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Autorretrato (2016).

Foto: Nelson Morales

Otras identidades en México

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Consideradas el tercer género de la cultura zapoteca, las personas muxes rompen el binarismo masculino-femenino, no encajan dentro de ninguno de los colectivos que conforman la comunidad LGTBIQ y se encuentran lejos del imaginario blanco y occidental. Disruptivas desde tiempos prehispánicos, marcan una gran paradoja en México: su aceptación y valoración conviven con la discriminación, el machismo, la homofobia y los crímenes de odio, que aumentaron casi 30% en 2019.

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En la cultura zapoteca los géneros se desdibujan. Lo masculino y lo femenino se entrelazan para dar nacimiento a un tercer género en el que no se es hombre ni mujer, sino muxe. Rasgo distintivo e identitario del istmo de Tehuantepec, las muxes existen desde la época prehispánica.

Como una herencia cultural arraigada, las muxes son parte del modo de vida de la comunidad. Su valoración y respeto poco tienen que ver con las luchas por los derechos de género y los colectivos disidentes de la modernidad y la posmodernidad. Desde tiempos precolombinos ellas habitan las tierras de Juchitán, en el estado de Oaxaca.

Conocida como la ciudad de las flores, Juchitán “es uno de esos extraños pueblos con historia propia”, explica el doctor en ciencias sociales Moisés Bailón. Este pueblo tiene como patrono a Vicente Ferrer. La leyenda cuenta que Dios le encomendó la misión de poblar México y para eso le entregó tres bolsas con semillas: una con hombres, otra con mujeres y otra con muxes. Ferrer debía distribuirlas a lo largo y ancho del país, pero al llegar a Juchitán la bolsa con semillas muxes se rasgó y todas quedaron allí.

Vanessa

Foto: Nelson Morales

Resulta complejo establecer cuántas personas muxes hay en estas tierras, ya que no son consideradas dentro de los censos poblacionales. El único dato es el proporcionado por la Asociación Civil Melendre, grupo que promueve la cultura zapoteca. Ellos estiman que más de 5.000 personas son muxes, de un total de población superior a 80.000.

“La mayoría de las personas en la comunidad muxe provienen de una gran familia de tres a siete hijos. En la cultura zapoteca, es tradicional que el hijo más joven de la familia huini, si es del sexo masculino, debe adoptar una identidad muxe”, explica Naomy Méndez Romero, de 28 años, activista social y locutora de radio. Ella ya hace 22 años que se asumió muxe.

En zapoteca, una de las 15 lenguas indígenas que conviven en Oaxaca, “la palabra muxe significa ‘afeminado’ y ‘miedo’. Pero creo que, en realidad, uno rompe el miedo para tener una identidad muxe; como muxe mujer o como hombre muxe”, continúa Naomy.

Porque si hay algo que caracteriza a este género es que no hay una única forma de ser muxe, hay múltiples identidades, como las muxes gunaa y los muxes nguiiu. Las gunaa son personas que nacieron hombres, pero se identifican con la mujer y asumen roles que social y culturalmente han sido considerados femeninos, mientras que los nguiiu son aquellos que nacieron hombres y se presentan como femeninos, pero aun así incorporan algunas actitudes que tradicionalmente han sido características de los hombres.

Frida

Foto: Nelson Morales

Pero estas clasificaciones no son necesarias en la lengua zapoteca, ya que el género gramatical no existe. “El pueblo zapoteca no tiene la ni él, sino ti”, explica Karla Rey, una muxe de 31 años que es bailarina de danza folclórica, bordadora y actual presidenta de Verbena Muxe, proyecto dedicado a la difusión y la inclusión de esta comunidad.

Ser muxe tampoco tiene que ver con la orientación sexual de la persona: se puede ser muxe heterosexual, gay, asexual, pansexual y todas las concepciones posibles. Ser muxe es algo mucho más complejo, es ocupar un lugar social, cultural e identitario dentro de un colectivo milenario.

“Lo que nos hace muxe es haber nacido en esta tierra, en esta cultura zapoteca”, afirma el fotógrafo Nelson Morales, cuyo lente ha captado la esencia muxe para llevarla al reconocimiento internacional. Francia, Rusia, España, Colombia, Brasil, Costa Rica, Holanda y Uruguay son algunos de los países que ha recorrido para visibilizar la diversidad del istmo de Tehuantepec.

“Ser muxe es una cuestión cultural que se ha ido desarrollando durante mucho tiempo y ha sido aceptada por la sociedad”, continúa Morales.

Pero ¿cómo es posible que, en un país como México, que es mundialmente famoso por su machismo, un grupo transgénero parece ser no sólo tolerado, sino también positivamente integrado, respetado y valorado en una región llamada istmo de Oaxaca?, se preguntaba en 2008 la antropóloga Tamara Finkler.

Si bien las personas muxes gozan de aceptación social, su habitar no está libre de contradicciones. Oaxaca es uno de los cinco estados con más casos de discriminación, según datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, y en México los asesinatos a personas de la comunidad LGTBIQ aumentaron casi 30% en 2019, según afirma la organización Letra S.

Fiesta en el bar.

Foto: Nelson Morales

Pese a esto, las muxes se han ganado su lugar social. La antropóloga italiana Marinella Miano Borruso argumenta que esto se debe a que las personas muxes son útiles para la difusión y la protección de la cultura zapoteca: cuidan a la familia, son artesanas, confeccionan las vestimentas típicas, bordan, son estilistas y peluqueras.

Pero el hecho de que la comunidad espera que un muxe desempeñe trabajos asociados a los estereotipos de género femenino hace que estas personas tengan muchas menos posibilidades de participar en la vida política y de lograr cargos de representación popular. Además, este colectivo tiene más riesgos de quedar fuera del sistema educativo, ya que hay escuelas en las que no se les permite vestirse de mujer, lo que lleva a que las muxes abandonen sus estudios.

Maestras de las artes amatorias, a las muxes se les asigna otra función social y cultural: ser iniciadoras sexuales de los hombres de su comunidad. Por ello, si bien son un colectivo que rompe con el binarismo hombre-mujer y tiene un papel importante en la sociedad y en la economía doméstica, estas personas no dejan de estar sujetas a la preponderancia masculina.

Sin igualdad no hay paraíso

Mostrado internacionalmente como el paraíso queer y una sociedad matriarcal, por el rol de las mujeres en el hogar y la economía, Juchitán está lejos de ser eso. La espectacularización de las fiestas muxes, el colorido y la tradición han construido un imaginario colectivo un poco diferente a la realidad.

“El patriarcado de Juchitán es machista, este no es un paraíso, como comúnmente dicen. La aceptación o la tolerancia del muxe en la comunidad se basa en gran medida en nuestras habilidades y utilidad”, reflexiona Naomy.

Las diferencias sociales propias de la cultura binaria hombre/mujer también se trasladan al territorio muxe: “Para las gunaa es mucho más difícil acceder a un puesto laboral o a la educación que para un nguiiu. El muxe nguiiu no sufre tanta discriminación”, explica Naomy. “Hay dos identidades que uno tiene que asumir en las instituciones: hombre o mujer, pero no una identidad sexogenérica como uno quiera vivir. Lamentablemente, hasta ahora no hay una ley que nos ampare”, prosigue.

En la intimidad.

Foto: Nelson Morales

La desigualdad y la discriminación se evidencian aun más cuando las muxes migran dentro o fuera de México. Allí quedan expuestas a la exclusión por su doble condición: ser muxes e indígenas. Es así que muchas deciden modificar su cuerpo, porque la única posibilidad laboral termina siendo la prostitución.

Y aunque socialmente gocen de cierto respeto, las muxes quieren acceder a otros trabajos, estar dentro del sistema educativo y expresar con su propia voz sus reclamos. Es así que en los años 70 nació Las Auténticas Intrépidas Buscadoras de Peligros, una asociación civil que lucha por los derechos de las personas muxes y que en los años 80 se consolidó como referente de la lucha contra el sida.

Lo personal se hace político: del hogar a la macropolítica

Corría el año 2013 cuando el nombre de Amaranta Gómez Regalado, quien forma parte de Las Auténticas Intrépidas Buscadoras de Peligros, empezó a sonar fuerte en el campo de la política. La muxe de 25 años se presentó como candidata a diputada federal por el estado de Oaxaca, y aunque no ganó logró el apoyo de más de 200.000 personas que la votaron.

Madre e hija.

Foto: Nelson Morales

Dentro del partido México Posible, en el que más de 70% de sus integrantes eran mujeres y activistas, Amaranta se convirtió en la primera muxe en postularse a un cargo público. Años después sería también la primera persona muxe en obtener un título universitario, al graduarse de antropóloga.

Amaranta sentó un precedente y marcó un nuevo rumbo para las personas muxes. Ya no debían quedarse en el hogar, ahora podían salir a la arena política y volverse sujetos y actores de la historia.

Como coletazo de esto, en las elecciones de 2018 Grecia Jiménez, Israel Ramírez (Kristel) y Felina Santiago se lanzaron a la política. La primera para la presidencia municipal de Tlacotepec, la segunda para la alcaldía de San Pedro Mixtepec y la tercera para la diputación de Juchitán. Y aunque no ganaron, hicieron historia, porque con ellas la lucha por los derechos de las personas muxes fue tomada por la voz de sus propios protagonistas.

Así, viviendo en una especie de paréntesis de la transfobia mexicana, las muxes lograron desbordar los límites que les fija la sociedad para llegar a la política, exigiendo el reconocimiento de las instituciones y construyendo un nuevo lugar en el orden social que les fue impuesto.

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