Ingresá

Sahra Wagenknecht a su llegada a un mitin electoral, el 20 de agosto, en Zwickau, este de Alemania.

Foto: Jens Schlueter / AFP

La “izquierda conservadora” sacude el juego político

14 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

En Alemania, la Alianza Sahra Wagenknecht.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

La alianza de izquierda antiprogresista sigue creciendo en Alemania, dibujando un mapa político que incorpora incluso votos de derecha. ¿Su estrategia? Defender los derechos sociales y criticar a las élites globales, pero también resistirse a la inmigración masiva, apoyar a las familias tradicionales y abogar por una identidad nacional bien definida.

¿La izquierda? ¿Qué izquierda? Desde enero, un partido en Alemania ofrece una respuesta a esta vieja pregunta: la Alianza Sahra Wagenknecht –Por la Razón y la Justicia (BSW)–. La exlíder de Die Linke (La Izquierda) ha resuelto por fin el conflicto sobre la dirección que ha asolado al partido durante años escindiéndose1. El nuevo partido redujo el número de diputados de Die Linke en una decena y ha causado un gran revuelo. Exmilitante comunista, intelectual comprometida y muy popular en el Este, donde nació, Wagenknecht puede por fin dar contenido a la línea que encarna. La de una “izquierda conservadora” que iría a contracorriente del electorado progresista, urbano y culto de los Verdes: de izquierda en cuestiones sociales, conservadora en temas de sociedad e inmigración, partidaria de una forma de soberanía dentro de la Unión Europea, crítica con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el nuevo belicismo alemán, intransigente en la defensa de la libertad de expresión. Es un proyecto apoyado por un “verdadero partido popular” capaz, espera, de “apelar a la mayoría”2 y alejar a los perdedores de la globalización de la extrema derecha.

En cuanto se lanzó, mientras las siglas BSW seguían siendo un misterio para muchos votantes, el partido obtuvo el 6,2 por ciento de los votos (2,5 millones de votantes) y se hizo con seis escaños en las elecciones europeas de junio, dándose el lujo de superar a los liberales (FDP, 5,2 por ciento) y aplastar a Die Linke (2,7 por ciento). En las regiones orientales, BSW quedó tercera con entre el 12 por ciento y el 16 por ciento de los votos, por detrás de la formación de extrema derecha Alternative für Deutschland (AfD) y la Unión Demócrata Cristiana (CDU). De acuerdo con las encuestas poselectorales, la mayoría de los votos procedían de antiguos votantes de izquierda –SPD (580.000), Die Linke (470.000)–, los Verdes (150.000) y una movilización de abstencionistas (140.000). Pero uno de cada cinco también proviene de la derecha –CDU (260.000), FDP (230.000)– y 160.000 fueron arrebatados a la AfD (3). Esta composición lleva a tres conclusiones. En primer lugar, una mayoría de sus votantes identifica a BSW como un partido de izquierda. En segundo lugar, no se ha perdido –ni se ha ganado– el reto de ganar votos a la extrema derecha. Por último, la afluencia de votos del centro y de la derecha parece validar el enfoque adoptado por Wagenknecht de construir un bloque social aliando a las clases no con los círculos progresistas de las ciudades, sino con las clases medias de las pequeñas y medianas empresas (pymes).

Para contrarrestar la rendición neoliberal de las socialdemocracias y el ascenso de las derechas nacionalistas, las izquierdas occidentales llevan casi 20 años vacilando entre dos estrategias. La primera consiste en reconstituir la coalición tradicional entre la clase obrera, ahora alejada de los grandes centros urbanos, y la pequeña burguesía culta. Collage de los restos comunistas del Este y de los movimientos sociales del Oeste, Die Linke se fundó en 2007 según este modelo para contrarrestar la derechización del SPD; pero a medida que el partido elegía un destino de vanguardia a nivel social y ecológico, perdió apoyo popular. Cuando lanzó en Francia el Parti de Gauche (PG, partido de izquierda) en 2009, Jean-Luc Mélenchon se refirió de forma explícita a Die Linke e invitó a su cofundador, Oskar Lafontaine, al congreso fundacional. En otros países, una orientación similar parece cobrar fuerza a medida que se propagan las ondas expansivas de la crisis financiera. Con la ayuda de los sindicatos y de estudiantes radicalizados, Jeremy Corbyn ganó la interna del británico Partido Laborista en 2015; casi al mismo tiempo, en Grecia, Syriza aplastó a los socialistas y unificó brevemente a los trabajadores devastados por la austeridad y a los universitarios politizados; al año siguiente, Bernie Sanders sacudió la dinastía Clinton en las primarias demócratas en Estados Unidos.

