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Agricultores palestinos abandonan los olivares tras la intervención de las fuerzas israelíes en la aldea de Salem, al este de Nablus, Cisjordania, el 28 de noviembre de 2024.

Foto: Nedal Eshtayah / AFP

Las piedras no abandonan el valle

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En Cisjordania, anexión por goteo.

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Desde comienzos de año, el ejército y los colonos israelíes forzaron el desplazamiento de 50.000 palestinos de Cisjordania. Al imponer leyes inicuas y ejercer violencia cotidiana, Tel Aviv persigue una rastrera anexión que apunta particularmente a la apropiación de tierras agrícolas y a la construcción de nuevas colonias, ilegales desde la perspectiva del derecho internacional.

Ali M hurga en las ruinas de una casa destruida durante el invierno de 2024 por las topadoras israelíes para sacar de allí pilares de hierro con los cuales reforzará el corral de sus cabras. El ganadero de unos 20 años es interrumpido por la entrega de agua: un viejo y oxidado vehículo Citroën de carga pesada sobre el cual se tambalea una gigantesca cisterna sube por la calle. Ali recibe al conductor, que reparte su vida entre su trabajo de profesor de Biología en Jericó y esas entregas, vitales para las familias de la región. Estamos en el pueblo de Al-Maleh, al norte de Cisjordania, en un pequeño valle rocoso que desciende hacia el río Jordán. Más abajo del corral, un lecho de guijarros es el testimonio de la existencia en el pasado de un arroyo que todavía corría por allí hace 20 años. Pero, hoy por hoy, solamente el viento cargado de polvo atraviesa el valle. “Los colonos llegaron en 1967 y empezaron a bombear a partir de 1973, a más de 100 metros de profundidad”, explica Ali. De manera progresiva, las cinco fuentes que alimentaban el curso de agua se fueron secando. El abastecimiento por medio de un camión será suficiente para dar de beber a los pueblerinos y al ganado, pero, por desgracia, no permitirá regar una parcela.

La colonización israelí afecta de modo profundo la agricultura palestina. “El sector disminuyó constantemente su contribución al producto interno bruto de Cisjordania a partir de 1967 y del comienzo de la ocupación”, explica Taher Labadi, investigador en Economía en el Instituto Francés de Medio Oriente (IFPO, por sus siglas en francés) de Jerusalén. Sin embargo, la labranza de la tierra tiene una larga historia en Palestina. Allí la agricultura se caracteriza por la preponderancia de las pequeñas explotaciones familiares de menos de una hectárea, que representan más del 70 por ciento de las tierras agrícolas.1 Su producción se destina en primer lugar al autoconsumo y luego al mercado local. En un territorio semiárido y montañoso, los cultivos en terraza forman parte de un rico patrimonio agrícola, cuyo símbolo es el olivo.2 “100.000 familias dependen de los olivos parcial o totalmente, lo cual crea una relación muy especial entre los palestinos, su tierra y sus árboles. Es una identidad nacional que también es una identidad económica”, detalla Moayyad Bsharat, coordinador de proyecto en la Unión de Comités de Trabajadores Agrícolas (UAWC, en inglés), la principal organización no gubernamental (ONG) agrícola palestina.

Al anochecer, Ali se lamenta por no poder ofrecer a sus huéspedes verdaderas habitaciones para pasar la noche. A causa de las incesantes destrucciones, la familia vive en carpas. El pueblo, que se remonta a la época otomana, fue destrozado por el ejército en 1967, y todos sus habitantes tuvieron que huir. Unas 60 familias volvieron, pero el pueblo no recuperó la extensión anterior. Sólo algunos restos de mármol hundidos en la tierra sugieren que en otras épocas las calles estuvieron empedradas. Los agricultores que, como Ali, eligen quedarse, trabajar su tierra o criar rebaños son calificados como samidin: los que resisten a pesar de las crecientes dificultades de la vida rural. Por medio de su presencia, protegen la tierra contra la anexión por parte de los colonos israelíes —una cuestión crucial para la resistencia palestina—. En la familia de Ali, las parejas que tienen hijos pequeños prefirieron instalarse en Tubas, la ciudad más cercana. “Cuando construimos casas acá, son destruidas por las fuerzas de ocupación”, explica.

