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La mascota y su contexto

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Damián se va de viaje con su novio y le pide a su amiga Lucía que cuide a su mascota: un gremlin.

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Accionó el portero eléctrico y dejó entreabierta la puerta que daba al hall. Tenía calculado el tiempo exacto que tomaba llegar desde la calle, pero Lucía tardó casi el doble.

—¿Qué pasó, boluda? ¡No aparecías más!

—El gimnasio cerró la primera quincena, así que en todos lados estoy usando las escaleras.

—¿Subiste seis pisos? Qué coraje.

Damián hizo el tradicional gesto de recibir la campera de la visita para luego arrojarla sin gracia sobre el sofá. Solía arrancar una sonrisa.

—Me imagino que ya tenés la valija pronta.

—Hace una semana. —Damián era un poco obsesivo—. Son nuestras primeras vacaciones juntos y quiero que todo salga bien. ¿Podés creer que Agustín nunca se subió a un avión?

La cháchara se extendió un rato, hasta que llegó la hora de tocar el tema que los había reunido.

—Gracias de nuevo por hacerte cargo de la mascota mientras me pongo como un tomate en Punta Cana.

—No jodas, Damián. Eso sí, me extrañó que no apareciera a hacernos fiestita. ¡Mojito! ¿Mojito?

—Ay, ¿no te conté? Te juro que creí que te había dicho.

—¿Contarme qué?

Damián señaló la urna apoyada delante del plasma, decorada con la foto de un bulldog francés.

—Le salió un tumor y lo tuve que sacrificar. Hace un mes y medio, más o menos.

—No me dijiste nada.

—Perdoname, Lu, me muero de la vergüenza. Bueno, viste que soy re bichero, así que ya conseguí un reemplazo. Vení.

El apartamento tenía un solo dormitorio, pero era espacioso. A un costado de la cama de dos plazas, sobre una silla, había una caja. O eso creía Lucía, hasta que corrió la manta que la cubría y vio las gruesas rejas de metal.

—¿Qué compraste, boludo?

—No fue una compra. Fue un regalo de un... conocido mío, que no lo podía tener más.

—Espero que no sea una de esas ratas peludas que hacen pasar por perritos. Levantá la persiana que no veo nada.

—¡No! Nada de luz solar. Es una de las tres reglas que tenés que aprenderte...

—¿Vos sos tarado? —lo interrumpió—. ¿Tenés un gremlin?

—Sin gritar, que no deja de ser un bichito sensible. Y la forma correcta de llamarlo es mogwai. Gremlins son los que se transformaron.

—A vos te dejaron caer de bebito. ¿Sabés lo peligrosos que son estos animales?

—No seas exagerada, Lu. Pila de gente tiene mogwais...

—Y pila de gente muere por no cuidarlos como corresponde.

Ella sacó su celular y en menos de diez segundos encontró un montón de noticias acerca de incidentes violentos con gremlins. Google había ocultado algunas de las imágenes, por considerarlas demasiado sangrientas.

—Siempre tan exagerada —dijo Damián sin mirar la pantallita—. Son tres boludeces: poca luz, nada de agua y no darles de comer después de la medianoche.

—Esa regla es la más ridícula de todas. ¿Qué pasa si cambiás de huso horario? ¿Y cuando se adelanta la hora en verano?

—Boluda, hace años que la hora no se adelanta. Además hay apps para eso.

Le mostró la aplicación que utilizaba para saber el horario de alimentación del mogwai. Alcanzaba con elegir la ciudad en la que uno se encontraba para determinar el minuto exacto en el que el sol se encontraba en su punto más alto y cuándo volvería a estar allí al otro día. El punto medio entre esas dos horas sería la medianoche.

—Igual tomate media horita de tolerancia. A mí me funciona bárbaro.

—¿Y qué le das de comer?

—Las mismas pastillas que comía Mojito. Primero porque me habían sobrado y después porque creo que le gustaron.

—No sé... es mucha responsabilidad.

—Miralo primero y después me decís.

Lucía se acercó a la jaula y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. En un rincón, temblando como una hoja seca, se encontraba un adorable animalito peludo con ojos saltones y piel marrón y blanca.

—Se llama Mauricio, pero yo le digo Puki. Conocí a un Mauricio que me dejó pésimos recuerdos.

—Hola, Puki —dijo Lucía.

—Ooo —respondió el bicho.

—¿Viste lo churro que es?

—Ahora es churro, cuando se transforme te va a querer arrancar la espina dorsal.

La chica se lamentaba por haberle dicho a Google que le mostrara las imágenes sangrientas de todos modos.

—Es más fácil que cuidar a un gato. La luz lo jode, así que dejalo tapadito. El agua lo multiplica, así que no lo bañes. Y antes de irte le sacás el plato, para que no coma de madrugada. Hasta mi hermano es capaz de hacerlo.

—¿Y por qué no le pediste a él?

—No me animé. Quedó un poco traumado desde que su mejor amigo fue asesinado por gremlins. Bueno, ¿vas a cuidar a Puki o no?

—Ooo... Ooo...

—Mirá cómo te hace. Decí que sí.

—Bueno. Supongo que si soy cuidadosa no va a pasar nada.

—Te quiero viva a la vuelta, ¿okey?

—¡Boludo!

Lucía pasó por el apartamento durante una semana y cumplió las reglas al pie de la letra, pero el segundo día se quedó leyendo en la cama de Damián y prendió el aire acondicionado. Una gota que se condensó y cayó del aparato acabó creando un segundo mogwai, más inquieto que el original, que se había transformado en gremlin luego de cazar una cucaracha a las cuatro de la mañana. Ahí estaba, en el fondo de la jaulita, oculto detrás del cadáver desollado de Mauricio, mirando a través de los agujeritos de los ojos e imitando su cantito.

—Ooo... Ooo...

—Bueno, si te portás tan bien como estos días te dejo salir un rato de la jaulita.

Cuando el dueño de casa regresó de las vacaciones, el gremlin se había comido hasta el último hueso de Lucía. Y lo peor estaba por venir.

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