“El amor existe: son las amigas”, decía una foto que circulaba en las redes sociales el 14 de febrero, ese día que se inventó para celebrar el amor romántico de pareja. Esa frase (y en ese día) resume bien una de las premisas de los feminismos actuales, que tiene que ver con poner en valor la amistad entre mujeres. En los últimos años, las consignas en este sentido empezaron a replicarse en las remeras, pancartas, banderas y carteles que protagonizan las movilizaciones feministas. “Me cuidan mis amigas, no la Policía” es quizás la más emblemática, pero hay tantas otras que recuerdan que no estamos solas o, mejor, que estamos juntas.
Las amigas son las que contienen y acompañan cuando la violencia machista atropella, y con las que formamos redes protectoras cuando salimos de noche. Son las que esperan despiertas el mensaje que avisa que llegamos a casa. Y las que empatizan cuando tenemos planes y no encontramos con quién dejar a nuestras hijas e hijos. No nos cuidan las instituciones encargadas de protegernos y muchas veces ni siquiera la familia, pero las amigas están siempre y con ellas nos sentimos bien. Eso es lo que está en el centro.
La experiencia de tener amigas o de apoyarse entre compañeras no es nueva. La novedad es que, en el último tiempo, gracias a los feminismos, empezó a valorizarse, a reconocerse, y a plantearse más allá del plano de la afectuosidad y la empatía, como una práctica política que busca desmontar la tradición histórica de ubicar a las mujeres como rivales y enemigas. La apuesta es a estar juntas para denunciar las violencias, opresiones y desigualdades que vivimos a diario, pero también para colectivizar experiencias –esas que sólo nosotras vivimos por ser mujeres– y habitar un espacio donde nos sentimos más seguras, gozosas y libres.
Algunas autoras hablan de “amistad política” para referirse a esta forma específica que tienen las mujeres de estar juntas. “Arranca en el encuentro y en la necesidad urgente de cambiar de signos la vida y la historia, pasando por la construcción respetuosa de confianzas y querencias mutuas que se van perfilando en el camino del descubrimiento de la otra, de una misma y de una genealogía de mujeres”, dice la feminista chilena Edda Gaviola en sus Apuntes sobre la amistad política entre mujeres (2015). La autora asegura que un elemento central en la construcción de esa amistad política es “el despojo de la animadversión a la otra, de las envidias y de las rivalidades, y el mantener presente que es necesario trabajarlas, desmenuzarlas y estar atentas, para que no vuelvan a aparecer como parte del mandato histórico de la enemistad entre mujeres y la misoginia internalizada”.
“Practicar la amistad política entre mujeres es, de por sí, vivir a contracorriente del mundo tal como es, tanto en el ámbito privado y familiar como en el espacio público”, dice por su parte la socióloga feminista mexicana Raquel Gutiérrez, en Carta a mis hermanas más jóvenes (2022). “Significa no plegarse ingenuamente, sino desobedecer y rebelarse a lo estructurado de modo patriarcal y por eso es, a veces, tan pero tan difícil sostenerlo, entenderlo y expresarlo”, apunta la académica.
Otras prefieren hablar de “sororidad”, esa “solidaridad específica, la que se da entre las mujeres que, por encima de sus diferencias y antagonismos, se deciden por desterrar la misoginia y sumar esfuerzos, voluntades y capacidades, y pactan asociarse para potenciar su poderío y eliminar el patriarcalismo de sus vidas y del mundo”, según define la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde en uno de los textos que compila en El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías (2012).
La periodista feminista colombiana Catalina Ruiz-Navarro afirma en el libro Las mujeres que luchan se encuentran. Manual de feminismo pop latinoamericano (2019) que una “forma radical de combatir la misoginia es amarnos entre nosotras, aliarnos, ser mentoras entre nosotras”. Y agrega que, “sin lugar a dudas, la mejor estrategia de autocuidado y autodefensa es tener buenas amigas”.
¿De dónde surge esta necesidad de valorizar la amistad entre mujeres? ¿Cuáles son las potencias? ¿Y los desafíos? Sobre estas y otras cuestiones hablaron activistas y académicas consultadas por la diaria.
