2 de noviembre de 2004: Mi madre perdió la cartera. Pasó por el costado y no la vio. Después pasó de vuelta por el costado y la agarró. Fui a la Plaza del Entrevero y después a Mc Donal. Yo voy a comer una cajita feliz. Mamá me regaló gomitas de comer. Primero fui a la plaza a jugar en las amahacas y después a McDonalds. Fui al pelotero y mamá nos compró un helado, volvimos a la plaza, me tomé el helado y me hamaqué otra vez. Nuestro nuevo presidente es Tabare Vazquez.
3 de noviembre de 2004: Llovió mucho, almorcé fideos y voy a cenar panchos con puré de papa. Fui a visitar un relojero con segundo año, aprendí mucho sobre los relojes, le pregunté si vendia muchos relojes y me dijo que muy pocos. Facundo se compró 11 chupetines. No e echo los deberes de inglés.
29 de diciembre de 2004: Amo a S.
29 de noviembre de 2005: Estoy enamorada de S.
3 de marzo de 2006: Ya no me gusta S. Ahora estoy enamorada de F. Sofía y F por siempre.
Registros textuales de mi primer diario íntimo. Me lo regaló mi abuela materna, Rina, cuando yo tenía 7 años. Desde entonces llevo diarios, el único registro de escritura que he sostenido con constancia a lo largo de mi vida. Mucho antes de dedicarme al periodismo y la escritura, muchísimo antes de enterarme de que un diario personal se puede transformar en un diario literario.
Hacia una definición
Al ser el diario un registro tan indómito, es difícil acotarlo, pero ciertos aspectos generan acuerdo en la academia: está sujeto a la cláusula del calendario ―expresión acuñada por Maurice Blanchot―, es una forma abierta ―al decir de Béatrice Didier―, hay una identidad compartida entre autoría, narración y personaje; se escribe desde el presente, su carácter es fragmentario, está redactado en primera persona, tiene carácter de secreto.
En un diario entra todo. Es un totum revolutum ―todo revuelto―, al decir del investigador Álvaro Luque Amo,1 que debe respetar la estructura de las fechas. Para Didier2 esto significa que “está sujeto a dos fuerzas contradictorias”: el “encarcelamiento, que sin duda permite el perfeccionamiento del discurso, pero se arriesga a volverse terriblemente monódico, asfixiante”, y, por otra parte, “todo puede convertirse en un diario. El diarista puede integrar en su texto las facturas de la lavandería, recortes de periódico, fragmentos, borradores de texto en gestación. [...] Debe ignorar esas dos coacciones que existen para todo escritor: el editor y el público”.
La escritora española Carmen Martín Gaite es un ejemplo magnífico de la apertura de los diarios. Ella tomó ese concepto y lo llevó a la práctica con su propia definición: cuadernos de todo. Allí no sólo escribía fragmentos de sus novelas, sino que registraba hechos cotidianos, sentimientos, pensamientos, hacía dibujos y collages, exploraba su mundo interior y lo que la rodeaba.
El nombre con el que la artista se refería a sus diarios fue una especie de casualidad: su hija, a los 5 años y medio, le regaló un cuaderno y, como narra ella en el prólogo de su ensayo El cuento de nunca acabar: “En la primera hoja había escrito mi nombre a lápiz con sus minúsculas desiguales de entonces y debajo estas tres palabras: ‘Cuaderno de todo’”. Leer eso cambió su perspectiva. Dejó de tener múltiples cuadernos con objetivos específicos y se volcó de lleno a la mezcla, a meter lo que fuera en esas páginas.
Los diarios se han investigado poco, por eso algunas determinaciones formales siguen sin definirse. Luque Amo asegura que el diario se suele considerar un subgénero de la autobiografía, “pero es un punto que apenas se ha debatido”.
No hay dudas de que los diarios se inscriben dentro de los géneros autobiográficos, pero las diferencias que tienen con las autobiografías, recogidas por Luque Amo, permiten cuestionar su carácter de subgénero: la fragmentación, la escritura desde el presente, la cotidianidad de las entradas diarísticas y la atención a lo inmediato, contrarias a la tendencia a unificar el discurso, la construcción identitaria desde el recuerdo y la importancia del pasado de las autobiografías.
Además, a diferencia de la autobiografía, puntualiza el investigador, “el diario está dirigido al propio autor”. Este es un punto importantísimo de la escritura diarística: ¿para quién se escribe un diario que se publica?
Historia y transformación
Los diarios, en sus orígenes, eran esencialmente registros históricos, apuntes de situaciones externas a quien escribía. Los estudios occidentales sobre el género concuerdan en que el diario personal comenzó a escribirse en el siglo XVII y se enraizó en la literatura a lo largo del siglo XIX; señalan el de Henri-Fréderic Amiel como el diario por antonomasia, el que sirvió de puntapié para una tradición que se fue transformando hasta el presente.
Sin embargo, las cortesanas japonesas del siglo X ya escribían diarios, como rescata la investigadora estadounidense Tristine Rainer en su libro The New Diary:3 “Estas damas de la corte real desarrollaron el diario hasta convertirlo en una forma de expresión personal que exploraba fantasías subjetivas y ficción, no sólo realidades externas”. Murasaki Shikibu, Dama Sarashina e Izumi Shikibu fueron pioneras del diario personal, pero la historia occidental las borró de los estudios del género.
Rainer recupera también las raíces “misteriosas y mágicas” de los diarios en la Europa medieval: “Eran escritos por ‘brujas’ que buscaban preservar la sabiduría pagana, lo que probablemente explica el tabú, el silencio y el secretismo asociados con los diarios en la tradición occidental. Si el diario de una bruja era descubierto, no sólo lo quemarían, su dueña podría ser quemada también”.
Es notable la ausencia de referencias a diaristas mujeres en la bibliografía occidental, a pesar de que fueron ellas quienes comenzaron a escribirlos y que los diarios personales modernos, esos que vienen con candaditos de lata y dibujos en la tapa, se publicitan exclusivamente para niñas, probablemente porque en el pensamiento social dominante sólo nosotras podemos ―incluso debemos― explorar y desarrollar nuestro mundo interior, nuestros sentimientos, nuestra sensibilidad.
En la segunda mitad del siglo XX se popularizaron los diarios de escritores y escritoras, publicaciones íntimas, en su mayoría póstumas, que despertaban interés como material biográfico y atizaban el voyerismo.
Fernando Pessoa, escritor portugués, tuvo diarios durante toda su vida. Algunos los clasificó como tal, a otros los llamó notas personales, notas biográficas o apuntes bibliográficos. Hay pasajes de indudable calidad narrativa y poética en esa obra, claras señales de introspección y confesión ―elementos fundamentales de un diario íntimo o personal―: “Habitaré eternamente el desierto muerto de mí mismo, error abstracto de la creación que me dejó atrás. Arderá en mí, eterna, inútilmente, el ansia estéril del regreso al ser”. Hay, también, anotaciones que funcionan meramente como registro:
18 de marzo: En Pedrouços. Domingo. Salí a caminar con la tía María, un largo paseo. No hice nada más. Me quedé también a dormir.
25 de marzo: Me quedé en casa. [...] No hice nada de nada.
26 de marzo: Clases: francés y filología. No pasó nada especial. [...] No hice nada de nada.
27 de marzo: Clases: geografía e inglés. Un día monótono como casi todos. [...] No hice nada.
2 de abril: Cumpleaños de María. Día caliente, sofocante; no hice absolutamente nada.
Estas entradas se parecen, en el modo de escritura, a las de un diario de infancia. Pessoa era estudiante en esa época y registraba aspectos de su cotidianidad sin una intención literaria. Sin embargo, fueron publicadas: son interesantes porque las escribió él.
Con el paso de las décadas el diario mutó y conquistó, a contracorriente, autonomía. Despertó interés y comenzó a ser escrito y visto como texto, no sólo como discurso ―como lo catalogaba Barthes―. Ya no es solamente la trastienda de la escritura, es la escritura.
Ese cambio, que se empezó a dar en el siglo XX con el boom de la autobiografía, generó diversos debates, que perduran hasta la actualidad: ¿cuándo un diario personal es literario?, ¿es un diario si se escribe pensando en el afuera?, ¿pierde su esencia al publicarse?
Cabe señalar también que diario íntimo y diario personal suelen utilizarse de manera indistinta, aunque algunos investigadores prefieren la segunda expresión porque no todo lo que se escribe es íntimo. En este ensayo aparecen alternadas e incluso se utiliza simplemente la palabra diario.
De lo personal a lo literario
Uno de los conceptos erróneos más extendidos con respecto a los diarios es que la persona escribe lo que se le ocurre, sin prestarle atención a nada, y publica porque su ego le indica que su vida es lo suficientemente interesante. Que no se diseña una experiencia de lectura para quienes leen, que no puede haber valor literario en un diario.
Es posible aventurar que este prejuicio tiene que ver con que la tradición autobiográfica está asociada a figuras populares cuyas vidas le interesan a la gente y es eso lo que motiva las ventas. Es un error.
En el catálogo de diarios personales publicados hay obras brillantes y obras terribles, como en todos los géneros. La valoración depende de la subjetividad de quien lee, como con cualquier libro. La naturaleza del texto no le resta valor. Los diarios pueden ser literarios y pueden ser de calidad. En este ensayo hay varios argumentos que sostienen esta idea.
Rainer lo dice así: “El verdadero diario sigue siendo el original sin cambios, un trabajo en proceso que le pertenece a la persona creadora. Pero puede convertirse en una obra literaria cuando se cristaliza, se refina y se edita desde la perspectiva unificadora de un momento posterior, teniendo en cuenta las necesidades de información de un lector externo. Al editar se omite lo que no es importante, lo trivial o lo repetitivo, y se buscan temas subyacentes que recorren el conjunto. Conservas y pules las entradas que llevan tus temas, como el tema de una relación madura entre madre e hija o el tema del descubrimiento de una nueva vocación. Eliminas entradas que parecen no tener ninguna relación con ninguno de sus temas centrales. [...] Es posible que desees hacer que el punto de vista sea coherente. También tienes la responsabilidad ética de eliminar cualquier cosa que pueda ser potencialmente dañina, hiriente o escandalosa si habla de otras personas”.
El diario literario es, entonces, un texto editado. Como cualquier otro, sea cual sea el género.
Ahora, hay una paradoja evidente en un diario íntimo publicado. “El término íntimo aplicado a diario es sencillamente un adjetivo retórico, pues el diario pierde su naturaleza original una vez que se publica”, afirma Luque Amo.
¿Cómo influye en el proceso de escritura de un diario el horizonte de la publicación? Es decir, retomando la interrogante: ¿para quién se escribe? Como escritora de diarios me enfrento a esta pregunta constantemente. No quiero que mis textos pierdan sinceridad. Didier dice, como ya aparece citado en este ensayo, que la persona que escribe diarios “debe ignorar esas dos coacciones que existen para todo escritor: el editor y el público”. Ese es el gran desafío: escribir para una misma, incluso si en el fondo de la mente pica la idea de que una versión editada de esos textos llegue a ser leída alguna vez.
El diario siempre es personal, incluso si a posteriori cae en otras manos. Su poder radica en esa honestidad. Si no, es un diario ficcional. Y los hay. Existen trabajos de ficción en los que los personajes tienen cuadernos íntimos, pero la intención es otra y la actitud frente a la creación es diferente.
Es esencial, a la hora de leer un diario literario, recordar que la persona lo escribió primero para sí misma. Es un diálogo íntimo que se nos da el privilegio de observar. En las buenas obras de este tipo vemos cómo el yo va mutando, se hace preguntas, crece, duda, siente, piensa, percibe su entorno, se obsesiona con un tema, con un paisaje o con un color.
¿Qué hace que un diario pueda ser literario? Para Luque Amo es que no existe una exigencia de comprobación de que lo escrito es verídico. Es decir, la posibilidad de leerlo en clave de ficción: “El paso de la intimidad a la publicación, que en otros términos es el paso de lo privado a lo público, favorece indiscutiblemente la lectura literaria del diario. El diarista confecciona lo escrito para un lector y en la mayoría de casos corrige, reelabora, reescribe. El diario se lee entonces desde coordenadas ficcionales, puesto que el Yo emplea las mismas estrategias para autoconstruirse en un texto ficcional que en otro factual”.
Surge entonces otra de las grandes preguntas: ¿es un diario una obra de ficción?
Poiesis y mímesis
Desde 1970 se debate sobre cómo leer y clasificar la escritura autobiográfica. Estas posturas son aplicables a los diarios. Podemos diferenciar, a grandes rasgos, dos corrientes: la pragmática y la deconstruccionista.
Philippe Lejeune, un referente del pragmatismo, asegura que este tipo de escritura se caracteriza por el principio de identidad ―identificación autora-narradora-personaje― y el principio de veracidad ―referencialidad externa del texto―, justificada por el pacto autobiográfico: “Una autobiografía no es cuando alguien dice la verdad de su vida, sino cuando dice que la dice”. Mímesis.
En la vereda opuesta se encuentra el pensamiento de Paul de Man, deconstruccionista, que asegura que es imposible que el yo real se corresponda con el yo textual. Para él hay una “ilusión referencial”, una prosopopeya mediante la que el yo se construye en el texto, por ende, no existe diferencia entre ficción y autobiografía: “La modalidad diarística es un espacio ideado para la construcción de un sujeto y, por lo tanto, su desfiguración”. Poiesis.
La postura que recoge más personas adeptas es, sin embargo, la conciliadora. Luque Amo introduce la interpretación que hace Paul Ricoeur sobre la mímesis aristotélica: “No cabe mímesis más que donde hay un hacer”, es decir, no se debe entender la mímesis como mera imitación, sino como una construcción referencial del texto basada en la realidad: tiene una condición poiética. Concluye entonces el investigador español: “La escritura del diario oscila entre las dos [posturas hegemónicas] para conformarse como una forma ambivalente”.
Si aceptamos esta postura conciliadora, debemos asumir que el diario sostiene el pacto autobiográfico de Lejeune y, a su vez, es un espacio en el que el yo se transforma en la performatividad.
Entonces, retomando la postura de Luque Amo mencionada al final del inciso anterior, el diario no es una obra de ficción, pero puede leerse como tal en el sentido de que el yo se autoconstruye y se desarrolla. Una ficción entendida como formación, modelación, acepción vinculada con las raíces latinas del término: fictiō, fictiōnis, derivados de fingō, fingere ―formar, modelar―.
Un ejemplo claro de esto es el de los diarios de la escritora neozelandesa Katherine Mansfield. John Middleton Murry, su esposo y albacea, los publicó luego de su muerte, contrario a los deseos de ella. Durante décadas ―la primera edición es de 1927 y la “revisada y completa” es de 1954― se editó y reeditó ese texto, que construyó la imagen de una Mansfield sombría, enferma y angustiada. Eran sus diarios, se daba por hecho que ella era así.
Sin embargo, tras la muerte de Murry nuevas investigaciones literarias del material de la artista mostraron que él había recortado, editado y transformado a su gusto las entradas de los cuadernos, quitando lo que no le gustaba e insistiendo en ciertas aristas de la personalidad de su esposa para moldear esa imagen de ella que le permitía vender más ejemplares. En español, recién en 2022 se publicó una versión inédita y abarcativa de los diarios de Mansfield, titulada Sopa de ciruela y editada por Eterna Cadencia. Resulta que era una mujer que disfrutaba la naturaleza, que sentía el calor del sol y se colmaba de emociones positivas, que deseaba a otros hombres que no eran su esposo y escribía, además de letanías, recetas, listas de compras, poemas y bellezas.
La verdad del diario es subjetiva, se presenta como tal y así la asume quien lee. No exige comprobación. En eso también radica su carácter literario: lo escrito, dice Luque Amo, “habita ese espacio indeciso [...] en tanto no demanda examen de verificabilidad”.
La investigadora Anna Caballé prefiere hablar de sinceridad que de verdad. En una entrevista que le hizo Daniel Gascón expresó: “Plantear la verdad o la mentira de un texto autobiográfico es una cuestión imposible de resolver en todos sus extremos. Es más que probable que el autor de un texto autobiográfico tampoco pudiera ayudarnos en eso porque trabajó con su memoria y esta, como decía Sebald, es una acumulación de escombros que difícilmente pueden poner en pie el edificio de nuestra vida. Dicho esto, esta memoria precaria y de naturaleza fantasmática es todo lo que tenemos. Lo que asegura nuestra identidad. Entonces, no es la verdad sino la sinceridad lo que está en juego en la escritura autobiográfica”.
Para cerrar este apartado sobre la naturaleza del diario, una puntualización hecha por Luque Amo: el diario literario es contrario a la autoficción porque respeta el pacto autobiográfico.
El diario, práctica humana
Es importante finalizar este breve ensayo sobre los diarios hablando de su accesibilidad. La rebeldía de su naturaleza, que escapa a las definiciones, permite el juego y la exploración. Su escritura es una práctica liberadora.
Rainer, que en su libro motiva a la gente a escribir diarios, explica: “Todo vale. No puedes hacerlo mal. No hay errores. En cualquier momento puedes cambiar tu punto de vista, tu estilo, tu cuaderno, la lapicera, la dirección en la que escribes en las páginas, el idioma, los temas o el público al que escribes. Puedes escribir mal, sin gramática, ingresar fechas incorrectas, exagerar, maldecir, orar, alardear, escribir poéticamente, elocuentemente, con enojo y con amor”.
Personal, de registro, poético, ensayístico, con o sin intenciones de publicación: el diario puede serlo todo. En palabras de Laura Freixas,4 investigadora española, el diario “abre inmensas posibilidades: nos parece la [forma] más cercana a la realidad humana en todos sus registros, la más apta para abarcar, en un solo texto, el magma cotidiano y las epifanías que lo iluminan, la observación sociológica, la reflexión moral, la idea, la sensación, el sentimiento”.
La escritura diarística fomenta la creatividad, el autoconocimiento, la práctica del registro, la memoria, la creación de una identidad ―la identidad narrativa de Ricoeur―, el silencio, la introspección, la sensibilidad, el pensamiento.
Como dijo Anäis Nin, una de las diaristas más reconocidas de la historia: “Una vida interior cultivada y nutrida es un pozo de fortaleza [...]. La estructura interna que necesitamos para resistir catástrofes, errores e injusticias”.
Sofía Pinto Román es escritora, periodista y tallerista. Edita la sección Carnaval de la diaria.
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Luque Amo, Álvaro. El diario personal en la literatura teoría del diario literario. Castilla. Estudios de Literatura, 2016. ↩
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Didier, Beatrice. “El diario ¿forma abierta?”. Revista de Occidente n.º 182-183, 1996, págs. 39-47. ↩
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Rainer, Tristine. The New Diary: How to Use a Journal for Self-Guidance and Expanded Creativity. Putnam, 1978. ↩
-
Freixas, Laura. “Auge del diario ¿íntimo? en España”. Revista de Occidente n.º 182-183, 1996, págs. 5-14. ↩