Gustavo Rodríguez. Alfaguara, Montevideo, 2023. 254 páginas, 790 pesos.
Ganador del premio Alfaguara de novela 2023, este libro del peruano Gustavo Rodríguez golpea en el parche de un tema de subterránea actualidad. No por estar en las portadas de los periódicos ni en el resumen de principales noticias del telediario, sino por formar parte de la conversación y la preocupación de la mayoría de las personas: el cuidado de los padres o el qué hacer con uno mismo en los años de la decrepitud. Asunto oscuro y cubierto por varias capas de tabúes es abordado, aquí, sin solemnidad y de forma descarnada. Lo primero permite que haya una permanente sonrisa de protección a medida que se acompaña el trayecto de una cuidadora de varios ancianos de los barrios acomodados de Lima. Lo segundo hace que no se esquive lo ulcerante.
“Llega una edad en que la felicidad consiste en que nada te duela demasiado”, piensa uno de los personajes, una antigua eminencia médica. Pero cuando se cuida, si se tiene un lazo de afecto con el cuidado, hay que aceptar que ser el receptáculo del dolor de los demás también tiene un alto costo emocional, afirma otro. Es en esa tensión entre las dos esquinas de lo que duele que surge una tercera posibilidad. Una posible salida. No como el fin de la felicidad sino como una forma de salvar los recuerdos de los momentos de felicidad de un presente hecho de lacerantes incomodidades. Así, “Los siete magníficos”, como se llaman a sí mismos un grupo de ancianos y ancianas que están en una residencia y que todavía mantienen algo de vitalidad, al contrario del resto de los internos, aceptan que no quieren dejarse deslizar hacia la decadencia inevitable. El tono, sin embargo, no es el de esa última aventura, edulcorada y desproblematizada, que muestra Hollywood en esas películas de “último viaje” en las que sus ajados protagonistas no se diferencian demasiado de los personajes de las comedias de adolescentes. Aquí también está lo áspero. Está la diferencia de clase. Está el dinero. Está la empatía, pero también el “qué será de mí cuando se muera y ya no tenga el salario de esas horas de cuidado”. Por eso es una transacción, y no sólo caridad cristiana por el dolor del prójimo. Es, en cierta manera, un “a cada quien según su necesidad y de cada quien según sus posibilidades”. ¿Cuánto vale eso? Quizá el roedor de los Andes pueda ser una moneda para intentar cuantificarlo.