Sin embargo, esta estrategia tropieza con una gran dificultad: la segregación salarial, educativa, económica y geográfica ha reposicionado a las clases trabajadoras (obreros y empleados) y a la pequeña burguesía urbana en los dos extremos más alejados del espectro ideológico y político3. “Sermoneador progre” frente a “racista deplorable”, cada uno actúa como repelente del otro, hasta el punto de hacer muy improbable la formación de un frente común.

Otra estrategia, surgida a finales de los años 2000 tras la victoria de Barack Obama en Estados Unidos, consiste en aceptar que “la clase obrera ya no es el núcleo del voto de izquierda”4. Se trata de agrupar a las minorías, los progresistas, los ecologistas y los jóvenes, por encima de sus diferencias socioeconómicas y geopolíticas. Adoptado por los Verdes franceses y alemanes, y por Die Linke, este enfoque fue criticado por Francia Insumisa (LFI), que, paradójicamente, siguió un camino bastante similar. Su líder, Jean-Luc Mélenchon, ha identificado “un nuevo actor en la historia”: “esta masa de población urbanizada que vive en red”, que reuniría a estudiantes, profesores, directivos progresistas de los hipercentros y trabajadores de los suburbios, a menudo procedentes de la inmigración poscolonial, para enfrentarse a la oligarquía5. Intentar recuperar los suburbios obreros, donde la extrema derecha mejora sus resultados, sería ilusorio. “Su prioridad es el racismo”, afirma Mélenchon6. A riesgo de sugerir una forma de esencialismo: las identidades políticas, normalmente moldeadas por las condiciones de vida y la acción militante, se solidificarían entre los votantes de un partido xenófobo.

Con las clases populares alejadas de las metrópolis y la pequeña burguesía urbana por un lado (la coalición “histórica” de la izquierda), y las clases trabajadoras de los suburbios –a menudo de origen inmigrante– y los jóvenes intelectuales radicalizados por el otro (la “nueva coalición”), estas dos estrategias pasan por apelar a las capas cultas. Al contrario, Wagenknecht pretende distanciarse de ellas. Publicado en 2021, su éxito de ventas Die Selbst-Gerechten [“Los biempensantes”] comienza con una crítica mordaz al liberalismo de izquierda, que “tiene su base social en las clases medias universitarias acomodadas de las grandes ciudades”. Moralista, pretenciosa y llena de desprecio por los perdedores de la globalización que no han asimilado los códigos culturales y lingüísticos de moda, dicha “izquierda del lifestyle” europeísta y aperturista exalta los particularismos y desprecia los valores comunes. Simboliza la combinación de adhesión al orden económico y exigencias socioculturales que la filósofa estadounidense Nancy Fraser describió como “neoliberalismo progresista”. “La mayor parte de los partidos de izquierda son partidos académicos elegidos por poblaciones metropolitanas bien educadas y socialmente protegidas”, afirma Wagenknecht, citando el libro Capital e ideología, del economista francés Thomas Piketty.

La “alianza antimonopolista”

Como partido popular, BSW pretende aliarse con el otro polo de las clases medias, el de los técnicos, ingenieros, artesanos y autónomos del Mittelstand, término alemán que designa tanto el estrato social medio como la red de empresas familiares que abastecen el aparato industrial de Renania con máquinas, herramientas y robots de alta tecnología. Wagenknecht ve una analogía entre las clases trabajadoras víctimas de la globalización y las clases medias de las pymes asfixiadas por los especuladores: estas últimas “también sufren inseguridad económica; subsisten bajo la presión de las grandes empresas, los bancos y los gigantes digitales; padecen las consecuencias de una política influenciada por estos lobbies poderosos”. La fundadora de BSW admite de buen grado que “esta alianza no está exenta de contradicciones”, dado que uno de sus componentes explota el trabajo de la otra. Pero un bloque así se beneficiaría del prestigio de que goza el Mittelstand en Alemania y concentraría la lucha contra un adversario común: los grandes grupos financieros, el oligopolio que reina sobre la industria digital, los organismos supranacionales que fomentan la desregulación, en definitiva, el “capitalismo Blackrock”, llamado así en referencia a Friedrich Merz, presidente de la CDU, probable candidato conservador a la cancillería y expresidente del Consejo de Supervisión de la filial alemana del célebre fondo de inversión.

De ahí se deriva el programa económico de BSW: una política social que recurre al repertorio clásico de las propuestas de la izquierda, como el fortalecimiento de los sindicatos, una enérgica redistribución fiscal, la inversión en servicios públicos e infraestructura, la lucha contra la pobreza, etcétera. La causa de las pymes se refleja en el apoyo al capital familiar frente a la financiación del mercado, la lucha contra los monopolios y la ayuda a la innovación tecnológica. También se refleja en la elección de los directivos: Amira Mohamed Ali, diputada y copresidenta de la Alianza, comenzó su carrera como abogada de una empresa subcontratista de la industria automóvil. Aunque la socialización de los medios de producción ya no está a la orden del día, Wagenknecht imagina tres formas diferenciadas de propiedad: privada y lucrativa para las pymes en sectores donde la competencia funciona; fundaciones privadas, pero sin abrir el capital a accionistas externos y cogestionadas para las empresas más grandes; de interés público y retirada del mercado para los servicios e infraestructuras esenciales7. BSW actualiza así una estrategia seguida después de 1968 por ciertos partidos comunistas de Europa Occidental bajo la etiqueta de “alianza antimonopolista”: la de los trabajadores y las pequeñas y medianas empresas frente al gran capital.

En una sociedad en la que la identidad y los marcadores culturales conforman ahora las identidades políticas más que las condiciones sociales y económicas, el partido trabaja para “decodificar” las primeras con el fin de sacar a la luz las segundas. “Estoy convencida de que algunas luchas culturales son, en realidad, luchas sociales”, explica Wagenknecht. “Y que las identidades culturales también ocultan identidades sociales”. Las posiciones del partido en materia de ecología ilustran este enfoque. Por ejemplo, el comportamiento individual ejemplar en materia de transporte, alimentación y calefacción que preconizan los Verdes en un contexto de encarecimiento de la energía representa un “estilo de vida privilegiado” que está fuera del alcance de las poblaciones suburbanas de bajos ingresos, que se sienten despreciadas y resentidas. “Se trata, pues, de una situación de conflicto social que se expresa culturalmente”. Por eso hay que “velar para que el costo de la reducción prevista de las emisiones de gases de efecto invernadero no se imponga a las personas con ingresos modestos que ya tienen dificultades para llegar a fin de mes”8, sobre todo cuando la transición hacia los vehículos eléctricos y la amenaza de fragmentación de la economía mundial provocan agudos temores de degradación en un país que depende de las exportaciones de vehículos de combustión a Asia. En lugar de prohibir el diésel, BSW aboga por un enfoque más político de la ecología, con la devolución al control público de sectores clave como la energía, y por la “desglobalización” de la economía alemana: “No se trata de consumir de otra manera, sino, ante todo, de producir de otra manera: nuestra economía debe ser más regional, menos tóxica y más respetuosa de los recursos”. La innovación tecnológica de las empresas del Mittelstand proveerá.

¿Izquierda antiinmigrantes?

Aunque la preservación del medioambiente no es una de las prioridades de BSW, la inmigración sí lo es. Ya en 2015, Wagenknecht expresó su desacuerdo con la decisión de la entonces jefa de gobierno Angela Merkel de recibir un millón de refugiados. Dentro de Die Linke, partido a favor de la apertura total de las fronteras, esta postura suscitó una fuerte desaprobación. Desde entonces, el entusiasmo popular por facilitar la integración de los inmigrantes ha dado paso en Alemania a un angustioso debate que combina el miedo a los atentados islamistas, el envejecimiento de la población, el auge de la extrema derecha y la llegada de un millón de ucranianos desde 2022. BSW aboga por una política migratoria restrictiva y trata de replantear la cuestión como un asunto social. Su prudente programa subraya el “rechazo de las ideologías racistas”, “el derecho de asilo para toda persona perseguida políticamente en su propio país” y “el enriquecimiento que pueden aportar la inmigración y la coexistencia de culturas”9. Pero para Wagenknecht, la afluencia de los últimos años ha agravado la escasez de viviendas, la sobrecarga de los sistemas sociales y la crisis del sistema escolar, porque el gobierno se ha negado a aumentar la capacidad de acogida. “En todos estos ámbitos, las instituciones e infraestructuras públicas están desbordadas –afirma–. Y son los más pobres quienes pagan las consecuencias”. El programa europeo del partido alude al desarrollo de “sociedades paralelas marcadas por el islamismo” y pretende “poner fin a la inmigración descontrolada en la Unión Europea”10. Pero ¿cómo? En primer lugar, abordando los procedimientos de solicitud de asilo en países terceros o en las fronteras exteriores de la Unión Europea, una medida que fue retomada en mayo como “Pacto Europeo sobre Migración y Asilo”, bajo el liderazgo de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. De forma más convencional –y de manera más irenista–, BSW pide que se actúe sobre las causas del exilio mediante unas relaciones económicas mundiales justas y una geopolítica que ponga fin a las guerras emprendidas por Occidente en Irak, Afganistán y Libia.

Indignados por su postura ante la inmigración y sus críticas al izquierdismo cultural, la prensa y las personalidades progresistas resumieron inicialmente los proyectos políticos de Wagenknecht como la aparición de una “izquierda antiinmigrantes”, en el fondo cercana a la extrema derecha11. Esta confusión está dando paso gradualmente a una curiosidad más metódica. En Francia, dos usinas de pensamiento –Fondapol y el Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI)– han dedicado estudios detallados –y críticos– al nuevo partido12. En abril, la New Left Review, una conocida publicación marxista, publicó una larga entrevista a la fundadora de BSW. Allí decía sobre los efectos de la inmigración: “Llamar la atención sobre las carencias sociales reales –la demanda supera la capacidad– no es xenófobo. [...] Es esta situación de intensa competencia por unos recursos escasos lo que alimenta la xenofobia”. En cuanto la entrevista fue anunciada en X, varios comentaristas indignados denostaron la contribución de una “fascista”. Las críticas socioeconómicas a las políticas migratorias avergüenzan tanto a la izquierda progresista, a menudo tentada de descartar el tema en nombre de la lucha contra el racismo, como a la derecha y a los liberales: si, como admiten, el declive demográfico de Alemania exige la inmigración de mano de obra, corresponde al Estado invertir de manera masiva en instalaciones públicas de acogida, pues de lo contrario se exacerbarán las tensiones y ello exigirá el fin de la austeridad presupuestaria, que estos partidos se resisten a aceptar. Un primer sondeo del electorado de BSW sugiere que su línea atrae mucho más allá de las clases medias blancas del Este. “Las personas encuestadas de origen inmigrante son proporcionalmente más proclives a votar al BSW que los demás”, señala el informe encargado por la fundación de la Confederación Alemana de Sindicatos (DGB), próxima a los socialdemócratas13.

Contra la burguesía progresista

Además de la cuestión migratoria, la personalización de la Alianza Sahra Wagenknecht alimenta las críticas de la izquierda tradicional: dotada de un poderoso carisma, facultad siempre sospechosa en Alemania, la fundadora de BSW llena salas de reuniones y encanta a los telespectadores con programas políticos en los que a menudo aplasta a sus adversarios. Su rechazo a la vacunación obligatoria, sus críticas a la política sanitaria durante la pandemia de covid-19 y su defensa de la libertad de expresión han alimentado una polémica cuasi permanente centrada en su persona. Con el paso de los años, Wagenknecht se ha convertido en un ícono mediático austero, elegante y cerebral, una encarnación moderna de Rosa Luxemburgo, cuya notoriedad plantea interrogantes: ¿es vocación del partido servirla o le sirve como plataforma de despegue? Como para disipar la ambigüedad, surgen otras figuras públicas, como el cabeza de lista de las elecciones europeas, Fabio de Masi, especialista en delitos financieros, o la copresidenta, Mohamed Ali; el nombre de la fundadora desaparecerá del título tras las elecciones legislativas de 2025. Mientras tanto, la Alianza Sahra Wagenknecht se articula en torno a un sistema vertical de poder, basado en un modelo leninista, y filtra de modo escrupuloso las afiliaciones para evitar la infiltración de “arribistas y trolls” o submarinos de extrema derecha. Los movimientos efervescentes, como el español Podemos, no los inspiran para nada.

De los experimentos “populistas de izquierda” llevados a cabo después de 2015, Wagenknecht ha conservado, en cambio, el rechazo a ondear la bandera roja. El partido “forma parte de hecho de la tradición de izquierda, sólo que no lo comunicamos en términos verbales porque sencillamente ya no se entiende –explica–. Hoy lamento de modo profundo que la izquierda se haya convertido en un concepto enemigo para mucha gente, porque la asocian con Robert Habeck o Annalena Baerbock”, ministros ecologistas del actual gobierno que, en su opinión, encarnan a la burguesía progresista. BSW reviste su orientación izquierdista de un discurso que pretende ser popular y unificador: “Aceptamos que una sociedad necesita de una cultura y unas tradiciones comunes. Un Estado de bienestar, por ejemplo, no puede funcionar sin una identidad común y un sentimiento de pertenencia”.

Pacifismo innegociable

Las posiciones de Wagenknecht sobre Europa, la guerra en Ucrania y la OTAN no son, desde luego, consensuadas. Al igual que el Frente de izquierda conducido por Mélenchon en las elecciones europeas de 2014, BSW ha teñido su campaña de primavera de un soberanismo asertivo: rechazo del federalismo, reducción de los poderes de la Comisión y “no aplicación” de directivas consideradas poco razonables. El partido aboga por una cooperación más estrecha con algunos Estados miembros en materia de protección del medioambiente, regulación financiera y fiscal, energía e infraestructuras; una vuelta a la soberanía nacional para contrarrestar las intervenciones neoliberales de Bruselas y las belicosas medidas de política externa de Von der Leyen. La insistencia en que Bruselas está abierta al lobby de las grandes empresas se hace eco de los temores que el dirigismo de la Comisión inspira en las pymes.

Más que en Francia, la guerra en Ucrania impregna y polariza el debate público en Alemania. Después de Estados Unidos, Berlín es el mayor proveedor de armas a Kiev. Mientras los grandes medios de comunicación presentan a Alemania como el frente interno en la lucha contra el imperio del mal, la mayoría de la población está a favor de una solución negociada. Wagenknecht condenó la invasión rusa de febrero de 2022; cree que la expansión de la OTAN hacia el Este es corresponsable del conflicto y se opone a la guerra por poderes de la Alianza contra Rusia. En otoño de 2023, junto con la activista feminista Alice Schwartzer, lanzó un manifiesto por la paz y el cese del suministro de armas, que consiguió más de 900.000 firmas. A raíz de ello, BSW se pronunció a favor de las negociaciones entre Kiev y Moscú, el levantamiento gradual de las sanciones y, a mediano plazo, la coexistencia pacífica y la cooperación con Rusia. Al mismo tiempo, el nuevo partido hizo campaña contra el rearme masivo de Alemania y denunció la militarización mental de la sociedad. Este pacifismo, antaño defendido por los Verdes, que desde entonces se han convertido en uno de los partidos más belicistas del tablero político alemán, goza de gran popularidad en los “nuevos Länder” y es uno de los principales factores del éxito de BSW. Más discreta sobre Gaza –el tema solamente ofrece una libertad de expresión limitada en Alemania14–, Wagenknecht pide un alto el fuego inmediato y el cese de las entregas de armas alemanas a Israel, una posición radicalmente opuesta a la de la AfD, que apoya de forma incondicional a Tel Aviv. Sin pedir en términos explícitos la salida de la OTAN, BSW aboga por “una mayor independencia de Estados Unidos” y aspira a “una nueva alianza de seguridad que incluya a Rusia y esté en pie de igualdad. Esto equivale a un rechazo de la OTAN actual”. Frente al ascenso del Sur global, Europa debería renunciar a intentar imponer valores improbables: “Estoy en contra de una política externa que va por el mundo con el dedo índice levantado para decir a los demás Estados cómo deben organizarse. Este enfoque es profundamente hipócrita y engañoso: nuestro gobierno apenas da lecciones a Arabia Saudita, ni siquiera cuando decapita a sus opositores, pero se hace pasar por un gran defensor de los derechos humanos ante China”.

Tras su primera prueba electoral en junio, que fue bastante exitosa, BSW afronta con confianza las elecciones regionales de setiembre en Turingia, Sajonia y Brandenburgo, en la antigua Alemania del Este. Aunque aborrecen este inquieto competidor, los demás partidos reconocen su capacidad para hacer caer los resultados de la extrema derecha, que lidera las encuestas en estos estados. Ya a la vista, las elecciones federales del otoño de 2025 prometen ser peligrosas tanto para los socialistas como para los ecologistas, miembros de la coalición gobernante y considerados responsables de la crisis económica. Un avance de BSW, sobre todo si fuera acompañado de un freno al ascenso de la derecha radical, podría cambiar la forma –y las prioridades– de la izquierda alemana.

Pierre Rimbert y Peter Wahl, periodistas de Le Monde diplomatique (París) y Worms (Alemania), respectivamente. Traducción: Emilia Fernández Tasende.


  1. “La izquierda alemana, desorientada”, Le Monde diplomatique, enero de 2022. 

  2. A menos que se indique lo contrario, los discursos de Sahra Wagenknecht son extraídos de una entrevista realizada por los autores en Berlín el 10 de abril o de su libro programático Die Selbst-Gerechten. Mein Gegenprogramm für Gemeinsinn une Zusammenhalt, Campus Verlag, Frankfurt, 2021. 

  3. Thomas Frank, Pourquoi les pauvres votent à droite y Pourquoi les riches votent à gauche, Agone, Marsella, 2013 y 2018. Ver también “Quelle coalition fase au bloc bourgeois?”, Le Monde diplomatique, febrero de 2022. 

  4. Bruno Jeanbart, Olivier Ferrand y Romain Prudent, “Gauche: quelle majorité électorale pour 2012?”, Terra Nova, París, mayo de 2011. 

  5. Jean-Luc Mélenchon, Le Choix de l’insoumission, Seuil, París, 2016. 

  6. La Repubblica, Roma, 21-6-2024. 

  7. Esta perspectiva se desarrolla en su libro Reichtum ohne Gier. Wie wir uns vor dem Kapitalismus retten (La riqueza sin la codicia. Cómo salvarnos del capitalismo), Campus-Verlag, Frankfurt, 2016. 

  8. Sahra Wagenknecht, “Condition of Germany”, New Left Review, Londres, 146, marzo-abril de 2024. 

  9. BSW, “Unser Pateiprogramm”, Berlín 2024, https://bsw-vg.de 

  10. BSW, “Programm für die Europawahl 2024”, www.europawahl-bw.de, Berlín, 2024. 

  11. “Gauche antimigrants, une fable médiatique”, Le Monde diplomatique, octubre de 2018. 

  12. Patrick Moreau, “L’émergence d’une gauche conservatrice en Allemagne: l’Alliance Sahra Wagenknecht pour la raison et la justice (BSW)”, Fundación para la innovación política, París, enero de 2024; y Thorsten Holzhauser, “Ni à gauche ni à droite, mais les deux à la fois? L’Alliance Sahra Wagenknecht (BSW) au lendemain des élections européennes”, Nota del Comité de estudios de las relaciones franco-alemanas, 178, Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), París, julio de 2024. 

  13. Helge Emmeler y Daniel Seikel, “Wer wählt ‘Büdnis Sahra Wagenknecht’”, WSI Report, 94, junio de 2024. Ver también: Albrecht Meier, “BSW im Umfrage-Hoch ; Wagenknecht-Partei punktet vor allem bei Deutsch-Türken”, Tagesspiegel, Berlín, 31-7-2024. 

  14. Sonia Combe, “¿Se puede criticar la política de Israel en Alemania?”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, abril de 2023. 

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura