A las once de una mañana de enero, Bulevar Artigas y Garibaldi es un horno. Todo avanza lento, trancado. En la parrillada Las Flores todavía hay pocas mesas ocupadas. En una de ellas, en el interior, casi a oscuras, está Leonardo Rama. Habla animadamente con el dueño del lugar.
—Con Juan Carlos nos conocemos desde chicos. Jugábamos juntos al básquetbol en el Naga.
En la mesa hay una porción de muzzarela y un vaso con grappa y tónica. Se lo ve tranquilo: ha recuperado las mañanas. Después de trabajar 41 años como funcionario de la Universidad de la República, se acaba de jubilar. Durante esos años nunca durmió más de tres o cuatro horas. Temprano estaba en la universidad, de tarde hacía radio, de noche orquestas, carnaval o cualquier otra de las muchas cosas en que ha ocupado su vida.
Corpulento y amable, memorioso y locuaz, Rama no sólo lleva adelante desde 1996 Toda la tarde tropical por CX42 y participa en programas sobre música desde hace más de 40 años, sino que también formó parte de El Gran Combo, una orquesta importante de fines de los 80 y principios de los 90, fue dueño de un boliche de salsa en Montevideo, y actuó como representante en Uruguay del sello de salsa más grande de Estados Unidos y como responsable de Del Barrio Records, la pata tropical de Montevideo Music Group. Junto con el equipo de CX42, fue pionero de las transmisiones de carnaval, que sigue emitiendo cada verano.
—La gente me identifica con la tropical y el carnaval, pero soy principalmente un tipo de radio. Transmití las domas, la Fiesta de la Vendimia, deportes menores, básquetbol, fútbol. Lo que a mí me apasiona es la radio, y tuve la suerte de poder dedicarme a eso.
Humberto Primero es una calle corta. Nace en Bulevar José Batlle y Ordóñez y, tres cuadras después, muere en la plaza Delmira Agustini, en el barrio Buceo. Allí Rama vivió su infancia y parte de su adolescencia, en una cuadra que se parece a muchas cuadras tradicionales de Montevideo. Casas bajas, con un murito y un portón a la altura de la cintura, algunas recientemente enrejadas, un par de metros de frente, con pasto y plantas o algún árbol, casas de hormigón o ladrillo, otras de estilo español, sin frente, de altos, con una puerta y dos ventanas con postigos de cara a la calle, veredas angostas, anacahuitas y paraísos. Toda su familia es del barrio.
—Me amarga mucho pasar por mi cuadra y no ver un solo niño. No veo gente en la calle. Cambió la idiosincrasia. Solíamos estar en la calle hasta tardísimo. O si no, en la playa. Abríamos la playa en octubre y la cerrábamos en marzo. Una barra enorme. Jugábamos al vóley, a la paleta.
En 1976 su padre enfermó y consiguieron un apartamento del Fondo Nacional de Vivienda en el Cerrito de la Victoria. Sus abuelos también se mudaron, y se instalaron en el Parque Posadas. Rama no interactuó con su nuevo barrio como lo hacía con el Buceo, pero empezó a ir a lo de sus abuelos y allí conoció a amigos del Prado, Aires Puros, Parque Posadas. Su barra sería la del liceo 18, donde hacía puerta con otros jóvenes, que influyeron decisivamente en su vida.
Después de dos matrimonios, tres hijos (Sabrina, Nacho y María) y dos separaciones, en 2016 volvió al viejo apartamento de su familia, en el Cerrito de la Victoria, donde vive con su madre, Gladys, de 89 años.
—Siempre tuve mucha responsabilidad. No sólo fui hijo único, sino sobrino único y nieto único. Tuve que hacerme cargo de mucha cosa casi solo. No me quejo, pero quizás si no hubiera sido así la cosa me hubiera gustado viajar más, por más que algo viajé.
Desde afuera es imposible darse cuenta de que esa casona de la calle Arenal Grande, en una cuadra de depósitos, talleres y fábricas, es una emisora de radio. La puerta de madera está abierta; la reja, cerrada. Al tocar el timbre se acerca un joven que al escuchar el nombre de Leo abre la reja y te hace pasar. “El programa ya empezó”, dice avanzando hacia la sala. Rama está en la cabecera de una mesa, en un estudio grande que tiene en una pared el logo de CX42. Me recibe con alegría en plena transmisión. Para Rama estar al aire o no es lo mismo: esa es su casa, donde todos son bienvenidos a cualquier hora, sin protocolos ni formalidad.
