Lo principal: Números reales (teatro, 1991), El espía del Inca (novela, 2018), Camasca (teatro, 2019).
Se tardó 11 años en escribir su primera y hasta ahora única novela, El espía del Inca, un fresco colosal que narra el secuestro de Atahualpa y el fin del Incario. La dio por concluida el 31 de diciembre de 2010. Como le tenía confianza al libro, y además era bastante ingenuo para esos lances, Rafael (Lima, 1963) envió el original a editores de todo el mundo. Los mensajes de rechazo se fueron acumulando con razonamientos que a él le resultaban sorprendentes: que eran muchas páginas (casi mil), que tenía demasiados términos en quechua, que era un libro “difícil de vender”. En España un editor se sacó la careta para decirle que a los lectores españoles no les interesaban las culturas prehispánicas: “Roma sí, Grecia también... hasta Cartago, pero incas y aztecas, eso no”.
En Perú durante años se le cerraron todas las puertas. Al final, ya en 2018, el editor Esteban Quiroz se animó a publicar El espía del Inca en Lluvia, una editorial limeña. Y ocurrió que el libro se convirtió en un exitazo y fue el más vendido de ese año en el país. Y siguió encabezando las listas en 2019 y también en 2020. Ahora, publicado por Alfaguara, está cosechando elogios (y ventas) en otros países.
Dumett considera que “El espía del Inca rompió con el ‘sentido común’ establecido en Perú sobre cómo y dónde se publica y promueve un libro. Sin campaña mediática, sin padrinos, y gracias exclusivamente a los lectores que se pasaban la voz, la novela se convirtió en el libro más vendido durante tres años”.
El autor enseña en California, en la Universidad de San Francisco, y pasa allí una parte del año. Concluido el semestre se instala con su esposa en una finca que poseen en Fiddletown, California, un diminuto poblado de 200 habitantes a casi tres horas de San Francisco. Allí ambos hacen tareas propias del campo y cuidan a sus animales; entre otros, seis alpacas y una llama. Cultivan una huerta (para la electricidad instalaron paneles solares, sacan el agua de un pozo que tienen en su propiedad), viven entre árboles y pájaros. “Aprendí que soy, puedo ser, fundamentalmente una persona rural”, dice el escritor.
Rural y muy ilustrado. Cursó lingüística en Lima, se fue a París, estudió teatro en La Sorbona y recaló por fin en San Francisco: “Una ciudad que amo por su apertura, diversidad y visión progresista, y en la que me gano la vida como profesor universitario”. Hace poco me confesó que se considera “un periférico”, y lo cierto es que vive como piensa, bastante lejos de las pasarelas literarias, consagrado a la enseñanza, la investigación y la escritura (guiones de cine, proyectos teatrales, una nueva novela).
El espía del Inca no es sólo un relato apasionante y adictivo, es también un documentado recorrido sobre la vida en el Tahuantinsuyo, el carácter imperial de los incas, las tramoyas secretas provocadas por la prisión de Atahualpa, el Señor del Principio, que “parece muy entretenido por el encierro, como si este le permitiera disfrutar furtivamente del placer oblicuo, prohibido para un hombre-dios de poder omnímodo como Él, de estar confinado en un espacio que no es el abarcado por el horizonte, de hallar por fin bordes a sus mandatos, fronteras a su voluntad”.
Rafael Dumett muestra, con su trabajo y con su vida cotidiana, una forma posible de estar en la literatura latinoamericana contemporánea. Se trata de una presencia potente irradiada a partir de la obra, y que se acentúa con esa condición lateral del autor, ese “carácter periférico” que él mismo reivindica y cultiva allá en Fiddletown, California.