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Collette Spinetti (archivo, abril de 2019).

Foto: Javier Calvelo, adhocFOTOS

Primer conversatorio académico sobre despatologización trans: reflexiones y aportes para combatir la transfobia

9 minutos de lectura
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Referentes LGBTI intercambiaron sobre la necesidad de erradicar los discursos que abordan las identidades trans como una enfermedad.

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Leído por Abril Mederos
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El 17 de mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de los manuales de enfermedades mentales, una decisión que marcó un hito en el camino hacia la despatologización de gays y lesbianas. Casi tres décadas después excluyó de esa lista la transexualidad, que recién en 2018 dejó de aparecer en el capítulo de “trastornos psicológicos” para estar incluida en el de “condiciones relativas a la salud sexual”, específicamente en la subcategoría de “disfunciones sexuales”. Con el cambio, la OMS también dejó de nombrar la transexualidad como un “trastorno de la identidad de género” para definirla como una “incongruencia entre el género experimentado y el sexo asignado”.

Pese a que esta última modificación fue cuestionada por colectivos de la diversidad en todo el mundo, la eliminación de la transexualidad de la lista de enfermedades mentales significó un avance importante en la lucha por los derechos de las personas trans. En primer lugar, porque tiró abajo la idea de que la transexualidad es una enfermedad que debe ser diagnosticada y necesita tratamiento, un concepto que –además de promover estigmatización, discriminación y violencia– aparece en la mayoría de las leyes aprobadas hasta el momento. En muchos países, de hecho, se exige un certificado médico para hacer el cambio de nombre y sexo registral en los documentos de identidad.

No es el caso de Uruguay: la Ley Integral para Personas Trans, aprobada en 2018, establece que para realizar el cambio sólo es necesario que la persona presente la petición ante la Dirección General del Registro de Estado Civil. En ese sentido, “no tiene una mirada patologizante”, aseguró la activista trans Delfina Martínez, quien moderó el primer conversatorio académico sobre despatologización trans, organizado por la Secretaría de la Diversidad de la Intendencia de Montevideo en el marco del Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Eso no quita que todavía se escuchen discursos patologizantes en las instituciones y en la sociedad en general.

Sobre estas cuestiones se centró el conversatorio virtual, en el que referentes de Uruguay y Argentina expusieron a partir de sus distintas disciplinas y experiencias. Participaron Marcela Pini, activista trans, licenciada en Psicología, docente, investigadora y responsable del área de Salud Mental del Instituto Nacional de las Mujeres; Collette Spinetti, profesora de Literatura, fundadora y presidenta de Unión Trans del Uruguay y directora nacional del Colectivo Trans del Uruguay; Gonzalo Gelpi, licenciado en Psicología, docente del Programa Género, Sexualidad y Salud Reproductiva de la Facultad de Psicología (Universidad de la República) y coordinador técnico del Centro de Referencia Amigable (Cram); y Marlene Wayar, impulsora del movimiento trans en Argentina, fundadora y coordinadora general de la organización Futuro Trans y cocreadora del Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género.

“Quizás la pregunta es por qué hoy el foco está puesto en la despatologización de las identidades trans”, planteó Gelpi al inicio de su presentación. “Está puesto ahí porque los últimos informes tanto de la Corte Interamericana de Derechos Humanos como del Tribunal Europeo de Derechos Humanos muestran que ha habido importantes avances legales y sociales en cuanto a la aceptación de la orientación sexual homosexual, de la identidad sexual gay y lesbiana, pero sigue habiendo un núcleo duro de transfobia en la región y en el mundo”.

La dimensión política de la salud

Rescatar la dimensión política de la salud y de la enfermedad fue uno de los objetivos de la exposición de Pini. La psicóloga aseguró que esa dimensión se basa en que “hay un ordenamiento que tiene que ver con quienes son sujetas y sujetos de derecho y quienes son cuerpos válidos para esta sociedad, que es una sociedad capitalista, con prácticas neoliberales y con un sistema de organización de jerarquías patriarcales”.

En ese sentido, tomando palabras de la filósofa estadounidense Judith Butler, explicó que hay algunos cuerpos que son “bien reconocidos” y otros que son “no reconocidos” o “mal reconocidos”, incluso para la salud. Lo vinculó con el video “La muerte de la clínica” del filósofo trans español Paul Preciado, en el que hace una historicidad “acerca de los reconocimientos y las valideces de los cuerpos, es decir, qué cuerpos son válidos para esta sociedad, que es una sociedad productiva, en el sentido de producción y de reproducción de los cuerpos”. “Aquellos cuerpos que históricamente no han estado dentro de los cánones de la reproducción, como los cuerpos de las personas en situación de discapacidad o los de las personas no binarias o género-disidentes”, enfatizó Pini, “son cuerpos inválidos”.

