Los últimos meses fueron testigos de una efervescencia diplomática poco habitual. Más notable aún en la medida en que los anfitriones de esas grandes maniobras, Sudáfrica e India, no pertenecen al mundo occidental. En efecto, apenas concluía la cumbre de los BRICS (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el 24 de agosto en Johannesburgo, estos países se encontraron en la otra cumbre, algo más occidentalizada, del Grupo de los 20 (G20),1 el 10 de setiembre en Nueva Delhi. Azar del calendario, esta cercanía temporal hizo todavía más evidente la diferencia entre ambas instancias, como una imagen en miniatura del mundo tal como se mueve.
La primera cumbre estaba moribunda antes de su apertura o, en todo caso, paralizada por los disensos entre India y China. Mostró su vitalidad al recibir a seis nuevos miembros. Algunos comentaristas hablan de “giro histórico”, mientras que otros sólo ven un simple “golpe de comunicación”. El encuentro no merece ni ese desborde de entusiasmo ni ese exceso de miopía. Una cosa está clara: los BRICS atraen a más de 20 países nuevos, a la espera de ser cooptados.
La reunión del G20 debía marcar el retorno de Occidente, cada vez más discutido en los países del Sur[^2]. Se cerró con un fracaso, ya que los países ricos no llegaron a imponer su visión, e incluso retrocedieron en relación con la de Bali, que el año previo había denunciado “la invasión de Rusia”. El comunicado final de Nueva Delhi no hace referencia sino a la “guerra en Ucrania”: “Una formulación que los partidarios de Kiev, como Estados Unidos y sus aliados, antes habían rechazado porque implica que Rusia y Ucrania tienen el mismo nivel de responsabilidad –observa Financial Times2–. [...] Un golpe duro para los países occidentales que se pasaron el último año intentando convencer a los países en vías de desarrollo de que condenaran a Moscú y apoyaran a Ucrania”. El Sur rechaza la guerra, pero no adhiere al relato occidental.
Es cierto que en este G20 se integró a la Unión Africana (a igual nivel que la Unión Europea), lo que puede interpretarse como una apertura. Pero hay pocas chances de que esto modifique las relaciones de fuerza. Para hacer olvidar la decepción de la Cumbre de Nueva Delhi, la presidencia estadounidense y sus postas mediáticas destacaron la propuesta del presidente de ese país, Joe Biden, aceptada por todos, de crear un “corredor” que una India con Europa a través de Emiratos Árabes Unidos (EAU), Arabia Saudita, Jordania, Israel, con una vía férrea, un cable submarino de alta velocidad y un gasoducto de hidrógeno. Lírica, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen quedó extasiada: “Mucho más que una simple vía férrea o un cable, es un puente verde y digital que unirá continentes y civilizaciones”.
Por el momento, los trazados siguen sin estar claros y los financiamientos son inexistentes. En la cumbre previa del G20, el año pasado, Biden había lanzado la idea de una Asociación Global para las Infraestructuras y las Inversiones (PGII, en inglés), que se suponía contrarrestaría las famosas rutas de la seda chinas. Pero los dólares que tenían que llover no llegan sino a cuentagotas... si es que llegan. Sin esperar, el resto del mundo se organiza, imagina otros “corredores”, como el International North-South Transport Corridor (INSTC) que une Rusia, Irán e India, al que pronto se sumarían Turquía, Kazajistán, Omán3... En materia de desarrollo, las promesas occidentales no alcanzan para enrolar en el propio campo a los países pobres o emergentes. Es también lo que traduce el éxito de la Cumbre de los BRICS en Johannesburgo.
