Todo empezó en un cuarto de pibe en Ramos Mejía, Argentina. El imperio de Bizarrap se montó desde la segunda planta de su casa en un típico barrio de clase media de la zona oeste del conurbano bonaerense. Tenía 16 o 17 años y lo único que sabía era que quería ser DJ, como el estadounidense Skrillex o el dúo francés Daft Punk. De madrugada, cuando el silencio sepulcral de los chalecitos se interrumpía por una moto o un auto con escape libre que dejaba explosiones en la noche, se podía oír la obsesión de Gonzalo Conde con entender cómo se componía esa canción que le gustaba esa temporada, cómo podía hacer para remixearla, hacerla suya, manipularla con el FL Studio.1 Es ahí, en esa zona geográfica tan cercana de la Ciudad de Buenos Aires pero tan ajena, en la que según cantó Divididos en el disco Acariciando lo áspero (1991) es donde está el agite, que ocurrió la magia. La habitación de este chico, que luego sería reproducida en tantas pantallas o dispositivos como se pueden contar, está ubicada en una parte del conurbano con una tradición musical propia. Palabras como Ramos y Haedo tienen significación en el rock nacional argentino. Por ahí vaga el fantasma de Luca Prodan, seguro más cerca de Hurlingham, repitiendo palabras como cucurucho, tornado, Nesquik. “La gente ya fue / duerme junto a la tevé”, cantó otro ídolo, otra institución pero del heavy proletario, Ricardo Iorio, en “Desde el oeste”. Su banda Almafuerte la grabó el mismo año en que nació Gonzalo, ese pibe que sólo necesitó 17 años para pedirle a su profesora de música que se la enseñara en el piano porque a su viejo le gustaba. Ahora, diez años después, son nuevos pibes los que van con sus computadoras en la mochila a La Sala, la escuela de música en la que él estudió. Son los niños y los adolescentes de ahora los que rozan el piano y preguntan, entusiasmados: “¿Es acá donde hizo el remix de Duki?2 ¿Me enseñás?”.
En Ramos Mejía y Haedo él es una presencia constante, invisible porque no está, pero casi espectral porque lo que queda es el mito. Todos saben dónde está su casa, que en realidad es la de sus padres, la de la habitación con empapelado negro y blanco, pero nadie lo dice, lo cuidan, saben de su perfil bajo y responden con generalidades. “Sí, es de acá. Sí, por ahí”, levanta el brazo y lo mueve de sur a norte un vecino del barrio que se aleja escurridizo ante la pregunta. La precisión fue nula. En esos dos barrios, que están pegados y divididos por la línea de tren Sarmiento y una avenida Rivadavia llena de locales —donde en los años noventa estaban las disquerías de la zona oeste, en la que los fans compraban los CD, las entradas a los shows y las mochilas negras con el nombre de su banda de rock preferida en letras blancas—, no andan ni los perros callejeros. Un sábado de enero de 2024, a la hora de la siesta, todo está tranquilo. La única presencia que hace fotosíntesis con el sol parece ser el cemento. Nadie sabe que Bizarrap acaba de anunciar que va a tocar en Coachella y que esa noticia significa un salto enorme en su carrera. Nadie sabe de qué se trata ese festival que se hace cada año en California, Estados Unidos, donde se presentan los artistas más influyentes de la música global —escenario que eligió la banda estadounidense No Doubt para volver después de décadas de estar separada—. Nadie sabe que su nombre no está en letras chiquititas en el cartel, perdido entre un montón de otros artistas desconocidos; la distancia entre Lana del Rey, headliner de esa noche, y él es tan sólo de tres nombres.
Su casa está dentro del partido La Matanza, el distrito más importante de la provincia de Buenos Aires —porque ahí viven casi dos millones de personas, más habitantes que en la mayoría de las provincias argentinas, con un peso específico capaz de definir una elección presidencial—, donde hay casas de tipo chalet con pinta inglesa o italiana, aunque la mayoría son racionalistas, como las de los años setenta, con líneas regulares en su geometría, mucha reja y balcón mirando hacia la parada de ómnibus de la esquina. Más allá siempre hay un barrio popular, encerrado sobre sí mismo como un laberinto. Juliana Scellato camina por los salones de su escuela de música, que está sólo a 20 cuadras de la casa de Gonzalo, cruzando la autopista Acceso Oeste, y dice que él siempre supo lo que quería hacer: “Gonza vino acá porque quería entender cómo se componía, cómo se armaba una canción, para poder hacer un remix. Él era fan de Skrillex, pero yo soy profe de música, no soy DJ, así que le pedí que me trajera otros temas para analizarlos, aprender a tocarlos juntos, sacar la secuencia de acordes, la armonía, descubrir juntos cómo se compone. Después él trajo su compu y me enseñó a mí”.