La psicóloga se refirió a la “crisis epistemológica” que a su entender plantean las identidades trans, ya que “redimensionan” algunas categorías como la de cuerpo, por ejemplo. “Vienen a dejar sentado, ante la evidencia concreta, que el cuerpo no es la materialidad en sí misma sino que es mucho más. Vienen a traer conceptos de la salud como una integralidad y que la salud no empieza cuando alguien va a determinado dispositivo de salud, sino que la salud es cotidiana, se construye, se percibe y es algo de lo que una se debe de apropiar”, afirmó.

Según Pini, la categoría de “transexualidad” no sólo viene a redimensionar cuáles son los conceptos de salud y de enfermedad, sino que también pone de manifiesto un cambio epistémico en el concepto “biomédico”, en tanto “pareciera que la medicina se ha convertido en lo que viene a atender los procesos de enfermedad y no el acompañamiento de los procesos vitales”.

“Tenemos que seguir luchando y avanzando desde el punto de vista discursivo, científico y epistemológico en que las identidades trans no son una patología, no más ni menos que cualquier otra identidad”, resumió Pini, e hizo un llamado a “despatologizar la cultura”.

La importancia de la educación

La experiencia de Spinetti como profesora fue el puntapié para hablar sobre la necesidad de incorporar la temática trans en las currículas educativas. En ese sentido, aseguró que es una obligación que tiene que asumir el Estado. La docente aclaró que esa incorporación tiene que ser desde una perspectiva trans y no “desde una mirada cisgénero”, porque “estaríamos cayendo en lo mismo, en incorporar el tema trans dentro de la currícula desde una mirada patologizante y terminamos, como he escuchado, con docentes que explican que una persona que asume la identidad de género se tiene que hormonizar y operar”.

Pero, además, el abordaje debe ser transversal –no planteado únicamente desde una asignatura o un taller concreto– y tiene que estar incluido en la formación docente. “Porque no olvidemos que hoy en día en los centros de formación docente estos temas son talleres, son semestres, no son obligatorios, y a los docentes nos preparan para repetir modelos. Depende de nosotres si deconstruimos o no esa matriz que nos meten”, insistió Spinetti.

Trabajar el tema en los centros educativos puede ser una forma de combatir la violencia a la que son sometidas las personas trans en esos espacios, aseguró, “por parte no sólo de les compañeres, sino de docentes, de cuerpos directivos y de cuerpos inspectores”.

Explicó que el tema no se aborda únicamente desde los núcleos temáticos programáticos, se trabaja también “en el lenguaje, en las actitudes, en las miradas; el cuerpo, la gestualidad y la palabra son discursos”. En esa línea, dijo que un problema “recurrente” es el de docentes que cuando pasan la lista dicen, por ejemplo, el nombre de varón de una estudiante que se autopercibe trans. “Mi respuesta es: ¿te pagan más por eso? ¿Te suben de grado por eso? ¿Tenés más mérito por eso? No. Entonces lo hacés de maldad, de transfobia”, reflexionó la profesora.

La experiencia de Spinetti como profesora trans tiene que ver con “interpelar la otredad”. Lo relató así: “Mis alumnes tienen entre 17 y 18 años. Lo que me pasa es que siempre pienso cómo ese cuerpo trans –el mío y el de cualquier profesora o profesor trans– desautomatiza e interpela a ese cuerpo cis que está enfrente. Me parece que eso es lo importante, desautomatizar, interpelar y que diga: ‘¿Cómo? ¿Las mujeres trans no tienen que estar paradas en una esquina? Eso me enseñaron mis padres, y ahora la tengo de profesora’. Ahí está parte del cambio y ahí está lo que tenemos que empezar a trabajar en la currícula”.

La violencia transfóbica institucional e institucionalizada

Gelpi adelantó que su ponencia intentaría dar cuenta de “la violencia transfóbica institucional e institucionalizada, en particular de la que se comete en el campo de la salud y de la salud mental”. Pero antes hizo un repaso histórico de los discursos sobre la despatologización.

