El fiscal Juan Gómez recibió a la diaria en su despacho de la calle Cerrito y habló de los inicios de su carrera, los cambios que trajo el nuevo Código de Proceso Penal en el vínculo con las víctimas y los imputados, los obstáculos que plantea la ley de urgente consideración al restringir los acuerdos abreviados y las implicancias de un juicio oral en la vida cotidiana de un fiscal.
Gómez nació en junio de 1955, en la localidad de La Palma, a 13 kilómetros de Tranqueras. Hijo de madre uruguaya, padre brasileño y hermano de seis varones, se crio en una familia dedicada a la producción agropecuaria que sufrió los embates de las inundaciones de 1959 y la temprana muerte de su padre. A los siete años sobrevivió a una compleja operación del corazón, que le permitió trascender los seis meses de vida que los médicos le habían pronosticado. Con 20 años ingresó a la Fiscalía como administrativo, en tiempos en que había sólo cuatro fiscalías penales en Montevideo. Aprovechó el trabajo para aprender sobre la persecución penal y terminar la carrera de Derecho. A fines de 1997 fue designado fiscal de Rivera. La propuesta del entonces fiscal de Corte Óscar Peri Valdez le significó separarse de su familia. Una decisión difícil de la que no se arrepiente.
Después estuvo nueve años en Maldonado, tres en la Fiscalía especializada en Crimen Organizado, dos en penal de Montevideo y asumió la primera Fiscalía especializada en Homicidios. Semanas atrás, el fiscal de Corte Jorge Díaz lo designó como su fiscal adjunto.
¿Cómo fue la decisión de aceptar la fiscalía de Rivera?
Mi esposa en esa época trabajaba como abogada y escribana pública y obviamente entendí que en el lugar donde yo ejerciera como fiscal ella no podía cumplir con su actividad profesional, porque si le daban trabajo era porque era la esposa del fiscal. Para evitar esas cuestiones, que puedan llevar a la falta de transparencia, opté por ir a Rivera y mi familia quedó acá. Tenía una hija muy chica, de cuatro años, que sufrió mucho la separación conmigo. Sufrieron las dos, mi otra hija tenía diez, pero yo ya había tomado la decisión, y cuando uno toma la decisión de cumplir determinada labor debe sentirse que está en condiciones de cumplirla; yo no podría tener la excusa de que no analicé, o no pensé. Opté por ese sacrificio personal y familiar, y algún día me pueden cobrar cuentas.
¿En qué materias trabajó como fiscal?
Siempre estuve trabajando básicamente en la investigación penal, aunque en aquella época en el interior, en el 98, teníamos competencia universal; penal, civil, de familia, aduanero, adolescente, menores, divorcios, lo que a usted se le ocurriera que pasara por la Justicia tenía la intervención de la fiscalía. Mi segundo destino fue Maldonado, no tenía ningún asesor. Nunca más me voy a olvidar, allá por 2005 terminamos con 5.041 dictámenes en el año. El trabajo siempre fue muchísimo, y en terrenos de responsabilidad, no de poder.
¿Siempre tuvo esa carga de trabajo?
En Rivera tuve gran cantidad de trabajo; en una época en que el Ministerio Público era casi olvidado por los presupuestos, trabajé dos años y medio, dos años estuve solo. Me designaron a una secretaría y a los seis meses me trasladaron a Maldonado, donde estuve años trabajando solo.
Quien pasa por Maldonado hace un posgrado de fiscal porque tiene todo tipo de materias, roza a todo tipo de personas, algunos notorios, seres humanos todos, pero la variedad ahí es cierta. Esa preparación en el trabajo también tiene un componente de que uno es feliz porque hace lo que siente que es lo que tienen que hacer, lo que motiva, da fuerza y deja de costado sacrificios de horas.
El período de menos trabajo fue el último tiempo antes de este nuevo código, en Montevideo (fiscalía penal de primer turno), porque después de Maldonado estuve en Crimen Organizado prácticamente tres años, con volúmenes de trabajo muy importantes, con los grupos criminales, la droga, una serie de temas en que me ha tocado intervenir, el affaire del fútbol, casos importantes como el de Pluna que requieren muchas horas de trabajo y estudio; en ese terreno he tenido una formación de laburo, no he extrañado.
