo, sabiendo que se convive con el riesgo. No soy una fetichista ni de la honestidad ni de los formatos. Me parece que cada uno hace lo que puede. No creo que sea más válida la vida del que le cuenta todo a la pareja que la vida del que más o menos va haciéndola y trata de ser cuidadoso. Todos hacemos lo que podemos. Los formatos me parecen lo menos importante; lo más importante es el respeto, que se puede entender de muchas maneras. El respeto no es necesariamente decirle todo el tiempo todo a alguien.

Decís que “nuestras ideas de fidelidad son muy parecidas a las de nuestros padres, más allá del ruido que nos hagan o de que cada vez más personas se animen a pensar pactos vinculares diferentes”. ¿Qué son los pactos vinculares diferentes?

Todas estas cosas. Tiene que ver, por ejemplo, con abrir una pareja de forma explícita. Pienso que somos más honestos. Incluso en parejas que no son honestamente abiertas. La infidelidad se transita de otras maneras. Está el “si no me entero no me importa” y el día que te enterás se discute, pero no es el fin del mundo de nadie. Esos son pactos vinculares diferentes, pactos en los que la fidelidad entendida como “no tener nunca un vínculo sexual con otra persona” no es la piedra de toque de nada. Tengo una teoría, que no tiene ningún sustento y por eso es una teoría ridícula: la fidelidad es una especie de juguetito que te dan para creer que eso es afecto. Históricamente nos marearon con eso, ahora estamos menos mareados. En mi caso, ahora estoy acá y mi novio en Buenos Aires. No me importa lo que haga. Pero sí me importa que si mi mamá se enferma y tiene que ir a un hospital, por ejemplo, me acompañe. En mi caso, todo el año pasado me dediqué a escribir el libro, y él se ocupó de que nuestra casa siguiera funcionando. Lo que hay en estos pactos vinculares diferentes es un reordenamiento de lo que es importante y lo que no.

¿Qué significa la soltería en el siglo XXI?

Lo que tiene de diferente la soltería en el siglo XXI es que sostenemos un montón de vínculos. En otra época, quizás una chica soltera tenía sus pretendientes pero no tenía vínculos. Hoy, en cambio, una chica soltera lo más probable es que tenga un ex que se coge cada tanto, un amigo con el que da vueltas y un chico que sí parece un candidato más serio pero a veces está y a veces no está. A esa chica si le preguntás si está con alguien, lo más probable es que te diga que no, pero está con un montón de gente. Esa es la paradoja de la soltería actual.

Decís que “la asociación entre sexualidad y poder o, más bien, entre poder masculino y acceso a múltiples parejas sexuales, no es nueva. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX esa posibilidad era exclusiva de los poderosos”. ¿Las mujeres tenemos esa posibilidad hoy?

La recontratenemos, cada vez más, pero se espera que las mujeres en algún momento sienten cabeza. Si tenés 20 y cogés con muchos chicos no es un problema, pero se espera que eso tenga una fecha de vencimiento. Si una mujer a cierta edad está con un montón de tipos pero no logra retener a ninguno es una fracasada; en cambio, si un chabón no tiene pareja nadie piensa que es un fracasado, tampoco se cuestiona si coge con un montón de mujeres.

¿La soltería es siempre una situación elegida?

Para nada, y la pareja tampoco. Uno elige cuándo entra, pero no cuándo sale. Hay veces que llega un momento en que la pareja es una especie de herencia de tu “yo” del pasado, una consecuencia de tus decisiones del pasado. Es más claro en la soltería, porque en la pareja es muy raro que alguien diga “yo no quiero estar acá” y que eso no implique una separación. En cambio, en la soltería pasa. No querés estar soltera pero no hay nada que puedas hacer al respecto. Tampoco es tan cierto que no podés hacer nada al respecto, eso sería falsa conciencia; en el fondo seguro hay algún chabón dispuesto a salir con vos, lo que pasa es que no es el que vos querés. Entonces, como casi todo en la vida, es una consecuencia de las decisiones que tomaste más las circunstancias. Elegiste algunas cosas que te gustaron, después te pasaron otras cosas y terminaste acá. Todo en la vida es así. Ahora tenemos una inflación muy alta de la idea de tener lo que uno quiere y hacer lo que uno quiere. Parece que no nos damos cuenta de que 90% de las cosas que pasan en la vida no tienen que ver con lo que uno quiere. No elegiste tu familia, no elegiste el cuerpo que tenés, no elegiste la cabeza que tenés, no elegiste casi nada. La soltería tampoco.

Lo que hoy llamamos soltería no existía hace un par de generaciones.

Porque no existía el libre ejercicio de la sexualidad femenina por fuera del matrimonio. Además, hay una cuestión de reorganización urbana de la vida. Cuando las personas se empiezan a mudar a las ciudades se trata en general de gente joven que se muda sin sus padres, y ahí empieza la idea de “gente que vive sola”, que es algo que no existía; nuestras abuelas no vivieron solas, nuestras madres, muy pocas. Eso fue clave para que una “mujer joven sola en una casa” apareciera como posibilidad de vida. Históricamente es rarísimo y aún hoy en términos globales es algo raro, no hay muchas mujeres que vivan solas en sus casas en el mundo.

¿Estamos en una sociedad en la que la pareja sigue siendo el horizonte de la felicidad femenina?

Por ahora sí. Hay un modelo de éxito, es lo que la gente quiere hacer. Son pocas las mujeres que creen y dicen que quieren estar solteras y tienen ganas de hacerlo. Incluso son pocas las que dicen “no quiero tener hijos”. La mayoría no sabe. Lo mismo con la pareja. A nuestra edad, la idea de la pareja está muy ligada a la posibilidad de tener hijos, después la gente se separa y ya le chupa un huevo. Existe mucho esa cosa de tener un hijo para sacarse el asunto de encima y después ver si querés tener pareja o no.

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