Se remontó así a trabajos pioneros en Alemania de fines del siglo XIX y principios del XX, como la teoría del tercer sexo del activista LGBTI Karl Heinrich Ulrichs o la de los estadíos intermedios de Magnus Hirschfeld, médico, sexólogo y referente en la lucha para derogar el artículo de la ley alemana que penalizaba los intercambios sexuales entre personas del mismo sexo. Mencionó también la creación en 1919 del Institut für Sexualwissenschaft, donde se hicieron las primeras operaciones de reafirmación de género, los aportes en esta materia del endocrinólogo alemán Harry Benjamin, y los trabajos del psicólogo neozelandés John Money y el antropólogo y psiquiatra estadounidense Robert Stoller para desarrollar el concepto de identidad de género. Más adelante, en los años 60, 70 y 80, Gelpi recordó que empezaron a funcionar las primeras unidades médicas en el marco de programas universitarios de Estados Unidos, que combinaban “perspectivas biológicas con psicológicas”.

Sin embargo, en los años 90 se da una “paradoja”, porque “mientras la homosexualidad salía de la lista de trastornos mentales, casi en simultáneo la transexualidad ingresaba a estos manuales de criterios diagnósticos. Entonces, cuando parecía que avanzábamos en algo, de repente empezamos a retroceder en otras tantas cosas”. Es en este período que aparecen los “estudios trans” y la creación del prefijo “cis”, que “viene a denunciar esta naturalidad de asociar la cisgeneridad a un ideal de salud mental y asociar lo trans a cualquier expresión del orden de lo antinatural o patológico”.

El coordinador técnico del Cram dijo que hoy en día uno de los principales desafíos sigue siendo el “ejercicio de poder de ciertas disciplinas científicas que evalúan, tratan e instalan ciertos ideales de cómo transitar” el género, con base en un ideal de “yo masculino o femenino” que a veces “puede no dar lugar a una identidad y una construcción identitaria abierta”. “¿Qué pasa con las personas con variantes de género, sobre todo en sus tránsitos durante las niñeces y la adolescencia, donde hay una expresión de género ambivalente o ambigua que interpela al mundo adulto y a las instituciones? ¿Qué pasa con las personas no binarias que desean una hormonización o una cirugía de reafirmación de género?”, cuestionó.

Gelpi aseguró que la transfobia está presente en los discursos de los distintos actores sociales y en el pasaje de las personas por las “instituciones socializadoras”, como la familia, la escuela, el liceo, los grupos de pares, la iglesia e incluso los medios de comunicación. Respecto del rol del Estado, dijo que “nunca debe ser la fuente de malestar principal de una persona con una diversidad sexogenérica”, sino que “debe garantizar el derecho a una salud que sea inclusiva e integral y los derechos sexuales y reproductivos de todas las personas, incluidas las disidencias”.

Por otro lado, hizo un llamado a la Facultad de Psicología a “empezar por casa”. Dijo que aún hoy hay profesionales de la salud mental que operan “desde paradigmas ya obsoletos” que, por ejemplo, “siguen viendo en una persona trans una persona psicótica y plantean un tratamiento psiquiátrico ante una estructura que está sana”. A su entender, tiene que haber un “compromiso institucional” para que la perspectiva de diversidad y derechos humanos “transversalice” toda la formación en Psicología. Si esto pasara, “el Cram no sería necesario y no sería un servicio especializado, porque estarían garantizados el derecho a la salud y a la salud mental con dispositivos de calidad para todas las personas”.

El foco en las infancias

“Cuando somos niñas e insistimos, somos catalogadas como enfermas y somos permanentemente sujetas al ejercicio de la violencia con la potestad de mamá y papá de golpearnos, pegarnos, cortarnos el pelo a la fuerza, hacernos comer a la fuerza, maldecirnos permanentemente, decirnos ‘prefiero tener un hijo ladrón a un hijo puto’”, aseguró por su parte Wayar, y puso arriba de la mesa la “patologización” de las identidades trans desde las infancias.

Lo relacionó con una voluntad de “adiestramiento social”, no sólo por parte del mundo adulto sino también entre pares. “Por eso hay acoso y violencia escolar, por eso nos estamos preguntando si hay baños para nenas y varones, si hay baños inclusivos, y no nos estamos preguntando por qué los baños son territorios de violencia y por qué los niños y las niñas replican violencia”, puntualizó la referente argentina. “¿De dónde están aprendiendo la violencia? Porque ninguna niña y ningún niño nace para puta, ni para chorro, pero tampoco nace para ejercer violencia, es algo que le estamos transmitiendo desde el mundo adulto y que los dejamos hacer para que sean elles quienes vayan haciendo esta limpieza racial y étnica. Porque nos sucede a las travestis, a las mariquitas y a las lesbianas por ser, pero también les sucede a las personas gorditas, a quienes tienen otros rasgos corporales, otras pieles, otras alturas, otras pecas, otras orejas. Por cualquier cosa”, agregó, e invitó a preguntarse “por qué la diferenciación de las personas y por qué asumimos y naturalizamos la diferenciación de las personas en términos tan deshumanizantes”.

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