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Foto: Ricardo Moreno

El best seller subterráneo cubano

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Autor de un libro que circula clandestinamente, el escritor Amir Valle pena en el exilio su exclusión de la bellas letras cubanas.

Es un escritor de culto desde que dibujó Habana Babilonia, el libro que expuso al mundo lo que nadie y todos querían ver en la Cuba de los 90: la economía del sexo. Fue el mayor best seller que han generado la literatura y la censura en la isla. Hoy Amir Valle es el autor cubano que más lucha contra el ego. El más premiado, el más cotizado, el más polémico, vive fuera de su país desde hace un cuarto de siglo. Su colega y compatriota Yoe Suárez lo entrevistó en Berlín en 2015 y 2017.

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Hubo un tiempo en que La Habana no tuvo una telenovela, una película o un video porno de moda, sino que circulaba entre las pocas computadoras personales de la ciudad o de mano en mano un libro: Habana Babilonia.

Me llegó cuando cumplía los 16, por medio de un joven profesor que, sabiendo de mi hambre libresca, no sin cierta cautela, extendió un disquete y las siguientes palabras: “Tienes que leer esto”. Las frases en imperativo surten un efecto imantador cuando se les suma enigma.

A partir de ahí, volver frenéticamente a ese relato de la prostitución en La Habana de los 90 fue un rito diario tras llegar del politécnico en que estudiaba. No sabía aún que quería ser periodista, o que Amir Valle, un escritor de nombre árabe nacido en el lejano oriente cubano, estaba haciendo periodismo en Habana Babilonia.

Luego supe todo: que en Cuba graduaban reporteros pero los contrataban como propagandistas, que el Partido Comunista ha prohibido al escritor pisar su propia isla, que el periodismo real es una cimitarra: no hay borde que no corte, y ni quien la empuña está a salvo.

Amir Valle fue uno de los líderes naturales de su generación. La generación que empezó a destacarse en los 80 del pasado siglo y que algunos osaron llamar los Novísimos, como si luego de ellos no viniera nadie más. La camada de una isla a punto de la noche: Guillermo Vidal, Leonardo Padura, Alberto Guerra Naranjo, Pedro Juan Gutiérrez et al.

En verdad iconoclasta, cuando se montó en el bote de la honestidad le negaron el puerto de regreso. Hoy crema sus odios en una hoguera de letras y fe. Las llamas tocan a ratos el cielo que pretendieron negarle.

Amir charlaba los primeros días de 1999 con más de 20 autores del recién nacido Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, cuando fueron interrumpidos por un importante intelectual. Faltaban unos días para que se leyera el acta del Premio Casa de las Américas, en el que participaba Habana Babilonia como Testimonio, pero en el mundillo literario habanero no hay nada oculto bajo el sol.

El hombre estrechó las manos del guantanamero Amir y el santiaguero Alberto Garrido. En las deliberaciones finales del jurado los libros de ambos habían resultado vencedores, les dijo.

El escritor Nelton Pérez, entre el grupo del Centro Onelio, no creía que Garrido, uno de los suyos, se hubiese llevado el premio. Tres mil dólares que, a fines de los 90, en el peor crac económico de la historia cubana, sonaban a millonada. Nelton estaba, junto con los otros alumnos, eufórico, como si El muro de las lamentaciones fuese un libro colectivo. Igual con Habana Babilonia.

No pasó mucho tiempo antes de que un rumor colmara los mismos espacios que la buena nueva: el jurado de Testimonio había tomado una decisión final distinta. Nelton estaba en una neblina dual: la alegría por un amigo, la incertidumbre por otro.

Al momento de la premiación, el acta declaraba a Garrido ganador en Cuento. Y al género Testimonio, huérfano, apenas otorgando alguna mención. Amir no fue a la gala. Quizá llegó a sus oídos, quizá hasta confirmó la noticia y, amén de ser tan cercano a Garrido, no asistió a la ceremonia.

Fue el escritor Ángel Santiesteban quien inició el abucheo cuando la lectura del acta aún no finalizaba. Muchos le secundaron. La voz amplificada por el micrófono se tornó trémula y sola.

Habana Babilonia no fue premiado, según se dijo, por falta de valentía del jurado —recuerda Nelton.

La mayoría de los asistentes miró hacia los saboteadores sin saber qué ocurría.

Amir guardó pruebas de haber merecido un premio que no le dieron, entre ellas declaraciones grabadas de un miembro del jurado de ese año, dos trabajadores de Casa de las Américas y varios colegas presentes el día de la felicitación.

La cruz de frustración que cargó unos cuantos años sobre sus hombros lo hizo rumiar la idea de publicar esas evidencias. Pero las vueltas de la vida le cambiaron el mood. Críticos en la isla y el exilio calificaron Habana Babilonia como el mayor best seller underground de la literatura cubana y, de corona en el pastel, ganó el premio internacional Rodolfo Walsh en 2006, o lo que es lo mismo, fue el mejor libro de no ficción publicado en lengua española ese año.

—He decidido dejar en el pasado tan triste historia —dice sobre el incidente de Casa.

Quizá medie también el respeto que Amir profesa por Roberto Fernández Retamar y Jorge Fornet, al frente de una institución “que sigue siendo muy importante para la cultura latinoamericana”. Subsiste en el autor esa visión divisoria de que hay “errores de ciertos personajes y mecanismos fallidos de nuestra cultura y nuestra política” y de que “revivir ese triste hecho obligaría a mencionar la vergonzosa actuación de algunos colegas”.

—¿Y por qué no inculpar a los culpables?

—Los cubanos vivimos tiempos en que se impone promover el diálogo, la reconciliación —reflexiona—. No seré yo quien siga dividiendo por el egoísmo de ventilar algo que, sí, me afectó mucho, pero que también me convirtió en uno de los cubanos más leídos en la isla.

¿Un libro sobre la prostitución en Cuba desde la llegada de Colón hasta el mal llamado Período Especial? Nelton revisita las arenas de un premio que fue desierto. Y no teme asegurar que Habana Babilonia es el libro más enviado por mail en Cuba.

—Entonces no era tan frecuente el uso del correo electrónico en el país, pero a donde quiera que viajaba, y yo solía hacerlo mucho, Habana Babilonia aparecía en las más increíbles conversaciones —cuenta.

A Nelton, que en aquel entonces vivía en la Isla de la Juventud, solía ocurrirle que alguien lo mencionaba como “pan caliente”. Así desde Manatí a Nueva Gerona o de Gibara a Santa Fe.

—Yo sonreía, y para dejar boquiabiertos a mis asombrados conocidos, confesaba tener la versión más completa del libro. No esa que circulaba como virus informático por las dichosas computadoras de bancos y empresas, adelantadas en tener acceso al servicio de mail. Amir mismo me la había grabado en un disquete, y luego en una memoria flash.

Al libro que la gente leía solían faltarle unas 100 cuartillas. Se veía en los bordes de sus páginas que había sido escaneado o fotocopiado de uno de los ejemplares que participó en el Casa.

—Una tarde en que le visitaba, Amir se conectó a su mail y, de los mensajes en la bandeja de recibidos, leí el nombre de Paquito D’Rivera.

Nelton y Amir se miraron, y comenzaron a leer en voz alta y a dúo que el célebre saxofonista cubano le agradecía por aquella historia que se había terminado en un aeropuerto del mundo. Dice Nelton que escucharon, de las azoteas de Centro Habana, una melodía de jazz.

Hacia los 90, Cuba era contada idílicamente por sus periodistas, y más objetivamente por sus escritores. La circunstancia de un país cuyos literatos tuercen sus alas para narrar la tierra, y los reporteros vuelan por quién sabe qué nubes, remite a una nación afiebrada que aborrece su propio reflejo.

