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Ilustración: Luciana Peinado.

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—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Buenos días, quiero hacer un reclamo.

—Ah, es un error bastante común.

—¿Tiene muchos reclamos la empresa?

—No, me refiero al suyo.

—Usted no me va a decir a mí si tengo o no tengo que reclamar.

—Claro que no, Roberto. ¿Puedo llamarlo Roberto?

—Yo no me llamo Roberto.

—Mal yo. Aunque tiene una cara de Roberto que no puede más. Quizás de niño tenía cara de otra cosa.

—¿Me va a escuchar o no?

—Primero me gustaría saber con quién estoy hablando.

—Mi nombre es Alberto.

—Tiene sentido. Su rasgo predominante es el mentón. Es el que grita: “¡Berto, Berto!”. Humberto o Norberto también hubieran servido.

—Ahora que nos conocemos...

—Usted no preguntó cómo me llamo.

—¿Cómo se llama?

—No, por obligación no sirve.

—Créame que me interesa saber el nombre de mi interlocutor.

—Lo siento. La empresa nos prohíbe dar esa información, excepto en casos de emergencia.

—No puedo imaginarme un caso así.

—Por ejemplo, que llegue alguien y diga: “Traigo la insulina para Pedro”.

—Entonces usted...

—No, no. Era un ejercicio de ficción.

—¿No se llama Pedro?

—No soy diabético. Aunque tengo sinusitis crónica. No es por comparar, pero en días de humedad como estos...

—¿Podemos volver al asunto del reclamo?

—Era mi intención, pero usted se obsesionó con conocer hasta el último detalle de mi identidad.

—Bueno, ya van a ser dos los reclamos.

—Dos, tres o mil, no los voy a poder procesar. ¿Le conté de la vez que llegó una señora con mil reclamos? Había comprado una licuadora...

—Disculpe, pero una licuadora no tiene mil cosas diferentes que pueden andar mal.

—Simplemente estaba rota. La clienta la enchufó y no anduvo. Y después la enchufó 999 veces más.

—¿Le cambiaron la licuadora?

—No lo sé, yo no tomé el reclamo a esa persona.

—Seguro la mareó con sus preguntas.

—Ni siquiera hablé con ella. Me contaron la anécdota en el comedor de los empleados.

—Con esa actitud no se acostumbre a almorzar ahí. Lo van a echar en cualquier momento.

—Si despidieran a los empleados por ser chismosos, no quedaría gente para abrir la reja mañana por la mañana.

—Por no cumplir sus funciones.

—¿De qué habla?

—¡De tomar el reclamo de la señora!

—Esa no es mi función.

—¿Y se puede saber qué hace en este mostrador?

—Dar información.

—¿Este no es el mostrador de reclamos?

—No, es el mostrador de información.

—¿Y dónde presento mis reclamos?

—No tengo idea.

—¡Ahora sí es su función!

—Ah, usted me lo está preguntando en forma profesional. Pensé que continuábamos con la charla amigable.

—No.

—Entonces espere que le averiguo. Ya vengo.

—¿De verdad no lo sabe?

—Hay un montón de cosas que no sé. Lo importante es saber a quién preguntarle. No sé cuál es la capital de Rumania, pero la puedo averiguar. Ya vengo.

—No tarde mucho.

—¡Budapest!

—¿La oficina de reclamos está en Budapest?

—¿No me preguntó por la capital de Rumania?

—¡No! ¡Y esa es Bucarest!

—Bueno, me lo gritaron de lejos, no tengo oído absoluto como Charly García.

—Oído absoluto es otra cosa.

—Hay que confirmarlo. Ya vengo.

—¡¿Qué hace?!

—Efectivamente, oído absoluto es otra cosa.

—Eso ya lo sabía.

—¿En serio? Porque no sonó tan seguro cuando lo dijo.

—Necesito que averigüe dónde queda la oficina de reclamos.

—Acabo de ver al encargado marcando tarjeta para irse. Fue el que me dijo lo de Budapest.

—Bucarest.

—Estoy casi seguro de que me lo dijo mal. Por suerte trabaja en reclamos y no en información. ¡Imagínese!

—¿Y a qué hora llega mañana?

—Yo llego a las ocho, pero empiezo a trabajar ocho y media. Y ya puede tutearme, hay confianza.

—¡El muchacho de los reclamos!

—Ah, es muy irregular. Yo cuando lo vea entrar le mando un mensajito. ¿Tiene un celular al que pueda avisarle? Usted, no el muchacho.

—Me compré uno ayer, en este mismo local. Pero no funciona.

—Qué lástima. Si tan solo hubiera una oficina en la que pudiera quejarse por eso.

—Deje, no se preocupe. Yo me las arreglo.

—¡Muy bien! Ese es el espíritu. Últimamente noto que las personas dependen demasiado de los demás. Buenas noches.

—Son las tres de la tarde.

—Gracias por la información. Buenas tardes.

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