Aunque el cepo dificulta el crecimiento, Javier Milei llega a su primer año de gobierno en Argentina con estabilidad cambiaria e inflación a la baja. Su programa, con elementos heterodoxos, cuenta con la confianza de una sociedad cansada de fracasos. Así transcurrió, en términos económicos, “un año de oscuridad bajo las fuerzas del cielo”.
Acompáñeme el lector con la siguiente imagen. La imagen es la de un rodeo, esa actividad típica del Estados Unidos de los rednecks en la que una persona se monta a un toro e intenta domarlo. La imagen que caracteriza la situación actual argentina es el instante previo a que se abra la manga que aprisiona al toro y le atenaza. En ese momento, el jinete se mantiene estable, puesto que el animal se encuentra encajado entre gruesos tablones de madera. Como es evidente, la estabilidad que siente el jinete no responde al hecho de que haya domado al toro, sino a que la manga mantiene al animal tan apretado que le impide moverse.
Por las dudas: el jinete es Milei; el toro, claro está, el mercado –más en general, el bull-market–; y la manga, el cepo cambiario. Pensar que “el Javo la domó”, como se dice en redes sociales, en presencia del actual cepo es o bien maniqueo, o bien peligroso. Vayamos entonces de a poco para entender si al gobierno libertario “ya le salió bien” o si “se cae en 90 días”. Ninguna de esas dos expresiones de deseo sirve para comprender la economía política del outsider que gobierna una de las economías más rotas del mundo.
La imagen del rodeo no implica que una eventual salida del cepo tenga que terminar necesariamente con el jinete expulsado por los aires gracias a un toro bravo al que lo único que le interesa hacer es comprar dólares hasta que no haya mañana. La metáfora busca señalar que todos los atributos “positivos” que tiene el cepo se explican básicamente por la ausencia de un mercado libre. Es por esta misma razón que, a la corta o a la larga, los efectos negativos del cepo más que superan sus efectos positivos. En el mundo actual no se puede crecer sin mercado y, casi por la misma razón, no se puede crecer con cepo.
Queremos ser claros. El toro, el mercado, no odia al jinete. No busca destituirlo de su asiento por alguna oscura razón. Correr y saltar es, simplemente, su naturaleza. Aún más, si “el Javo lo doma”, el mercado lo terminará amando. Pero para domarlo tiene que ocurrir algo fácil de decir, pero difícil de hacer: el que compró dólares debe perder, única forma de que quede “domado”. Por el momento, ese efecto fue logrado. Suponga un lector argentino que le hago la siguiente oferta: le vendo dólares a un tipo de cambio de 3.300 pesos argentinos. ¿Me compra? No hace falta ser economista ni especialista en finanzas para responder. El lector incluso se podría sentir insultado, “¿me toma por estúpido?”. El dólar hoy vale 1.100 pesos argentinos. Nadie sería tan tonto de pagarlo tres veces ese valor.
Ahora bien, con una mano en el corazón, respóndame lo siguiente: en octubre del año pasado, cuando el dólar llegó –en valores de ese momento– a 1.500 pesos argentinos, usted, hipotético lector argentino, ¿compró? Dele, de verdad, ¿ni 100 dólares compró cuando Milei iba a ganar y dolarizar la economía? Bueno, si la respuesta es que sí y usted tiene todavía ese dólar, entonces ha sido domado. Porque comprar un dólar a 1.500 pesos en octubre del año pasado es equivalente a comprarlo a 3.300 pesos hoy. Este último es el valor del dólar paralelo ajustado por la inflación registrada entre octubre de 2023 y hoy. Para decirlo bien claro: si usted compró dólares por el susto de que Milei dolarizara la economía, usted ha sido, en primer lugar, engañado: “el Javo” no dolarizó. Y, en segundo lugar, domado: el peso argentino, lejos de ser excremento, se revalorizó tanto como para pasar de un tipo de cambio (a plata de hoy) de 3.300 pesos hace poco más de un año a los 1.100 pesos de hoy.
¿Alcanza este “efecto-doma” para liberar al toro y permitirle su libertad? ¿Se puede liberar el cepo y estar seguros de que la demanda de dólares no va a hacer que el jinete vuele por los aires? El gobierno tiene una respuesta muy concreta: no. Esa es la razón por la que el actual ministro dice que “para salir del cepo hacen falta dólares”. A veces la respuesta más obvia es la mejor: Milei domó a todos aquellos que apostaron al dólar en octubre de 2023, pero lo hizo gracias a un cepo que impide el normal funcionamiento de la economía y frena la dolarización de carteras típica de una economía con una moneda débil. El argentino sabe que las veces en que esa apuesta al dólar “salió mal” fueron las menos.
De hecho, los momentos históricos en los que la apuesta al dólar “salió mal” fueron aquellos en los que al país “le fue bien”: perdió el que compró dólares en el 1 a 1 de 1991, esperando la devaluación a la vuelta de la esquina; perdió el que compró dólares a cuatro a la salida de la convertibilidad, esperando que el dólar se fuera a diez; y perdió, aunque por un ratito, el que compró dólares a 16 luego de la salida del cepo de Macri. ¿Podríamos esta vez estar nuevamente ante esa situación, en la que Milei discipline a todos aquellos que apuesten al dólar y, con eso, la economía ingrese en un nuevo período de inflación baja y crecimiento alto? Si el gobierno logra construir un puente y las condiciones necesarias para el desarrollo pleno del agro, Vaca Muerta, la minería tradicional y el litio, la respuesta es sí. El blanqueo y el Fondo Monetario Internacional (FMI) apuntan a hacer las veces de puente. El régimen de incentivo para grandes inversiones (RIGI), a crear las condiciones.
La única manera de que el que apostó al dólar siga perdiendo es que sobren dólares. Para que esos dólares sobren, los empresarios deben invertir en aquellos sectores que pueden exportar aun en un contexto de dólar barato como el de hoy. Los sectores antes mencionados tienen esa característica y, por su magnitud, podrían hacer ingresar a Argentina en un período de estabilidad basado en un dólar tranquilo, un peso argentino fuerte, una expansión del crédito y una consolidación política de La Libertad Avanza. La oportunidad perdida por el Frente de Todos (peronismo kirchnerista) le quedó servida al plan económico libertario. Pero ¿es realmente tan libertario el programa económico?
“Los mandriles”
Parte del éxito actual de Milei se basa en una fuerte reversión de las expectativas negativas que el gobierno había generado apenas fue elegido. Desde la oposición augurando que el de Milei iba a ser un gobierno “breve” y que iba a “caer” en 90 días hasta los economistas que pronosticábamos un dólar a 3.000 pesos argentinos, la situación actual es la de un outsider que logra aprobar leyes en el Congreso en condiciones de minoría y un dólar quieto que elimina el “se viene” que primó en los últimos años. Pero ¿realmente los pronósticos fueron tan errados y los economistas, analistas y políticos somos, como dice Milei, unos “mandriles”?
La principal explicación del actual momento económico de Milei pasa por el hecho de que la política económica merece cualquier adjetivo menos el de “libertaria”. La diferencia entre las promesas de campaña y la realidad del plan económico es sustantiva. No es nuestro objetivo acusar a Milei de no haber cumplido lo prometido: si recordamos “la sintonía fina” de Cristina Kirchner, la “pobreza cero” de Mauricio Macri o el “primero los últimos” de Alberto Fernández, lo único que podríamos decir del actual presidente argentino es que es eso, otro presidente que no cumple con las promesas de campaña.
Esta revisión busca clarificar y encuadrar la política económica actual, compararla con el programa económico de campaña y, sobre esa base, poner en negro sobre blanco nuestros argumentos sobre la sostenibilidad y las características de la economía del actual gobierno. El recuadro incluido en este artículo resume el “giro” del gobierno.
Como se observa en el recuadro, el plan económico efectivamente aplicado está, en muchos aspectos, en las antípodas de lo prometido en campaña. Si hubiera que clasificarlo dentro de los tipos de programas de estabilización, no dudaríamos en calificarlo de “heterodoxo”. Aclaración: “heterodoxo” no significa “bueno”, “progre” o “de izquierda”. Sólo indica que no deja que el mercado sea el regulador exclusivo de todos los precios de la economía. El programa de Milei combina un ancla fiscal (ortodoxa) con un ancla cambiaria y un cepo sustantivo (componentes claramente heterodoxos).
La clasificación de “ortodoxo” o “heterodoxo” no interesa a los fines de ponerse una camiseta partidaria. Desde el punto de vista estrictamente económico, la convertibilidad fue un plan de estabilización “heterodoxo”, por más que su calificación política sea de “neoliberal”, de la misma manera que los superávits gemelos del gobierno de Néstor Kirchner eran pilares “ortodoxos” de un gobierno “nacional y popular”. La clasificación interesa porque la ciencia económica tiene bastante claro que para inflaciones altas los planes de estabilización ortodoxos implican un alto costo recesivo y demoran mucho tiempo en reducir la inflación. Por el contrario, los planes heterodoxos generan menos recesión y también tardan menos en bajar la inflación. Si hoy muchos se sorprenden porque la economía dejó de caer y la inflación bajó más de lo esperado es porque todos estábamos esperando un plan libertario (ortodoxo) y hoy tenemos un plan heterodoxo. Bueno, malo, consistente, inconsistente, que sube la pobreza o que la baja; pero heterodoxo.
¿Por qué la sociedad tolera el ajuste?
Una de las preguntas que más se escuchan refiere a la pasividad de la población para soportar “el ajuste más grande en la historia de la humanidad”. Así planteada, la pregunta parece dar por sentado que antes del gobierno de Milei la gente no estaba soportando ningún ajuste. Al parecer, el “Estado presente” le permitía a la mayor parte de la población disfrutar de una fiesta de consumo, combinada con la provisión de bienes públicos universales y de alta calidad. La gente, se dice, habría votado en contra de sus propios intereses. Los pobres, las pymes y otros tantos colectivos carecerían de la capacidad de comprensión de los fenómenos económicos más básicos y deberían experimentar cierto escarmiento para terminar pidiendo, en las calles o en las urnas, que vuelva el “Estado presente”.
Pero la propia realidad del período 2020-2023, que culminó con la elección de Milei, muestra lo errado de este argumento. En primer lugar, el actual gobierno es el resultado del absoluto fracaso de las dos principales coaliciones políticas que dominaron la escena desde la crisis de 2001. El kirchnerismo heredó una economía deprimida, con un cuarto de la población desempleada y en deflación, y entregó un país con pleno empleo, pero con tasas de inflación que arruinaron una de las pocas buenas herencias de la convertibilidad: una moneda que funcionaba como reserva de valor. Se tiró al bebé con el agua sucia de la bañera. Macri llegó con la promesa de pobreza cero y derrotar la inflación, y duplicó ambas variables.
En su regreso al poder, el peronismo del Frente de Todos confundió la crisis de deuda de Cambiemos (coalición de Mauricio Macri) con la crisis de la convertibilidad, y utilizó las mismas herramientas, que podían funcionar en una sociedad en la que abundan dólares y falta empleo, en una en la que había pleno empleo, pero no dólares. El resultado fue, nuevamente, la duplicación de la inflación en un marco político en el que la sociedad presenció una interna a cielo abierto, al tiempo que llegar a fin de mes se hacía cada vez más complejo. Cuando el gobierno estaba a punto de subirse al helicóptero, la coalición logró ponerse de acuerdo y entregarle las riendas de la economía al que luego sería candidato a presidente [Sergio Massa]. El resultado fue un paquete de medidas para beneficiar a la clase alta (congelamiento de combustibles y prepagas, eliminación del impuesto a las ganancias), mientras la inflación se volvía a duplicar A la hora de votar, la sociedad tuvo que elegir entre el 25 por ciento de inflación de Cristina Fernández, el 50 por ciento de Macri, el 100 por ciento de Alberto Fernández y el 200 por ciento de Massa... o Milei, el único candidato para el que el principal problema del país era... la inflación. No parece que la gente haya votado en contra de sus intereses.
Ahora bien, habiendo perdido la capacidad de otorgarle a la población una de las cuestiones básicas que definen un país, es decir, una moneda, el “Estado presente” proclamado por el peronismo podría haber compensado este déficit con otros aspectos, como la provisión de bienes públicos de calidad. Pero el aspiracional de la sociedad argentina muestra que no es así. Los sectores más pobres aspiran a vivir en barrios seguros y contar con medicina privada porque la calidad de la salud pública implica esperar meses por un turno en el hospital. Aunque sea con mucho esfuerzo, muchas familias de los sectores populares pagan cuotas para evitar que sus hijos “caigan en la educación pública”. La venta de motos crece al calor de los que quieren evitar horas apretados en el transporte público. El monotributista mira cómo los sindicatos hacen que pierda un día de facturación cuando paran el país para defender a sus representados, apenas uno de cada tres participantes del mercado de trabajo. Y, en el barrio, los “planeros” juntan casi lo mismo que los que hacen changas.
En ese marco, apareció un candidato que propuso destruir el Estado, hacer un ajuste que recaiga sobre la casta y dolarizar la economía. Muchos iluminados creyeron escuchar los argumentos típicos de los sectores más acomodados de la sociedad e ignoraron lo que pasaba “abajo”, tal vez justamente porque una de las características de la “casta” es su absoluta desconexión con las realidades del pueblo al que dice representar. ¿Quién hace más por un pobre? ¿El Estado, que genera 200 por ciento de inflación, o Mercado Libre, que le permite apuntalar su pequeño emprendimiento, le da el crédito que no le otorgan los bancos, protege su dinero de la inflación o le vende un seguro médico a medida para que no tenga que esperar meses para curarse una caries? Muchos dirán que las billeteras digitales cobran intereses astronómicos, y tienen razón. Pero la tasa de interés del crédito de alguien que necesita y no consigue 20.000 pesos los últimos días del mes para pagar en la verdulería es infinita.
¿Y si le sale bien?
Un fantasma recorre a la oposición: ¿y si le sale bien? Pero ¿qué es “salir bien”? Algunos gustan de pensar que implica reducir la inflación, crecer a tasas chinas y tener indicadores distributivos y de pobreza dignos de un país nórdico. Es por eso que cada vez que la tasa de inflación se reduce a valores que en otros gobiernos se festejaban, critican. “Bajó la inflación, pero mirá la recesión y el aumento de la pobreza”. Si bien es cierto, la sociedad viene de experimentar duplicaciones de la tasa de inflación con aumentos por goteo de la pobreza. Tal vez habría que prestar algo de atención al argumento de que la inflación es el peor de los impuestos porque afecta más a los pobres que a los ricos. Veamos.
Los economistas denominamos, en un abuso de lenguaje, impuesto inflacionario al efecto negativo que tiene la inflación sobre el ingreso de la población. ¿Por qué se produce tal efecto? Porque, dado que para el día a día la gente debe mantener cierta cantidad de dinero en su billetera, el impuesto inflacionario es equivalente al deterioro en el poder adquisitivo que sufre ese dinero como resultado de la inflación. Simplificando, si uno cobra 100 pesos a principio de mes, los deja en la billetera y los gasta a fin de un mes en el que la inflación fue del cinco por ciento, “pagó” un impuesto inflacionario de cinco pesos. Si la inflación llega al diez por ciento o al 25 por ciento mensual, este efecto se multiplica, y hace que todos queramos sacarnos los pesos de encima lo más rápido posible, justamente para no “pagar” ese “impuesto”.
La política económica de los últimos diez años transformó al peso argentino en el huevo podrido: la tarea era pasárselo al distraído. Usualmente, en Argentina los pobres no están bancarizados y no tienen acceso a instrumentos de inversión que les permitan “evadir” el impuesto inflacionario. A título de ejemplo, si en lugar de guardar esos pesos en la billetera, se colocan en un plazo fijo UVA (indexado por la inflación), se evita pagar el impuesto inflacionario. Es por esta razón que se suele repetir que la inflación es un impuesto que afecta más a los pobres que a los ricos.
En el medio de la escalada inflacionaria que tuvo lugar en el último gobierno “nacional y popular”, las billeteras digitales como Mercado Pago o Ualá, por nombrar las principales, hicieron algo que en un país con la historia inflacionaria de Argentina ningún banco había hecho: comenzaron a retribuir con una tasa de interés similar a la inflación el dinero que la gente dejaba en la billetera digital. El nivel de penetración de este tipo de instrumentos en los sectores de bajos ingresos es alto justamente porque son esos sectores los que, excluidos del sistema bancario tradicional, representaron una oportunidad de negocio para este tipo de empresas tecnológicas. De la misma manera que es más probable que un supermercado chino cobre con QR que con tarjeta de crédito, es más común encontrar sectores de bajos ingresos que obtienen préstamos de su billetera digital que de un banco.
Es claro: el Estado estuvo ausente en una de sus principales funciones –la de garantizar la estabilidad de la moneda– y, con esto, de la economía en su conjunto. Ese lugar lo ocupó, en buena medida, el sector privado: seguridad, salud, educación, pero también “moneda”, son todos ejemplos de responsabilidades estatales fallidas que hoy el sector privado argentino se encarga de ofrecer a la población.
Citamos a Keynes citando a Lenin: “Se dice que Lenin declaró que la mejor manera de destruir el sistema capitalista era la perversión de su moneda [...]. Lenin tenía ciertamente razón. No hay forma más sutil y segura de derribar la base existente de la sociedad que la de corromper su moneda. El proceso involucra a todas las fuerzas ocultas de la ley económica del lado de la destrucción, y lo hace de una manera que ni un hombre entre un millón es capaz de diagnosticar” (Las consecuencias económicas de la paz, 1919).
