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Helen Torres.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Helen Torres: “Estamos viviendo una era de mirar para el costado”

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La socióloga, escritora y tallerista argentina, traductora de la obra de Donna Haraway, conversó con la diaria durante su paso por Montevideo, donde entre otras cosas participó del XV Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Género.

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La primera vez que Helen Torres leyó a Donna Haraway tenía 32 años. Fue una lectura colectiva de “Las promesas de los monstruos: Una política regeneradora para otros inapropiados/bles”, un texto que la bióloga y filósofa estadounidense publicó en 1999. Es un texto que Helen relee hasta hoy, en especial por el concepto de “difracción”: cómo miramos el problema que queremos analizar, a quiénes miramos, junto con quiénes miramos.

En una era de “mirar para el costado”, Torres toma la difracción como categoría de análisis, prisma o herramienta para observar la realidad e imaginar otros mundos posibles en este mismo planeta, teniendo presente que “la visión siempre es una pregunta por el poder para ver”. ¿Quién tiene el poder para observar a otres? Eso nos lleva a la pregunta que ya Haraway hizo en Mujeres, simios, cíborgs: la reinvención de la naturaleza (Alianza, 2023): por cómo hacer ciencia, cómo preocuparse (no sólo ocuparse) por las especies estudiadas; “la pregunta es por la responsabilidad”, subraya Helen en la conferencia y en la entrevista con la diaria.

“Llegué a ese primer texto de Haraway cuando estaba haciendo el doctorado en Sociología. Una profesora me orientó diciendo: ‘Aquí no vas a encontrar tu lugar, anotate en Psicología Social, que hay un grupo que te va a interesar’. En ese grupo estaban leyendo a Haraway. Para mí fue un antes y un después en la vida”, cuenta. “El artículo que más me impactó de todos –y me sigue impactando– es ‘La promesa de los monstruos’. Cada vez que lo trabajo en una clase, vuelvo a ver que es un texto infinito. Me viene acompañando y me ayuda a pensar sobre ficción especulativa, cómo hacer política, la idea de difracción. En ese texto, Haraway ya está pensando en el juego de cuerdas, ya habla de SF; es un texto complejísimo. Lo leímos en grupo, eso es buenísimo. Es una práctica que tengo que retomar, montando un grupo. Después de ese texto quedo vinculada al grupo; termino traduciendo TestigoModesto@SegundoMilenio. HombreHembraConoceOncoRatón (UOC, 2004), presento mi tesina, consigo mi máster y sigo trabajando con Haraway. Marcó mi trayectoria. Me cambió la vida”.

Nacida en Colonia del Sacramento por un trámite familiar, pero argentina de nacionalidad y criada en Entre Ríos, formada en la educación pública, Helen estudió Ciencia Política en Rosario y emigró en 1991 a Barcelona. Su experiencia migrante está plasmada en el artículo “Postales mediterráneas”, accesible en su sitio web. Vive en el entorno rural de Barcelona. Es autora de Autopsia de una langosta (Melusina, 2010), Relatos marranos (Pol·len, 2014) y Ciutat morta. Crónica del Caso 4F (Huidobro, 2016). Fue educadora de niños y niñas con quienes aprendió a sentir cómo vibra un grupo. Hoy brinda talleres de ficción especulativa feminista donde busca ejercicios para pensar con metáforas, basados en la idea de la difracción (“cuando una onda luminosa o sonora choca contra un obstáculo o contra una hendija, se difracta, se producen patrones de interferencia que se superponen, no se anulan”).

Ante su advertencia de que “estamos viviendo una era de mirar para el costado”, Helen busca volver a ciertas zonas del pasado para interrogarlas sobre cómo llegamos hasta acá. No se puede seguir pensando en el futuro sin más promesa que mirar hacia adelante, como ciegos que buscan una suerte de luz, sin entender qué hicimos, ni actuar con respons(h)abilidad para evitar volver a cometer daños y errores.

El libro Seguir con el problema (Consonni, 2019) pegó mucho.

Sí, en todos lados. Sobre todo, cuando empezó la pandemia. Porque salió en 2019. Y la gente se quedó con ese, porque después sacamos otros como Mujeres, simios, cíborgs –que, para mí, es fundamental–.

Es impactante encontrarse con tu traducción y prólogo en 2023 de ese libro fundamental de Haraway de 1991, donde se encuentra “Manifiesto cíborg: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX”, entre otros ensayos, que hasta ahora llevaban por título en castellano Ciencia, cíborgs y mujeres. No sólo porque dejás en evidencia que durante más de 20 años se habían borrado a los simios del título, sino también a los dos primeros capítulos de la Parte 1, donde Donna escribe sobre “sociología animal y economía natural del cuerpo político: una fisiología política de la dominación”, y sobre el pasado como “zona en disputa”, analizando las “teorías de producción y reproducción en los estudios del comportamiento de los primates”.

Esos dos artículos son superimportantes para entenderla, para ver cómo analiza las estructuras de poder. Borrarlos es como sacarle la cabeza. Ahí explica cómo la biología se utiliza para justificar la división binaria de género y la opresión a las mujeres, la jerarquía de los géneros a través del estudio de los primates, la violencia del macho. Y el libro empieza con esos análisis y casi termina con la pregunta sobre cómo hacemos ciencia. También te das cuenta de la poesía que tienen sus textos, cómo estructuró el libro a través de los artículos: empieza explicándote cómo se hace la ciencia y termina diciendo “quizá deberíamos hacer ciencia de otra manera”.

Y lo estaba diciendo hace casi 40 años. En estos días recogí impresiones a partir de tu charla en el Centro Cultural de España sobre la ciencia y la ficción como compañeras de viaje, sobre usar ideas de Haraway para crear ficción especulativa, imaginar otros mundos posibles en este, aprender de los hongos. Pasa algo al releer a Haraway o, para algunas mujeres que te escucharon en estos días, conocerla, leer parte de su obra —como el Manifiesto cíborg— por primera vez y pensar con culpa que recién acceden a ella y quizás sea tarde, aunque interpretan que les habla del presente. No creo que exista ese tipo de pensamiento si se relee el Manifiesto comunista, por ejemplo, ni que se ponga en duda cierta vigencia en varios pasajes de aquel texto de Marx y Engels.

Es que la tía está casi prediciendo el futuro, no de la nada, sino a partir de un análisis específico del presente. Y, cuando habla del presente, habla de las tecnologías, las ciencias, la política. Lo que pasa es que después hubo una literalización de la figura del ciborg: la máquina, el híbrido, la cantidad de proyectos artísticos que hay alrededor de esa figura.

Vos actualizás este análisis diciendo “el cíborg hoy es el holobionte”, concepto que leés y traducís en Seguir con el problema y definís en tu artículo “Holobiontes, cíborgs, bichos y otras rarezas” como “una comunidad biótica, […] una planta o un animal con toda su microbiota, es decir, todos sus microorganismos asociados”. Una afirmación que nos recuerda “que nunca fuimos individuos autónomos”, una mirada que “se enfoca así en las relaciones, en las zonas de contacto, y no en entidades individuales autónomas”. En este sentido, hacer ciencia desde lo transdisciplinario es clave, ¿no? ¿Cómo lo trabajás?

Primero, pensando que el feminismo tiene que ser interseccional. Y trabajar con la metáfora. Todo lenguaje está hecho de metáforas, incluso las matemáticas. Tenemos que cambiar las metáforas para cambiar las preguntas, utilizar la difracción. Tiene que haber ese componente de fantasía, de imaginación, salir de la literalidad, que es una herramienta clara del neoliberalismo. La literalización y el fetichismo son el gran drama que nos deja el capitalismo. ¿Cómo se combate? Con las metáforas, resignificando. Por ejemplo, con la palabra “cuidados”, he escuchado a algunas feministas decir que están cansadas de usarla, y yo les digo: “No; hay que cargarla de más sentido”. Ampliar el significado del cuidado, no como obligación moral, sino como lo que sostiene la vida. O como la palabra “situado”, que apareció muchísimo en estos días del congreso. No hay que dejar de usarla porque todo el mundo la dice; ya que la gente la tiene incorporada, vamos a ampliarla, como antropoceno, vamos a llenarla de significado, vamos a cuestionarla, vamos a reescribirla. Y cómo cambia al usarlas en distintos contextos: no es lo mismo hablar de cuidados en un laboratorio que cuando hablamos de una madre cuidando a sus hijos sola. Los feminismos permiten pensar la experiencia y hacer de ella un pensamiento situado. Yo no hablo, por ejemplo, de “mercado” porque remite al capitalismo. O hablo de “temporalidades” en vez de “tiempo”.

Cuesta mucho correrse también de las palabras que ya conocemos.

Sí, porque la gente se enoja, sobre todo los hombres, que tienen mucho poder. “No me hables difícil”, dicen.

O muchas veces dicen “al final, las feministas no tienen ninguna propuesta” porque traemos preguntas y cuestionamientos al statu quo. La pregunta por las nuevas narrativas para contar este mundo es el cómo.

El cómo y el por qué. Tiene que ver con la responsabilidad, con qué efectos tiene lo que hacemos. A veces nos quedamos sólo en cómo lo hacemos, bajo un supuesto de buena intención, pero esto no alcanza. Por eso [en la charla de cierre del congreso junto a Yayo Herrero, Alicia Migliaro y Noelia Correa] propuse que, ante el silencio sobre Palestina, usemos un símbolo como este pañuelo [kufiya]. No puede ser que estemos hablando de pensamiento situado y, mientras, miramos para otro lado, obviando lo que pasa porque es un tema incómodo. Y nadie sabe bien qué hacer, pero nadie puede posicionarse a favor de un genocidio. Ninguna feminista puede estar a favor de un genocidio. Podemos tener distintas opiniones, no estamos acá para estar de acuerdo, pero no podemos dejar de pensar ni de mencionar lo que está ocurriendo. Palestina es un laboratorio. Hay que hablar sobre nuestras implicancias, sobre los efectos (de decir, de no decir, de hacer, de no hacer) y la responsabilidad. Por eso, hay que tejer redes, a pesar de la incertidumbre y la incomodidad. No podemos caer en la metáfora de “la guerra”. Y si estamos hablando de la sostenibilidad de la vida: ¿qué sostiene la vida?

**

A Torres le gusta una provocación que hace Haraway, que aquí la retomamos para preguntarle: ¿En la construcción de qué mundo participás?

“El objetivo es trabajar por un mundo más justo. Me interesa hacer política. Yo estuve en partidos, en movimientos, en luchas antirepresivas, manifestaciones. De todos los palos salí fatal, por el desgaste; la política quema –esa política partidista, que busca el triunfo–. Detesto la frase 'poner el cuerpo'. Yo no tengo ganas de que me caguen a palos porque se pierden las oportunidades de hacer otras cosas. Pero entiendo que hay que hacer política para generar un mundo más justo y eso es un ejercicio cotidiano, que se puede hacer de mil maneras; hay que hacerlo sostenible, trabajando en red. Busco el efecto en el contexto donde me voy a mover. Cuando trabajás en red, los efectos se amplifican”.

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