Campos cultivados, sembrados, cosechados y vueltos a cosechar. Un único color en el horizonte, el verde fluorescente, un tono resplandeciente y enceguecedor que se vuelve paisaje. Una nueva normalidad de nuestros tiempos, el ecocidio generalizado: tala de árboles, deforestación y la desertificación de los suelos, la extinción biológica de especies, la acidificación de los mares, el calentamiento global y el cambio en el régimen termodinámico, inundaciones, incendios y sequías.
Son consecuencias directas de la explotación económica irresponsable. El cultivo intensivo de soja para ganado chino, la plantación de palmas para la producción de aceite en Europa, un bosque vuelto páramo, la gestión forestal y maderera en la fabricación industrial de celulosa y papel, una selva arrasada que arde, la recurrencia en el uso de agroquímicos como herbicidas y la modificación genética de semillas y alimentos. La cría industrial de ganado vía hacinamiento (feedlot) e inyecciones de fármacos (antibióticos).
Vivimos en tiempos de discursos fatalistas y narrativas disfóricas: crisis del macroambiente terrestre, devastación ecológica, emergencia climática y civilizatoria, el fin del mundo o el colapso de la historia. Lo que se asoma es una temporalidad propia del capital, la captura y la reconversión de entornos medioambientales se produce en períodos breves tan rápidos como inmediatos. Procesos contemporáneos en los que la economía, la cultura política y la ecología entran en un colapso recíprocamente retroalimentado.
Una empresa y una corporación, un laboratorio, una farmacéutica y una multinacional de capitales globalizados: Monsanto Biotechnology filial de Bayer AG. La siembra de soja transgénica y el uso de glifosato como herbicida son sus productos bandera, las novísimas quimeras de la biotecnología industrial. En México, dentro de la península de Yucatán, en Quintana Roo y en Campeche presionan a campesinos indígenas y apicultores para lograr la implementación de organismos genéticamente modificados en la siembra de la milpa (del náhuatl milli, indica aquel agroecosistema mesoamericano cuyos principales componentes son maíz, frijol y calabaza).
Las comunidades demandan ante la Comisión de Bioseguridad y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. No hay augurio que agote los pronósticos disfóricos. Durante 2012, más al sur de México, en el poblado rural de Malvinas Argentinas en Córdoba, la filial del laboratorio germano planeó sin éxito la erradicación de la mayor planta de semillas de maíz transgénico de América Latina. Acampe, asambleas, festivales, estudios de impacto ambiental, audiencia pública y consulta de por medio, lograron finalmente impedir la instalación de la multinacional Monsanto Biotechnology en agosto de 2016.
El diagnóstico es inequívoco: estamos ante un planeta devastado por el capitalismo patriarcal en su modalidad extractiva. Una carta de navegación: las luchas territoriales, las disputas medioambientales y los (eco)feminismos.
A lo largo y a lo ancho de América Latina, las protagonistas de la resistencia son mujeres. Berta Cáceres en Honduras, las madres de Ituzaingó en Argentina, la comunera cajamarquina Máxima Acuña Atalaya en Perú, Amairé Kaiabi-Suiala del parque indígena Xingu en la floresta Amazónica de Brasil, las comandantes Ramona y Marichuy del EZLN, y en México también, la organización de mujeres indígenas Masehual Siuamej Mosenyolchicauani en la Sierra Norte de Puebla.
Conflictos territoriales
Sierra Norte de Puebla es una cadena montañosa de 100 kilómetros de longitud. Es parte de la cordillera Sierra Madre Oriental, que se formó producto del proceso geofísico orogénico, escala temporal geológica del período Mesozoico (finalizado hace 66 millones de años). A diferencia de la ciudad capital del estado, la autoproclamada Puebla de los Ángeles, la Sierra Norte se incluye dentro de la región de los bosques madrenses de pino-encino. Posee una alta humedad que favorece la formación de caudalosas corrientes de agua, entre ellas se encuentran los ríos Necaxa, Tuxpan, Tecolutla, Cazones y Nautla, que desaguan en el Golfo de México.
Y es justamente allí donde ubicamos los conflictos vivos que se perciben en la epidermis. Lo que está en juego en la zona de la Sierra Norte son más de 90 concesiones mineras, ocho hidroeléctricas, un proyecto de gasoducto y la privatización parcial del agua en más de 30 municipios pertenecientes a comunidades de origen Náhuatl y Totonaku (pueblos mesoamericanos), mestizas y campesinas. A partir de la reforma energética, impulsada durante el gobierno del ex presidente Enrique Peña Nieto (Partido Revolucionario Institucional) y que se mantiene incólume en la actual gestión del presidente Manuel López Obrador (Partido Morena), las corporaciones mineras de capitales canadienses, chinos (empresa JDC Minerales) y mexicanos (empresa Frisco, del magnate Carlos Slim) son habilitadas para la extracción de hidrocarburos no convencionales a través de la utilización de la técnica de fracturación hidráulica o hidrofracturación (fracking, por su término en inglés).
Esta metodología de explotación de recursos fósiles, mayormente gas y petróleo en la profundidad del subsuelo montañoso, ha sido tempranamente resistida por la organización de mujeres indígenas Masehual Siuamej Mosenyolchicauani, el Consejo Tiyat Tlali y el Consejo Regional de Pueblos Originarios en Defensa del Territorio de Puebla e Hidalgo.
La palabra fracking, en verdad, no podría ser más apropiada, advierte el antropólogo brasileño Viveiros de Castro, pues es “como si el fin del mundo fuese un acontecimiento fractal, que se reproduce indefinidamente en diferentes escalas”. Precisamente, la técnica del fracking incluye la contaminación de acuíferos (25.440 millones de kilos de sustancias químicas tóxicas), un elevado consumo de agua (1,8 billones de litros de agua) y la correspondiente construcción de represas hidroeléctricas, la contaminación de la atmósfera, el incremento en la actividad sísmica, la contaminación sonora, la migración de los gases y los productos químicos utilizados hacia la superficie, la contaminación en la superficie debida a vertidos y los posibles efectos en la salud derivados de ello.
Y es en este páramo de bosques arrasados y atmósferas contaminadas donde cobran especial atención los feminismos comunitarios e indígenas, como la organización Masehual Siuamej Mosenyolchicauani de mujeres indígenas en Sierra Norte de Puebla.
Puntos de combustión
La respuesta feminista es la desobediencia frente a los mandatos. Frente a la gobernabilidad neoliberal aparece la desobediencia corporal y la resistencia social frente a la imposición neoextractivista de empresas foráneas. Es la expresión actual de la defensa del terruño, los poblados y municipios, la siembra y el territorio.
Un mito fundacional fue el levantamiento de las mujeres en la comunidad Cherán K'eri (de origen indígena p'urhépecha) en Michoacán el 15 de abril de 2011. Coincidió con la explotación ilegal de sus recursos forestales por parte de las localidades vecinas y las bandas de talamontes vinculadas a grupos del crimen organizado. La reacción de las mujeres fue el inicio de un proceso de rebelión y autogestión que logró condensarse en la toma de posesión del Concejo Mayor de Gobierno Comunal, conocido coloquialmente como los 12 keris y que continúa en vigencia a la actualidad.
Y algo similar ocurre en la Sierra Norte de Puebla. El cuidado de la biodiversidad y la defensa de la vida comunitaria animaron los desacatos, la organización colectiva y la desobediencia. Como sucedió en el municipio de Tetela de Ocampo, en resistencia a la concesión de la empresa minera Frisco, que pretendía extraer oro y plata. También fue el caso en el municipio Ignacio Zaragoza Olintla, donde las fuerzas colectivas insubordinadas consiguieron el rechazo definitivo a la instalación de la represa hidroeléctrica propiedad del Grupo México SA de CV.
Cuando sucede lo impensable e inimaginable, las energías colectivas se alzan en oposición a los “megaproyectos de muerte”, término surgido de la reflexión colectiva de la comunidad Totonaka en Zapotitlan de Mendez en 2012, que apunta a una racionalidad de gobierno que funciona, como mecanismo interno, a través de la gestión y administración dosificada de muerte y violencia, pero en este caso, a través de la expoliación de la tierra, las fuentes de vida hidrófugas (ríos, manantiales, arroyos, lagos) y la devastación medioambiental. Los megaproyectos conducen hacia la destrucción efectiva de las comunidades en la Sierra Norte de Puebla y más aun, es una vía de circulación acelerada hacia la devastación total del entorno bioesférico.
Mariana Jiménez, activista feminista, colaboradora de Asamblea Social del Agua y del Consejo Xingu Yamuí, explica que la desobediencia frente a los mandatos patriarcales al interior de los movimientos de mujeres indígenas sostienen y perpetúan los estereotipos de género. “No hay que romantizar los procesos de resistencia indígenas y los roles de género respecto de las labores de cuidados no remunerados ni reconocidos, se trata del espacio de las mujeres encargadas de la reproducción social de la vida al interior de las asambleas y organizaciones”.
Ecofeminismos y sostenibilidad
La tierra, los bienes comunes y la vida son los derechos fundamentales que los movimientos ambientales y los ecofeminismos traen a la superficie sensible. La relevancia y su pertinencia está dada por aquello que señalan, la reproducción de la vida, ¿Cómo nutrir, hidratar y alimentar las vidas corporales? Preguntas simples, en apariencia llanas, del orden de las necesidades más básicas y pedestres –alimento, agua, nutrición– que responden a un registro biológico-corporal y hasta fisiológico. Pero estas luchas y disputas apuntan más alto aun, y los feminismos cuestionan la forma de organizar la vida: ¿cómo sostener la vida y, a la vez, cómo vincularnos con la tierra, el territorio, los espacios y los ecosistemas? ¿Cómo vincularnos con la tierra y cómo sostener vidas dignas?