Aquellos y estos ladrillos
Para dimensionar el camino recorrido, hay que recordar que el acrónimo BRICs nació de la pluma de un economista estadounidense, Jim O’Neill, al servicio del banco de inversiones Goldman Sachs, en 2001. En su espíritu, los miembros no eran sino cuatro, y la “s” final era la marca de un plural. Lo que se trataba de enfatizar entonces era su desarrollo rápido, como lo formularían él y dos de sus colegas algo más tarde: “Si todo sigue su curso normal, en menos de 40 años las economías de los BRICs podrían superar a las del G6 [que agrupa a los seis países más ricos]”4.
En plenas negociaciones comerciales con los países occidentales para una liberalización acelerada de los intercambios en todos los campos, los cuatro países en cuestión decidieron hacer concreto el acrónimo y encontrarse por primera vez en Rusia en 2009, y luego en Brasil al año siguiente y, un año más tarde, en China, donde se les unió Sudáfrica. Los BRICS –ya con una S final por Sudáfrica, y en mayúsculas para mostrarla al mismo nivel que los demás, esta vez– se institucionalizaron: la Cumbre de agosto pasado es la décimo quinta de este tipo. No obstante, sus miembros no se estructuran en una organización clásica con una dirigencia, una secretaría, etcétera. El país anfitrión de la Cumbre es quien preside durante un año, mientras un acompañante de cada país y su adjunto preparan la reunión, y las decisiones se toman por consenso. Dicho de otro modo, y al contrario de lo que se escucha a veces, los cinco se pusieron de acuerdo para recibir, el 1º de enero de 2024, a seis nuevos miembros: Argentina, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán.
En cambio, resulta muy difícil saber qué criterios fueron aplicados para seleccionar a tal o cual país. Argelia, por ejemplo, impulsada por el apoyo de su aliado ruso, pensaba ser adoptada, pero se llevó una gran decepción al saber que no formaba parte de los felices elegidos. Más que el estado de su economía, posiblemente hayan tenido peso sus querellas viscerales con Marruecos.
Por supuesto, los intereses económicos ocuparon un importante lugar dentro de la elección relativa a la ampliación. Es comprensible todo lo que Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos o Irán, y en menor medida Egipto, pueden aportar en el campo energético: los 11, llamados ahora BRICS+, van a controlar más del 54 por ciento de la producción petrolera mundial. Y eso otorga un cierto peso. En el campo de los metales raros que hoy se volvieron esenciales, los mayores yacimientos planetarios están en Brasil, Rusia, Sudáfrica, mientras que China detenta ya los dos tercios de la producción de tierras raras del planeta. De igual modo, Argentina forma parte de los mayores productores de trigo, soja y carne de vaca. Con los cereales rusos, el azafrán y los pistachos iraníes, el café y el sésamo etíopes, las naranjas y las cebollas egipcias, los BRICS+, señala el investigador Sébastien Abis, “representan ahora el 23 por ciento de las ventas agrícolas mundiales (en valor) contra el 16 por ciento a comienzos de siglo”5 –lo que hace de ellos un grupo de países que cuenta en los mercados, pero también en la ayuda alimentaria a las naciones más desposeídas, permitiéndoles así asentar su influencia–.
Razones y estrategias
En efecto, las consideraciones geopolíticas nunca faltan entre los BRICS, y no solamente para el caso de China. Así, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, que “luchó para que [sus] hermanos argentinos pudieran participar en los BRICS”6, buscó en el mismo movimiento ayudar a su homólogo Alberto Fernández que enfrenta una situación difícil en vísperas de la elección presidencial del 22 de octubre, reforzando a su cuarto socio económico (después de China, la Unión Europea y Estados Unidos) para garantizar un desarrollo que fuera provechoso en términos mutuos. No es seguro que funcione, porque los dos candidatos de la oposición hicieron saber de inmediato que no sostendrían ese compromiso si fueran electos: “En ningún caso hablaría con comunistas [China y Brasil]”, afirmó incluso Javier Milei, la estrella en ascenso de la extrema derecha en Argentina.
Del lado de Medio Oriente, no asombra la inclusión de Irán, ya integrada a la Organización de Cooperación de Shanghai7 en 2021, al igual que la de Arabia Saudita. A comienzos de año, bajo la égida de Pekín, ambos países reestablecieron sus relaciones diplomáticas rotas siete años antes. Entonces, podemos imaginar que el presidente chino estaba muy interesado en su presencia. Pero el primer ministro indio, Narendra Modi, que recibió al ministro de Relaciones Exteriores iraní el año pasado, era también más que favorable a la adhesión de Teherán. Por un lado, no pretende dejar que China ocupe la escena por sí sola. Por el otro, sostiene vínculos económicos importantes con dicho país. Como vimos, un “corredor” vincula a ambas naciones y sus intercambios comerciales, aún modestos, están saltando rápidamente pese a las presiones estadounidenses: aumento del 44 por ciento el último año, por un total de 2.500 millones de dólares.
En cuanto a la sorprendente cooptación de Egipto, se aclara si recordamos que este país alberga la sede de la Liga Árabe, por la que vela de modo especial el mandatario chino, Xi Jinping, debido a que respalda su política en Xinjiang. Más se entiende, sobre todo, si se recuerda que El Cairo posee la llave del Canal de Suez, por el cual transita una gran parte del comercio internacional. Una plataforma geoestratégica esencial, entonces. Además, China, que tiene vínculos estrechos con Etiopía, escala africana importante de las nuevas rutas de la seda, espera quizá llevarse otro éxito diplomático contribuyendo a resolver el diferendo egipcio-etíope a propósito de la gran represa del Renacimiento que Addis-Abeba construyó en el Nilo Azul8. Pekín busca afirmarse como pacificador frente al enemigo estadounidense acusado de llevar la división, incluso la guerra, a todos los rincones del planeta.
Para evitar confusiones
¿Se puede ver en estos BRICS ampliados la eclosión de un bloque político antiliberal y antioccidental? El comunicado final de los cinco integrantes no deja lugar alguno a la ambigüedad. No promueve ningún modelo económico alternativo. Como cualquier otra instancia occidental, ensalza las virtudes de los acuerdos de libre intercambio (que habría que extender), así como de las cooperaciones público-privadas (PPP), cuyo lema, no obstante, es conocido: el público paga, el privado cosecha. Dos ejemplos entre otros.
Tampoco hay un frente antioccidental en el plano geopolítico. Ni siquiera un frente del todo unido: los dos mastodontes del grupo, India y China, se enfrentan de modo regular en la frontera del Himalaya. Apenas se cerró la puerta de la Cumbre de Johannesburgo, el ministro de Recursos Naturales chino publicaba un mapa atribuyéndose territorios en litigio. Una representación que no es francamente nueva, pero que es del todo inaceptable para el derecho internacional. Además, Nueva Delhi está implicada en el diálogo cuadrilateral de seguridad (Quad) que dirige Estados Unidos para luchar contra el ascenso de China. En Medio Oriente, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita cobijan bases militares estadounidenses mientras que Egipto –segundo beneficiario de la ayuda estadounidense después de Israel– reforzó aún más su cooperación securitaria con Washington. Es decir que ni unos ni otros quieren derribar el orden internacional. En cambio, sí pretenden transformarlo.
Hay que decir que “las actuales estructuras de gobernanza mundial reflejan el mundo de ayer [...] Se deben reformar para reflejar las realidades económicas y las lógicas de poder contemporáneas”9, según las palabras del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en Johannesburgo. El comunicado final de la Cumbre llama también a “una mayor representación de los mercados emergentes y de los países en desarrollo en las organizaciones internacionales y los foros multilaterales en los que desempeñan un rol importante”. Enumera las grandes cuestiones a afrontar, reclama una revisión del peso de cada país en las instancias decisivas del Fondo Monetario Internacional (las “cuotas”)10 así como una reforma de la Organización de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad, “que incluya a Sudáfrica, Brasil e India” –reforma a la que Pekín siempre se había opuesto, hasta ahora–.
Pero el viejo mundo, que va a la rastra de Washington, no quiere saber nada, petrificado como está ante la idea de tener que compartir el poder con naciones antaño subalternas. Profesor en la Universidad de Harvard, Graham Allison resume perfectamente la situación: “Los estadounidenses están en shock porque China no asume el lugar que ellos le asignaron dentro del orden internacional dirigido por Estados Unidos”11. China aceptó este lugar durante mucho tiempo antes de descubrir, después de la crisis de 2008, que nunca sería tratada con igualdad12. No es la única que siente que este orden es injusto, pero dispone de los medios económicos y financieros para arrastrar a otros actores –lo que explica el éxito de la cumbre de los BRICS–.
Así, el comunicado final insiste en “la importancia de alentar monedas nacionales dentro del comercio internacional y las transacciones financieras entre los BRICS, así como con sus socios comerciales”, en lugar del dólar. Eso ya está en camino y avanza, incluso si el billete verde sigue siendo ampliamente dominante. A estos primeros pasos se suman el refuerzo del mecanismo de ayuda mutua en caso de crisis (Arreglo de Reserva Contingente) y la ampliación del número de miembros del nuevo Banco de Desarrollo, conocido como el Banco de los BRICS, a países como los Emiratos Árabes Unidos, que pueden aportar fondos. Los BRICS+ se arman en el terreno financiero.
Dicho de otro modo, la Cumbre de Johannesburgo no debe ser leída con lentes del pasado. Ni exhibición diplomática, ni alianza a imagen y semejanza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los BRICS+ reflejan la capacidad de los países emergentes para anudar acuerdos en función de sus intereses nacionales –y no en función del campo ideológico preestablecido como durante la Guerra Fría–. De hecho, explica Allison, “la mayor parte de los países se niega a elegir entre Estados Unidos, esencial a su seguridad, y una China esencial a su prosperidad”. Sus diferencias, incluso sus divergencias, no bastan para aniquilar su voluntad de actuar juntos para imaginar una nueva configuración mundial.
Martine Bulard, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Merlina Massip.
- Véase Alain Gresh, “Lectura periférica”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2022.
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Lista de miembros del G20: Alemania, Sudáfrica, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Turquía y Unión Europea. ↩
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Henry Foy, James Politi, Joe Leahy, John Reed, “G20 statement drops reference to Russia aggression ‘against’ Ukraine”, Financial Times, Londres, 9-9-2023. ↩
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“Un vent s’est levé, le signe des BRICS”, La Lettre de Léosthène, N° 1.761, setiembre de 2023. ↩
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Jim O’Neill, “Building better global economic BRICs”, Global Economics, paper N° 66, Goldman Sachs, 30-11-01; Dominic Wilson, Roopa Purushothaman, “Dreaming with BRICs: The path to 2050”, Global Economics, paper N° 99, Goldman Sachs, octubre de 2003. ↩
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Sébastien Abis, “Brics : l’appétit agricole vient en marchant”, La Tribune, 4-9-2023. ↩
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“Le Brésil fait entrer son principal partenaire latino-américain, l’Argentine, dans les Brics”, Le Grand continent, París, 26-8-2023. ↩
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Lista de países miembros de la Organización de Cooperación de Shanghai: China, India, Irán, Kazajistán, Kirguizistán, Uzbekistán, Tayikistán, Paquistán, Rusia. ↩
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Véase Habib Ayeb, “¿Quién se quedará con las aguas del Nilo?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2013. ↩
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Discurso de Guterres en el sitio del Brics. ↩
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Véase Renaud Lambert, “Viaje al corazón del FMI”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, julio de 2022. ↩
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Graham Allison, “US-China: More decoupling ahead”, Goldman Sachs / Global Macro Research, N° 118, 1-5-2023. ↩
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Véase Martine Bulard, “El poder mundial se desplaza”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2008. ↩