Entre nosotras
Cada ola feminista implica “mucha práctica de la relación entre mujeres”, lo que a su vez incluye “distintas capas de teorización o nombres sobre eso”, reflexionó María Noel Sosa, psicóloga, activista feminista e integrante del colectivo Minervas. En ese sentido, recordó que en los años 70 las feministas italianas de la diferencia ya hablaban de affidamento para referirse a una práctica de confianza y cuidado entre mujeres, mientras las estadounidenses promovían el concepto de sisterhood, lo que hoy traducimos como sororidad.
En los últimos años, Sosa y sus compañeras de Minervas empezaron a usar otra categoría, la de “entre mujeres”, que surgió de la propia “vivencia feminista”. En ese proceso, una de las cosas en las que trabajó la psicóloga fue en diferenciar la vivencia de ese estar entre mujeres y la “valorización plena” de eso. Esto último, a su entender, es una de las características de los nuevos feminismos. “Una cosa es decir ‘qué fantástico, estamos entre las compañeras, nos sentimos bien, estamos haciendo cosas interesantes y es lindo estar juntas’, como quizás pasaba en los 80, y otra cosa es decir que el centro de nuestra política es el entre mujeres, o directamente explicitar que estás subvirtiendo el orden que te pretende separada en cautiverio o que pretende que priorices a tu marido”, señaló.
La psicóloga aseguró que “cada mujer que cultiva un vínculo con otras amigas ejerce una práctica de apoyo mutuo, es un lugar de goce, de acompañamiento, y es político en el sentido de que va en contra de algunos mandatos”. Por eso es que Gutiérrez dice que la amistad entre mujeres, de por sí, “es politizable y es política, en tanto descentra la idea de la dinámica familiar tradicional o el cautiverio de las mujeres separadas entre sí”, explicó Sosa. “Raquel [Gutiérrez] está intentando diferenciar esa otra amistad política en la que, además de que puede haber cariño y demás, hay un acuerdo muy explícito de que queremos sostener este vínculo y para tales cosas”, agregó.
A eso se refieren las autoras que hablan de una “práctica”, en el sentido de que la relación entre mujeres “no está dada de hecho, hay que cuidarla, hay que sostenerla, se practica”, explicó la activista, remitiendo a una idea que también abordó el colectivo de la Librería de Mujeres de Milán. “No se trata sólo de estar juntas, como compartir una casa o un espacio físico, sino de ver cómo se practica una relación entre mujeres no mediada patriarcalmente”, puntualizó.
Para Lilián Celiberti, maestra, activista feminista y coordinadora de Cotidiano Mujer, “desde que empezamos a trabajar, pensar y mirar la realidad desde la perspectiva feminista, lo hicimos en diálogo con otra”. Sin embargo, considera que hoy lo que hay es una “politización de nuestra experiencia social como mujeres en un mundo patriarcal, de clase y heteronormativo”. Según aseguró, eso es “lo que nos hace compartir una narrativa de la vida que nos coloca en un espacio común y, por lo tanto, genera una comunidad entre mujeres que nos hace poder responder, sacar o denunciar las pautas patriarcales que sobreviven cotidianamente en nuestra vida colectiva”.
Por su parte, la politóloga feminista y doctora en Ciencias Sociales Ana Laura de Giorgi identificó como una novedad la idea de que encontrarse entre mujeres “puede ser encontrarse de un modo distinto”. “Encontrarse entre mujeres también implica encontrarse desde otro lugar, desde otras prácticas, otros rituales, otros repertorios afectivos, y eso sí creo que es una novedad y que por eso hoy en día se reivindica, porque hemos descubierto que, cuando nos encontramos entre mujeres, pasan cosas distintas y podemos correr la mediación patriarcal y construir otros linajes, otras referencias, mirarnos en otras mujeres”, señaló la académica. En esa línea, consideró que reivindicar la amistad política de las mujeres es “reivindicar una estrategia de lucha contra la mediación patriarcal y encontrar nuevos espacios, que no son los espacios destinados naturalmente [a las mujeres], que son los subordinados”.
¿Qué te evoca la consigna “Me cuidan mis amigas, no la Policía”?
Ana Laura de Giorgi: “Sostengo, defiendo y comulgo con esta idea de que me cuidan mis amigas, no la Policía. Hasta el día de hoy, la institución policial no es una institución protectora y, lamentablemente, le tenemos mucho miedo. Porque nos acosa, porque es impune. Porque, además, puede ser un ámbito peligroso y de vulnerabilización. ¿A quién le querés contar un evento de violencia sexual? ¿A tus amigas o a la Policía? A tus amigas, porque son las que tienen las condiciones de escucha y entienden la entidad de ese fenómeno”.
María Noel Sosa: “Sé que me han cuidado mis amigas, y en muchos casos siempre ha sido mejor recurrir a las amigas y no a la Policía. En una situación hasta de violencia, siempre hay posibilidades de tramas comunitarias y de otras amigas que cuidan, que no sean las punitivistas o las del encarcelamiento”.
Lilián Celiberti: “Me cuidan mis amigas, es verdad. Es una consigna de denuncia de que no hay un cuidado de la Policía, pero tampoco de la sociedad en general”.
La potencia de estar juntas
¿Cuáles son las potencias de este estar entre mujeres? ¿Qué es lo que pasa en ese encuentro con otras, en esa alianza entre amigas? Celiberti consideró como una primera potencia “el hecho de que construimos una política que se basa en nuestra experiencia” y, en ese sentido, “no estamos inventando”. “El patriarcado existe en nuestra vida de miles de maneras, en miles de espacios, en el lugar donde vayamos; entonces, me parece que el estar entre mujeres es buscar la construcción de una narrativa común, de salir de la experiencia individual a la colectiva”, apuntó la coordinadora de Cotidiano Mujer.
La potencia está “en la posibilidad de politizar las experiencias, sacarlas de lo individual y convertirlas en algo colectivo, en darles un sentido que, de alguna manera, permita identificarnos con otras y también da potencia a nuestras luchas, porque lo lleva al espacio público como una plataforma de cambio; esa es la mayor riqueza”, detalló Celiberti.
Para Sosa, lo más potente es que “puede subvertir la amalgama capitalismo-patriarcado-colonialidad”. En esa línea, la psicóloga y activista aseguró que las relaciones entre mujeres “desandan ese cautiverio de que unas estén aisladas” y “muestran otras formas de organizar la vida y el mundo, que tienen que ver con pensar las tramas de interdependencia y cómo se vive con una organización social distinta donde la vida está en el centro”. “Todos los vínculos entre mujeres son muy potentes en su horizonte de transformación social en general”, resumió; “expanden capacidades de lucha individuales y colectivas, tienen una experiencia de gozo y de plenitud, y una capacidad de hacer cosas increíbles”.
De Giorgi lo resumió en una sola palabra: libertad. “En esos espacios protegidos, las mujeres y las disidencias nos podemos transformar en sujetos y no tanto en objetos. Es decir, tomar la palabra de un modo distinto, administrando el tono, la voz, sin tener miedo, sin tener que medirnos”, señaló la politóloga. Y continuó: “Toda vez que habitamos un espacio donde están los varones, de una u otra manera medimos lo que vamos a decir, dónde nos sentamos, cómo vamos a hablar, cómo van a ser interpretadas nuestras palabras, nuestros gestos, porque los lugares que la sociedad y el patriarcado nos han asignado son lugares bastante fijos, entonces siempre estamos temerosas a que nuestra voz se menosprecie, nuestra opinión no sea valorada, o que, si se nos presta atención, sea en tanto objeto de deseo o sexual. Todo eso se descomprime, se suspende, queda en un segundo lugar o desaparece en los espacios de encuentro entre las mujeres. Lo que se gana profundamente, entonces, es la libertad”.
Tensiones y desafíos
Poner en valor las potencialidades de la amistad entre mujeres no significa que todas vamos a ser amigas o que compartamos los mismos objetivos y deseos. “Priorizar las relaciones entre mujeres a contracorriente de la lógica patriarcal no quiere decir que todas somos amigas, ni que todas nos amemos, ni que todas queramos estar juntas todo el tiempo, pero significa un sentido político de revalorizar las relaciones entre mujeres, revalorizar lo femenino y también revalorizar las disidencias”, especificó Sosa. “A lo que estás apostando es a subvertir ese orden patriarcal, a establecer relaciones desde ese otro sentido”, enfatizó.