La destrucción de la moneda es la razón más relevante detrás de la elección de “un topo que viene a destruir al Estado desde adentro”. Porque, para un economista, un país es poco más que una moneda y una frontera. Cuando se destruye la moneda, se destruye lo que nos une. No es casualidad que en la peor crisis política, económica e institucional de la historia moderna argentina hayan abundado las cuasi-monedas. En 2001 el separatismo estaba a la vuelta de la esquina.
Paradójicamente, si a Milei “le sale bien”, no es porque logre dolarizar la economía, sino porque conseguirá recuperar al peso argentino como una moneda relativamente estable. Seguramente el modelo que busca el gobierno basará esa recuperación en una precarización del mercado de trabajo, una primarización de la economía y un aumento de la desigualdad. Así y todo, nuestro pronóstico es que una consolidación del peso argentino implicará una consolidación política de La Libertad Avanza, que podrá ganar elecciones aun con empresas que cierran y la desigualdad en aumento.
Ahí está el ejemplo de Carlos Menem en los años 1990, que basó gran parte de su popularidad inicial en una sociedad que se miraba en el espejo de la hiperinflación de Raúl Alfonsín (1983-1989). Porque 200 por ciento de inflación en el siglo XXI, cuando la mayoría de los países lograron controlarla, es como 3.000 por ciento en el siglo pasado. Evidentemente, “la gente” se cansó de vivir en un país sin moneda, donde las plataformas digitales, y no el Estado, son las que le permiten protegerse de la inflación o cobrar sus dólares derivados de vender servicios al exterior (que es lo que hace un programador que trabaja para Google, pero también un psicólogo que atiende a un paciente latinoamericano...).
Repetimos: a Milei le sale bien si el blanqueo y el FMI le permiten construir un puente hacia un país que, RIGI mediante, permita explotar las riquezas de nuestro subsuelo, de manera tal de generar una abundancia de dólares que terminen con la inflación, recuperen la estabilidad de la moneda y desaten un proceso de crecimiento del consumo apalancado en el crédito –más que en un “plan platita”–. Ese país se parecerá más a Perú que a Noruega, obviamente. Pero entre un país con 200 por ciento de inflación y Perú, ¿vos qué elegirías, compañero?
Emmanuel Álvarez Agis, economista. Socio fundador de PxQ Consultora.
¿Qué significa en verdad?
Batalla cultural
La cuestión de la batalla cultural sobrevuela permanentemente las interpretaciones sobre los objetivos del gobierno argentino y de su base militante. Sin embargo, los votantes de Javier Milei no son, en su mayoría, férreos conservadores, o en todo caso expresan posiciones conservadoras –contra el feminismo, contra algunas políticas públicas asociadas con derechos sexuales–, a partir de un encuadre económico: “con la mía, no”. En ese sentido, la idea de que cada uno sea libre de hacer con su sexualidad lo que le plazca se inscribe en la definición de libertad que los votantes de Milei esgrimen. La violencia de género es un tema que suscita preocupación y trae a la conversación experiencias cercanas en casi todas las mujeres y en algunos varones; sin embargo, cuando surgió el caso de la expareja de Alberto Fernández, Fabiola Yáñez, no generó empatía ni apoyo mayoritario ya que se percibía que la Justicia sólo se ocupa de los casos de violencia de género asociados con la casta.
Por otro lado, la Educación Sexual Integral (ESI) suscitó posiciones distintas. Para algunos, se trata de una cuestión que debería estar reservada a la familia: la ESI es percibida como una forma de iniciación demasiado temprana a la sexualidad. Para otros, en cambio, es una política pública fundamental para prevenir el abuso sexual y hablar de temas que en muchas casas se silencian. En todo caso, hay una disputa encubierta con sectores progresistas por quién controla la velocidad y el alcance de los cambios culturales.
No obstante, el llamado backlash –la reacción conservadora– no ha sido un tema definitorio a la hora de elegir a Milei, y no pareciera tener la capacidad de desviar a sus votantes de su preocupación principal: la situación económica. De hecho, cuando se les preguntó si el tema género había sido un factor de peso en la decisión de voto, la respuesta mayoritaria fue negativa. En definitiva, buena parte de los votantes de Milei se parecen en esto a los grandes empresarios que aportaron a la recientemente creada Fundación Faro, presidida por el influencer conservador Agustín Laje: están dispuestos a hacer la vista gorda a los embates conservadores a cambio de una agenda económica en la que creen.
Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro, respectivamente sociólogo y profesor de la Escuela IDAES, y sociólogo y escritor. Autores de una investigación en curso sobre el perfil del votante de Javier Milei. Artículo completo en el número de diciembre de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.