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Foto: Pablo Álvarez.

Un ojo blindado

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Andy Cherniavsky fue la fotógrafa pionera del rock argentino. La imagen de Charly García, Luca Prodan, Andrés Calamaro, Pipo Cipolatti tuvo mucho que ver con su lente. Este año apareció Acceso directo, su autobiografía.

Hace 40 años no había tantos fotógrafos como ahora, y mucho menos en el ambiente de la música. No había lugares donde estudiar ni hacer talleres. Todo estaba por hacerse y la experimentación y el autodidactismo eran destinos comunes en el campo del arte. Andy Cherniavsky viene de ahí: de hacerse fotógrafa con lo que había a mano. Pionera en la fotografía de música en Argentina, señala: “En ese momento éramos un grupo de seis, siete fotógrafos en el rock. No había nada en ese momento. Se aprendía haciendo. En mi caso, estudiaba traduciéndome revistas de fotografía que conseguía de afuera, pero no era tan fácil”.

Por su lente pasaron todos los rockeros de la década de 1980. Desde Charly García y Andrés Calamaro hasta Luca Prodan y Los Redonditos de Ricota. Luego vino la fotografía de moda, su sociedad con Gabriel Rocca y su trabajo como editora por más de diez años en la revista G7.

Comenzó su carrera como fotógrafa de rock por dos razones: su fanatismo por el mundo de la música y su padre, Daniel Cherniavsky. Mánager, productor de espectáculos y en su momento productor cultural del Centro de Artes y Ciencias de Buenos Aires, Daniel Cherniavsky tuteló más de 6.000 actividades científicas y culturales, entre las que se cuentan presentaciones de glorias artísticas como Mercedes Sosa, Astor Piazzolla y Les Luthiers.

“Siempre fui fan, desde muy chica. Mi viejo managereaba y organizaba espectáculos en los 70, y gracias a eso estuve en el primer B. A. Rock. Mi viejo también organizó a Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, Manal, [Luis Alberto] Spinetta, Miguel Abuelo. Trajo a [Carlos] Santana al Luna Park. Organizaba shows muy grandes, y fueron todas cosas que me marcaron de chica”, cuenta Cherniavsky sentada en uno de los sillones de su estudio de fotografía, que está en el piso de arriba de su casa del barrio Palermo. Hoy esta mujer, que intentó estudiar psicología y dejó al año y es madre de una hija de 26 años, luce con la serenidad de una profesora de yoga y todavía se sorprende por su lugar preponderante dentro del “rock nacional” como fotógrafa.

“Cuando conocí a Charly García estaba estudiando fotografía muy de casualidad, porque acompañaba a una amiga que me había sugerido hacer un curso con ella. Empecé laburando de fotógrafa en las plazas, sacándoles fotos a los padres que iban con sus hijos en los cochecitos, y después tuve la oportunidad de formar parte de la movida que vi desde chica. Mis primeras fotos fueron de Charly y mi primera tapa de disco fue Pensar en nada, de León Gieco. Vi la correa de la guitarra y la correa de mi cámara, y me di cuenta de que tenía un lugar. Yo no quería ser groupie, quería ser fotógrafa”, cuenta.

La carrera de Cherniavsky a partir de ahí no paró más, y todo se fue acomodando para que los 80 fueran su década de hiperproducción y dormir poco. La movida se estaba armando rápido, los shows y las giras de las bandas no tenían respiro. En esa época el mandamás era Daniel Grinbank. Todo el mapa del rock pasaba por él. La radio Rock & Pop, la revista Rock & Pop y su sello DG Discos fueron la base de un movimiento que se estaba gestando. “Tenía su oficina en un cuarto piso y en el quinto estaba mi estudio. Todos los grupos que iban a ver a sus mánager y firmar sus contratos subían y se hacían fotos. Los fines de semana laburaba en los shows que cubría para las revistas. Era non stop. Eso fue una escuela increíble. Incluía muchas horas de cuarto oscuro, estudiar, aprender y ser autodidacta laburando”.

En la cabeza de Cherniavsky hay mil anécdotas, y un poco por insistencia de la hija y otro poco por una propuesta de la editorial Planeta decidió sacarlas a la luz a través de un libro que se titula Acceso directo y que espera pronta salida. Si se le consulta algo de aquellos años, sonríe y dice: “Pasaron muchas cosas”, mientras esboza una mueca de risa picarona.

¿Qué pasaba?

Lo primero que se me viene a la cabeza es el peligro, la adrenalina, las drogas. Pasaba de todo, y cosas que no tenían que ver especialmente con un músico. Algunas veces se trataba de productores y organizadores que se iban sin pagar y había que salir corriendo del hotel porque te venían a buscar para que pagaras lo que otros no habían pagado. Fuera de Grinbank, que siempre hizo las cosas bien, hubo una época de hacer las cosas muy mal. Todo era muy folclórico. Era subirse al micro sin saber en dónde se terminaba. No había nada planificado. En ese tipo de festivales, como el de la Falda, en Córdoba, había mucha violencia, mucha vida en la calle, y era compartir un hotel donde estaban todos los músicos. Pese a todo fue una época fantástica, porque nos divertíamos mucho.

Charly García en el estudio Circo beat, durante la grabación de Sinfonía para adolescentes, en el marco del regreso de Sui Generis, año 2000. Foto: Andy Cherniavsky.

Si te digo Luca, Sumo, ¿a dónde te lleva?

Luca era algo absolutamente especial. Se dio ahí toda una hermandad ancestral con Sumo. Creo que Luca fue más argentino que todos los argentinos. Me encantaba su onda, la música. Tuve que cubrir muchos shows, y hasta me fui de gira con ellos. Me acuerdo de un viaje a Córdoba en tren. Luca iba como haciendo un show en el vagón y no dejó dormir a nadie. Es uno de los personajes más carismáticos y queridos.

Su memoria parece liberarse ni bien empieza a recordar. “Viajé mucho con Charly, con Los Abuelos de la Nada. Me tocó estar en todos los camarines. Me fascinaba. Diez años de mi vida me los pasé adentro del cuarto oscuro y yendo de acá para allá con los músicos”.

También con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, ¿no?

A Los Redondos me los crucé un montón. Nos fuimos mucho de gira y tuve la oportunidad de fotografiarlos en el estudio y en shows en vivo. Muy al inicio era de ir a verlos al Margarita Xirgu. Eran shows increíbles, en los que participaba gente muy espectacular del under.

Los 80 pasaron y vinieron los 90. Siguió involucrada con la fotografía de rock, pero fuera de los escenarios. No más shows. “No soporté más el tema de las escupidas, los desmayados por arriba de mi cabeza. No es como ahora, que está todo más organizado. Ahí el fotógrafo era la primera línea de fuego. Volvía totalmente escupida, golpeada. Era una profesión de riesgo”, cuenta, y recuerda que terminó de tomar la decisión por “los shows de The Cure en Vélez y Los Ramones en Obras. Las condiciones para fotografiar en vivo en ese momento eran espantosas. Sentía que ya había cumplido esa etapa”.

Finalmente, aquella década involucró otras estéticas y formas de trabajar. Vino la revista G7. Oficina y redacción. Durante diez años de su vida fue la editora de Fotografía. En su estudio se lucen algunos de los retratos que fueron tapa de esa revista. Los personajes que decoran el trecho de escalera que desemboca en el estudio son Diego Capusotto, Marta Minujín, León Gieco, Ricardo Darín, Alfredo Casero y Mario Pergolini. Otro tipo de fotografía se afianzó en Cherniavsky y sus mundos cambiaron. “Quería hacer moda y publicidad y crecer en otras ramas de la fotografía. Si bien mi corazoncito siempre estuvo en el rock, empecé a trabajar de forma más profesional. Con producción, tomas en estudio y en locaciones. A hacer tapas de discos con un concepto, con diseñador, con dirección de arte, todo un montón de cosas que en los 80 no existían porque no había presupuesto”.

¿Cuáles fueron las tapas que más te gustaron?

Hice como 100 tapas de discos, o más. Me encantó la primera, Pensar en nada, y me gustó mucho hacer las fotos para el interior de Peperina [cuarto álbum de estudio de Serú Girán]. Las fotos que hice para los discos de Los Twist. Tapas de discos como la de Demasiado ego [Charly García] o la de Del 63, de Fito Páez. Me gusta mucho la de Todos tus Muertos, la que tiene las calaveras. Me encanta porque ahí me jugué y usé un retrato de ellos y puse en sándwich una diapositiva de una calavera, y así lo copiamos. No existía el escaneo. Son cosas que hoy artísticamente me suenan del pasado, pero haber laburado con todos me encantó. Todo tuvo algo espectacular. Era jugársela.

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