Del olivo al agronegocio

Desde los Acuerdos de Oslo de 1993, Cisjordania está dividida en tres zonas: A, B y C. La zona A bajo autoridad palestina, la zona B bajo control mixto y la zona C (el 62 por ciento de Cisjordania) bajo control directo israelí. El ejército no otorga ningún permiso para construir en la zona C y lleva a cabo allí muchas demoliciones en forma habitual. En mayo, un nuevo reglamento sobre el censo de tierras y el establecimiento de un catastro decretado por Tel Aviv reforzaron ese control, facilitando aún más el acaparamiento de las tierras palestinas por parte de los colonos. En el valle del Jordán, los palestinos padecen una verdadera anexión, con la confiscación regular de sus tierras cultivables, mientras que el 80 por ciento de ellas ya están en manos de los colonos o del ejército. Anas H, un observador de la situación de los derechos humanos en la zona, dice con un suspiro: “En Gaza, la guerra hace ruido, pero acá se combate una guerra silenciosa”.

Ello debilita la soberanía palestina, ya dañada por el paso de una agricultura de subsistencia a una agricultura orientada hacia la exportación. Desde los años 1990, la Autoridad Palestina y los donantes internacionales alentaron los cultivos orientados hacia la exportación. Su emblema es el cultivo del dátil medjool en el valle del Jordán. “El dátil representa la irrupción del agrobusiness Palestina”, relata Julie Trottier, hidróloga del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), que investiga sobre Cisjordania. Pudimos constatarlo con Anas en la ruta 90, que bordea el Jordán en dirección hacia el pueblo de Bardala: una tras otra, a lo largo de kilómetros, hay inmensas parcelas de palmeras datileras en monocultivo con riego, salpicadas por algunos grandes depósitos agrícolas. Si bien a primera vista es imposible distinguir los huertos israelíes de los palestinos, según Anas, el 70 por ciento de los palmares es cultivado por colonos.

En aquel entonces, muchas razones justificaron la elección de la palmera datilera: la planta es poco consumidora de un agua relativamente salada, que puede tolerar. Adaptada a las limitaciones climáticas, rinde mucho y con rapidez gracias a las exportaciones, por lo cual los agricultores israelíes y algunos grandes propietarios palestinos firmaron contratos con actores de la agroindustria mundial. “Al comienzo del desarrollo de los dátiles, se plantaron parcelas de 600 dunums (60 hectáreas): algo jamás visto en Palestina”, manifiesta Trottier. Pero el dinero que se embolsaron profundiza las desigualdades en el seno de la sociedad palestina. Previo a ese cultivo, las llanuras del Jordán eran destinadas a la subsistencia y el mercado local. “Los propietarios estaban generalmente instalados en la ciudad; un bananero de un dunum permitía que una familia viviera gracias a la aparcería”, explica la investigadora. Hoy por hoy, los aparceros fueron reemplazados por trabajadores temporales y obreras. Cada año, los primeros cosechan durante dos meses, mientras que las segundas trabajan en el empaquetado durante cinco. Ese contexto económico, junto con las violencias coloniales, explica la amplitud del éxodo rural. En Palestina, la proporción de los empleados del sector agrícola pasó del 37 por ciento en 1975 al cinco por ciento en 2023.3

Los alimentos necesarios para la población ya no son producidos en el lugar. Por lo tanto, la mayor parte de los alimentos consumidos por los palestinos son importados vía Israel, que puede decidir bloquear las mercaderías. “Es un típico caso de economía colonial: se orienta la producción hacia las exportaciones, y la economía del territorio ocupado se torna completamente cautiva y dependiente del Estado colonizador”, analiza Labadi.

Estructuras como la UAWC militan por la soberanía alimentaria. “La Autoridad Palestina no destina ni el uno por ciento de su presupuesto al Ministerio de Agricultura, contra el 35 por ciento para el sistema de seguridad y sus agentes, mientras que nunca protegieron un solo olivo o una sola campesina contra el ataque de los colonos o del ejército —se lamenta Bsharat—. El presupuesto para la agricultura debería al menos alcanzar un diez por ciento para estar alineado con las necesidades de los campesinos”. El hombre, de unos 40 años, agrónomo de formación, dedicó su vida al apoyo de los samidin. Conoce perfectamente a las comunidades rurales del valle del Jordán y continúa con su trabajo junto a los granjeros y los agricultores a pesar de las intimidaciones del ejército israelí. Su ONG, creada en 1986, está compuesta por 120 comités en Cisjordania y en la Franja de Gaza. Propone formaciones, apoyo material o consejos técnicos a las familias campesinas para salir de la dependencia de los insumos químicos importados y adaptarse a la falta de agua. La UAWC trabaja sólo con pequeños agricultores y prioritariamente con comunidades dirigidas por mujeres.

“A diferencia de la Autoridad Palestina y de los donantes occidentales, no queremos focalizarnos en el cinco por ciento de la población que tiene grandes explotaciones, olvidándonos de la mayoría, que quiere producir su propio alimento. No queremos solamente producir, queremos justicia social”, continúa nuestro interlocutor. No obstante, lograr que adopten métodos ecológicos no siempre es fácil. “Insistimos en decirles a los granjeros que, si pretenden producir más, también perderán más rápido sus tierras, porque los métodos industriales agotan el suelo al cabo de unos años”, agrega, citando el caso del cultivo intensivo de palmeras datileras, que agota los suelos y aumenta su grado de salinidad.

Semillas de soberanía

La agroecología como camino hacia la soberanía alimentaria también es la lucha del Foro Palestino de Agroecología (FPA) desde su creación en 2018: “Nuestra relación con la tierra cambió. Nuestros métodos tradicionales eran cercanos a los principios agroecológicos; hoy ni siquiera sabemos qué insumos químicos están presentes en nuestros suelos o cuántas variedades de OGM nos fueron impuestas —explica Lina Ismail, miembro del Foro—. La ocupación israelí impuso semillas. Hoy, hay variedades autóctonas de productos que ya no encontramos en nuestros mercados”.

Para remediar esa desaparición, la UAWC fundó en 2003 un banco de semillas de agricultores en Al-Khalil —el nombre que los palestinos dan a la ciudad de Hebrón—. Allí, 76 variedades locales eran multiplicadas, almacenadas y distribuidas a lo largo de las temporadas. En locales decorados con plantas secas, Jannat D recibía calurosamente a los campesinos. Después de haber escuchado sus necesidades, les daba sus consejos y les entregaba bolsitas que contenían sus valiosas semillas. Según Bsharat, la protección de la biodiversidad agrícola no era más que uno de los muchos beneficios de esta iniciativa: “Los granos industriales son más productivos mientras se combinen con pesticidas y fertilizantes químicos y estén abundantemente regados. No se reproducen y, por lo tanto, deben ser nuevamente comprados cada año. Nuestras semillas evitan todos esos escollos. Son rústicas, más resilientes frente al cambio climático y a las enfermedades, y permiten también una alimentación más sana”.

Para Israel, no obstante, la soberanía alimentaria de los palestinos es una amenaza. El 31 de julio, las topadoras, junto con hombres con pasamontañas y soldados israelíes, destrozaron el banco de semillas y demolieron un edificio. Según la UAWC, se trató de un ataque que apuntaba a “impedir que los palestinos se quedaran en sus tierras”.4 Una semana antes de esa depredación, el Parlamento israelí aprobó una moción simbólica sobre la anexión total de Cisjordania y validó un plan de 275 millones de dólares en beneficio de las colonias. El 25 de agosto, so pretexto de haber reaccionado ante un tiroteo entre campesinos y colonos, el ejército israelí arrancó de raíz 10.000 olivos —varios de ellos centenarios— en el pueblo de Al-Mughayyir, en las cercanías de Ramallah. En total, desde 1967, el gobierno israelí arrancó de raíz más de 800.000 árboles de esa especie y arrasó con topadoras cientos de kilómetros de tierras agrícolas en Palestina.5

Pero en Al-Maleh, cuando la jornada termina, Ali no deja de bromear, con su sonrisa inamovible en la boca. Prende un brasero para recalentar la comida y el agua para bañarse. Detrás de él, la silueta del alambre de púas del puesto militar de avanzada que domina el pequeño valle contrasta con el cielo. El hombre se sienta cerca del fuego, tan inmóvil como las rocas a su alrededor. Las piedras no abandonan el valle, dice un proverbio palestino.

Léonore Aeschimann y Pierre Casagrande, periodistas, enviados especiales. Traducción: Micaela Houston.


  1. Jacques Marzin, Jean-Michel Sourisseau y Ahmad Uwaidat, “Study on small-scale agriculture in the Palestinian territories”, Centre de Coopération Internationale en Recherche Agronomique pour le Développement (CIRAD), París, 2019. 

  2. Aïda Delpuech, “La forestación como arma”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, octubre de 2024. 

  3. Bashar Abu Zarour, Amina Khasib, Islam Rabee y Shaker Sarsour, Economic Monitor, N° 73, Palestine Economic Policy Research Institute – MAS, Ramallah, 2023. 

  4. Philippe Pernot, “Israël attaque une banque de semences paysannes en Cisjordanie occupée”, Reporterre, 2-8-2025, 

  5. Qassam Muaddi, “Israël voulait punir un village palestinien. Il a donc détruit 10 000 de ses oliviers”, Agence Media Palestine, 28-8-2025. 

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