También Celiberti hizo esa aclaración y llamó a “no esencializar la relación entre mujeres”. “Las mujeres somos, igual que el resto de la humanidad, sujetas activas de una situación, de un contexto, de una realidad económica, social, cultural, y proyectamos también la racionalidad neoliberal, la envidia, la falta de solidaridad, etcétera, igual que el resto. Y tenemos relaciones de poder también entre nosotras. Es decir, ‘las mujeres’ no existen; existen mujeres singulares, complejas, marcadas por clase, raza, género, sistema sexogenérico, etcétera”, señaló. En la misma línea, y en una crítica al concepto de “sororidad”, la activista dijo que “no hay una hermandad en sí”; lo que hay es “una posibilidad de encuentro cuando la experiencia social aparece en el espacio público y podemos identificarnos rápidamente en ese contexto. Por ejemplo, con la experiencia de los cuidados, el tiempo que les dedicamos y la subjetividad que está implicada en esa relación de cuidado”.
Por otro lado, valorizar la amistad entre mujeres tampoco implica que sean relaciones libres de desacuerdos, de conflictos o, incluso, de rivalidades. La clave es, una vez más, generar estrategias propias para entender y abordar estas diferencias. Para Sosa, es “muy complejo” entender los conflictos entre las mujeres o en los espacios feministas sin caer con el “peso histórico” de una cultura que siempre nos ha querido enemigas. Pero, al mismo tiempo, “si no atendés a esos conflictos, los procesos se desvanecen”. Una primera estrategia puede ser “nombrar el conflicto, intentar hacer una lectura no patriarcal de eso y explicitarlo”, propuso la psicóloga. También ayuda “no homogeneizar, en el sentido de volver a recordarnos que somos distintas, que cada una tiene una herida distinta, que cada una hizo cosas distintas, que tampoco es una ‘amistad Disney’; hay diferencias, no siempre pensamos igual, no siempre queremos las mismas cosas, y trenzás deseos cuando los deseos se pueden trenzar”.
Otro paso es analizar “cómo hacer un equilibrio de las diferencias que valorice los esfuerzos”, porque “al sostener todos los vínculos de amistad entre mujeres estamos haciendo algo tan a contracorriente, todo el tiempo, que tampoco nos podemos juzgar duramente”. “Hay tanta historia que nos ha querido separadas, que todos los esfuerzos son muy válidos; entonces, cuando algo no sale bien hay que volver a medirlo en ese contexto”, sugirió Sosa.
En una línea parecida, De Giorgi dijo que, si bien “el mundo de las mujeres no es idílico”, “tal vez tenemos otra forma de administrar las diferencias, las discusiones políticas, al menos de decirnos las cosas en la cara, poner las cosas sobre la mesa y sin que otra nos anule”.
La politóloga señaló que el estar juntas entre mujeres “es un refugio y un mecanismo de protección porque es el lugar donde adquirimos la libertad”, pero que es “un espacio transitorio, porque el día de mañana, cuando no exista el patriarcado, todas las personas, no importa la identidad de género ni su deseo ni su cuerpo, deberíamos habitar un mundo no jerárquico”. “La solución no es la instalación fija de los grupos de mujeres, sino, por el contrario, que eso no sea necesario, que no tengamos que reclamar un ‘cuarto propio’, que lo propio sea el mundo que habitamos”, aseguró.
En esto coincidió Celiberti, que dijo que “hay que valorar los espacios propios como parte de esta búsqueda por salir de la experiencia individual”, aunque “la meta sigue siendo que eso que vivimos entre nosotras se pueda vivir en cualquier espacio”.
¿Qué te evoca la consigna “Tocan a una, tocan a todas”?
María Noel Sosa: “Me evoca a las alertas feministas, las movilizaciones, estar en la calle. Hay una sensación de sentirse cuidada también, porque sabés que hay una posibilidad de respuesta colectiva que en otro momento no estaba”.
Lilián Celiberti: “Expresa una aspiración de visibilizar que la violencia de género es algo que no es individual, que no es contra fulana porque tenía la pollera corta o un escote que se le veían las tetas. Hay una cosa más profunda que nos solidariza; construimos la politicidad de esa acción”.
Ana Laura de Giorgi: “Hace a reconocer la dimensión estructural de la violencia y ser solidarias. La violencia que sufre otra también es la violencia que está disponible en el sistema para que la reciba yo, y hemos sido socializadas en ese marco de la violencia patriarcal o en la amenaza de que nos va a pasar algo en ese horizonte de la violación. Entonces, tal vez a mí no me tocan, no me pegan, no me violan, pero yo estoy socializada en esa expectativa”.
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