Creció escuchando a su madre en la radio. Gladys Darling fue una de las actrices más notorias de los radioteatros de Radio Carve, realizados por la compañía de Juan Casanova, y luego formó parte del elenco estable de actrices de radioteatro del SODRE. Sus tías, conocidas como las hermanas Darling, también tuvieron éxito en el radioteatro. Uno de los papeles resonantes de Darling fue el de Los Paredes, la obra en la que hacía el personaje de Pepito, por el cual recibía innumerables cartas de oyentes que creían que efectivamente se trataba de un niño.
En 1978, cuando Rama frecuentaba la barra del liceo 18, uno de sus amigos, Ruben Yizmeyian, hijo del dueño de CX42, empezó a trabajar en la radio. Era operador de 0.00 a 3.00, y una noche lo invitó a acompañarlo. El programa, conducido por César Mosco y Antonio Devita, se llamaba Taxi libre.
—La radio estaba en Charrúa entre Blanes y Pablo de María, arriba del conventillo donde surgió Cienfuegos. Éramos una barra enorme, que mientras se hacía el programa nos juntábamos, jugábamos a las cartas, y de ahí salíamos a recorrer los bailes. A mí me gustaba la salsa. Tengo una prima que está radicada en Colombia desde hace 50 años y que me mandaba discos de vinilo y después casetes. Empecé a arrimarle material al programa y me invitaron a sumarme al equipo.
En la década de 1980 el programa pasó de la 42 a CX10. Rama continuó trabajando, principalmente en el programa de verano, que se llamaba Los tiburones de la salsa y transmitía desde las playas: un sábado Malvín, al otro día Buceo, con juegos y orquestas en vivo. También comenzó a hacer transmisiones de eventos especiales, como la Fiesta de la Vendimia o las domas, y algún trabajo de carnaval.
En 1985 Inocencio Moreira y Douglas Melgar lo invitaron a integrarse al programa Tropical 42. Al poco tiempo Moreira se fue a Radio Sport, Melgar se empezó a desentender del programa y Rama quedó a cargo, junto con Beatriz Paesch, la locutora. Así fue hasta 1996, cuando la radio le ofreció quedarse definitivamente con el espacio y nació el programa que lo acompaña hasta el presente, Toda la tarde tropical, más conocido como TTT, que consiste en tres horas de música.
Antes de los 18 años Rama trabajó vendiendo diarios y en los miniautos del parque Rodó. Enganchó una zafra de fin de año, en plena dictadura, en la cooperativa de las Fuerzas Armadas. Cuando terminó la zafra le ofrecieron quedarse fijo, pero debía integrarse al Ejército. No fue más.
Un amigo lo llevó a trabajar a una botonería. Ese año, ya mayor de edad, logró entrar en la Universidad de la República, en Servicios Generales, donde aprendió cosas que nunca había tenido que hacer, como lavar los pisos. Luego pasó a la Facultad de Medicina, donde una de sus tareas era mover los cadáveres de la morgue. Durante mucho tiempo fue de mañana a la universidad, de tarde a la botonería y de noche a la radio.
—Toda la vida dormí poco. Me acostumbré. Trabajé 41 años entrando todos los días a las seis de la mañana. Muchas veces, cuando había arrancado con la orquesta o incluso después de la radio, me iba al Baltimore o al bar de la Onda a tomar algo y hacer tiempo para ir directo al trabajo. Y ahí salía, dormía una minisiesta y de nuevo arriba.
“Al acostarse, se dormía escuchando música”, me contaría después su hija Sabrina.
A las 17.30 el Teatro de Verano está casi desierto. Algunos guardias de seguridad, auxiliares de servicio y un par de técnicos se pierden en la inmensidad de ese espacio. Rama pide la llave de la cabina a un guardia que registra los ingresos. El sector de prensa es una sucesión de contenedores pintados de negro que albergan las cabinas de las radios. La única que está señalizada es la de CX42. Al abrir la puerta se escapa una oleada de aire hirviendo. Sacamos dos sillas y nos sentamos afuera. —Mi papá, el Cholo Rama, amaba el carnaval. Era, como dice Jaime Roos, “de los murguistas que no fueron a ensayar”. Tenía muchos amigos murguistas de la Aduana. Toda la vida fue despachante de aduana, pero trabajaba para otros. En la dictadura la cosa en la Aduana se complicó y mi viejo se enfermó mal. Cuando era chico yo lo acompañaba a los ensayos a cualquier barrio, hasta a La Teja, que no nos quedaba cerca, a ver a Araca la Cana. Más allá de que me gusta, creo que hago transmisión de carnaval como homenaje a mi viejo.
También su barrio era un lugar de mucha actividad carnavalera. Recuerda al menos cinco tablados: “el Jardín de las Comparsas, en Avenida Italia y Propios; el tablado de Alto Perú, por Mataojo; el tablado del Huracán Buceo, en Ramos y Comercio; el teatro de verano de Comodoro Coe, y otro en Samuel Blixen y Humberto Primero”. El Buceo además por esos años albergaba conjuntos: Nuevos Saltimbanquis, Los Jokers, en su primera etapa, Bacanal del Infierno “y una comparsa que salía de la esquina de Cristalerías”.
En la radio empezó transmitiendo eventos como el desfile de carnaval, entrevistas en los tablados y grabaciones de actuaciones que hacía en los barrios. De esa época recuerda las noches de fallos durante la dictadura.
—Los resultados se daban en Espectáculos y Festejos, al costado del teatro Solís. Se encerraban y daban los fallos cuando querían y como querían. Nosotros sacábamos la información por una banderola, con gente de adentro que nos pasaba la data. Era un desastre, entraba ganando una y de repente ganaba otra.
CX42 fue pionera en emitir la noche de fallos, y también fue la primera radio que transmitió la etapa desde el Teatro de Verano. En 1988 Rama se integró al equipo que salía al aire, primero haciendo notas en el escenario y producción, y desde 1995 pasó a conducir la transmisión, desde la previa hasta el final.
El carnaval actual le parece muy distinto al de aquellas épocas. Cree que el de antes era mucho más jodido: relata anécdotas de gente armada y barras pesadas que aparecían cuando iban determinados conjuntos, e historias de peleas a golpes entre sus integrantes o sus dueños. Lamenta que por el afán de tener suerte en el concurso “la gran mayoría de los conjuntos, fundamentalmente las murgas, ya no tienen identidad, suenan casi todos igual, y los planteles no se mantienen”.
Interrumpen la charla y la soledad del teatro dos veteranos que vienen a las risas, a quienes Rama recibe con alegría. Son Gustavo Pena y Jorge Yizmeyian, compañeros de la radio. No paran de bromear, de hacerse chistes, gritan, se ríen y destierran la calma del teatro. A los diez minutos caen dos veteranos más, Jorge Díaz y Carlos García, y así irán llegando. Sacan sillas para afuera de la cabina, que sigue hirviendo, y circulan mates, roscas de chicharrón y anécdotas, una tras otra. Son casi el mismo equipo que hace 30 años, y se divierten con lo que hacen como si fuera el primer día. Por eso vienen todos al teatro a las 18.00, aunque la transmisión empiece una hora y media después y la etapa, a las 21.00. Son felices encontrándose, les apasiona contar sus historias, recordar, reír. Son niños de 60 años.
Comienzan a llegar los periodistas de otras radios, serios y callados. Caen de a poco los trabajadores del teatro y los vendedores. Los integrantes del equipo de la 42 cortan el pasillo con sus sillas de plástico y se ríen a carcajadas de que el puesto de churros les llene la cabina con humo de fritanga. El humo también les trae el recuerdo de la vez que hicieron un asado en el propio escenario del teatro mientras actuaba un conjunto, y de que Cacho Denis fue hasta la parrilla, pinchó un chorizo y siguió actuando mientras comía.
Yizmeyian y Díaz entran a la cabina, barren, ventilan, acomodan los equipos. En un momento un “vamo” corta la charla. Rama entra a la cabina y a los dos minutos está abriendo la transmisión, saludando a los oyentes, presentando al equipo. Cuando ponen música o van a la tanda, las anécdotas vuelven a aflorar. Pena dice: “Hay que hacer ese libro”.
Se llena el teatro, pasan las actuaciones, se hacen los comentarios, se entrevista a integrantes de los conjuntos. No hay mucho protocolo: lo hacen fluido, como respirar, sin formalidad.
Se excusa y se va antes de que termine el último conjunto. En su Lada lo espera el traje de la charanga. Se tiene que vestir de apuro porque tiene una actuación. Rama ha sido importante para la música tropical no sólo por su labor periodística: ha formado parte de la movida también como músico, como productor y como empresario.
No es un fanático de los ritmos tropicales desde siempre. En su juventud era seguidor de Psiglo, Días de Blues, El Kinto, Los Campos, Los Delfines. Fue utilero de un grupo del Buceo que se llamaba Savia Viva. Iba siempre a los lunes culturales que se hacían en el teatro Carlos Brussa, donde vio a Gula Matari y a Gastón Dino Ciarlo, entre otros. También escuchaba a argentinos, como Almendra y Sacramento. A los 16 años, cuando empezó a frecuentar el Parque Posadas, sus amigos lo invitaron a ir al Canal 5, al programa Musicasión, conducido por Edgardo Baeza.
—Ese día tocaba Combo Camagüey. Cuando escuché a la orquesta me mató, y a partir de ahí empecé a escuchar a Tito Martínez en la 40, y a comprar discos que escuchaba en un National Panasonic chiquito. Bueno, la barra del Buceo estaba para otra; con ellos íbamos a La Cueva del Club Montevideo, y cuando les contaba que había ido a bailar al Colón se horrorizaban. Desde ahí siento que la gente le pone cierta distancia a la música tropical, muchas veces con desconocimiento de causa.
A fines de los 70 empezó a probar con bandas de amigos: El Combo Estudiantil, El Combo Tiburcio, Los Tiburones, Latin Combo, siempre como animador y corista. En 1988 Alberto Blanco, que había sido director del primer Cubano de América, volvió a armar una orquesta, El Gran Combo. Rama trabajaba en la sección Compras de la Facultad de Ciencias Económicas y ahí se cruzó con Blanco, quien lo invitó a ir a un ensayo de su nueva orquesta. Tras escucharla, Rama le dio una devolución dura pero sincera y Blanco le ofreció integrarse como animador y para ayudarlo a organizar todo.
Ese año grabaron un disco con Orfeo, De qué callada manera, y les fue muy bien, con hasta 14 actuaciones en una noche. En 1989, al entregarse los premios Coben de Oro a la orquesta revelación de la música tropical, los ganadores fueron El Gran Combo y Karibe con K.
Pero el comienzo de la contratación por paquetes, es decir, arreglar con varias orquestas del mismo productor por menos precio, y la elección de un repertorio de mucha calidad artística, aunque de poco impacto popular, hicieron que en los años siguientes resultara muy difícil trabajar y cobrar dignamente, y la orquesta se disolvió.
Unos años antes del fin de El Gran Combo Rama había fundado junto con su amigo Yizmeyian el sello Chévere, que era representante del estadounidense RMM y se encargaba de reeditar, un mes después de que salieran en Nueva York, los mismos discos en Uruguay. Era una experiencia riesgosa, porque el público de salsa en Uruguay a principios de los años 90 era reducido, pero Rama cree que más que vender mucho en Uruguay, lo que le interesaba al sello era entrar al mercado rioplatense. De hecho, en 1994, gracias a las gestiones de Chévere, el venezolano Óscar de León tocó por primera vez en el país, y al año siguiente Combinación perfecta, que contaba con la presencia de Marc Anthony, India y Cheo Feliciano, entre otros, desembarcó en Montevideo. En 1993, Rama y Yizmeyian fueron al congreso del sello que se hizo en Miami. Al terminar les dijeron que se cambiaran porque tenían que ir al cumpleaños de Celia Cruz.
—Yo había llevado un solo saco, que era de media estación, y en Miami hacía un calor insoportable. Un bailarín de Celia se acercó a mí en un momento y me dijo: “Apaga el abrigo, chico”. Había mesas de comidas, de tragos, de frutas, un lujo. Pero en un momento me senté al lado de una cubana anti-Cuba que decía que poco más teníamos que agradecerles a los cubanos de Miami por todo. Casi la mato.
