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Ilustración: Copérnico

Primeras impresiones de soldados que regresan a sus respectivos pueblos al finalizar la guerra

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Williams

Camino por las calles de Albornville y pienso que tanta muerte y tanta violencia hicieron mella en mí, porque este no es el sitio que recuerdo. La plaza principal se ve completamente distinta, los niños tienen otros pasatiempos, las personas se acercan a mí y juro que no les entiendo una sola palabra. Me pierdo en esquinas desconocidas y cuando creo ver un rostro familiar, es solamente un truco de la luz a través de los árboles. Llego al cartel de información y dice, en otro idioma, que el nombre del pueblo es otro, que me encuentro a cientos de kilómetros de donde nací. Hasta eso arruinaron, hijos de perra.

Johnsonson

Camino por las calles de Kankansas y agradezco al cielo que los horrores de la guerra no hayan llegado hasta aquí. Las ancianas siguen remojando sus pies en el arroyo como el día en el que partí rumbo al campo de batalla. El violón de Van Hansen sigue sonando igual de desafinado y parece que nunca aprenderá a tocarlo bien. Al entrar al hogar, descubro con alegría que nuestro perro todavía me reconoce por el olor. Mi esposa me grita que junte la ropa, que ya debe estar seca. La misma ropa que colgué la mañana anterior, justo antes de enlistarme para la guerra sin saber que ya había terminado.

Swayze

Camino por las calles de Sunmonton y me sorprendo a cada paso. Los lugares son los mismos, pero luego de dos años en cuclillas en una trinchera es como si revelaran nuevas facetas. El agua de la Fuente de las Leyes brilla con colores que antes era incapaz de notar. Los árboles se rozan entre ellos y hacen la más hermosa de las músicas. Las aves revolotean a mi paso, se acercan y me dicen al oído que prenda fuego la alcaldía. Les digo que no me gusta hacer esas cosas, que me dejen en paz, pero ellas dicen que el fuego es hermoso cuando arde. Insisten e insisten, mientras el zumbido aumenta y llevo mi mano hasta la cicatriz en la cabeza de la bala que ningún médico pudo retirar.

Pincher

Camino por las calles de Minontario y descubro un montón de comercios que no estaban cuando me fui. O que estaban, pero pobres y abandonados, mientras que ahora lucen espléndidos y están repletos de turistas. El viejo Gamble me sonríe y revela su dentadura completa, con piezas de oro donde antes había huecos. El bar que regenteó desde que yo era un niño ahora ofrece tapas y tragos de autor. En la esquina hay alguien disfrazado del fundador del pueblo, quizás Angus el Vagabundo, sacándose fotografías por dinero. Pese a los autobuses repletos y las tiendas de suvenires, pienso que podría vivir aquí. Hasta que llego a la pensión de la señora Sullivan, quien me dice que el precio de mi antigua habitación se multiplicó por diez. Y agrega algo acerca de la oferta y la demanda.

Robertshawn

Camino por las calles de Nueva Stork y las encuentro tan vacías como las villas bombardeadas que recorríamos con la estúpida esperanza de encontrar sobrevivientes. El olor a muerte está presente, o al menos eso creo: perdí el olfato después de un accidente con armas químicas. Creo escuchar un sonido que viene del interior del salón parroquial, pero sé que mi oído no es el de antes. Demasiadas explosiones cercanas lo hicieron añicos. Abro la puerta del salón, pero es imposible ver en la oscuridad después de tanto tiempo usando gafas de sol que no servían para nada. Busco un interruptor y cuando se enciende la luz encuentro a todo el pueblo debajo de un enorme cartel que me da la bienvenida. Ya es tarde. Mis sentidos podrán fallar, pero el instinto permanece intacto, y soy el único en salir vivo de ahí.

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