A la desobediencia corporal se le suma otro tipo de desacato, una desobediencia epistemológica, metafísica y cosmogónica. Esto implica la discusión sobre los modelos de desarrollo, la defensa de un tipo de configuración de mundo (worlding) y sobre la gestión de la naturaleza, sobre los derechos sexuales y reproductivos, sobre la economía y la salud y las condiciones de posibilidad de sostener y mantener la vida en otros futuros posibles.
Los feminismos ecológicos, comunitarios e indígenas se abren paso generando lazos de parentesco con las cosmovisiones de la Pachamama, Ñuke Mapu, Gaia, Madre Tierra, Gea, el perspectivismo amerindio y sumak kawsay (buen vivir).
“Lo que le pasa a la Tierra nos pasa a todas”, fue la consigna que enarbola la segunda edición de Refleja, Encuentro Feminista en San Pedro Cholula (Puebla). De allí la contraposición de estas cosmogonías y visiones de mundo ancestrales (las múltiples naturalezas y las naturoculturas indígenas) con esta metafísica caníbal, extractiva, blanca y capitalista. Efectivamente, el mecanismo extractivo y su pragmática rapaz pretende montarse sobre los tejidos comunitarios, las redes y lazos de interdependencia entre cuerpos, todo ese vasto conjunto de mapas rizomáticos que han crecido, como raíces que se bifurcan por el subsuelo de la sierra.
En el municipio Cuautepec, Sierra Norte de Puebla, el cerro es parte integrante del entramado comunitario y su cúmulo de parentescos heterogéneos y ensamblados. En la cosmología Náhuatl, la montaña es un agente no humano al cual se le realizan ofrendas y procesiones. Del cerro viene la vida porque el mundo no está vacío (a la espera de un demiurgo creador, una entidad teológica que lo llene de contenido), sino que se halla “habitado por espíritus (tonalli)”. El agua, el río, los árboles y los bosques poseen un tonalli, un espíritu. En esta forma en que los pueblos Náhuatl miran y conciben la naturaleza no se encuentran “recursos naturales”, sino formas de mirar el mundo. Ovillo de vínculos comunitarios estructurados con la tierra, con el espacio y el territorio.
Narrativas feministas
¿Qué narraciones, qué mitos y que poéticas son adecuadas para el presente feminista? Como en la cosmogonía Náhuatl lo que está en juego es la imposición jerarquizante de una visión de mundo sobre los saberes ancestrales, los sistemas de comunicación y semiótico-materiales (como la lengua), los espacios simbólicos y rituales, como también una política de la memoria y de lo geológico.
Lo que se descubre, entonces, es una temporalidad y cronología más amplia y vasta que apunta a los ciclos de vida, un tiempo que comprende lo terrestre, lo cósmico y lo planetario. Porque como en la cosmología Náhuatl y en muchísimos otros pueblos no modernos, las personas viven en otras personas, con otras personas, por otras personas y también viven en otro tiempo, con otras cronologías y por otras temporalidades.
El mundo occidental se construyó desde otro lugar. Para los conquistadores europeos, el continente americano representó un mundo sin personas, ya sea porque causaron objetivamente la despoblación a través del genocidio o porque las mujeres y hombres que allí “descubrieron” nunca lograron la categoría de humanos, las y los sobrevivientes indígenas y pueblos no modernos se vieron como personas sin mundo y pasaron a vivir, indefectiblemente, en otro mundo. Un mundo que se organizó muy diferente a la cultura que antes había.
Lo que hizo la conquista europea, sobre todas las cosas, fue no respetar la diversidad y hegemonizar con una forma única. Siglos después, los feminismos aparecen para desafiar ese orden normalizador impuesto. Propone la multiplicidad de geografías, también de las formas de organizar el amor y las familias.
En ese sentido, también se cuestiona la forma de organizar la economía y de disminuir los daños de la explotación de las tierras. A pesar de que se las intenta desprestigiar, existe un inmenso repertorio de tecnologías de punta en las organizaciones territoriales y de mujeres indígenas. Las movilizaciones populares feministas han intentado poner en juego estas herramientas, pero no lo lograron. La persecución ha sido la forma sistemática de dar respuesta. En adelante, hay un desafío colectivo de los feminismos latinoamericanos que se asocia a incorporar estos movimientos y poner en agenda una visión feminista para dar el debate sobre el devenir del ambiente y la economía.