Para redoblar la apuesta, en 1996, también junto con Yizmeyian, abrió Chévere, un boliche de salsa que estaba por la calle Gonzalo Ramírez, donde hoy es Il Tempo. Pronto les comenzó a quedar chico y se terminaron yendo a donde hoy es El Tropy, en Agraciada y Rondeau. Ahí llevaron a Willy Chirino y a Gilberto Santa Rosa, entre otros. Algunos años después, en el año 2000, por problemas contractuales volvieron al local de Gonzalo Ramírez, y en 2002 la crisis los liquidó. Rama dejó todo y se quedó por un tiempo sólo con el programa de radio.
El olfato para los hits no lo perdió nunca. Sabrina recuerda que su padre les regalaba casetes, y luego CD, con enganchados de la música que le llegaba a la radio:
—Vos tenías que tener claro que le podías pedir temas de determinado artista, pero que de esa lista que le dieras sólo iba a incluir los que él consideraba que estaban buenos, y que siempre iba a agregar alguna novedad a su gusto. Una vez nos grabó a mi hermano y a mí un CD que arrancaba con la canción “Suavemente”, de Elvis Crespo. La escuchamos y nos reímos, le dijimos que era cualquiera, que quién era ese. La respuesta de mi padre, como otras veces ante esos comentarios, fue: “Van a ver; en un tiempo mata, ya me van a pedir otros temas”. Obviamente, sucedía.
Quiso ser dibujante, futbolista y basquetbolista. Jugó en La Luz, y fue un defensa aguerrido. Luego tuvo breves pasajes por El Molinillo de Manga y el Artigas de Durazno, y finalmente despuntó el vicio del fútbol en La Radiola, el equipo del Círculo de Periodistas Deportivos. En básquetbol jugó siempre en Naga, en la cuarta categoría de ascenso; en su momento lo fueron a buscar de Larre Borges y de Bohemios, y llegó a quedar en el primer Atenas de Víctor Hugo Berardi, pero no prosperó. ¿Por qué no siguió con nada de eso? Nunca le gustó entrenar, responde.
Pasó por el periodismo escrito. Escribió en el suplemento “Platea” del diario La Mañana, y luego en La Hora. Recuerda las hojas que tenía que ir a buscar a Seusa, con los renglones exactos para no pasarse de caracteres. Fue presentador de bailes en el interior, y durante un tiempo trabajó en radios de diversas ciudades. Hoy toca en Sánchez y su Charanga Real, una orquesta que principalmente anima eventos de adultos mayores, con la cual viaja por todo el país. Es fanático del cine italiano. I girasoli (Vittorio De Sicca, 1970) y Una giornata particolare (Ettore Scola, 1977) son sus películas favoritas. Ama a Marcello Mastroianni y a Alberto Sordi.
Dice que no se arrepiente de nada.
Suena el teléfono de la radio y atiende. Una oyente, María de Lezica, pide un tema de Los Graduados. Rama anota en un cuaderno imposible de descifrar, de tan escrito que está. Ya anotó pedidos de Graciela de Toledo y de Eduardo de La Curva. Entra el cuidacoches de la cuadra a pedirle que le cuiden algo, estamos al aire. Entra un amigo que andaba en la vuelta y se queda con nosotros un rato en el estudio. Vamos a la tanda. Willi, el operador, le pregunta con qué tema se engancha.
—Eh, vamos con “Oh, Marilyn”, de Fabricio Mosquera.
Arranca la canción y Rama canturrea. Llega su hija Sabrina. Rama le pide que vaya a comprar palitos helados para todos.
Le pregunto cómo hizo para tener una familia siendo tan apasionado por tantas actividades distintas.
—Tuve mucha suerte en la vida, porque estuve acompañado de buena gente que entendió que hasta las más jodidas se tienen que transitar con respeto y cuidado. Cuando hay un problema hay que tratar de solucionar el problema, no crear otro peor. Siempre pensé así. La vida que te toca la tenés que vivir y sacarle el mayor provecho.
No sigue porque en ese momento se prende la luz roja que dice “En el aire”, y tiene que presentar el próximo tema, o porque suena el teléfono y hay un oyente pidiéndole una canción al tipo de la radio.