Había manejado toda la tarde por la carretera que bordeaba la costa, y durante la puesta del sol se estacionó en el lugar perfecto para contemplarla. Estuvo a punto de sacar el celular de la guantera y capturar el momento, pero se dio cuenta de que no era necesario. “Mañana seguirá estando allí”.
Todavía no era de noche cuando llegó a la que durante años había sido su casa de descanso y unos meses atrás se había convertido en su residencia permanente. Las luces estaban apagadas; había dado el fin de semana libre a las dos personas que lo asistían con las tareas de mantenimiento. Cerró la puerta y arrojó las llaves del auto y las de la vivienda a un plato hondo de vidrio que le habían regalado alguna vez. Luego del ruido, lo siguiente que sintió fue el caño de un revólver a la altura de los riñones.
-Dígame lo que quiere y no opondré resistencia.
No era la primera vez que le apuntaban con un arma. Pocos lo recordaban, pero había vivido en barrios peligrosos toda su infancia y gran parte de su juventud, hasta que sus habilidades artísticas lo llevaron al estrellato y a un barrio privado. Así que sabía muy bien lo importante que era controlar la ansiedad de la persona que tenía enfrente. O, en este caso, detrás.
-Camine.
El intruso, que usaban guantes y un pasamontañas, lo llevó hasta el living de la casa y le empujó los hombros hacia abajo para sentarlo en un sillón de cuero. No necesitó atarlo; ambos conocían muy bien las reglas del juego en el que se encontraban. Después se recostó contra la estufa, que se había apagado durante el paseo del dueño de casa, y volvió a hablar.
-Sé quién es usted. Usted es Jerry King, el que escribe las canciones de los famosos.
Esa era una versión demasiado resumida de una vida dedicada por entero a la música, pero la filosofía de vida de Jerry siempre había sido “Quien tiene el revólver, tiene la razón”, así que no lo corrigió. Además, los lujos que podía darse, incluyendo el retiro anticipado, eran efectivamente el fruto de su carrera como escritor de hits. Nunca se le pasó por la cabeza cantar lo que componía, sino que pensaba cada canción a la medida de solistas y bandas del momento, y luego las veía colocarse en lo más alto de los rankings.
El visitante usó el arma para señalar los retratos con estrellas de la música, los discos de oro encuadrados que colgaban en las paredes y el impresionante piano de cola.
-No le ha ido nada mal. Toda la gente que conozco me ha dicho que usted es el mejor.
-Oiga, no tengo mucho dinero en efectivo. Hay una caja fuerte, y la abriré para que vea que solamente contiene documentos sin importancia.
-No es necesario. No estoy aquí por su dinero sino por usted.
Jerry creyó que todo aquello era un mal sueño, pero las cosas se veían demasiado reales y no pensaba arriesgar su vida por un pálpito.
-Lo que sea que quiera. Sigo teniendo contactos en la industria, puedo conseguirle un empleo bien remunerado -era el momento de hacer promesas, aunque fueran imposibles.
-Solo quiero que vuelva a escribir.
-¿Mi testamento?
-Una canción.
Jerry no pudo disimular una mueca de sorpresa y el otro hombre no tuvo dificultades para interpretarla.
-Ya ve que no le estoy pidiendo nada muy complicado. Es sábado de noche. Tiene hasta el lunes por la mañana para escribir un nuevo hit, o créame que le pondré una bala entre los ojos.
Para demostrar que hablaba en serio, el encapuchado le disparó al televisor de plasma en el otro extremo de la habitación y le dio justo en el centro. Asustado, el dueño de casa indicó dónde guardaba lapiceras y cuadernos. Y pidió para sentarse en la mesa del comedor, donde podría manipular esos elementos sin hacer movimientos bruscos.
-Necesito saber de usted.
-¿Para qué? ¿Para poder darle la información a la policía?
-Para prepararle la canción perfecta en base a sus experiencias. También me gustaría oírlo cantar, para así conocer su registro vocal.
La carcajada de su captor retumbó en la silenciosa vivienda. Jerry jamás olvidaría ese sonido.
-¡La canción no es para mí!
-¿Entonces...?
-No me interesa a quién se la regale o se la venda. Ni siquiera me interesa un porcentaje de las ganancias. Solo necesito que hable de amor y que se vuelva popular.
-Sigo sin entender.
El intruso se sentó del otro lado de la mesa y comenzó su pequeño momento confesional sin dejar de apuntarle a Jerry.
-Con guantes y el rostro cubierto no se nota, pero ya no soy un joven. Y pese a que no he recorrido el mundo, puedo decir que he vivido. Conocí el amor, el desamor y todos los sentimientos intermedios. Ninguno mejor que el amor, por supuesto.
Jerry sonrió. Hacía referencia a “El amor es el mejor sentimiento”, uno de sus primeros éxitos.
-Amé y fui amado. Con cada nuevo amor llegaban nuevos códigos, nuevas formas de dirigirse a otra persona. Lenguajes secretos. Y nuevas canciones, muchas escritas por usted. “Ojos de mi color”, “Corazón ansioso”, hasta “El alma nueva” llegué a enviar una vez, y eso que no creo en Dios.
-Ni yo, pero por suerte los programadores de las radios sí lo hacían.
-Tuve relaciones que duraron años en las que mandé un solo tema, y relaciones en las que intercambiamos discografías enteras en el puñado de semanas transcurridas hasta que uno de los dos se hartó del otro.
-Es lo que tiene el amor.
-¿Ve? Usted lo entiende como nadie. Por eso requiero de sus servicios. Necesito una canción de amor.
-¿No le sirve ninguna de las que nombró?
-¿Qué clase de monstruo envía la misma canción de amor a dos personas distintas? -el segundo balazo destrozó un jarrón de porcelana-. Conocí a alguien muy especial y este asunto me está carcomiendo el cerebro. Ella ya me mandó dos temas perfectos para lo que estamos atravesando. Por supuesto que yo los había usado hace años, pero ella los estrenó conmigo. ¿Entiende? Si me manda un tercer tema y no tengo con qué contestarle, la relación estará terminada.
-¿No cree que exagera?
-¡Terminada!
-Entiendo, entiendo. De todas maneras, no se trata de una tarea sencilla.
-Ese no es mi problema. Tiene el resto del fin de semana para escribir, y luego espero que la venda a algún artista que no tarde en grabarla.
El bloqueo creativo duró horas y de poco sirvieron las diferentes sustancias que introdujo en su organismo, incluyendo grasas saturadas, alcohol y jarabe para la tos. En plena madrugada, después de haber cabeceado un par de veces, el talentoso señor King tuvo una idea.
-¡Tengo una idea!
El otro hombre llevaba una hora y media durmiendo, pero a esa altura el compromiso era más fuerte que la libertad. Lo despertó el grito y luego el ruido de papeles que se movían, se arrugaban y caían al suelo. Menos de cinco minutos después, escuchó los primeros versos.
-“Amores como este necesitan/ una banda de sonido que no se repita”.
-¿Está siendo... metatextual?
-¡Por supuesto, amigo! -se arrepintió un poco de haberle dicho “amigo a su captor-. ¿Qué mejor inspiración que lo que usted está atravesando? Siento que la inspiración fluye a través de mis dedos. ¿Podría servirme un poco más de jarabe para la tos?
Ninguno volvió a pegar un ojo. La mañana los encontró puliendo el estribillo, que hablaba de dedicar esa misma canción de amor. Podría haberse cerrado antes, pero Jerry odiaba repetir estrofas enteras, así que cortaron para almorzar y luego continuaron la faena, que en el caso del encapuchado se reducía a asentir y emocionarse por el tesoro que tendría a su disposición.
Promediaba la tarde cuando el hacedor de hits escribió el último verso. No hacía falta engañarse: la canción le parecía maravillosa. Tanto, que por primera vez sintió celos de quien fuera a cantarla. Después de pensarlo unos segundos, tomó una decisión.
-Espero que no se ofenda, pero me gustaría grabar la canción yo mismo. Detrás de esta puerta tengo un estudio de grabación, pequeño pero profesional. Piense que usted se ahorraría un montón de tiempo, porque en pocas horas podría tener la mezcla pronta y de inmediato subirla a Internet.
-Tiene razón, me ahorraría semanas de espera. ¿Cree que sería posible acompañarlo mientras graba?
El artista aceptó y juntos pasaron la tarde del domingo grabando los diferentes instrumentos de “Te dedico esta canción de amor”. El encapuchado colaboró con unos coros en el último estribillo, pero pidió que le aplicara un filtro para que nadie pudiera identificar su voz.
-Me alegra pensar que estoy pasando a la historia.
La mezcla fue sencilla y la exportación a un archivo de alta calidad llevó unos pocos minutos. Luego, los dos hombres contemplaron cómo el tema subía a Spotify y cosechaba una docena de escuchas en los primeros minutos, gracias al algoritmo que reconocía a Jerry King como hacedor de éxitos.
-¿Qué pasará ahora? -el dueño de casa temía que su compañero no quisiera dejar cabos sueltos. Ya no lo necesitaba.
-Lo prometido. Me marcharé de aquí y jamás me volverá a ver. Le pido disculpas por lo violento de mi método; créame que nunca le hubiera disparado en serio. Ojalá las regalías le alcancen para un televisor y un jarrón.
-Descuide, no les tenía cariño a ninguno de los dos.
Fiel a su palabra, el hombre salió por el jardín trasero y aprovechando la noche sin luna llegó sin ser visto hasta su vehículo, que estaba estacionado detrás de unos arbustos. Para no dejar evidencia de su presencia en las antenas de telefonía celular, mantuvo su aparato apagado y sin la batería durante las horas que le llevó manejar hasta la ciudad. Llegó a la hora en la que solía despertarse para ir a la oficina, así que encendió la cafetera y luego el teléfono. Este último estuvo un buen rato vibrando y chillando por todas las notificaciones acumuladas en casi 48 horas.
Solo le interesaba una. Abrió la aplicación de mensajería y buscó a la persona con la que coqueteaba desde hacía un mes y por la que había arriesgado muchísimo. Había un par de comentarios sobre su actividad el fin de semana y un último texto que lo destruyó. “Acabo de escuchar este tema y me hizo acordar a vos, así que te lo mando”. Abajo estaba el link a “Te dedico esta canción de amor”.