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Playa del mar Negro en Sebastopol, en la península de Crimea, con un buque de guerra ruso al fondo.

Foto: Olga Maltseva, AFP

Crimea, “ciudad Potemkin” a la inversa

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Turismo bajo sirenas de alerta.

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En un intento de garantizar un acuerdo en Ucrania, Estados Unidos podría reconocer Crimea como territorio ruso. Un paso que ni siquiera China se atrevió a dar. Una decisión así reforzaría el singular optimismo que reina en la península. Sus habitantes celebran el “regreso a la madre patria” mientras normalizan las alertas de drones entre hoteles de lujo y playas turquesas.

Al norte, los combates continúan. Pero en este aniversario Antonina1 rememora, con voz temblorosa, el referéndum del 16 de marzo de 2014. “Íbamos como a una fiesta, había banderas tricolores en todas las ventanas, la gente estaba bien vestida. Después de votar, tomamos un café en la ciudad. La gente se juntaba espontáneamente en la calle para intercambiar sus impresiones y celebrar”. Organizado a toda prisa, en presencia de soldados sin insignias, el resultado del escrutinio traducía una aspiración mayoritaria. Con una participación superior al 80 por ciento, más del 96 por ciento de los crimeos votaron a favor de la integración con Rusia. Si para Kiev esta “reunificación” abre una herida mal cicatrizada, para la mayoría de los habitantes de ese lugar la está cerrando.

Desde 2014 se estima en más de 100.000 la cantidad de ciudadanos de la Federación Rusa que se instalaron aquí, principalmente provenientes de Moscú, de San Petersburgo o de la región vecina de Krasnodar. Además, esta afluencia no sólo eleva aproximadamente a 2,5 millones a la población total —contra 2,3 millones en 20142—, sino que aumenta la proporción de rusófonos del 65 por ciento que había en 2013 al 73 por ciento de la actualidad. Al mismo tiempo, la proporción de crimeos que se declaran étnicamente ucranianos cayó del 16 al ocho por ciento. Una parte ha dejado la península, la otra optó por la obtención de la ciudadanía rusa (necesaria para acceder a la atención u obtener una jubilación). Tras la adopción de un procedimiento “simplificado” de naturalización en 2022, las personas que no han efectuado esta gestión son consideradas extranjeras y pueden ser expulsadas. Pese a que el ucraniano continúa siendo una de las tres lenguas oficiales de la república (junto con el ruso y el tártaro), la enseñanza en esa lengua prácticamente ha desaparecido.

La vida se organiza alrededor de una nueva realidad a medida que la economía local se desarrolla. “Crimea renace de sus cenizas. Durante 25 años fue la última rueda del carro ucraniano; hoy está en el centro de las prioridades de Rusia”, considera Alexei, un moscovita que pasa una semana de vacaciones aquí cada año. La prioridad sigue siendo el turismo. Desde el tiempo de los zares vienen de lejos —incluso a veces desde el extranjero— para disfrutar de este lugar de tratamiento para curar la tuberculosis y las afecciones respiratorias. Las grandes familias del imperio ruso han construido aquí sus palacios y residencias de invierno. La “Riviera socialista” recibía a los jefes de los partidos comunistas del mundo entero en tiempos de la Unión Soviética. En agosto de 1991, el dirigente soviético Mijaíl Gorbachov fue sometido a arresto domiciliario en su dacha de Foros, en el extremo de la península, durante la tentativa golpista que precipitó el fin del bloque soviético. Luego Crimea se convirtió en una suerte de Ibiza postsoviética. En el verano, las playas de Anapa y de Eupatoria organizan campings salvajes, fiestas electrónicas, conciertos y festivales.

El milagro ruso de la península

Decenas de hoteles de cuatro y cinco estrellas han surgido en los principales centros urbanos en un intento por atraer a los rusos desprovistos de vuelos directos hacia Europa. La televisión y los periódicos rusos repasan con complacencia los logros de los últimos diez años bajo el impulso del nuevo gobierno central de Moscú. Está el puente de Kerch, a la vez ferroviario y de carretera, que serpentea a lo largo de 18 kilómetros para atravesar el estrecho del mismo nombre y unir la península a través de una autopista completamente nueva a Krasnodar y luego a Moscú. Está la A219, denominada “Tauride” (por el nombre que los antiguos griegos le daban a la casi isla de Crimea), que une Kerch con Simferópol y con Sebastopol. También están las dos nuevas centrales térmicas, con una potencia combinada de 940 megavatios, que entraron en servicio en 2019, sin hablar de las escuelas o de los hospitales recientemente renovados o construidos de cero.

Infografía: Cécile Marin.

Pero cuando uno se aleja de los proyectos que aparecen en los titulares de los medios, se puede medir el camino que falta recorrer. Las largas rutas secundarias llenas de baches, los kilómetros de antiguos terrenos industriales entremezclados con talleres abandonados y sirviendo de zona de juego a perros y gatos callejeros. Vertederos ilegales o escombros de todo tipo contaminan los grandiosos paisajes de montañas y estepas o el mar turquesa... Los mismos habitantes no parecen darse cuenta, demasiado ocupados en preparar la temporada turística: 6,6 millones de visitantes en 2024. Está lejos de los 9,5 millones registrados oficialmente en 2021, antes de la reanudación de los combates a gran escala. Sin embargo, esas estadísticas sombrías no socavan el optimismo reinante.

Natacha, que llegó en 2020 de Smolensk, al oeste de Rusia, tiene unos 40 años y mantiene un salón de té en el centro de Ordjonikidze, pequeña ciudad balnearia de la costa oriental de la península, que ofrece toda suerte de “productos regionales” —de una zona local o de más lejos: vinos, miel, tés exóticos, recuerdos y hasta algunas acuarelas—. Nos explica que los residentes recién llegados, de los que forma parte, han aportado “un espíritu menos indolente, una forma de civilización”. “Desde la reunificación, todo el mundo está feliz acá. Nosotros, los del continente, somos reivindicativos: los cortes de agua y de electricidad nos escandalizan. Llamamos a los servicios municipales, a vialidad, no los dejamos en paz hasta que arreglan las cosas”. En su tienda, un cliente, restaurador y crimeo de origen, se entrega a una divertida autocrítica: “Sí, es verdad, nosotros estamos acostumbrados a todo eso. Tenemos un generador de reserva para el restaurante en verano. Cuando se corta el agua, recurrimos a la cisterna de agua de lluvia”.

El abastecimiento de agua es un problema recurrente en esta región rocosa. En la época soviética, la península era alimentada por el canal del norte, construido entre 1961 y 1971, que la conectaba con el Dniéper. Su bloqueo, por parte de Ucrania en represalia por la anexión de Crimea, redujo cinco veces la cantidad disponible de agua potable. Desde entonces se implementaron estaciones de bombeo de gran profundidad y la capacidad de desalinización del agua de mar ha aumentado. Pero aún faltan unos 1.000 millones de metros cúbicos de agua potable por año para cubrir las necesidades reales de Crimea...

En cualquier momento, los combates que se desarrollan a poca distancia llaman la atención de los habitantes. Los celulares vibran: una notificación anuncia un “alerta de dron” y aconseja permanecer en casa y alejarse de las ventanas. El mensaje se difunde por toda Crimea y la región de Krasnodar. A causa de la reiterada frecuencia y de su imprecisión, la mayoría ha desactivado este tipo de alertas. La vida continúa su curso a pesar de los ataques regulares del ejército ucraniano. “En Año Nuevo, la refinería fue alcanzada por un dron kamikaze", cuenta Sergei, “¡qué espectáculo de fuegos artificiales! Al final, sólo se quemaron dos tanques, y la refinería retomó sus actividades a los pocos días”. El puerto de Sebastopol, por el contrario, se vació de la mayor parte de sus buques militares: la eficacia de los drones navales ucranianos obligó al Estado Mayor ruso a transferir una gran parte de la flota del mar Negro que estaba estacionada allí hacia puertos más al este, como los de Novorossíisk o Feodossia.

Todos quieren creer que esta guerra llegará a su fin para aprovechar la temporada de verano porque, con su clima y sus paisajes únicos, Crimea está volviendo a su vocación histórica de espacio de turismo y de ocio. “La administración del aeropuerto de Simferópol tenía como trofeo que los pasajeros no tuvieran ningún deseo de partir”, escribía Vassili Axionov en una novela de ficción política en... 19793. ¿El autor soviético anticipaba el nuevo aeropuerto de la capital de Crimea, pensado en forma de ola futurista? Inaugurado en 2018, fue cerrado al tráfico desde 2022, a causa de una “operación militar especial”.

Christophe Trontin, periodista. Traducción: María Eugenia Villalonga.

Referéndums

Una historia en las urnas

Antes incluso de los acontecimientos de 2014, Crimea nunca había encontrado plenamente su lugar en la Ucrania independiente. Esta antigua república autónoma dentro de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR) perdió este estatus en 1945 por decisión de Iósif Stalin, antes de ser anexada como un simple óblast a la Ucrania soviética en 1954. A principios de la década de 1990, mientras la Unión Soviética iniciaba un proceso de desintegración, la península, poblada principalmente por rusos (67% según el censo de 1989), temía el auge del nacionalismo en Kiev. De hecho, bajo el impulso del Rukh (Movimiento Popular para la Perestroika), el Sóviet Supremo (Parlamento) de la República Socialista Soviética de Ucrania reconoció el ucraniano como única lengua estatal en 1989. Si bien otorgaba derechos a los rusohablantes, esta legislación —la primera de una serie sobre cuestiones lingüísticas que se convertirían en una fuente recurrente de controversia en las décadas siguientes— aumentó el temor de los crimeos a una ucranización forzada. El retorno masivo de los tártaros —el pueblo indígena de habla turca que precedió a la colonización rusa a finales del siglo XVIII y fue deportado por Stalin a partir de 1944— reforzó el temor ruso a la marginación.

En 1991, tres referendos pusieron de relieve la singularidad política de Crimea. El 20 de enero de ese año, unas primeras elecciones, organizadas por las autoridades regionales —sin el acuerdo de Moscú ni de Kiev— restablecieron el estatus de la península como república autónoma, dejando sin resolver la cuestión de su anexión a Rusia o Ucrania. La pregunta planteada a los crimeos se limitaba a indicar que la península tenía la intención de unirse a una futura Unión renovada, concebida por Mijaíl Gorbachov para reconstruir la URSS sobre la base de relaciones más igualitarias entre las repúblicas federadas y, así, preservarla. Este proyecto fue sometido a un segundo referéndum en marzo del mismo 1991, esta vez organizado a nivel soviético. En Ucrania, el 70% de los votantes la aprobaron, y en la península, el sí obtuvo una amplia mayoría (84% de los votos).

Esta nueva Unión jamás llegó a concretarse: un intento de golpe de Estado en Moscú en agosto de 1991 precipitó las declaraciones de independencia de las repúblicas federadas soviéticas. En diciembre de 1991, el 90% de los ciudadanos ucranianos aprobó esta decisión en un tercer referéndum, celebrado a nivel nacional. Crimea, sin embargo, se mantuvo al margen de esta unanimidad: con una participación mucho menor que en otras regiones de Ucrania, una estrecha mayoría de votantes (54%) optó por la vía de la independencia (1).

Las tensiones entre Kiev y Simferópol se intensificaron desde entonces. Crimea se declaró autónoma de nuevo dentro de una Ucrania independiente mediante la promulgación de una constitución separada en 1992, un paso previo hacia la independencia según Kiev. Dos años más tarde, Yuri Meshkov resultó electo presidente de Crimea —un cargo creado unilateralmente por el parlamento local—, al tiempo que prometía unirse a Rusia. Kiev respondió a este secesionismo enviando 50.000 soldados a los 33.000 ya desplegados en la península. Esos contingentes se enfrentaron a los 70.000 militares de la antigua Flota Soviética del Mar Negro estacionados alrededor de Sebastopol, la mayoría de los cuales apoyaban la anexión a Rusia. El país estaba al borde de la guerra civil. Pero el Kremlin decidió no respaldar a los separatistas crimeos.  

Hostilidades tártaras

Gracias a los esfuerzos diplomáticos de la ONU y Estados Unidos, se alcanzaron acuerdos: la desnuclearización de Ucrania (1994), el uso compartido de la Flota del Mar Negro entre Ucrania y Rusia, el mantenimiento de la presencia militar rusa en la base naval de Sebastopol (1995) y la concesión de una autonomía estrictamente presupuestaria a Crimea (1999). Durante un tiempo, se evitó así abrir la caja de Pandora de las fronteras postsoviéticas. Pero tras dos décadas de expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el derrocamiento del presidente ucraniano Víctor Yanukóvich por la oposición prooccidental y su reemplazo por un gobierno de transición con elementos ultranacionalistas, el secesionismo crimeo está resurgiendo. Esta vez, Moscú decidió brindarle su pleno apoyo.

Tras el referéndum de 2014 sobre la adhesión a Rusia, organizado con el respaldo del Kremlin en respuesta a lo que denominó un “golpe de Estado” en Kiev, los tártaros de Crimea se enfrentaron a un dilema. Desde 1999, las autoridades ucranianas han aplicado una política bastante flexible hacia esta minoría musulmana, que representa aproximadamente el 14% de la población: han aceptado el establecimiento de escuelas religiosas y mezquitas y reclasificado su deportación en 1944 como “genocidio”. Kiev pretendía así crear un contrapeso a las tentaciones secesionistas de los rusos y los rusohablantes. De ahí la hostilidad de la comunidad tártara hacia cualquier idea de integración en el país.

CT

(1): Emmanuelle Armandon, La Crimée entre Russie et Ukraine. Un conflit qui n’a pas eu lieu, Bruylant, Bruselas, 2013.


  1. Las personas entrevistadas solicitaron el anonimato, sus nombres fueron cambiados. 

  2. Krymstat (estadística pública de Crimea, 2014); censo de la población en la Región (okroug) Federal de Crimea organizado en octubre de 2014 por las autoridades rusas. 

  3. Vassili Axionov, La isla de Crimea, Gallimard, París, 1982. 

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