Rafael Grillo da el tiro de gracia al quinto cigarro presionándolo en el cenicero. Él, que conoce como pocos de periodismo narrativo en Cuba, sabe que Habana Babilonia es un paso distinto de la ficción de corte realista, sobreabundante a finales del siglo XX, que se mete de lleno en la no ficción y el periodismo investigativo, modalidad escasísima entonces.

—Es una verdadera lástima que Habana Babilonia haya circulado solamente en un circuito clandestino y que hoy ni siquiera se le tenga en cuenta (o siquiera se le pueda tener en cuenta) dentro de los estudios de periodismo en la universidad cubana —suelta la áspera voz de Grillo.

Cuando se para ante el aula, rememora a sus alumnos a Tom Wolfe, Gay Talese, Jon Lee Anderson, Leila Guerriero, Martín Caparrós, Juan Villoro, Salcedo Ramos, pero esa genealogía estaría incompleta sin alguien de Cuba, alguien que, en el país de los alumnos, haya hecho lo que el periodismo, en sí, pondera como buenas prácticas.

Habana Babilonia fue la piedra que quebró la peligrosa costumbre de contarnos tras el cerco de la ficción. Hábito que fue suplente y moda. Como suplente de la prensa propagandística bajo el cetro estatal, hizo por registrar ese país excluido en los medios (tráfico humano, prostitución, etcétera). Como moda ponía en peligro la propia historia que “registraba”, porque las funciones sociales de escritor y de ser periodista nunca son iguales; pudimos convertirnos en la caricatura de nosotros mismos.

Habana Babilonia dijo “esto es real, aquí hay gente de verdad”. Si uno de los retos del llamado Nuevo Periodismo (categoría en que gravita el libro) era hacer personajes de las personas, en Cuba el desafío iba por otro rumbo: en una escritura llena de personajes necesitábamos personas.

Amir, apneísta literario de la s(u)ociedad cubana, no llega a esos fondos por pertenencia, sino por vocación de curioso. Su padre fue uno de los generales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, esa casta que en la miseria nacional conserva privilegios como casa o auto propios.

Uno tiene que convencerse al final de que los hijos, sí, somos más como nuestro tiempo que como nuestros padres. En medio de unos años 80 con cierto espíritu rebelde y reformista entre la intelectualidad cubana, Amir llegó a la capital para continuar sus estudios de Periodismo tras cursar dos años en la Universidad de Oriente. Recibió clases de atentos profesores que, al saber de su vocación de escritor, se concentraron en ayudarle a que periodismo y literatura se complementaran.

No obstante, en photo finish, la sensación de ser escritor llegó antes que la de ser periodista. Ocurrió cuando, en la carrera, ganó los premios más importantes para jóvenes en el momento: el ya extinto 13 de Marzo —de la Universidad de La Habana— y el ahora moribundo David. Sucedió, además, cuando se hizo de un lauro que sólo ganaban escritores consagrados: el premio Uneac de Testimonio. Sin embargo, las marcas mayores de los años por venir en La Habana serían otras.

El 26 de octubre de 1987 no hubo grito más alto en el Palacio de la Revolución que el de Alexis Triana, de la Federación Estudiantil Universitaria. Estaba allí junto a un grupo de estudiantes de Periodismo, cuestionando, frente a Fidel Castro, el modelo de prensa cubano:

—¡No me interrumpa como un padre que no quiere escuchar a su hijo!

El veinteañero Amir Valle, entre el grupo de revoltosos presente, no olvidaría el puñetazo de Fidel en la mesa.

—¡Te dejo hablar, pero si no puedo expresar ciertos puntos necesarios me voy!

Triana hizo silencio, y hubo una sola voz hasta el próximo asalto.

Otro alumno, envalentonado por los aires de la Perestroika soviética y la crítica al culto a la personalidad, espetó:

—Hay un titular en Granma que dice que Fidel “donó” un central azucarero a Nicaragua.

En segundos un asistente hizo su entrada con una plana alzada, rectificando:

—“Dona Cuba central a Nicaragua”.

Otra mujer con tono conciliador volvió su voz a los díscolos estudiantes:

—¡Caballeros! Aquí estamos tratando el caso de Fidel como si fuera el de Kim Il-sung... y no es lo mismo.

Tal parece que el mandatario entendió lo opuesto: que se le equiparaba con el líder norcoreano. La ira prendió de la amplia frente a la barba.

De aquella tarde bocona y un tanto confusa, me atrevería a decir, nació un Amir distinto que, a medida que le asediaran agentes de la Seguridad del Estado, iría transmutando de ser un ingenuo político a un descreído total. La fe, ya veremos, llegará a su vida diez años más tarde.

El periodista verdadero, dice Amir, mira el mundo buscando la verdad, “esté en el bando ideológico en que esté, y para ello debe desprenderse incluso de sus propios credos, de modo que sus ideas, sueños, experiencia de vida y filiaciones políticas-ideológicas o de otra índole no vicien esa búsqueda y le hagan caer en equívocos”.

El concepto de defender lo defendible y criticar lo criticable de modo equilibrado es otro tip clave en su recetario; desde esa perspectiva, periodismo y literatura no resultan en ningún modo antagonistas. Por otro lado, le gusta el consejo de Hemingway para los escritores: ejercer el periodismo y abandonarlo a tiempo. Su caso.

Las novelas de Amir, por extraños canales (que ameritarían, por cierto, una novela de Amir), circulan en la isla. Semanalmente, por correo o por boca de amigos recibe mensajes de cubanos que las han leído. Otros, menos suertudos, se contentan siguiendo los artículos periodísticos que publica en internet.

En 2014 Leonardo Padura, Abilio Estévez y él fueron el centro de un homenaje en Francia. Profesores europeos y estadounidenses aseguraron que la serie de novelas El descenso a los infiernos recreaba una especie de Yoknapatawpha tropical —aquí la referencia es el pueblo ficticio de William Faulkner—, a partir de la vida cotidiana en los barrios habaneros. El ego de Amir rozó las nubes, como lleno de helio.

Su mirada costumbrista de la Cuba reciente se produce no desde la imagen de postal, sino desde una inmersión en lo oscuro, lo no imaginado, lo no revelado; lo que no se quiere imaginar ni revelar. La prostitución infantil (Las puertas de la noche), la violencia homofóbica (Si Cristo te desnuda), el tráfico de drogas (Entre el miedo y las sombras) y de personas (Santuario de sombras) son los temas en que están afincadas las novelas negras que forman El descenso a los infiernos. Espacios de la narrativa social a los que el oficialismo da la espalda. Basta observar los titulares de sus medios en los últimos 50 años.

Amir ha reconocido que la serie está ligada a esa megacrónica que es Habana Babilonia. Sin embargo, decidió ficcionar la realidad en los cuatro libros.

—¿Por qué?

—Tuvo que ver la cantidad de información. Sobre esos sucesos tenía información y testimonios para hacer, en el mejor de los casos, un largo reportaje. Pero las historias me apasionaron tanto que entonces decidí vincularlas a otras y así crear ese mundo que reflejo en El descenso a los infiernos.

El escritor se propuso abordar realidades que vivía como ciudadano, día a día, en los barrios de Centro Habana, uno de los municipios más superpoblados de la isla y, además, entre los más novelados. Hasta ese momento nadie había llevado a la literatura las temáticas planteadas por Amir, excepto quizá un querido amigo, también residente en Centro Habana: Pedro Juan Gutiérrez. Ambos tenían sus casas en esquinas de una calle curiosamente llamada Perseverancia. Ambos vivían en las azoteas de enormes edificios. Hoy, al encontrarse en eventos fuera de Cuba, la broma se repite: “Escribimos sobre La Habana desde perspectivas muy parecidas porque veíamos la ciudad desde la misma altura”.

