Ingresá

Foto: Mara Quintero

Tirarse al mar

9 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Con dos Bartolomé Hidalgo, un Ópera Prima de los Premios Nacionales de Literatura y una mención en los galardones Juan Carlos Onetti, Tamara Silva Bernaschina pasó de la revelación literaria a la consagración en poco más de un año. Su libro de cuentos Desastres naturales va por la sexta edición y acaba de publicar Temporada de ballenas, su primera novela. Perfil de una escritora en formación que sostiene su capacidad de asombro.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Es más bajita de lo que parece. Tiene el pelo corto, una campera de nailon en la que resaltan detalles en violeta y verde y, en la cara, la inocencia de una infante. Llega tarde al encuentro porque se perdió entre las calles paralelas. Se alegra de sentarse afuera del café en el que nos encontramos. Adentro, dice, siempre hay más ruido. Intenta ignorar la caravana de personas caminando con banderas del Frente Amplio y los bocinazos de los autos, pero a veces se vuelve imposible. Hay viento, hace un poco de frío y se pide un cortado.

En breve, entre sorbo y sorbo, hablará sobre su vida en Minas y en Aiguá, su juventud, sus libros, los premios que ha ganado y cómo, si bien le gusta explorar otros espacios literarios, como la dramaturgia y la poesía, son lugares que prefiere llevar consigo y no tanto mostrarlos al mundo. Mientras tanto, en las vidrieras de las librerías resalta un libro azul con letras en blanco: su novela Temporada de ballenas está a la venta desde setiembre de este año. A la vez, su primer libro, Desastres naturales, sigue reeditándose (va por la sexta edición) y recibiendo premios.

La Tamara que escribe un mundo de gatos moribundos, con el mar corriéndole entre los dedos e inundando el espacio debajo de las teclas, es la misma Tamara que se paraliza y pone colorada cuando alguien le dice a la cara que leyó su libro. Sobre todo si es en la facultad. No es para menos. Con 24 años, Tamara Silva Bernaschina es la escritora más joven que ha obtenido el galardón de los Premios Bartolomé Hidalgo, además del premio Revelación.

—Empezó a estar cerca la idea del Bartolomé en Revelación cuando se agotó la primera edición de Desastres naturales, pero no esperaba ganar el premio en Narrativa. Fue una sorpresa, una alegría.

Tamara irrumpió en la literatura nacional con una juventud extrema, pero pareciera que su voz no es nueva. Para el lector uruguayo su prosa resulta familiar. Y es que la escritora recoge voces conocidas y las catapulta, convirtiéndolas en una voz nostálgica y propia.

Desastres naturales ganó el incentivo del concurso Felisberto Hernández, con lo que su autora pudo darle forma al proyecto, que finalmente se publicó el 14 de agosto de 2023. En sus 120 páginas, recopila 14 relatos en los que reinan el misterio, la tensión, las soledades y la muerte. Historias de primos que se caen a un lago. O la de un hombre que escucha un ruido y lo busca sólo para encontrarse a sí mismo. Los relatos mezclan, en un ambiente rural, las miradas de niños y adultos bajo los mismos hilos conductores: la pérdida, el dolor. Todo se da en la naturaleza, entre árboles y arroyos, entre tormentas y suicidios.

Los cuentos nacieron de un taller con el escritor Horacio Cavallo. En un intercambio por mail, él le mandaba consignas con las que Tamara trabajaba textos breves. Algunos se transformaron en relatos, otros no. Hubo, como siempre, una selección. Hasta el último momento, Tamara cambió, sacó y agregó distintos relatos. Este trabajo se dio entre 2020, inicio de la pandemia, y 2023, cuando finalmente se publica el cuentario que acaba de recibir el Ópera Prima en Narrativa de los Premios Nacionales de Literatura.

Cuando empezaron a pensar en una posible publicación de Desastres naturales, la pregunta recurrente de Tamara era: ¿quién va a querer publicar a alguien que no viene de una familia de escritores? Para ella, quizás como para la mayoría de la juventud uruguaya que escribe y sueña con publicar, las trabas de la edad y las trayectorias lo hacían difícil.

Entonces apareció el incentivo del concurso Felisberto Hernández. Para presentarse necesitaba tener una editorial que, en caso de ganar, quisiera publicar su texto. Ella trabaja como maquetadora en HUM y el editor Martín Fernández le dio para adelante.

En la contratapa del libro, Horacio Cavallo escribe: “Por su precisión línea a línea, el manejo de imágenes perdurables y la capacidad de seducir al lector con la intensidad de sus climas, Desastres naturales es un gran cuentario”. Además, elogió la voz “temprana” de Tamara y dijo que con voces así “el futuro de la literatura uruguaya está en buenas manos”.

***

Nació en Minas, Lavalleja, en el año 2000, y vivió en un barrio alejado del centro. Iba a la escuela, a inglés y a un instituto de música. En verano disfrutaba ir a la piscina municipal a pasar los días calurosos. Cuando tenía 15 años, su madre decidió mudarse con su pareja al campo. En Minas estaban sus abuelos, que la cuidaban a ella y a su hermana mientras su madre trabajaba. El vínculo con sus abuelos paternos parece inquebrantable y quizás fue de las cosas que más le dolieron cuando empacaron lo que tenían para irse a Aiguá.

Foto: Mara Quintero

Pasó de contar con un grupito de amistades a tener que intentar hacer una vida liceal nueva, entre adolescentes que se conocían desde la escuela. De tener que tomarse un ómnibus para ir al liceo a esperar que alguien pudiese acercarla al centro del pueblo y esperar, esperar y esperar al lado del escritorio de su madre en la escuela a que se hiciera la hora de entrar a la clase de inglés.

Al estar separada de sus abuelos, empezaron las llamadas diarias. Para viajar de Minas a Aiguá hay sólo dos o tres ómnibus al día. Algunos fines de semana viajaba a la casa de sus abuelos y se quedaba a dormir allí.

Se retenía a sí misma en su habitación leyendo. Escribiendo a veces. Su madre todavía tiene guardados cuentos que escribió de chica, historias que creaba para relatarle a su hermana menor, Romina. Sin embargo, su relación con la naturaleza fue cambiando a lo largo del tiempo.

—Yo odiaba el campo, no me gustaba salir, no me gustaba que hubiese barro todo el tiempo —dice—. Cuando nos mudamos, todavía no estaba terminado el cuarto en el que íbamos a vivir, entonces dormíamos en un cuarto en el que también estaban las bolsas de ración para las gallinas. Después me empezó a gustar y me empecé a amigar con ese paisaje, con los animales; yo estaba feliz porque estaba lleno de animales, pero a la vez odiaba el espacio.

—¿Y ahora?

—Ahora me encanta. Voy y lo re disfruto. Creo que empecé a disfrutarlo cuando me vine para Montevideo. Quizás es porque vuelvo menos, porque además los pasajes salen muy caros y hay poca frecuencia de ómnibus; me pasa que voy una vez cada mes y medio y cuando voy lo re disfruto, estoy con mis perros, salgo afuera, que me costaba antes.

***

—Dicen que hay que oír. Con permiso. Tú has de saber que estás acá para eso, permiso. Porque hay una fila de gente que vino a oír. Y a ver.

Wilson inclina su cabeza, su mejilla quemada por el sol y por la sal, su piel de pescador se apoya, se acomoda sobre el pecho de Pocha y ahí espera.

—¿Oye?

—Oigo.

—¿Qué oye?

—Latidos.

Pasaje de Temporada de ballenas

***

En YouTube hay dos videos: uno de 16 segundos y otro de casi tres minutos. En esos videos se escucha el canto de la ballena más solitaria del mundo, una ballena cuyo llamado no tiene sentido musical alguno, o quizás, a diferencia del resto, sea una ballena afónica por naturaleza. Su llamado es a 52 hercios, mientras que la mayoría de las ballenas barbadas —el mundo científico cree que debe ser una de ellas sí o sí— cantan a frecuencias que varían entre los 15 y los 20 hercios.

Foto: Mara Quintero

A pesar de no ser este el argumento principal y que, en realidad, parezca no tener argumento, la novela tiene una cantidad adecuada de historias para que los lectores puedan decidir con cuál quedarse, cuál resaltar. Temporada de ballenas es un tablero de corcho en la pared. Está lleno de pines, de hilos, de fotografías, de ciudades, de asmas y de los mensajes climáticos de una abuela, del experimento para poder oír a las ballenas como los vecinos oían los latidos de Pocha.

La escritura fragmentaria, rítmica y poética mezcla imágenes de realidad y ficción. Entre los recuerdos y el presente, la autora retrata a un personaje en búsqueda de un imposible: escuchar a esa ballena que canta distinto.

—Pasé mucho tiempo tratando de convencer a la editorial de que la difundiera como una “novela acuática” —dice y se ríe.

***

La vida de Tamara siempre estuvo atravesada por la literatura. Sus padres y sus dos abuelas son maestros, así que libros no le faltaron, y como la hora de la siesta era un martirio se volvió la hora de la lectura. Su madre le leía un capítulo de un libro por día. Cuando Tamara aprendió a leer, releyeron los mismos libros, pero esta vez fue ella quien les puso voz.

En Aiguá, su habitación se volvió un refugio. De la misma manera lo era la lectura. Ahora, en Montevideo, se refleja en las bibliotecas, en el libro La vegetariana, de Han Kang, en el apoyabrazos del sofá, en la pila de libros sobre la heladera, en su apuro por conseguir las obras completas de Anne Sexton, Mary Oliver y Emily Dickinson antes de que cerrara Book Depository, una web para comprar libros afuera. El último libro que disfrutó leer es Mandarino, de Ezequiel Pérez, “un éxodo como la canción de Eté y Los Problems”, comentó.

Y entre tantos libros resaltan unas cajas llenas de papeles. Esas cajas contienen los manuscritos de los y las participantes de dos concursos en los que actualmente es jurado: la cuarta edición del Concurso Nacional de Cuentos Maca Figari y el 30.o Premio Nacional de Narrativa de Banda Oriental. Además de los concursos, está esperando ansiosamente presentar sus libros en la Feria del Libro de Guadalajara. Dice que nunca creyó que llegaría a viajar con sus libros y a compartir mesa con más escritores latinoamericanos.

—El celular me arruina la atención —cuenta sobre su relación actual con la literatura—. Lo hablo con mis amigos y todos dicen: “Para leer hay que dejar el celular en silencio lejos”. Eso para mí es terrible; para leer o para cualquier otra actividad. Antes leía muchísimo más.

—Muchos buscan categorizar tus referentes; suelen mencionar, más que nada, a Horacio Quiroga.

—A mí me da pila de gracia cuando me hablan de Quiroga y de [Juan José] Morosoli porque no son referentes que tengan una presencia marcada. Me acuerdo de leer a Quiroga en el liceo y en alguna otra instancia, pero tampoco como enloquecida de Quiroga y de Morosoli, y creo que lo que da pie a esa referencia es el ambiente y lo que les pasa a los personajes. En ese momento (sé que no tiene nada que ver con Desastres naturales) estaba conociendo a Mariana Enríquez y estaba enloquecida, acababa de leer su segundo libro de cuentos. Estaba como redescubriendo a varias autoras argentinas, como Gabriela Cabezón Cámara, que me encanta, Samanta Schweblin. Y uruguayas también. Había estado leyendo a Rosario Lázaro Igoa. Eran nombres que estaban muy cerca.

No tiene un proceso particular de escritura. A veces puede sentarse y escribir; otras, abandona fragmentos empezados. Intenta confiar al máximo en el proceso, en cómo va latiendo el corazón de las palabras, en cómo se unen, cómo fluyen entre sí. Eso se refleja perfectamente en sus dos libros publicados: el proceso del cuentario fue muy distinto al de la novela. El cuentario surge de consignas; la novela son fragmentos experimentales, capítulos no tradicionales de distintas longitudes, en los que lo más difícil fue encontrarles el orden para que las historias tuvieran sentido y pudieran fluir.

Foto: Mara Quintero

En ambos libros se nota una tensión que no es buscada, aparece.

—Cuando me saqué ese peso de encima [no poder volver a escribir algo como Desastres naturales], pude empezar a trabajar con Temporada de ballenas desde otro lugar, amigarme con la idea de que no fuese una novela tradicional de capítulos extensos y con todas las cosas que pasan en la novela, que no tienen nada que ver con lo que pasa en los cuentos, a pesar de que creo que hay como un ambiente y una voz que se continúan en Temporada de ballenas. Creo que tuve que desprenderme un poco de eso. Empecé a trabajar así como de a puchitos; fue un trabajo más de mezcla y organización. El proceso de escritura fue rápido, pero en lo que demoré mucho tiempo fue en encontrarle un orden.

—¿Sentís que ser joven te ha ayudado en algo o es una presión?

—Sí. Esto lo hablé mucho en terapia. Pensando un poco en los fenómenos que están alrededor del libro, que escapan a mí, yo sé que las primeras notas que salieron sobre Desastres naturales tenían que ver con “joven autora minuana” u “ópera prima de joven autora minuana”. Mi nombre aparecía mucho más allá y Desastres naturales, más allá todavía. Había algo que interesaba. Después del Bartolomé, mucho más. Fue un momento de poner el foco en la juventud y a mí no me molestaba, porque siento que sería muy ingenuo pensar que Desastres naturales tiene seis ediciones porque algunas personas piensan que es un buen libro. Creo que pasaron muchas cosas alrededor que hicieron que ese libro funcionara de la manera que funcionó. Yo ya había empezado a trabajar en Temporada... Después de los Bartolomé y del reconocimiento que había tenido Desastres naturales, estaba preocupada porque decía: “No puedo volver a escribir Desastres naturales de nuevo”, y eso me pareció terrible. Después terminó siendo un consuelo. Ya no voy a volver a escribir eso, y eso también es una alegría.

Lucía Silveira Almeda (Bella Unión, 1999) es licenciada en Comunicación por la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República y estudiante de la Licenciatura en Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la misma casa de estudios.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesó este artículo?
Suscribite y recibí en tu email la newsletter de Lento, periodismo narrativo y ficción de la diaria.
Suscribite
¿Te interesó este artículo?
Recibí en tu email la newsletter de Lento, periodismo narrativo y ficción de la diaria.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura