Ingresá

Ilustración: Sargentopez

Federico Nathan

4 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Federico Nathan tiene 31 años y siendo adolescente ya había cosechado logros con los que muchos músicos sólo pueden soñar. Hijo del violinista Claudio Nathan y nieto de un judío alemán apasionado por el violín, que se casó con una primera bailarina del SODRE, con 15 años Nathan tocó como solista con la Filarmónica de Montevideo, a los 16 se fue a estudiar a España y continuó su periplo por Estados Unidos, París y Berlín, además de participar en varias orquestas en el mundo. Pese a haber conseguido proezas en el ámbito de la música clásica, como presentar a los 26 años su concierto para violín y cuerdas con la Filarmónica, Nathan es conocido también en el circuito del jazz, donde suele tocar con su hermano, el vibrafonista Maximiliano Nathan. En realidad, es un músico para quien no existen las barreras: sus composiciones pueden pasar del jazz al pop, al rock, a lo clásico. En sus manos su violín es capaz de las melodías más bellas y del virtuosismo más deslumbrante (los extremos entre el ángel y el demonio que permite este instrumento, dirá), a la vez que rompe las fronteras del violín al convertirlo en guitarra, tambor, bajo, o al hacerlo sonar en loop, como en su show AllOne, que presentó en diciembre en La Trastienda. AllOne es parte de ese universo sin límites de Nathan, donde la música es el símbolo de una unión más profunda.

× Tengo entendido que en tus inicios no te gustaba el violín. Fue un poco forzado al principio, como los niños a los que les dan algo y tienen que comerlo porque es lo que hay; el violín y la música clásica eran lo que había en casa. Entonces asumí —porque me lo decían, también— que había que estudiar (a los diez años ya le dedicaba cinco horas por día). El violín es muy caprichoso, sin menospreciar a los otros instrumentos; pero vos agarrás un piano o una guitarra y enseguida suenan. Con el violín estás meses o años para que suene bien.

× ¿Nunca te rebelaste? En un momento dejé. De hecho, rompí un arco. Creo que llegué a tirar el violín por rabia, de decir “por qué hago esto”. Fue cuando tenía diez años; yo empecé con ocho a tocar. Mentía mucho, decía que estudiaba y no lo hacía. Unos años después, uno mismo se da cuenta de que si no estudia, no sigue adelante. A los 13 empecé a ver la luz con el violín, cuando vi que con él podía hacer muchas cosas que no fueran música clásica y a la vez comencé a encontrarle el goce a esta música, que antes me parecía seria y estricta. Después te das cuenta de que es de lo más increíble que hay en la humanidad, pero el proceso es personal. Escuchaba un disco de Green Day y después a Mozart y encontraba la misma energía.

× ¿Alguna vez pensaste en dedicarte a otra cosa? Sí, en ser director de cine, también actor, llegué a hacer cursos. Lo de ser director de cine me apasionaba mucho y siempre lo hablo como algo que capaz que va a pasar.

× Tu música es muy cinematográfica, ¿no? La música que más me influyó era la de cine y el que conoce mi música sabe eso.

× En el concierto hablaste de Jodorowski y me pareció que había un aspecto espiritual tuyo fuerte. Desde que me fui de Montevideo y viví solo en España y en otros lugares emprendí una búsqueda espiritual. A algunos de nosotros nos interesa saber quiénes somos y qué hacemos acá. Yo siempre tuve esa necesidad. A medida que fui encontrando esas respuestas, las fui plasmando en la música. AllOne es un momento muy importante a nivel espiritual, porque desde hace un tiempo sé quién soy. Estudio mucho algo que se llama vedanta, que es una ciencia tradicional hinduista que estudia la naturaleza de la vida. Todos somos consciencia y tenemos ese dios interior. Lo que estudio y medito es inevitable no depositarlo en la música: me gusta transmitir ese mensaje, de unión.

× ¿Cómo fue irte a vivir a España a los 16 años? Acá nunca viví la juventud de la música clásica, es muy escasa. Me crié en una época en que el violín era muy poco popular para ser joven. Pero ahí tenía la oportunidad de estar con gente de mi edad y sentir que estaba en un grupo de rock, pero trabajando música de Mozart. La pasé muy bien, pero también sufrí mucho, tuve ataques de pánico. Duele separarse, crecer tan joven, y eso me llevó a buscar, a querer entender.

× ¿Qué extrañabas cuando te fuiste? Lo primero, porque fui a Madrid, era el mar. Acá nunca le di bola. En Madrid veía una montaña y tenía la sensación de que detrás estaba el mar. Extrañaba cosas sencillas de la cultura, y eso que en España no son tan distintos a nosotros. Después fui a Estados Unidos y dije “¡pa!”. Pero eso se va curando. Hace un año me fui de Holanda a Valencia, con la excusa de la cultura y el sol, y también con un muy buen trabajo en Berklee como profesor. Sigo en la Orquesta Metropol de Holanda, pero viendo si me quedo, renuncio o me echan, porque decidí no estar full time con ellos.

× ¿Cómo es la experiencia con la Metropol? No es una orquesta normal. Es como una big band pero con cuerdas, y además estamos a acostumbrados a tocar no sólo en el teatro, como la mayoría de las orquestas clásicas, que son algo súper político y tocan para una elite. La Metropol es lo contrario: es muy popular, toca en estadios para 10.000 personas y a veces en la calle. Tocamos con artistas de todo tipo, ha llegado a estar Quincy Jones dirigiéndome. El primer concierto fue con David Guetta, y al otro día estuvo Joshua Redman, un saxofonista de jazz. Casi me puse a llorar. Es una orquesta que no hace música clásica pero hace cualquier música que se demande. Pero hay que elegir en la vida y ahora me quiero dedicar más a mi música, ver espiritualmente qué es lo que me llena más, el porqué tocar, el para qué.

× ¿Cuán importante es el porqué? El mejor momento económico de mi vida fue cuando tenía 24 años. Ganaba 3.000 euros por mes en la Orquesta Nacional de España pero me sentía vacío, primero porque tenía muchos problemas con la gente de la orquesta, muchos fachas. Tampoco me llenaba tocar para la misma gente y no me dejaba tiempo para hacer mis cosas. Renuncié.

× Leí que el concierto más raro que hiciste fue en México, ¿no? Llegamos el Día de Muertos con el cuarteto y nos hicieron tocar en el cementerio. Parecía una película de Tim Burton, con las calaveras.

× ¿Cuál es el concierto que más te gustó, tuyo o de otros? Son momentos. El otro día estábamos con Nicoletta [su novia, griega] en Barrio Sur y con una de las barras de candombe me puse a llorar, me llegó al alma. Me pasó también viendo a Chick Corea. Cuando tocamos con Quincy Jones había unos momentos en que la orquesta sonaba increíble, con Esperanza Spalding cantando.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesó este artículo?
Suscribite y recibí en tu email la newsletter de Lento, periodismo narrativo y ficción de la diaria.
Suscribite
¿Te interesó este artículo?
Recibí en tu email la newsletter de Lento, periodismo narrativo y ficción de la diaria.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura