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Cartel bosnio por el Día Internacional de los Trabajadores (1948).

Las islas yugoslavas

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Bajo el signo de Yugoslavia, la historia natural de las islas, las terminologías que las circundan, las historias que las habitan o habitaron y los símiles, símbolos y alegorías que convocan, sobreactúan. No es solo que ciertas islas reales o imaginarias tuvieron o tienen un rol significativo en las historias de Yugoslavia y en la persistencia de lo yugoslavo en el presente, sino que el ángel de la historia no deja de adelantarse a nosotros una vez que estamos avisados de sus hábitos.

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Un cartel junto a la autopista nos da la bienvenida en cuatro idiomas (croata, inglés, italiano y alemán) a Croacia, el país de las —y aquí un número que siempre parece exacerbado— islas. No mucho después, esa cifra comienza a crecer en la imaginación y en la duda, y luego ya se ven islas en todas partes, y un poco más tarde ya todo es isla, o nada lo es, o no es posible saberlo con certeza, y el universo se llena de misterios. Es probable que esto sea una estrategia calculada para hacer de las vacaciones de ciertos foráneos demasiado racionalistas una experiencia más excitante. En todo caso, es cierto que hay criterios para determinar qué es una isla y qué no lo es, pero también es cierto que esos criterios son diferentes entre sí: solo 79 (según algunas de las fuentes más confiables) islas croatas tienen un kilómetro cuadrado o más, y solo 49 están habitadas (según un documento reciente de la Unión Europea). Pero el número 79 no parece ser tan sexy como el 1.185 (la cifra dada por la Oficina Nacional de Estadísticas, en 2009) o el 1.244, o el 1.246, que suelen competir por la verdad. La prensa croata no necesariamente evita hacer bromas a expensas del Ministerio de Turismo y Deporte cada verano, aunque tampoco es verdad que el número de islas croatas tienda a crecer indefinidamente o a mermar en exceso por ello.

Un estudio comparativo de islas y sus usos en Croacia, Montenegro, Serbia, Macedonia del Norte, Bosnia y Herzegovina y Eslovenia (o en Kosovo, única entidad ex yugoslava que no las tiene) podría resultar de interés para la fascinante publicación académica australiana Shima, dedicada de forma exclusiva a lo insular y sus aledaños. Eslovenia, por ejemplo, exhibe con orgullo una isla subterránea, situada en el complejo de la Caverna de la Cruz (el nombre viene de una iglesia católica cercana), el cuarto ecosistema subterráneo del mundo en lo que respecta a biodiversidad. El caso, en nuestra exacerbada sintomática isleña, es edificante. No solo la bioespeleología nació (dos veces)1 en esa región de Eslovenia, sino que hasta ciertos fascismos modernos encuentran su remoto origen en la cueva kárstica (no lejos de la isla), en la que en 1898 Sigmund Freud y su hermano Alexander se cruzaron espantosamente con Karl Lueger, notorio protofascista y antisemita, y por entonces alcalde de Viena (que también era la capital de la entidad política en cuyo territorio habitaban la mayor parte de los eslovenos por entonces, el Imperio austrohúngaro). Este encuentro, que posee “la felicidad de la contingencia total y la venerabilidad de la necesidad histórica” es contado con gracia, y exacerbado, por Mladen Dolar (uno de los fundadores de la escuela lacaniana de Liubliana), en un ya famoso artículo titulado “Freud, Eslovenia y los orígenes del populismo de extrema derecha” (e-flux.com, 23/11/2022).

Islas de Macedonia del Norte

Muchas naciones, pueblos y Estados no insulares se consideran a veces a sí mismos como islas. Consideremos, por ejemplo, la introducción del académico y poeta Ferid Muhič al capítulo 13 de Yugoslavia y después (1996)2 y la explicación de por qué Macedonia es, a pesar de no ser una isla, una isla: “Las olas de la historia la han azotado y a veces —incluso durante largos períodos— la han sumergido. Pero el carácter y la singularidad de Macedonia nunca han sido arrasados”. Esta retórica homérica es un tanto sospechosa, incluso para un pueblo provisto de numerosos ejemplos de estilo literario tenso y emocional como lo es el macedonio. En el contexto yugoslavo, el síntoma de isla no parece ser un indicador de bienestar social, en especial en combinación con las urgencias nacionalistas del liberalismo y teniendo en cuenta que el aislamiento al cual Stalin intentó someter al régimen titoísta, en 1948, derivó en activismo internacionalista a través del proyecto (no ideado por Tito, sino por Edvard Kardelj)3 del Movimiento de Países No Alineados (MPNA). Si bien la yugonostalgia naíf no está bien vista en casi ningún ámbito (aunque existan islas de yugonostalgia en los límites de Hobbiton),4 la valentía, el potencial, los hallazgos y los logros del MPNA son puestos en duda solo por indudables reaccionarios, y un simple pero significativo monumento a la primera conferencia de 1961 persiste en Belgrado.

Macedonia, por otra parte, sí posee algunas islas, incluyendo la venerable Golem Grad (el nombre significa ciudad grande), en el lago Prespa, en la triple frontera con Albania y Grecia. Aunque ahora deshabitada, las excavaciones realizadas en esta isla lacustre en los límites espirituales de la Europa cristiana atestiguan y documentan el paso del ángel que mencionamos al principio con considerable elegancia. En 1898, estuvo allí Pavel Milyukov, en ese entonces profesor ruso disidente obligado a vacacionar en Macedonia (Milyukov murió en 1943 tras haberse visto obligado a vacacionar numerosas veces), quien afirmó en sus notas de viaje haber visto ruinas de antiquísimas iglesias (ortodoxas) sin techo, con frescos todavía visibles. No muchos años después, en 1913, una parte de los territorios poblados de forma mayoritaria por macedonios, incluyendo esa zona en torno al lago Prespa, fue anexada por Serbia tras la Segunda Guerra de los Balcanes. Esos territorios se corresponden poco más o menos con los del actual país Macedonia del Norte: el Tratado de Versalles ratificó en 1919 su subordinación a Serbia, que por dos meses de 1918 formó parte de la entidad política llamada Estado de los Eslovenos, Croatas y Serbios y que, a partir del 1° de diciembre de 1918, y hasta 1929, sería parte de la primera Yugoslavia, el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. El 3 de octubre de 1929 esta frágil entidad balcánica fue declarada Reino de Yugoslavia por el rey Alexander I de Serbia, y persistió hasta la ocupación nazi de los Balcanes en 1941, y fantasmáticamente hasta 1943, cuando fue definitivamente dejado a la merced de nuestro ángel tutelar, y la tercera (o cuarta) Yugoslavia, la República Federativa Socialista de Yugoslavia, comenzó a levantar sus propias ruinas.

Cartel yugoslavo sobre la lucha partisana en la Segunda Guerra Mundial.

Islas de Bosnia y Herzegovina

La endiablada historia de las islas yugoslavas nos introduce de ese modo a las deshabitadas Školj, las dos únicas islas de Bosnia y Herzegovina en la actualidad. En 1936, los macedonios aún se debatían contra los poderes búlgaro, griego y serbio entre conspiraciones, guerrilleros, manifiestos y espías. En 1934, el rey Aleksander I es asesinado en Marsella por un miembro, digamos búlgaro, de la Organización Interna Revolucionaria de Macedonia, con conexiones lo suficientemente evidentes con la Ustashe (Movimiento Revolucionario Croata: una organización fascista que tendrá una importancia decisiva en el ulterior desarrollo de los acontecimientos) como para que la opinión pública europea considere el regicidio una operación del duce italiano Benito Mussolini.5

En 1936, la casa real serbia decidió incentivar el desarrollo del puerto de Ploče, en la desembocadura del gran río Neretva en el Adriático. El continente es en estas costas escabroso, y el puerto de Ploče se consideraba la puerta de salida marítima natural de la economía de Bosnia y Herzegovina, una región desarrollada por siglos de espaldas a Europa: fue parte del Imperio otomano hasta 1878, cuando fue ocupada por el Imperio austrohúngaro en un gambito político reprobable, y en 1936, como parte del Reino de Yugoslavia, su estatus no correspondía al de una nación en sentido moderno ni a un país en sentido contemporáneo.

El puerto de Ploče continúa siendo la salida natural marítima de Bosnia, pero no está en territorio bosnio, sino en Croacia. El único territorio marítimo de Bosnia (habitado de modo mayoritario por croatas) es Neum, una ciudad poco agraciada y no apta para ser puerto, y las mentadas islas. El 12 de setiembre de 1998, el Departamento de Estado de los Estados Unidos recibió con beneplácito el anuncio del Acuerdo de Ploče/ Neum, que aseguraba dos cosas: el acceso de Bosnia al mar y la ficción de costa sin obstáculos para Croacia: “El corredor de Neum es una pequeña porción de Bosnia-Herzegovina que separa físicamente dos partes de Croacia. Sin un acceso pleno y sin obstáculos a través de este corredor, la histórica ciudad de Dubrovnik, actualmente una de las principales zonas turísticas de Croacia, habría quedado aislada del resto del país”.6

El acuerdo en cuestión fue firmado, pero no ratificado: incluso el lector menos avezado en las complejidades sociopolíticas e históricas de Yugoslavia notará las espinosas implicancias del término “corredor”. En 2023, los nueve kilómetros del mismo (mar rocoso de un lado de la carretera, pared rocosa del otro) y el pueblo de Neum conforman un extraño y un tanto desesperante rincón del mundo, atravesado cada año por cientos de miles de turistas que casi no se detienen en él. Sí lo hacen los autobuses regionales, y los viajantes irán al baño y comprarán cigarrillos, más baratos en Bosnia.

Si bien Bosnia y Herzegovina conservó dos islas adriáticas bajo su control, la desintegración de Yugoslavia significó para Serbia abandonar cierta idea de participación en el rico patrimonio isleño de Dalmacia y Montenegro. El horizonte de Yugoslavia, incluso el político, empero, es marítimo y está poblado de islas. Incontables imágenes contemporáneas en teléfonos y nubes de millones de personas dan cuenta de ello. Numerosas alegorías, voluntarias o recalcitrantes, pueblan de horizonte marítimo con islas el cine yugoslavo y el de los países ex yugoslavos. Entre las recientes, una de mis favoritas es Gotas de lluvia, fronteras (Granice, kiše, 2o18), de Nikola Mijović y Vlastimir Sudar.7 Jagoda es una chica de ciudad que lee filosofía contemporánea y va un verano a visitar a ciertos familiares en el campo, en una zona montañosa y adriática, entre Bosnia, Croacia y Montenegro (“entre” significa los tres, pero uno solo posible al mismo tiempo, pero los tres a la vez en un tiempo aún vivo en la memoria). Su presencia desata una serie de eventos que transforman la vida de todos los que se cruzan con ella. Es posible que nadie logre lo que quiere (aunque Jagoda y las mujeres en general parecen estar mejor equipadas para no morir en el intento), pero hay final con mar. Ese mar no es cualquier otro, sino el nuestro, compartido como en una duermevela fuera de la historia. Las ruinas nos recuerdan que el pasado es reciente y atávico. Una isla desierta aparece. En un ensayo de los años 1950, Gilles Deleuze pensó que “la idea de un segundo origen da a la isla desierta todo su sentido, la supervivencia de un lugar sagrado en un mundo que tarda en volver a empezar”.8

De Izola a Zadar

Desde hace años vivo en Izola, que en italiano se llama Isola d’Istria, una pequeña ciudad eslovena situada en la costa del golfo de Trieste. Izola, claro está, es un nombre de origen italiano. En esloveno y croata, isla se dice otok (ótoc), aunque hay una palabra sinónima arcaica, ostrov, compartida por el ruso, el búlgaro, el checo y el eslovaco, mientras que una palabra muy similar, острво/ostrvo, nombra “isla” en Serbia, Montenegro y Bosnia. La palabra se origina en el concepto de aquello en torno a lo cual fluye (el agua). Izola fue una isla hasta comienzos del siglo XIX, cuando las antiguas murallas vénetas de la ciudad se usaron para comenzar a unirla con el continente. Hoy mismo, el viajero poco avezado no se enteraría de ello: el cementerio de Izola fue trasplantado de la ciudad vieja a una zona ganada al mar. La cercana ciudad de Koper/Capodistria, el principal puerto esloveno, también era una isla (de hecho, dos).

Cartel conmemorativo de la liberación de Sarajevo, ocurrida el 6 de abril de 1946.