¿Cómo afecta el hecho de ser fiscal de Crimen Organizado en la forma de sentir su seguridad personal?
Yo respeto a todos y no le piso la cabeza a nadie, entonces no comulgo con el temor. Sí tener cuidado porque son épocas difíciles, lamentablemente de mucha violencia. Yo respeto sobre todo a las víctimas y a los testigos, pero también respeto a las personas imputadas que tienen familias que muchas veces necesitan confiar en la persona que de alguna forma está incidiendo sobre su vida. Si bien quien adopta las decisiones que limitan la libertad de las persona son los señores magistrados del Poder Judicial, no me quito la responsabilidad de solicitarles a ellos que adopten esas decisiones; no es un tema menor que cuando uno sabe que incide en la vida de otras personas, incide a veces drásticamente; lo tiene que hacer con responsabilidad y con la tranquilidad de poder manifestarle mirándolo a la cara. Quizás los años me han ayudado a poder transmitir con respeto las más duras decisiones que tengo que promover o proponer como fiscal. Respeto muchísimo el sistema, a los jueces, a los defensores y también a los fiscales, los imputados y las víctimas. Todos componemos el sistema de Justicia del país.
¿Se puede aplicar la ley aun sin creer que sea justa?
La tarea de un fiscal no es perseguir por perseguir, ni fomentar injusticias, ni cosas que agredan a otros en algún sentido; la tarea de cientos de fiscales, que día a día trabajan con un profundo amor por la propia sociedad, es intentar hacer lo correcto. Reunidas las evidencias que indican que tal persona violó una ley de naturaleza penal, promover su formalización ante la Justicia penal respetando íntegramente la ley y la Constitución.
A mí me hace gracia cuando alguno dice que no se respeta esto o aquello. Felizmente estamos en una sociedad en que todos tenemos el derecho constitucional de emitir opiniones.
No hay ninguna detención que no sea aquella que prevé la Constitución de la República. Cuando agarran a una persona con las manos en la masa, esa es una detención que siempre es constitucional y nunca dejan de estar ante un juez de la República antes de que transcurran las 24 horas.
El artículo 22 de la Constitución de la República dice que no habrá juicio que no sea a inicio del acusador público que no empiece con una acusación de quien tiene la responsabilidad de representar a la sociedad en los tribunales. A mi juicio, son cuestiones muy sencillas.
La vida impone evoluciones en todos los ámbitos y me parece bien que se haya evolucionado y que se trate de mejorar día a día; yo no hablo de cosas perfectas, hablo de cosas mejorables.
¿Qué mejoras trajo el nuevo Código de Proceso?
El respeto a las víctimas, el cuidado a los testigos, con pasos extremadamente importantes.
La posibilidad de un fiscal de escuchar lo que tiene para ofrecer una víctima, un familiar, las quejas. Los seres humanos, a veces con sus razones, siempre tienden a ser inconformistas con determinadas soluciones, pero en la medida en que por lo menos se encuentran con alguien que los recibe y les dice “acá pasa esto, mis facultades son estas, la decisión que considero es esta”, ayudamos a un sistema de Justicia a mejorar; confío en que en la sociedad se vaya dando un sistema de Justicia cada vez más justo, respetuoso de los derechos de las víctimas. Hago hincapié en los derechos de las víctimas, pero no tengo necesidad de violentar derechos de imputados para ejercer la misión como fiscal.
¿El imputado por lo general comprende cuáles fueron los criterios para el procesamiento?
Hay de todo. Si hay alguien que puede estar en desventaja en este código, somos los fiscales, porque la evidencia, cuando una persona viene y declara “fui yo, hice tal cosa”, puede valer para una solución abreviada, pero si vamos a juicio eso ya no tiene ningún valor.
El abogado se entrevista primero con los imputados, y si el profesional dice “mi cliente no va a declarar”, yo sólo puedo preguntarle cómo se llama, cuál es su número de cédula, su domicilio, desde qué hora está detenido y si conoce la causa. Si no la conoce, informarle por qué está detenido y ahí terminó. Tenemos que ir acostumbrándonos a que la confesión que antes era la reina de las pruebas ahora ya no lo es. Uno debe tener el cuidado de reunir evidencias materiales, objetivas y no depender de algo que no está en el dominio de ningún fiscal, como la declaración del imputado. Si hay alguna disminución de oportunidades dentro del proceso, yo diría que somos los fiscales los primeros que lo sufrimos y lo tenemos que solucionar con un trabajo más profesional dirigido en conjunto con la Policía a la obtención de elementos objetivos, huellas, armas, pericias de la Policía Científica, del Instituto Técnico Forense y siempre la declaración de testigos y la protección de esos testigos, que es lo que nos permite llegar a resultados.
En el área de homicidios, ¿qué cambios trajo la ley de urgente consideración?
Básicamente el mínimo de las penas que permite el proceso abreviado. Dejó en el homicidio simple aquel penado con dos a 12 años de penitenciaría, que se admite dentro del proceso abreviado. No soy quién para cuestionar el criterio de los legisladores, pero con un año más permitiría que las tentativas de homicidio muy especialmente agravados, cuyo mínimo son cinco años, pudieran no ser necesariamente objeto de un juicio.
Se debe tener la exacta comprensión de lo que implica el desarrollo de un juicio. Antes, sin exagerar, podía hacer cuatro o cinco acusaciones en un par de horas porque era un proceso escrito; ahora para hacer una demanda acusatoria razonablemente bien hecha tengo que tener las pericias, una exacta noción de lo que me puede aportar tal o cual testigo, qué medio voy a valer, cómo incorporar esa prueba, por quién. Los juicios llevan a pensar y repensar qué me olvidé, qué hice, me faltó algo, me van a atacar por acá, me voy a defender por allá, son adversariales y es legítimo que las defensas procuren los mecanismos para defender. Yo no puedo ir con un montón de papeles, tengo que decir quién lo hizo, un perito psiquiatra o un médico, de la Policía Científica, un resultado de ADN, todo se incorpora con la declaración de quien hizo esa prueba, entonces supone un trabajo exigente. Puede llevar muchos días la preparación de un juicio y la movilización de recursos, como la Policía Científica, que tiene que estar ahí.
¿Qué se lleva del trabajo de tantos años?
Todavía no puedo decir “me llevo”, vivo el sueño de realizar lo correcto, es casi inalcanzable, pero esa es la lucha que tengo y me iré con un profundo respeto al sistema judicial y a la fiscalía y a los fiscales. También a los funcionarios que trabajan denodadamente para cumplir una tarea esencial para la sociedad. Una sociedad sin un sistema de Justicia que funcione, que sea confiable, que sea con sentido común, no es una cosa buena. Las sociedades se enriquecen con sistemas judiciales como el que sueño, como el que tenemos. Me llevaré la satisfacción de no entregarme, de seguir luchando. Uno tiene muchos revolcones, a veces diarios, pero hay que levantar la mirada y seguir en procura de, nada más y nada menos, hacer lo correcto, lo que uno estima que es lo correcto. Me llevaré la tranquilidad espiritual que me da el hecho de luchar todos los días, por más que no estoy con la carga del turno; otros colegas míos tienen esa labor, que es la que más me gusta, y que de alguna forma la extraño, porque implica investigar e interrogar. El pasaje del tiempo nos va limitando para otro tipo de actividades que también requieren mucho estudio y situaciones distintas. Me llevo saber que he estado del lado que yo entiendo que es correcto. Estoy siendo juez de mí mismo, pero es lo que siento, en el lado correcto de defender a la gente sin distinción y a los más humildes por vocación, a gente que muchas veces no tienen la posibilidad de que alguien los escuche, no sé si es mucho o es poco, pero es lo que uno tiene y puede brindar. Me iré con eso.