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Yannis Ritsos. Foto: sin datos de autor / Poetry Foundation.

El honor de los poetas

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La pulseada entre lo griego y el helenismo.

Un libro, en especial si es un libro de poesía, y sobre todo si es buena poesía y despierta algo realmente nuevo, puede rescatar una tradición de lucha. Puede, incluso, oponerse a una versión interesada de la historia. Un asunto viejo al que la política griega le devuelve actualidad.

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Yannis Ritsos murió en 1990. Durante su funeral en Monemvassia, su ciudad natal en el Peloponeso, sus camaradas del Partido Comunista de Grecia (KKE) e intelectuales atenienses se hicieron a un lado frente a los campesinos que enterraron al hombre al que consideraban como uno de los suyos. Banderas rojas, mar Egeo, rito ortodoxo... y el pueblo: un último adiós al unísono de su vida, la de un hombre nacido 81 años antes, el 1 de mayo, en una familia de aristócratas arruinados.

De joven viajó a Atenas, donde se ganó la vida mientras luchaba contra la tuberculosis. Se convirtió en notable figura de la famosa generación de la década de 1930 (la de Georges Seferis y Odysséas Elytis, futuros ganadores del Premio Nobel), que introdujo el modernismo literario en Grecia. A diferencia de Seferis y Elytis, Ritsos se sumó al joven KKE, en un país todavía marcado por la Gran Catástrofe de 1922 –en la que los cristianos de habla griega fueron expulsados de Asia Menor durante la segunda guerra greco-turca– y por la represión de las huelgas desarrolladas bajo la dictadura de Ioannis Metaxás a partir de 1936. Desde entonces, el poeta dedicó su vida tanto a buscar nuevas formas de expresión como a luchar por la justicia social. Ritsos, celebrado por el poeta francés Louis Aragon, experimentó todos los honores literarios y todos los campos de concentración de su país. Compartiendo los sufrimientos de un pueblo oprimido, supo evocarlos de nuevas maneras, y siguió experimentando incluso cuando se convirtió en heraldo de sus luchas. Para comprender cómo este escritor tan exigente consiguió despertar el fervor de todo un país, hay que leer Romiosini –Grecidad–, que es tanto una canción de lucha como una meditación sobre Grecia1.

Escrita entre 1945 y 1947, la obra conserva un lugar especial en la historia literaria y política griega. Volviendo a la resistencia al fascismo, este poema dotado de símbolos tan claros como furtivos compone la historia de un pueblo en constante lucha por la libertad a lo largo de los siglos. En 1946 estalla la guerra civil entre comunistas y monárquicos apoyados por el Reino Unido, lo que impide la publicación del texto. Ritsos fue deportado, entre 1949 ya 1951, a campos insulares donde el Estado realista torturó y “reeducó” a los comunistas derrotados. Grecidad finalmente apareció en una colección en 1954, un período de distensión política. Su éxito, así como el establecimiento de la dictadura de los coroneles, en 1967, llevaron al escritor Jacques Lacarrière a traducir, en 1968, este importante canto a una versión francesa que captó su dureza y su aliento épico2.

En 35 páginas, Ritsos busca expresar a Grecia en un lenguaje desnudo y, a primera vista, negativo: “Este paisaje es duro como el silencio/ aprieta contra su seno sus piedras incandescentes/ aprieta contra la luz sus olivos huérfanos y sus vides/ aprieta los dientes. No hay agua. Solamente luz”. El pasado y el presente se entrelazan, resuenan referencias a civilizaciones antiguas, bizantinas y modernas. Desde los turcos hasta los alemanes, la tierra permanece ocupada. Es ella, con el recuerdo de los muertos, la que une a los seres. Y no la sangre. Ninguna indicación sitúa el tiempo, los humanos no se distinguen de su entorno: “Y aquí están los que suben y bajan las escaleras de Nauplia / Y que tienen por tabaco las espesas hojas de la noche, / Por bigotes los arbustos de tomillo espolvoreados con estrellas / Y en lugar de dientes, los muñones, las rocas y la sal del Egeo”. No se trata de los “griegos” sino de un “ellos” indistinto y repetido que forma un colectivo anónimo y compuesto. Allí encontramos, nunca aniquilados por completo, los espectros de la guerra de independencia de 1821.

Porque Grecidad retoma los cantos clefticos de los bandidos libres de las montañas que lucharon contra los otomanos: “En las almenas, los capitanes muertos custodian el fuerte. / Bajo sus ropas, la carne se descompone. / Hermano, ¿no estás agotado?”. En otra parte, el canto incorpora la epopeya de Digenis Akritas, mítico guardián de la frontera bizantina, nueve siglos antes: “En las áreas de mármol, se encontraron con Digenis, / Pusieron la mesa para la cena / Y compartieron su desesperación en dos / Como compartimos, de rodillas, la hogaza de cebada”. En silencio, su rumor lleva consigo incluso fugaces evocaciones de Prometeo y Ulises. El poema se cierra con las aldeas quemadas de los años 1940 y los sacrificios de la resistencia. El juego de ecos acaba mezclando a muertos y vivos en un mismo pueblo que se levanta contra el ocupante más allá de las tumbas: “Debajo de la tierra, entre los brazos cruzados / Sujetan la cuerda de la campana, / Y esperan sin dormir / Para hacer sonar la resurrección. / Esta tierra es de ellos, es nuestra / Nadie nos la puede quitar”.

Un eco insurrecto

Inesperadamente para la época, Ritsos llamó romiosini a estas conexiones sucesivas y a esta red de signos. La elección del término es crucial. Romiosini no es el helenismo que, desde la creación del Estado griego en 1831, ha representado una palanca ideológica para obtener el apoyo del Reino Unido, de Francia y de Rusia. En gran medida bajo la presión de estas potencias, el nuevo país se construyó buscando un regreso a la Antigüedad clásica y una conexión con Pericles y Aristóteles. Correspondería a los griegos modernos revivir el mármol inmaculado, la filosofía y la oposición a Oriente. Dos siglos más tarde, el Estado pasó a denominarse República Helénica; sus ciudadanos son los helenos. Por el contrario, el término romiosini se refiere a los romioi, los súbditos del Imperio Bizantino que, hasta su caída en 1453, pretendían continuar el Imperio Romano. Después de él, los otomanos utilizaron el término ron para designar a las poblaciones de habla helénica y, en general, cristianas. Como resultado, romios designa al griego cristiano, en contraposición al pagano heleno. Pero el romios es también el griego que vive bajo el yugo y que luchará por su libertad durante la revolución de 1821.

Después de la Gran Catástrofe y del estallido de violencia bajo la ocupación alemana, los griegos atravesaban una crisis de identidad. En 1945, Ritsos se apropia del término romiosini, poco utilizado, para oponer al discurso estatal otra narrativa sobre el milagro del Ática en el siglo V, seguido de un largo eclipse y luego una resurrección en el siglo XIX con la Guerra de Independencia. Toda la población de la época adhirió a esta historia, desde el rey (la monarquía terminó con el establecimiento de la dictadura en 1967) hasta los camaradas comunistas del autor. El romiosini de Ritsos es, por tanto, un contraataque. El poeta da vida a la palabra para reformular la concepción que Grecia puede tener de sí misma, caracterizada en realidad por tres milenios de insubordinación popular que vibra en la carne de los pueblos y en la tierra. Como si los pueblos heroicos de siglos pasados sobrevivieran en aquel otro, campesino y obrero, contemporáneo del poeta. Ya no se trata de intentar volver a una época dorada encarnada por los atenienses de antaño, victoriosos en Salamina y Maratón, sino de formar parte de una continuidad de fases equivalentes. Al cargar la palabra con una connotación popular y combativa –como lo atestiguan las definiciones de los dos principales diccionarios del griego moderno, el Triantafyllidis y el Babiniotis, que hacen referencia al poema–, el autor se sitúa en oposición a la lógica reaccionaria del helenismo de Estado.

Letra y música

El texto debía aún penetrar en la conciencia colectiva. Desde 1960, el compositor Míkis Theodorakis –también comunista, combatiente en la guerra civil, exdeportado como Ritsos– conjuntó en sus composiciones tonos bizantinos e instrumentos tradicionales, canciones populares y poesía contemporánea. Los griegos nunca habían oído nada parecido. El historiador Dimitris Papanikolaou lo percibió como la invención de un nuevo canon cultural: el “modernismo popular”3. En 1966, Theodorakis puso música al texto y eligió a Grigóris Bithikótsis, un cantante muy famoso de la época, para interpretarlo. Para el estreno de Grecidad, las salas de conciertos resultaron demasiado pequeñas. Hubo que trasladar el espectáculo a un estadio. La derecha en el poder intentó intimidar, en vano, a un público en el que los veteranos de la resistencia se mezclaban con la juventud de una izquierda en pleno apogeo. El entusiasmo era colosal.

Un año después, en abril de 1967, tras el golpe de Estado, las obras de Theodorakis fueron prohibidas. Ritsos fue enviado a un campo de prisioneros y luego puesto en libertad condicional. Los años pasaron, hasta que la Escuela Politécnica fue ocupada en 1973 por los estudiantes. Desde los altavoces transmitían de modo incansable Grecidad. Mientras tanto, Ritsos escribió Dieciocho cantares de la patria amarga, una suerte de secuela de Grecidad, 26 años después. El tema de los romiosini vuelve a estar presente: “No llores por el alma griega / allí donde se incline / con el cuchillo en los huesos, y con la cuerda en el cuello / Mira cómo se levanta de nuevo, se refuerza y crece y arponea a la bestia con el arpón del sol”4. Tras la caída de la dictadura, en 1974, estos versos fueron cantados por Theodorakis y retomados por el público ateniense durante un concierto legendario. La poesía y el canto juntos se oponían al orden dominante en el campo simbólico, como lo habían hecho los artistas en la acción política, por la libertad.

En las últimas elecciones nacionales de mayo-junio de 2023, tres partidos de extrema derecha obtuvieron el 12 por ciento de los votos, entre ellos Espartanos y Solución Griega, que forman parte de la tradición helenista. La oposición entre lo griego y el helenismo no es sólo una cuestión de historia.

Ulysse Baratin, director de la Escena de Investigación de la École normale supérieure de Paris-Saclay. Traducción: Le Monde diplomatique, edición Uruguay.


  1. Yannis Ritsos, Grécité, traducción de Jacques Lacarrière, Fata Morgana, Saint-Clément-de-Rivière, 2023 (reed.) (versión española: Grecidad y otros poemas, trad. Heleni Perdikidi, Madrid, 1979). 

  2. Jacques Lacarrière es autor, entre otros, de L’Été grec. Une Grèce quotidienne de 4000 ans, Plon, colección Terre humaine, París, 1976. En español Grecidad fue traducido por Heleni Perdiki y editado por Visor (Madrid, 1979). 

  3. Pour une histoire de la littérature grecque du XXe siècle. Propositions de reconstruction, thèmes et courants, actas de un coloquio en memoria de Alexander Argyrios, trabajo colectivo, Prensa de la Universidad de Creta – Museo Bénaki, Heraklion, 2012. 

  4. Dix-huit petites chansons de la patrie amère, traducción de Anne Personnaz, Éditions Bruno Doucey, París, 2012 (versión española: Epitafios / Dieciocho cantares de la patria amarga, trad. Juan José Tejero y versión de Manuel García, Sevilla, Ed. Point de Lunettes, 2013). 

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