Se podría suponer que escribe en estado de trance, aunque la precisión milimétrica de su prosa lo desmienta. Hay una lucidez casi sobrenatural en sus libros, quizá porque los piensa desde el fondo de la cueva, su propia cueva de dolores y pérdidas. Sin embargo, todo es fresco y cristalino en esos textos que fluyen con inteligencia y aparente espontaneidad, a veces hasta con alegría. Desarraigada, voluptuosa, exótica y a la vez plantada con firmeza en un territorio que le pertenece en exclusiva: su historia. Todo eso suma la literatura de Clara Obligado (Buenos Aires, 1950), cuya obra se alza alucinante como un castillo construido en la pampa, el castillo de los Obligado, sus ancestros patricios.
Exiliada desde 1976 en España, se salvó por unas horas. Su pareja no: secuestrado, desaparecido y arrojado su cuerpo al Río de la Plata desde un avión, en uno de los tantos vuelos de la muerte. Sobre eso dirá, apenas, que fue “amortajado por las algas”. El itinerario de Clara fue apurado: Buenos Aires, Montevideo, Barcelona, Madrid. Ya instalada en el barrio de Las Letras, su existencia resultó durante años precaria y cuesta arriba. Lo explica en Todo lo que crece, y lo hace con una dulzura que es sabia y savia: “Todo se perdió cuando le di la vuelta al mundo. Sin embargo, la vida sigue, se impone acumulando esqueletos, restos de animales y vegetales, memoria”.
Sorprende la imaginación que florece en sus textos. El brevísimo de La maja desnuda que sale del lienzo en El Prado y se pasea con su deseo por Madrid es notable ejemplo. Su vínculo con árboles y plantas, también. Y la pampa, una pampa gótica. Tal imaginación suele aparecer sombreada con una languidez que, sin embargo, promete. Lo magnífico es que promete un pasado, y lo construye como si no fuera algo ya ido: “Mi infancia entre diablos y resucitadas”.
Escribe híbrido, o “mixto”, como le gusta decir. Sus libros no soportan las etiquetas, y por eso son más. Reflexiones que se articulan como poemas, o como ensayo filosófico. Cuentos que son novelas. De Una casa lejos de casa: “Entre los pormenores indecisos del pasado, voy narrándome. Al escribir reviso y reformulo. Fundo y confundo. La memoria es un arma de doble filo”.
No es una escritora de autoficciones al uso ni una memorialista puntillosa. Sospecho que la espantan las modas. No sigue ninguna tendencia ni participa en los cenáculos literarios. No le interesa, dice que la distrae, que para qué. Su trabajo encaja en una búsqueda personal que sólo tiene dos herramientas posibles: las palabras y el cuerpo. Y esas herramientas le permiten adentrarse, con una soltura que fascina, en los mundos vegetales, en el cielo pampeano, en el recuerdo a veces cruel de su madre, en los retratos vívidos y chispeantes del Madrid de fines de los años 1970.
Es una artista de genio, y también de ingenio. En algunas entrevistas ha formulado declaraciones sorprendentes y festivas. Cuando le preguntaron qué le hubiera gustado ser además de escritora, contestó sin dudar: “Jardinera, echadora de cartas o palmera. Me encantaría ser palmera”. Sobre los talleres literarios, de los que fue pionera en España, puntualiza: “No se puede enseñar a ser escritor. Ser escritor es una anomalía que cada uno carga con ella. Pero a escribir, por supuesto. Te puedo enseñar a leer y a leerte”.
Clara Obligado aprendió a ser la escritora del vuelo, a mirar gente, plantas, ciudades. Lo hizo a partir de la pérdida, y en su obra palpitan su alegría de estar viva y su tristeza de haber sobrevivido: “Veo cómo germina el lenguaje. Escribir y plantar”.
Lo principal
- La hija de Marx (1996)
- El libro de los viajes equivocados (2011)
- La muerte juega a los dados (2015)
- Una casa lejos de casa (2020)
- Todo lo que crece (2021)