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Ilustración: Dani Sharf

Tras el pez de Babel

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El idioma universal, sueño de muchos. ¿Habrá que inventarlo o ya lo conocemos hace tiempo? O quizás lo vuelvan superfluo los traductores automáticos. Esta y otras hipótesis más radicales aparecen en una historia que tiene como corazón al esperanto.

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El propósito capital que me ha animado a escribir este opúsculo, es el de dar la solución que he creído hallar a un grandioso problema, que ha sido planteado y sometido a la consideración del Mundo, en distintas ocasiones, en Congresos Internacionales, reunidos para ese objeto, con resultado negativo. Una sola lengua para una sola Humanidad. Esta luminosa idea que llevada a la práctica, marcaría uno de los acontecimientos de mayor trascendencia, en la historia universal; porque influiría con una preponderancia nunca vista en el progreso de la Humanidad, vinculando eternamente a todos los pueblos de la Tierra, por el lazo imperecedero del idioma, ha permanecido irresoluta. Si consiguiera demostrar con toda claridad, la manera de realizar este ideal grandioso, habría colmado mis deseos.

Así comienza El idioma universal. El Uruguay puede solucionar el problema, un pequeño libro publicado en 1928 por el uruguayo Juan Francisco Aldecoa, uno de los tantos que trató de cumplir un viejo sueño de la humanidad: tener un idioma común que comunique y hermane a todas las personas.

El deseo viene de antaño. El filósofo francés René Descartes escribió en 1629: “Hay muchas personas que gustosamente sacrificarían cinco o seis días de su tiempo para poder hacerse comprender de todas las gentes. Me atrevería a esperar, más adelante, un idioma universal muy fácil de aprender, de pronunciar y de escribir”. Su colega y compatriota Montesquieu señaló en 1728: “La comunicación entre las naciones es tan grande que irremisiblemente necesita un idioma común”. El socialista Charles Fourier fue un poco más lejos. El hombre que imaginó los falansterios (comunidades agrícolas autónomas) pensó también en una lengua futura fruto de la sumatoria de muchas:

Las relaciones entre los pueblos llegarán a tal punto, a tal actividad, que incesantemente tomarán unos de otros raíces y giros idiomáticos; cada idioma local verterá en el idioma general todo lo que tenga de original y fuerte... aportando sus elementos más valiosos al idioma de unión, que no será el francés, tejido primitivo, sino un idioma rico y hermoso, el único digno de una humanidad unida, puesto que reunirá en sí el genio de todos los pueblos.

A grandes rasgos, las soluciones propuestas para conseguir una lengua universal han sido tres: reflotar un idioma muerto —como el latín—, inventar uno nuevo que sea adoptado por toda la humanidad u optar de común acuerdo por uno ya existente.

Ella tiene 13 años y él 11. Su padre es uruguayo y su madre francesa; se conocieron en un encuentro de jóvenes hablantes de esperanto, por el año 2000, en Rusia. “Para ellos el idioma es el esperanto. Lo siguen usando como cuando tenían dos años. Estamos en casa y hablan en esperanto. Nuestra vida corre en esperanto”, cuenta Eduardo, su padre.

Elena y Rafael son los únicos niños uruguayos cuya lengua materna es el idioma ideado por el polaco Ludwig Lazarus Zamenhof. Son una rareza desde el punto de vista lingüístico. En Brasil, que tiene 60 veces más población, hay algunas decenas. En el mundo, según explica Eduardo, son cerca de 2.000.

En rigor, los niños son trilingües. Hablan español, francés y esperanto. Pese a ser uruguayo, desde siempre Eduardo habló con ellos en esperanto y eso aún se mantiene. Es el único idioma en que se comunican, salvo cuando están con otras personas que no lo hablan.

Como es de suponer, Eduardo es defensor y promotor de la lengua creada por Zamenhof. “El esperanto como yo lo vivo es una utopía. Punto. Es la utopía esa que uno sigue construyendo con la esperanza de que un día funcione. Pero siendo realistas, somos los que somos. Igual somos muchos más que los que hablan muchas lenguas minoritarias en el mundo”, sostiene.

En 1887 Ludwig Lazarus Zamenhof (1859-1917) publicó el primer manual de este idioma, Internacia linguo (Lengua internacional), con el seudónimo “Doctor Esperanto”, y este vocablo luego pasó a denominar a su creación. Allí decía:

Cuando exista una lengua entre los pueblos, toda obra importante que aparezca en la región del pensamiento humano, será traducida en este idioma neutral y muchas obras serán escritas directamente en dicho idioma, y así todos los productos del espíritu humano sobre toda la tierra estarán en seguida al alcance de todos.

El esperanto se presenta, en folletería propia, como “un idioma internacional, neutral, creado especialmente para oficiar de idioma puente en la comunicación entre personas, empresas y países”.

No pretende sustituir a los idiomas nacionales, sino, por el contrario, ser la segunda lengua, puente entre pueblos de diferentes hablas. “Al no ser patrimonio de ningún país, el esperanto impide que una cultura se imponga a otra por medio de la supremacía que da el idioma preponderante en el ámbito mundial, protegiendo así las lenguas y las culturas minoritarias”.

A su favor hay que decir que el esperanto se mantiene vivo en gran parte del mundo a más de un siglo de su creación. Desde 1905 se realiza anualmente un Congreso Universal de Esperanto, que solamente no se celebró en los años de las guerras mundiales. Allí se reúnen personas de 70 u 80 países y el esperanto es el único idioma en que se comunican.

Además, hay miles de libros traducidos al idioma. Históricos y clásicos como la Biblia, el Corán, Don Quijote de La Mancha, la Divina comedia, Los viajes de Marco Polo, El gaucho Martín Fierro, el Kama sutra, uruguayos como Ariel, de José Enrique Rodó, y Fermentario, de Carlos Vaz Ferreira, y también textos científicos, infantiles y revistas. Existe literatura, poesía y música creada en esperanto, así como cine, radios en línea y servicios de podcast. Cuenta con su propia Wikipedia: Vikipedio surgió en 2001, tiene más de 247.000 artículos y se ubica 32º en el ranking de artículos por lengua, entre las 300 que hay registradas en Wikipedia. Para completar, el esperanto tiene himno, bandera y selección de fútbol (ver la edición Nº 20 de Lento); su bandera es verde con un cuadrado blanco en el ángulo superior izquierdo, y dentro de él tiene una estrella verde.

El primer hablante de esperanto en Uruguay habría sido un francés llegado en 1902 o 1903, según el presidente de la Asociación Uruguaya de Esperanto (Urugvaja Esperanto-Societo), Alberto Barrocas. Actualmente los hablantes locales son cerca de una treintena. Hasta hace unos años en Montevideo existió una librería llamada Esperanto, propiedad de Enrique Muñoz, que tenía como objetivo difundir este idioma, que llegó a ser enseñado en el colegio Elbio Fernández. Cerca de la estación Peñarol hay una calle que lleva por nombre Esperanto; mide una cuadra y va de Coronel Raíz a Guillermo Cuadri.

La institución local fue fundada en 1924 y se afilió a la Asociación Mundial de Esperanto en 1993. Su sede se ubica al fondo de una pequeña galería, en la calle Andes. Allí dan clases los miércoles de mañana y se reúnen de vez en cuando. Hay una pequeña biblioteca que tiene algunos centenares de libros en esperanto. En esta ocasión, de vez en cuando se convierte en un frío sábado de invierno. Tres jóvenes esperantistas argentinos se anunciaron en Montevideo y el encuentro se concreta, casualmente, con un periodista hispanoparlante como testigo.

“Hola” se dice saluto. Esa es fácil. Por el contexto y el parecido es sencillo deducirlo. Después, poca cosa más. Parece una merienda de hablantes de algún idioma eslavo, aunque por momentos suena parecido al italiano, con pizcas de algún ingrediente desconocido.

En otros tiempos la posibilidad de que se convirtiera en la segunda lengua de toda la humanidad ilusionó a varios, pero luego vino una meseta e incluso tal vez un declive. Los números no son alentadores ni precisos. Aunque es cierto que el esperanto, con casi un siglo y medio de existencia, continúa vivo, está lejísimos de alcanzar su cometido, pese a que, con dedicación, en algunos meses se puede aprender a hablarlo. Sus promotores destacan que es fácil de aprender porque tiene reglas muy sencillas, las palabras derivan de idiomas naturales y su gramática es lógica y sin excepciones. Pero esto no le ha resultado suficiente para superar a los idiomas preexistentes. Las estimaciones sobre cuántos hablantes tiene el esperanto son muy variadas, pero básicamente van de dos a diez millones de personas.

Eso sí, en comparación con el resto de las lenguas planificadas el esperanto indudablemente gana por goleada, o mejor dicho por walkover, es decir, por falta de rival. Y no es porque no haya habido otras, ni antes ni después.

Suele decirse que el segundo idioma creado es el volapük, una invención del sacerdote alemán Johann Martin Schleyer presentada en 1879 que apenas subsiste. Figura en Wikipedia, pero se considera una lengua “casi muerta”, con no más de 25 o 30 hablantes. Otros idiomas auxiliares inventados son, por ejemplo, el ido (una derivación del esperanto), el interlingua, el lojban, el toki pona, el occidental, el eklekta, el novial, el nov esperanto, el latino sine flexione, el tutónico y el solresol. Este último, que es obra del francés François Sudre, se basa en la escala musical y se puede cantar. Según publicó el escritor y periodista español Jesús Marchamalo en 2011, los idiomas inventados son más de 700.

En una obra de 1987 denominada Proyectos de lengua universal ideados por españoles, el investigador Julián Velarde Lombraña da cuenta de los intentos de Pedro Bermudo, Juan Caramuel, Joaquín Traggia, Sinibaldo de Mas, Bonifacio Sotos Ochando, Alberto Liptay, José Guardiola y Julio Rey Pastor.

En la Biblioteca Nacional se puede consultar un ejemplar de Kosmal idioma. Gramatika uti nove prata kiamso orba (Idioma Universal. Gramática de una nueva lengua llamada orba), de José Guardiola. El libro fue editado en París en 1893. La oferta es la misma que otras veces. El prólogo comienza diciendo:

Este nuevo idioma no pretende suprimir ni sustituir á ningún otro. Cada nación seguirá cultivando su lengua propia ó estudiando las de las demás, si tal es su deseo ó su interés. Este es un nuevo modo de hablar inventado para llenar una necesidad general, sobre todo para los que viajan por distintos países y que no han tenido ocasión ó tiempo de aprender tan variados y difíciles idiomas.

Era el caso de su autor: fue lo que vivió Guardiola mientras estuvo en América Latina y debió contactarse con distintos pueblos indígenas por su actividad comercial.

Con absoluta honestidad, Guardiola expresa que “varios se han ocupado, antes que nosotros, en este asunto: confesamos que no hemos estudiado sus sistemas”. Poco después duda del éxito que pueda llegar a tener, al afirmar: “Como lo hemos hecho únicamente como pasatiempo, nada perderemos ni perderán mucho los que tengan la humorada de leernos”. Su propuesta intenta evitar las muchas reglas, excepciones y dificultades de pronunciación o acentuación que suelen tener todos los idiomas, en mayor o menor medida. Propone un alfabeto con 21 letras, palabras breves, conjugación sencilla. El autor deja constancia de que el orba ha sido “concebido y ejecutado en el espacio de tres ó cuatro meses” y que por esta razón “tal vez se resienta y envuelva muchas imperfecciones”.

Este intento aislado de crear un idioma que vincule a toda la humanidad es un eslabón más de una extensa cadena. Obras como la de Guardiola han sido estudiadas en congresos internacionales, que las analizan a fondo y elevan propuestas para resolver la problemática de las lenguas auxiliares, sin mayor suerte, como bien se puede inferir del presente.

Ya en 1928 Aldecoa decía que los idiomas creados específicamente, como el esperanto, estaban condenados al fracaso. Por eso, su propuesta era distinta. Luego de hacer un resumen de la complejidad lingüística del planeta, el entonces joven uruguayo recuerda que “el grandioso ideal de que todo el mundo se entienda por un idioma común y único sedujo a grandes hombres de otros tiempos como Bacon, Pascal y Leibnitz, etcétera, que no intentaron llevarlo a la práctica, por parecerles una empresa tan seductora como ilusoria”.

Ilustración: Dani Sharf

Posteriormente, repasa los intentos principales de crear una lengua nueva. Un sabio “bien intencionado” inventó el volapük, del que dice:

[Es un] idioma heterogéneo distinto de todos los de Europa, pero parecido a todos, porque fue hilvanando con remiendos que desgarró de cada uno, para que nadie tuviere nada que decir. Al principio este idioma híbrido hizo furor, a la sombra de una señora, casquivana y antojadiza, la Moda, pero un buen día esta caprichosa matrona, por tener que atender a otras novedades le negó su protección decidida. Más tarde apareció el Esperanto, otro idioma por el estilo del anterior, [...] que después de vivir un corto tiempo con un éxito parecido al anterior, le cedió su puesto a otra lengua, el Ydo, que murió al nacer.

Aldecoa no proponía claudicar ante estos fracasos sino insistir, en el entendido de que “fomentar una revolución dichosa hacia la unidad de lenguas es aclarar el porvenir algo sombrío de la humanidad”. Esto lo escribía luego de la Primera Guerra Mundial, sin saber que la segunda iba a ser mucho peor.

Idiomas imperfectos, lenguas deficientes, sistemas modernos y flexivos. Asia le enseñó a Europa, esta a América, y ahora a este continente le correspondía ayudar a los otros proporcionándoles una lengua universal. “¿No será encantador el día en que podamos recorrer el mundo, de uno a otro extremo, y en todas partes nos entiendan lo que decimos, sin necesidad de cicerones y exégetas?”.

Aldecoa enumeraba las múltiples ventajas de la idea, no sólo en cuanto a intercomunicación personal, sino para el comercio, la economía, el acceso al conocimiento y la diplomacia. Luego concluía en que, dadas las experiencias pasadas, “ya es un hecho histórico ilevantable que los idiomas improvisados no podrán jamás germinar y dar sus frutos en ningún pueblo”. Tenía claro que “si quisiéramos implantar un idioma ya existente se opondrían las rivalidades nacionales”, pero, sabedor de la crisis que afectaba al planeta en esos años, entendía que era el momento propicio para convocar a un congreso internacional con representantes oficiales de todos los países para encontrarle una solución al “trascendental problema del idioma universal”. Finalmente, propuso como sitio de reunión Estados Unidos y descartó las opciones de imponer una lengua antigua —como el latín— o una inventada —como el esperanto—, por lo cual el camino era “adoptar un idioma ya existente”. ¿Cuál? Las opciones eran dos: había que elegir entre el “más perfecto” y el “más hablado o popular”, o sea entre el español y el inglés.

Su opinión —oh casualidad— era que “el castellano reúne las condiciones insuperables de claridad, sencillez, precisión, riqueza, flexibilidad, melodía, sonoridad, etcétera, que ningún otro idioma puede disputarle”, y concluyó en que “es el idioma más eficaz para comunicar las ideas y sentimientos de la humanidad, porque es el más perfecto”. Al inglés lo consideraba pobre y difícil de aprender, pero tenía a favor su mayor número de hablantes. Según el sistema que él mismo propuso para definir este asunto, al hipotetizar sobre qué podía pasar afirmó que el inglés tenía “mayores posibilidades de triunfo”. “El que lea esto creerá que yo soy partidario del triunfo del inglés; pero en realidad es todo lo contrario; porque si de mí dependiera haría triunfar el idioma más perfecto sobre el más popular”, dice.

Aldecoa finalizó su opúsculo con un alegato dirigido al presidente de entonces, José Serrato, a quien le planteó que Uruguay debía encabezar la propuesta, y presentársela primero a Estados Unidos y luego en conjunto a toda la comunidad internacional.

La iniciativa no tuvo demasiado andamiento.

El camino trazado por Aldecoa en 1928 tiene alguna similitud con lo que hoy sostiene el lingüista Adolfo Elizaincín, integrante de la Academia Nacional de Letras de Uruguay. Ante la disyuntiva de elegir entre una lengua auxiliar natural o inventada, el académico es contundente: “Yo creo que es utópico inventar una lengua universal. Mejor en todo caso tomar como lengua universal una que ya exista y que sea una lengua natural”. El juicio del especialista coincide con el del entonces joven Aldecoa. La solución, en parte, también: “Esa lengua ya existe y es el inglés”, afirma.

En Uruguay hablamos español porque hace dos milenios Roma dominó buena parte del mundo e impuso el latín, del cual surgió el español que luego otro imperio instaló en estas tierras. Después el Imperio británico dominó los mares y muchas tierras y expandió su idioma, como pasa con todos los imperios. Más tarde la hegemonía internacional pasó a manos de Estados Unidos, también de habla inglesa. Algunos aventuran tiempos del chino, en función del peso creciente del gigante asiático.

Pero los imperios van pereciendo y con ellos el peso de sus lenguas, así que sigue estando presente el cuestionamiento de por qué no plantearse definitivamente optar por una lengua auxiliar neutra como el esperanto, por poner el caso de la más conocida. “Cuando alguien se comunica en esperanto siente que no está hablando la lengua del imperio. Sin ponerle mucho color político, es un tema de fuerzas, nada más. Un imperio quiere transmitir su idioma. Y ahí están, aprendiendo chino”, sostiene Eduardo, el padre esperantista de Elena y Rafael.

Elizaincín, por su parte, sostiene que “no hay nadie que esté tan loco que no mande a aprender inglés a sus hijos, porque es la lengua que van a necesitar. En el siglo XXIII a lo mejor será chino”. “El que tiene el poder impone la lengua”, reitera. Ese es, precisamente, el aspecto que quieren superar los creadores, hablantes y promotores de las lenguas planificadas.

Por las dudas, Elena y Rafael también estudian inglés, además de hablar español, francés y esperanto.

¿Llegará el día en que no necesitemos hablar una segunda lengua auxiliar? ¿Existirá la tecnología suficiente como para traducir automáticamente y al instante un diálogo entre dos personas que hablen en distintos idiomas, de forma que cada uno hable y escuche todo en su propia lengua?

“Hay cierto tipo de cosas que quiere comunicar la gente cuando habla que son bastante fáciles de automatizar. Y los traductores automáticos van a llegar a un nivel con el que eso se va a poder hacer, obviamente”, comenta el docente del Instituto de Computación de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República e integrante del Grupo de Procesamiento de Lenguaje Natural Luis Chiruzzo, quien considera que a la traducción básica que precisa un turista para comunicarse durante un viaje se va a llegar en no demasiado tiempo. Pero por ahora, aunque la tecnología de la traducción automática funciona mucho mejor que hace diez años, aún falta: “Hay cosas que todavía no pueden traducirse”.

Según este investigador, pensando en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el gobierno de Japón está impulsando con fuerza la traducción automática, para que los turistas que acudan al evento puedan comunicarse más fácilmente; la idea es que las personas, sirviéndose de un aparato o mediante una aplicación, puedan hablar y escuchar en su propio idioma mientras interactúan con alguien de Japón.

El desafío sigue siendo enorme. ¿Qué hacer con el lenguaje figurativo, el humor, la ironía, la sutileza, el sarcasmo, la información del contexto de los interlocutores, el bagaje cultural, la jerga, los localismos, el lenguaje literario o poético, e incluso con las variaciones que va teniendo el idioma a lo largo del tiempo? Las barreras son muchas y seguramente en el camino surgirán otras nuevas, tal vez impensadas. Traducir es muy difícil incluso para un humano, cuánto más para un traductor automático instantáneo.

Chiruzzo cree que llegará el día en que dos filósofos podrán discutir en sus respectivos idiomas, pero admite que todavía falta mucho para eso. Aventurándose en un futuro más remoto, recuerda Guía del viajero intergaláctico, la película basada en la novela homónima del inglés Douglas Adams, en la que la comunicación entre extraterrestres se realiza con un Babel fish (pez de Babel), un pececito que se coloca en la oreja del usuario y le consume ondas cerebrales, con la traducción como resultado lateral. “Eso sería la utopía de la traducción automática”, afirma.

Luego, aventura una hipótesis más radical:

—Si en algún momento llegamos a implantar chips en el cerebro de una persona capaz que ya no tiene tanto sentido preguntarnos acerca del idioma universal. ¿De qué manera nos comunicaríamos cuando directamente transfiéramos información de un cerebro a otro? Capaz que ya pierde un poco de sentido hablar del idioma español, el idioma inglés, francés o el que sea, porque ahí la información va a estar viajando de otra manera.

—¿Creés que se va a poder llegar a eso?

—Como poder, se puede. Seguro que no en un futuro cercano.

—¿Se va a llegar?

—Va a ser en un futuro bastante lejano. Seguro que hay muchísimas limitaciones técnicas. No veo que haya ninguna limitación física o fisiológica, pero lo veo súper difícil. Seguramente no lo vamos a vivir nosotros y por un par de generaciones tampoco se va a ver. Pero lo que sé es que hay gente que está trabajando en el tema.

Cultivo una rosa blanca

Cultivo una rosa blanca, en julio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo: cultivo la rosa blanca.

Mi kultivas blankan rozon

Mi kultivas blankan rozon, en julio kaj januaro, para la sincera amiko, kiu al mi donas la manon.

Kaj por la kruela, kiu eltiras de mia vivo la koron, nek kardon, nek raupon mi kultivas: mi kultivas blankan rozon.

José Martí (en español y esperanto)

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