El paso del ángel es escalofriante, en especial cuando se olvida que los monumentos sangran y la tierra chilla: en su crítica a Tomás Moro, Hans Blumenberg escribió que “la isla de los utopistas no es una estructura natural, sino que surgió de una separación artificial del continente. El aislamiento de las realidades comunes de la vida política contemporánea solo parecía posible a un coste que debió de apestar a arrogancia para el lector humanísticamente educado. Los griegos, como demuestra repetidamente Burckhardt, consideraban ‘siempre sacrílegas las grandes empresas mediante las cuales se alteraba la forma de paisajes enteros’”.9

Suelo encontrarme en Izola con mi amigo Davide, un tipo particular de experto en islas. Munido de proyectos europeos, Davide viaja por islas de todo el mundo en las que organiza encuentros y talleres con artistas, trabajadores culturales y científicos que producen estudios, protocolos, actividades públicas, simposios y muestras en torno a las problemáticas específicas de lo isleño. De Davide aprendí, por ejemplo, que uno de los principales problemas globales de las islas es el agua: el agua potable, que no en raras ocasiones suele importarse del continente. También que el futuro de Izola se presenta oficialmente como un proyecto que incluye la creación de una isla artificial en frente a la ex isla, cuya función será el hospedaje y el entretenimiento del turista.

Es octubre de 2023, y Davide y yo viajamos en auto de Izola, Eslovenia, a Zadar, Croacia, atravesando oscuros rincones de Istria (porque no hemos querido pagar la vinjeta, el permiso de paso por las autopistas). En el extremo este del norte de Istria es posible bajar hacia Opatija, una rarísima ciudad costera que fue balneario imperial (austrohúngaro), pero continuamos, y rodeamos Rjeka, la ciudad que tiene nombre de río y que se llama así en italiano también (Fiume) y que el permanentemente erecto Gabriele D’Annunzio conquistó brevemente en uno de los capítulos más hilarantes (y profundamente tristes) del hilarante y tristísimo fascismo italiano.

Una vez en Zadar (hemos viajado casi seis horas), dejamos el coche en un estacionamiento al aire libre que nos recuerda a ambos a algún lugar de provincias en el sur de Argentina, y nos dirigimos a pie a la ciudad vieja, donde tomaremos uno de esos ferrys croatas tan ambicionados por los turistas, que comunican el continente con las islas en derredor. Fuera de temporada, los catamaranes croatas generan una profunda melancolía. Hay una sección de fumadores, y borracheras constantes y penosas. Oscuridad en torno, y una televisión en cada sección en la que estúpidamente miramos, con cierto retraso casi imperceptible, lo que la cámara de seguridad mira, imágenes espectrales en resolución baja y blanco y negro. Pienso en que alguien se lanzará al mar y lo veremos hacerlo. Aquí se habla un idioma que reconozco, un pastiche de palabras croatas, eslovenas, serbocroatas y venecianas.

Zadar es una ciudad noble y preciosa, donde Minuccio Minucci ofició de arzobispo a partir de 1596, el año en que “escribió a su amigo Coriolan Garzadoro que nunca había visto tanta miseria en toda su vida. Algunos de sus conciudadanos se vieron obligados a vender un hijo a los turcos para mantener con vida a otros niños. Bajo la presión de esta dura realidad, Venecia tuvo que liberalizar su mercantilismo estatal y permitir a los mercaderes dálmatas exportar sus productos locales directamente a las ciudades italianas sin tener que navegar primero hasta Venecia”.10 El ángel de la historia tiene un pie en Venecia. El arzobispo Minucci pensaba que la diseminación del islam era ayudada por la simplicidad teológica y la noción de igualdad social, que atraía a los campesinos. Los musulmanes bajaban a Zadar y debían dejar sus armas a la puerta, pero luego compartían la vida urbana con los cristianos. En 1598, el sínodo de Zadar se decidió a regular la comida, las actividades y los lugares permitidos a los infieles. En esa época, venderles armas a los musulmanes de los Balcanes llevaba pena de excomunión solo apelable de forma directa con el papa.

Hay muchas islas en torno a Zadar, una de ellas se llama Iž, y a ella vamos. Iž es una isla pequeña y retobada, sin estación de policía y tradición hippie y partisana. Allí, Davide y Silvestar organizan un curso de entrenamiento en educación artística en contextos no formales en el marco del programa Erasmus+ de la Unión Europea. En noviembre, decenas de jóvenes de todos los rincones de Europa llegarán a la isla (aún es posible bañarse en el mar) para participar en diversos talleres. Una semana después, ahora sin Davide, que vuelve a Bologna en auto, tomamos un autobús en Zadar que nos llevará, por la costa, hasta Rjeka.

Las islas de Tito

Durante ese viaje algo delirante en los márgenes de la Europa imaginaria que se vende a los turistas y que no existe en casi ningún lugar se nos acercan las dos islas más significativas de la historia yugoslava. La primera es Goli Otok (isla desnuda), la segunda es Brioni, que en realidad es un archipiélago de 14 islas. Goli Otok está en el noroeste de Dalmacia, Brioni en la costa suroeste de Istria. Hay numerosos documentales sobre Goli Otok, ya que fue una isla-prisión federal por unos pocos pero intensos (en términos de políticas represivas nunca emuladas) años, y algunos hablan de ella como de un gulag yugoslavo, lo cual es bastante exagerado, al menos en escala, tipos de castigos y condiciones climáticas. De esas películas, algunas son malintencionadas y mentirosas, otras son bienintencionadas y tontas, algunas son interesantes y unas pocas son legibles, porque lidian con la memoria y su sujeción al paisaje y no decaen en política de tipo alegórica.11 Es que Goli Otok es estéril de un modo desesperado, y representa uno de los polos ideológicos del pasado reciente, que imanta palabras como dictadura y totalitarismo y es tema de libros de diversa índole, ya que de hecho unos cuantos escritores pasaron por esa prisión (y volvieron).

"La gestión social, fuerza del socialismo". Eslogan que refleja el enfoque político yugoslavo en los años de Tito.

Las fértiles islas de Brioni y su imaginario zoológico y chic con vetas de realismo socialista representan el otro polo ideológico del pasado yugoslavo, igualmente dado a la exacerbación, el absurdo y la bobez. En 1956 se llevó a cabo en Brioni una reunión de líderes del MPNA que allí firmaron la Declaración de Brioni, considerado el documento fundacional de las políticas de no alineación. Después de la independencia de Yugoslavia, las islas se convirtieron en un complejo hotelero con un centro de conferencias y un Safari Park, una reserva de animales exóticos, algunos de los cuales fueron regalos para Tito de fantasiosos y epicúreos líderes políticos y estrellas culturales de todo el mundo. En 2010, el elefante que Indira Gandhi le regaló a Tito en 1979 murió. En una entrevista a la prensa, la portavoz del Parque Nacional de Brioni, Vesna Klunić, afirmó que su muerte no estaba relacionada con la enfermedad que mató al antílope omaní un tiempo antes. Agregó, además, que todos los trabajadores del parque nacional estaban en shock (los elefantes pueden vivir 70 años: este tenía poco más de 30): “Simplemente no podemos creer que ya no esté con nosotros”. Se llamaba Sony.

En Rjeka esperamos otro autobús a Trieste, rodeados de una gran familia de refugiados a quienes alguien ayuda a llegar al andén correcto. Las mujeres visten hijab pero los niños comen carne de cerdo. Hablan un idioma que no reconozco, pero también ruso, y presumo que vienen de alguna región caucásica. En la frontera entre Croacia y Eslovenia, que no debería estar controlada, pero que lo está “temporalmente” después del ataque terrorista en Bruselas, la policía los detiene con brutalidad, los bajan a gritos del ómnibus y los meten en una camioneta que los lleva al infierno. El más pequeño de los niños no tiene un año. ¿Quién hace tanta bulla y ni deja testar las islas que van quedando?


  1. En 1768, cuando se describió el olm, y en 1832, cuando se describió el escarabajo de cueva ciego. 

  2. David A Dyker e Ivan Vejvoda (edit.), Yugoslavia and after: A Study in Fragmentation, Despair and Rebirth, Routledge, 1996. 

  3. Kardelj (1910-1979) fue el autor de las exacerbadas sucesivas constituciones yugoslavas, una de las cuales fue la más voluminosa del mundo. 

  4. NdR: Lugar ficticio del legendarium del escritor JRR Tolkien, que aparece en sus novelas El hobbit (1937) y El Señor de los Anillos (1954). 

  5. La mejor introducción a esta historia sigue siendo Cordero negro, halcón gris: Un viaje a través de Yugoslavia, de Rebecca West (1941). 

  6. https://1997-2001.state.gov/briefings/statements/1998/ps980912.html 

  7. Ver “El país que persiste en las películas. Una introducción conversada al cine yugoslavo”. Entrevista de Guido Herzovich a Francisco Tomsich. Buenos Aires, Eslavia, 4 (2019). 

  8. “Causas y razones de las islas desiertas”, en La isla desierta y otros textos, traducción de Francisco Tomsich, Pre-textos, 2005. 

  9. Hans Blumenberg, El concepto de realidad y la teoría del estado (1968/9). 

  10. The Routledge Handbook of Balkan and Southeast European History, Routledge, 2020. 

  11. El más conocido de ellos es Naked Island, de Tiha Kudac. 

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