En esos años de formación, mientras cursaba el liceo y como actividad extra iba a las clases de Scellato, fue encontrando las herramientas que necesitaba para hacer lo que tenía en mente. Él se volvía loco cuando le llevaba una canción de Eels o de Radiohead2 y ella sólo necesitaba escucharla una o dos veces para poder tocar en el piano lo que acababa de escuchar por primera vez. “¡¿Cómo hacés, Juli?!”, dice ella y lo imita en el tono jodón de él. Todo lo absorbía y tenía ansiedad por aprender. En esa época empezó a probar cosas en su casa, hizo remixes de las batallas de freestyle de El Quinto Escalón, unas batallas de rap improvisado que hacían en la Ciudad de Buenos Aires, en una plaza. Él grababa y después manipulaba, remixeaba, hacía efectos animados en los videos y subía sus producciones a un canal de YouTube que no existe más, “Combos locos”, como llamaba a ese formato. De ahí salió su nombre: hacía videos bizarros de rap. “Eso lo aprendió solo, yo no se lo enseñé. Es muy autodidacta porque es muy inteligente y absorbe muy rápido todo”, dice Scellato.
Hasta que en 2018 invitó a un rapero a su dormitorio y grabó la primera sesión de freestyle. Era sólo improvisación frente al micrófono sobre un beat que había creado Gonzalo. La estética se definió ahí, para siempre. Los anteojos grandes, la gorrita que ahora se vende por el mundo. No pasó mucho hasta que ese formato mutó a lo que es hoy, una canción grabada y compuesta con cierta antelación, las BZRP Music Sessions. Al principio eran casi improvisadas, compuestas un rato antes. A medida que fue ganando millones de visionados y que artistas muy importantes quisieron trabajar con él para llegar a las nuevas generaciones, la profesionalización lo llevó a estudios de grabación en Miami (Estados Unidos) y Madrid (España). Siguió recreando su habitación para los videoclips, siguió defendiendo la posibilidad de que un pibe común, desde su cuarto, pueda cumplir su sueño.
El productor estrella
¿Cómo fue que Gonzalo se transformó en Bizarrap? ¿Cómo fue que ese chico de Ramos se convirtió en el primer productor argentino en tener un sello mundial propio? No estamos hablando de la misma tarea que hicieron George Martin con los Beatles o Fabián Tweety González, legendario por producir El amor después del amor (1992), de Fito Páez, y Ahí vamos (2006), de Gustavo Cerati, que es la de acompañar a los artistas para lograr el mejor sonido posible de sus canciones. Lo que Bizarrap hizo fue convertirse en autor y recibir reconocimiento por eso. Porque los productores como él, esos hacedores de beats, de ritmos digitales, compositores de música electrónica, suelen trabajar para los artistas y en este caso es al revés: los artistas van a él. Su marca es tan reconocida como aquellos que cantan, que escriben la letra, que crean la melodía que después se puede tararear.
En 2022, el productor musical de rock nacional Tweety González me dijo en una nota publicada en Anfibia: “Él es compositor. El audio y los beats son tan importantes como la melodía y la letra en este tipo de canciones. Bizarrap es un pibe que estudió mucho, que estudió marketing y que conoce la industria de la música más que cualquier otro chico. Nada es casualidad, cada movimiento que hace está super pensado, y me parece muy inteligente”. Entusiasmado por su mirada del mercado y de su carrera, Tweety marcaba el diferencial que lo hace romper todas las cifras, despegarse de sus compañeros de escena, artistas de la música urbana argentina que comenzaron con él, como Duki, Nicki Nicole, Trueno o Khea, para despegar hacia otro nivel de audiencia.
Tal vez sea su formación autodidacta, su espíritu de búsqueda constante, sus años como label manager de esos mismos artistas para la discográfica multinacional Warner Music o sus estudios casi completos de la carrera de Marketing en la UADE (Universidad Argentina de la Empresa), o quizá simplemente sea su astucia y haber estado conectado en el momento adecuado. “Hubo un momento en que dudó, se quedaba dormido en la universidad por el tiempo que le llevaba la música y me decía que la iba a dejar. Yo le insistí que no, que siguiera aunque fuera como hobby, porque su capacidad es increíble. Me acuerdo de que a veces venía sin nada, anotaba los acordes en un papelito y a la clase siguiente ya se lo había aprendido”, cuenta su profesora de música.