Amir se considera un autor realista y, en esa cuerda, asume una convicción cuasimesiánica para con él y sus colegas: son “una de las piezas esenciales que debe contribuir al pensamiento social de un país a través de sus obras”.

Grillo asegura que Amir desempeñó un papel importante y singular dentro de ese núcleo de escritores, los Novísimos, cuya obra se dio a conocer en los 90. En especial por su tratamiento de la novela histórica de corte posmoderno (en Los desnudos de Dios), tampoco muy abundante en ese período tan volcado hacia la ficción del presente y el realismo sucio; además, por ser un exégeta y promotor de contemporáneos, en el ensayo titulado Brevísimas demencias.

Pero ¿cómo asume el peso de la responsabilidad intelectual un hombre que vive en Berlín, lejos del país al que quiere hablarle, cuyas palabras son bloqueadas por la muralla mediático-editorial de un Estado totalitario?

Al poder le gusta contar las verdades con sus ojos; al poder absoluto le gusta arrancar el resto de los ojos. El poder que admite una sola narración del entorno teme más a un artículo que a una obra teatral o a declaraciones mediáticas que a una novela. Le preocupa más por el alcance difusivo, pero también porque se siente conquistador de la realidad y deficientemente interesado en la imaginación.

La edición noviembre-diciembre de 2004 de la revista El Caimán Barbudo vio cómo extraían quirúrgicamente de sus planas un ensayo sobre la novela erótica Los desnudos de Dios, de Amir. El censor de entonces, un joven militante comunista llamado Fernando Rojas, sería, una década después, ministro de Cultura.

En 2005, tras una de sus habituales invitaciones a España, el gobierno cubano prohíbe a Amir el regreso a la isla. El destierro, en la historia insular, es un mazazo común a los incómodos de todas las épocas. Inaugurado como castigo bajo el yugo español, el comunismo lo ha ponderado entre sus prácticas más recurrentes.

El escritor, que de esas invitaciones sólo agradecía al Estado la obligada tramitación de permisos de salida por la Unión de Escritores, se heló. Editores y colegas europeos y latinoamericanos lo ayudaron mientras las gestiones con La Habana pasaban a ser cosa de días, luego semanas, meses, para finalmente perderse en el calendario del desaliento.

—Pero hoy le agradezco a ese funcionario de la política o la cultura que decidió que yo era menos peligroso intelectualmente fuera de Cuba.

—¿Cómo es eso?

—He dicho muchas veces que el exilio suele verse sólo como un trauma, como una ruptura, pero en mi caso, si te soy sincero, fue un verdadero proceso de enriquecimiento espiritual e intelectual.

—Pero los dos primeros años no pudiste abrazar a tus hijos ni a tu mujer...

—Fuera de esa separación forzada no hubo ningún trauma, ningún proceso de desarraigo. Quizás mi visión poco traumática de la vida en estos mundos se deba a que desde joven soñé con vivir y hacer carrera de periodista en algún país árabe; Palestina era mi sueño entonces. Esas circunstancias, y mi enfermizo deseo de aprender de todo lo nuevo que se pone a mi alcance, terminó de hacer el resto.

El resto ha sido, entre otras cosas, 12 años sin que se le permita poner un pie en la isla, un hijo casado, y las puertas abiertas de Planeta, Seix Barral, Ediciones B, Santillana y Grijalbo. Si la lengua es un territorio y las editoriales (en tanto difusoras e influenciadoras ¿selectivas?) son sus ciudades, podríamos decir que Amir plantó bandera en algunas de las más importantes.

Varios de sus libros han estado meses enteros entre los más vendidos en España y Latinoamérica, cinco han obtenido premios de la crítica y la prensa especializada, y además se han traducido en casas editoras de primer nivel en inglés, francés, italiano y alemán.

Un cóctel de circunstancias (la calidad literaria, los amigos, la imagen del desterrado) se confabularon para impulsar su carrera. Aquí algunas estadísticas: entre 1988 y 2004, es decir, en 17 años, publicó en Cuba diez libros y dos antologías; entre 2005 y 2015, una década, firmó 12 libros, seis antologías y tenía tres libros contratados.

—Y lo mejor —dice—: he podido vivir de lo que escribo.

Siete años de vida le quedaban al escritor tunero Guillermo Vidal en 1997 cuando le habló de Dios a su hermano de andanzas Amir. Vidal, quien había sido su más fiel defensor en duras circunstancias dentro de Cuba, no le habló de religión sino de relación.

Y esa fe salvó de la hiel el cuerpo de Amir.

—Sin Cristo mi vida estaría llena de odios. Por pensar distinto, por defender mi derecho a decir lo que pensaba, viví años muy negros en un país que amo profundamente.

Otros intelectuales le aconsejaban fingir como ellos: seguir oportunistamente las reglas establecidas por la política cultural de la Revolución (aun cuando ya no creían ni en la Revolución ni en esa política cultural).

¿Qué hace con la desilusión un hombre que recibe estocadas de gente a la que quiso, ayudó a que publicara fuera de Cuba e incluso dio de comer? Los mejores amigos fingían ser sus enemigos por miedo a que los vincularan con él. La mayoría, después, le enviaba mensajes secretos pidiendo que entendiera sus posiciones.

Sobrevivió económicamente un “insilio” cultural y periodístico sólo porque su obra comenzaba a reconocerse internacionalmente y podía vivir de los derechos de autor. Sobrevivió espiritualmente descansando sobre un precepto bíblico: “Poner todo ese dolor a los pies de Cristo”, asegura.

—Yo he dormido siempre éticamente tranquilo gracias a Cristo y cada día de mi vida defiendo ese precepto cristiano que dice: “La verdad os hará libres”.

A algunos fingidores se los ha tropezado en eventos fuera de la isla y han bajado la cabeza, avergonzados. Pero nada de eso es nada. “Mi lucha más fuerte es otra”, reconoce.

Quienes lo frecuentaron en la juventud atestiguan de su petulancia. Había logrado muy temprano lo que otros colegas de generación sólo alcanzarían años después. Confiesa:

—Día a día lo hago, hasta hoy, para no vanagloriarme estúpidamente de lo que he conseguido: comencé a pedirle humildad a Dios.

El cubano andaba (¿anda?) a todos lados como un caballo con orejeras, dice Amir.

—Va viendo sólo aquello que le dan de comer (léase información), pisa sólo el terreno que atañe a su vida y a la lucha por la supervivencia. Sólo unos privilegiados tenían acceso a todo un universo noticioso, experiencias y señales que llegaban a la isla desde eso otro que el gran Ciro Alegría llamó “el mundo ancho y ajeno”.

Amir, que es un animal de la información, cuando se vio en el destierro, consumió vorazmente cientos de sitios web, leyó todo lo que no había podido encontrar en Cuba, investigó temas que llamaron su atención desde allá, hurgó en visiones de la historia cubana y universal distintas que las que le habían contado en la isla.

—Ver mi país desde la distancia —rememora—, sin condicionamientos ni muros políticos o ideológicos, y con el único reto de tejer la versión más cercana a la verdad entre tantas versiones que tenía a mi alcance, me permitió alcanzar una mirada menos maniquea, más profunda y compleja de Cuba.

—¿Cómo logras volver a ella en tu literatura, aun cuando en 2017 se cumplen 12 años sin pisar tu tierra?

—Mantengo líneas de comunicación directa con cientos de cubanos de la isla. Especialmente en los últimos años, me mantienen al día de lo que sucede allá, para no decir que muchas veces soy yo quien les cuenta cosas que pasan en la isla, de las que ellos ni siquiera han escuchado.

Hace poco, por ejemplo, a un escritor de novelas policíacas residente en el municipio Cerro le envió un dosier de informaciones sobre un crimen que sucedió allí mismo, “en esa Habana que él habita”, remarca Amir. Mientras que para el autor en Cuba era imposible hallar esa información, al autor en Alemania le costó pocos minutos bajar de internet los sucesos con lujo de detalles, y hasta un video.

Por lo demás, quien ha leído los libros de Amir entenderá que en su narrativa no son tan importantes los espacios físicos como los espacios espirituales, las circunstancias de la realidad como los traumas humanos. “Y esos, por desgracia, siguen siendo los mismos”.

—Pero la divulgación de tu obra es nula en la isla, ¿no temes que el público cubano, especialmente el joven, pierda la conexión con tu literatura?

—Es totalmente cierto que la divulgación oficial es nula en la isla, pero eso no sucede entre los lectores. Te recuerdo algo: lo que se prohíbe adquiere la resonancia del morbo y es perseguido por la gente. Si quieres que algo sea leído por miles de personas, prohíbelo o créale una leyenda negra. Hace unos meses leí en un artículo publicado en la isla que mi nombre estaba junto al de Leonardo Padura, Daniel Chavarría y Pedro Juan Gutiérrez entre los autores cubanos más leídos, y fíjate que soy el único que no vive en Cuba desde hace ya diez años.

Padura y Pedro Juan ya le habían comentado de ese fenómeno: que varios de sus libros, encabezados por Habana Babilonia, son perseguidos y pasados de mano en mano, de mail en mail o en memorias flash.

En 2015 el video promocional de su novela Nunca dejes que te vean llorar (Grijalbo) estaba circulando en El Paquete, ese internet off line que circula semanalmente en todo Cuba. Mayormente jóvenes, le pedían de favor que les enviara el PDF de la novela. Amir se ríe hoy con el recuerdo de aquellas ingenuas y, hasta cierto punto, tiernas peticiones de autopirateo.

—Aun así, no lo niego, me gustaría que mis obras se difundieran en Cuba; eso sí, sin condicionamientos de ninguna índole.

—Te autodefines como hombre de puentes. En esa condición, ¿qué estrategia sugerirías a los 11 millones dentro de la isla y a los dos millones fuera de ella para edificar la nueva Cuba que necesitamos y se perfila desde ya?

—Que aprendamos de una vez que en la edificación de un país nadie es dueño de la verdad absoluta y, por ello, lo más juicioso y saludable es abrir el debate buscando que todas las propuestas que hoy existen sean escuchadas.

Para Amir, los cubanos supimos dialogar entre nosotros antes de 1959, y por eso la democracia cubana, aunque imperfecta, era internacionalmente respetada. “Sólo gracias a ese poder de diálogo logramos tener la que fue en su tiempo la constitución más progresista y avanzada en el mundo: la de 1940”.

—Pero, lamentablemente —comenta—, en esa vorágine que fueron los tiempos iniciales de la Revolución se impuso y luego se extendió el credo de catalogar de enemigo o de mercenario a todo el que no pensara como el gobierno creía que debía pensarse, credo denigratorio que aún existe hoy.

El escritor repite que —como ya se reconoce incluso en espacios de diálogo intelectual en Cuba— la personalidad de Fidel Castro, la popularidad de su liderazgo y su estilo de gobierno tuvieron una enorme responsabilidad en el surgimiento de ese problema. Para más desgracia, esa deformación se ha trasladado a toda la sociedad, e incluso a los cubanos del exilio.

Amir ha cargado con la cruz de que, cuando analiza la realidad cubana con una mirada que no sea en blanco y negro, se le tilde de castrista, anticastrista, asalariado de los Castro en el exilio e intelectual mercenario del imperio: todo depende del extremo que defienda quien escuche su discurso.

—Eso daría risa si no fuera una realidad trágica y vergonzosa. Pero mientras los cubanos, incluido el gobierno, no entendamos que todos, piensen como piensen, tienen el derecho de opinar y ser escuchados a la hora de buscar las mejores vías de desarrollo para nuestro país, seguiremos empantanados en una sociedad que rehuye el verdadero diálogo.

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