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Molinos eólicos sobre ruta 22, en Tarariras, departamento de Colonia.

Foto: Ignacio Dotti

Uruguay podría ser un “laboratorio vivo” de la segunda transición energética, según experto internacional

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El especialista en prospectiva Rafael Popper dijo, en diálogo con la diaria, que hay “muchas cosas” del país que le “sorprenden” y destacó que Uruguay logró iniciar una primera transición energética “muy rápida” hacia la electricidad renovable que otros Estados “ni siquiera están discutiendo”.

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Uruguay podría llegar a ser “reconocido mundialmente como un laboratorio vivo de la segunda transformación energética en el Cono Sur” hacia el 2040-2050, dijo a la diaria el doctor en Prospectiva y Gestión de la Innovación por la Universidad de Manchester, Rafael Popper.

“Uruguay puede ser un país demostrador, donde vengamos a ver y aprender, un lugar donde se prueban soluciones de hidrógeno verde, combustibles sintéticos, lo que se llama en inglés Power-to-X, que es transformar la electricidad renovable en combustibles y productos químicos limpios”, afirmó Popper, quien cuenta con más de dos décadas de trabajo en distintos organismos como la Comisión Europea, Naciones Unidas y varios gobiernos en América Latina y Europa, y actualmente dirige iniciativas de foresight y formación ejecutiva en varios países.

Popper, invitado por la Universidad Tecnológica (UTEC) para apoyar la elaboración de la agenda de investigación y desarrollo en materia de energía en Uruguay, dijo que hay “muchas cosas” del país que le “sorprenden” y destacó que logró iniciar una primera transición energética “muy rápida” hacia la electricidad renovable que otros Estados “ni siquiera están discutiendo”.

El también profesor universitario en Polonia, España, Finlandia y Reino Unido, imaginó el futuro energético de Uruguay como un sistema donde la electricidad renovable actual se complementa con corredores de hidrógeno verde para camiones y barcos, así como también redes inteligentes con almacenamiento e inteligencia digital, que usan datos y modelos para anticipar fallas y optimizar el sistema.

Asimismo, destacó que Uruguay tiene mucho “potencial” en materia de bioeconomía circular, donde los residuos agrícolas y forestales se convierten en energía y bioproductos. Además, dijo que el país también podría apostar por una segunda ola eólica, estableciendo parques en el mar.

“Uruguay ya ha demostrado que puede subir una montaña y hacer la primera transición muy rápido. La apuesta ahora es liderar, no por tamaño, sino, por ejemplo, ser el país donde otros vienen a aprender cómo se hacen las cosas, cómo se gestiona la transición energética profunda, justa y basada en el conocimiento propio”, remarcó.

¿Qué le sorprende más cuando observa a Uruguay desde su experiencia internacional?

Hay muchas cosas que me sorprenden. Lo que más me impacta de Uruguay, visto desde Europa y otras partes del mundo, es que es un país pequeño que ya inició algo que muchos Estados grandes todavía no están ni siquiera discutiendo. Lo que uno podría llamar algo así como una primera transición energética muy rápida hacia la electricidad renovable.

No es solo el porcentaje de lo que estamos hablando de renovables. Yo creo que es más la combinación de visión de Estado, empresas públicas y algunas privadas y estabilidad regulatoria. Eso en el mundo, en muchas partes, también en algunos países europeos, se mira con bastante envidia.

Por otro lado, yo diría que una segunda sorpresa es la densidad de capacidades que el país tiene. Cuando uno ve lo que está haciendo la UTEC y también la Universidad de la República y otros actores en temas de hidrógeno verde, por ejemplo, que es el hidrógeno producido con energía renovable, el almacenamiento y las redes inteligentes o la bioeconomía (un modelo económico que utiliza plantas, animales y microorganismos para producir bienes y servicios de manera sostenible), donde Uruguay es un país líder en la región, uno se da cuenta de que hay cerebro suficiente para jugar en ligas mayores.

El riesgo ahora no es la falta de talento, sino la complacencia después de este primer gran éxito, de esa transición hacia una energía limpia. Yo creo que el siguiente paso es una segunda fase en la que los sectores que están utilizando la energía apunten a la transición limpia.

Cuando usted dice que el principal riesgo es la complacencia, ¿se está refiriendo al hecho de que Uruguay no debe quedar sin acción luego de haber completado su primera transición energética?

Sí, justamente. La gente en Uruguay debe sentirse orgullosa y celebrar. En los 90, hablar de limpiar la electricidad y reducir la vulnerabilidad al petróleo eran los temas principales, pero esos ya no lo son.

La segunda transición es una gran oportunidad: utilizar la energía limpia y las nuevas tecnologías para descarbonizar los sectores que siguen emitiendo mucho, como el transporte, la industria, la agroindustria, la construcción. Por tanto, se debería convertir esa ventaja en nuevos sectores productivos.

En concreto, hoy, por ejemplo, un camión que mueve la madera en el sector de bioeconomía, sector forestal, probablemente utiliza diésel. Entonces, en esta segunda transición se debe lograr que gran parte de la flota de camiones funcione con hidrógeno verde, por ejemplo. Es más o menos así como decir que la primera transición es limpiar el enchufe. La segunda transición, que es el camino que tenemos que recorrer, es limpiar todo lo que está enchufado y todo lo que todavía no lo está en las redes, los camiones, los barcos, los hornos, los procesos industriales, etc.

¿Cómo imagina el sistema energético uruguayo en 2040–2050 y qué rol podría jugar el país a nivel global?

Es una muy buena pregunta. Si el país se apunta, en el 2040-2050 Uruguay podría ser reconocido mundialmente como un laboratorio vivo de esta segunda transformación energética en el Cono Sur. Yo me imagino un sistema donde la electricidad renovable actual se complementa con tres grandes capas nuevas. Por un lado, corredores de hidrógeno verde para camiones y barcos.

En segundo lugar, redes inteligentes con almacenamiento que manejan la variabilidad como si fuera una orquesta, administrando muy bien toda esa variabilidad de distintas fuentes, con unas redes muy potentes e inteligentes. Y en tercer lugar, una inteligencia digital, que usa datos y modelos para anticipar fallas y optimizar todo el sistema. Esas tres podrían ser grandes áreas de un mapa energético global.

Sin embargo, tenemos que ser realistas. Uruguay no sería el mayor productor del mundo, considerando la escala y el potencial, pero sí puede ser un país demostrador, donde vengamos a ver y aprender, un lugar donde se prueban soluciones de hidrógeno verde, combustibles sintéticos, lo que se llama en inglés Power-to-X, que es transformar la electricidad renovable en combustibles y productos químicos limpios.

Uruguay también debe posicionarse como un país ejemplar en redes flexibles, en bioeconomía circular. He trabajado el tema de la bioeconomía forestal y bioeconomía circular con muchos científicos y actores del sector gubernamental y también del sector privado en Uruguay, y quedé muy impresionado. Es un entorno bastante estable y confiable, y hay mucha inversión extranjera. Por tanto, más que exportar solo energía, Uruguay puede exportar el saber cómo, modelos, ejemplos en regulaciones, protocolos, modelos de negocios y, por supuesto, talento humano, que es justamente lo que estamos tratando de trabajar y desarrollar con la UTEC.

¿Qué brechas tecnológicas o de capacidades podrían limitar nuevas oportunidades como el hidrógeno verde o el almacenamiento?

Hay muchas brechas. Una de ellas es la tecnología dura. Uruguay no es un jugador potente en el tema de fábrica de electrolizadores de gran escala, ni potencialmente tampoco en temas de compresores avanzados para hidrógeno ni baterías. No es un problema si se combina buena compra tecnológica con capacidad local para integrar, operar y adaptar. El tema es más el peligro de depender de cajas negras, que nadie entiende internamente porque se compra la tecnología. Entonces eso es una brecha y una capacidad limitante que hay que tomar en cuenta.

Una segunda podría ser todo el tema de capacidades en electrónica de potencia y redes inteligentes. Aquí estamos hablando de los cerebros que permiten esas redes inteligentes. Podrían ser, entre comillas, cerebros que permiten que la energía fluya de forma flexible. Estamos hablando de convertidores, de cargadores inteligentes, sistemas de control. Uruguay, en los informes que me han enviado, tiene buenos grupos de investigación en esto. Pero habría que escalar, habría que formar más ingenieros y técnicos especializados en estas áreas, porque el tema de gestión de redes inteligentes y de crear capacidades en electrónica de potencia es muy importante en el futuro.

Por último, creo que el tema de datos, la regulación y seguridad, el futuro sistema será mucho más digital. Es imparable la transformación digital. Se necesitan capacidades en ciencia de datos, en ciberseguridad para redes eléctricas y también gente capaz de diseñar normas, estándares para hidrógeno, almacenamiento, nuevos mercados, por ejemplo. Más que un problema de fierros, el gran cuello de botella suele ser de personas y reglas de juegos con estas competencias. Creo que hay que apostarle a la formación de talento en estas áreas.

¿Qué áreas de I+D y crecimiento disruptivo sostenible deberían priorizarse en la nueva Agenda de Energía?

Ese es justamente el tema que vamos a empezar a trabajar y a crear un movimiento en el país y en particular en instituciones académicas como UTEC, porque las áreas de investigación, desarrollo, innovación, crecimiento disruptivo y sostenible requieren la comprensión de que Uruguay y todos los países requieren saltos grandes, pero a la vez responsables, social y ambientalmente hablando.

Yo priorizaría unas áreas donde veo oportunidades y ventajas inmediatas. Son unas tres áreas de alta intensidad y donde hay ventajas y oportunidades inmediatas, como por ejemplo el hidrógeno verde y Power-to-X para el transporte pesado y puertos, usar renovables para producir combustibles limpios para camiones y barcos.

La segunda área de alta intensidad donde hay oportunidades inmediatas es todo el tema que ya hemos comentado de redes inteligentes y almacenamiento, que es dar a la red uruguaya tanto músculos como cerebro para manejar más renovables, vehículos eléctricos y almacenamiento.

Y una tercera área importante, inmediata, sería el tema de digitalización e inteligencia para activos energéticos, todo el tema de mantenimiento predictivo de parques eólicos, baterías y redes, utilizando datos. Luego, todo el tema de eólica offshore y energía marítima tiene mucho potencial al 2035-2050, y el desafío allí y la oportunidad al mismo tiempo es diseñar bien la entrada a esta nueva frontera, con pilotos, con buena planificación.

La otra área de intensidad moderada, más a largo plazo, es el tema de la bioenergía y la agroindustria circular, que ya lo hemos trabajado también desde el punto de vista de la bioeconomía forestal, que va desde la gestión de bosque hasta la bioenergía. Entonces, transformar residuos agrícolas y forestales en energía y productos de valor agregado de forma sostenible. Y por último, posicionar a Uruguay como un ejemplo en donde hay laboratorios territoriales de transición justa. Utilizar ciudades y regiones como laboratorios vivos es algo que podría posicionar a Uruguay en el mundo como un país demostrador, donde se prueban soluciones con participación de la comunidad, que ya lo hemos hecho en el sector de bioeconomía también.

Si tuviera que elegir una apuesta estratégica para Uruguay en los próximos 20 años, ¿cuál sería y por qué?

Hay una combinación de varios aspectos. Por un lado, Uruguay necesita un modelo de gobernanza con visión de largo plazo por encima de los ciclos electorales. Eso sería, desde el punto de vista de gestión y de apuesta estratégica, fortalecer la gobernanza. Yo creo que todo el tema de prospectiva inteligente participativa, con el uso de recursos y tecnologías, redes, infraestructura, usos finales de comportamiento y el tema de transformación del sistema sería una apuesta.

Pero desde el punto de vista pragmático de apuestas, cuando hablamos para el sector energético, sería convertir a Uruguay en el país demostrador de esta segunda transición energética en todo el Atlántico Sur. En la práctica, esto significaría, por ejemplo, corredores de hidrógeno verde y combustibles limpios, redes inteligentes con almacenamiento y digitalización y la bioeconomía circular. Aquí, Uruguay tiene mucho potencial donde los residuos agrícolas y forestales se convierten en energía y bioproductos.

Uruguay ya ha demostrado que puede subir una montaña y hacer la primera transición muy rápido. La apuesta ahora es liderar, no por tamaño, sino, por ejemplo, ser el país donde otros vienen a aprender cómo se hacen las cosas, cómo se gestiona la transición energética profunda, justa y basada en el conocimiento propio, que es una de las áreas en donde Uruguay ha marcado la pauta.

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