El 10 de enero de 2023 no fue un día tranquilo para él, fue el día anterior a que ciertas cosas pasaran. Porque un golpe de suerte lo puede tener cualquiera, una buena racha algunos pocos, pero él sabía que su carrera necesitaba algo más. Las condiciones estaban dadas, pero la moneda estaba en el aire. Era cuestión de horas. Después de la medianoche se publicaría automáticamente en todas las plataformas digitales la “BZRP Music Sessions #53”. Esa noche, Gonzalo seguro recordó lo que ya había logrado: venía de ser furor en el verano europeo con la session de Quevedo,3 que lo llevó al primer puesto mundial en el ranking de lo más escuchado en la plataforma Spotify. Quería repetirlo, pero ¿podría? ¿Y qué vendría después? Porque en eso seguro que pensó durante esas horas previas. ¿Qué viene después de publicar una canción con Shakira, la primera artista con la que colaboraba que de verdad jugaba en la liga A internacional? ¿Qué más había para él si a los 25 años lograba esto? ¿Qué más se puede pedir? Los sueños son fantasías, pero la estrategia no es un juego. Había más. Lo que ocurrió después resulta abrumador, en números y en logros. Esa canción4 en la que la colombiana atiende a su expareja Gerard Piqué en una sesión de empoderamiento a cielo abierto lo llevó a conquistar cuatro récords Guinness, entre ellos que el tema superó los 63 millones de reproducciones en las primeras 24 horas desde su lanzamiento y que en la primera semana llegó a superar los 80 millones de reproducciones. Sí, volvió a encabezar la lista de lo más escuchado en Spotify en todo el mundo. Habría que inventar otra palabra para describir qué tan viral se volvió: memes, frases en remeras feministas, cortes para TikTok, reina indiscutida de la pista de baile. La “BZRP Music Sessions #53” los llevó a los Latin Grammy 2023, en los que ganaron el premio a mejor canción pop e hicieron una performance histórica. Bizarrap invitó a la murga Agarrate Catalina para reversionar el hit con Quevedo, ese que dice “Queeedate”, y luego, cuando todo se puso tanguero, entró Shakira al escenario. Su nombre salió de la escala argentina, de la latinoamericana, incluso de la de habla hispana. Su nombre pasó a ser mundial.
¿Y qué hay después de eso? ¿Con qué iba a seguir? Volvió a Buenos Aires y en abril hizo tres fechas en el Hipódromo de Palermo, algo que jamás había hecho. Fueron tres noches con 20.000 personas cada una, una estructura escénica de 360 grados, con más de 3.000 metros cuadrados de pantallas led que por momentos recreaban el empapelado de su habitación, luces para todos lados, fuegos artificiales y un montaje a la altura de las fiestas electrónicas más importantes del mundo, algo que ya había hecho en España, en México y que tal vez ahora redoble en Coachella, pero que no había logrado hacer en su país, no por no haber podido, sino porque desde su pieza salió al mundo, directo y sin escalas.
Desde esos shows en los que remixea sus propios temas, en los que hace de las voces de sus featurings un elemento maleable para elevar la temperatura de la noche y dejar que la gente coree como en una cancha, pasó a seguir grabando. Pero, de vuelta, ¿qué había después de Shakira? Se rumoreaba que el canadiense Justin Bieber, pero volvió a las raíces: eligió a un pibe de 16 años, un rapero en ascenso oriundo del conurbano bonaerense, como él, de la zona oeste también, y le produjo su primer EP,5 en dormir sin Madrid. Lo puso en la mira de la escena local. De ese modo, Milo J recibió el empujón más codiciado de la industria. Bizarrap empezó así su propia tradición musical, pero esta vez urbana. Entre los chicos que se bajan programas para producir como él y los traperos del barrio que esperan la oportunidad virtual de llamar su atención, esta escena se convirtió en el nuevo rock. Mientras tanto, él seguía girando en un exitoso tour por España y festejando algunas colaboraciones más, con Arcángel, Peso Pluma y Rauw Alejandro.
La facilidad y la determinación parecen en él dos caras de su misma moneda. En 2016, según relató su profesor de Lengua y Literatura del liceo a una nota del diario zonal de Clarín, tuvo que escribir un texto que respondiera un ejercicio de carácter imaginativo: ¿dónde te ves dentro de 20 años, en 2036? La respuesta sigue en la bandeja de entrada del profesor como prueba de su decisión: “Soy muy famoso como DJ y productor desde los 23 años, soy millonario e hice la canción más escuchada del mundo”, le escribió a Santiago López, de la escuela con especialidad artística del Colegio Centro Cultural Haedo. Todo eso ya lo cumplió.
Siempre atento a lo que pasa, siempre hábil para los momentos, Bizarrap escuchó el llamado. Si antes se convirtió en plataforma para hacer despegar a los demás mientras su propio nombre crecía por sobre todo, después de haber trabajado con artistas de la liga A internacional, haciendo el doble movimiento de atraerlos a nuevos públicos, más jóvenes, más indescifrables, e impulsándose él mismo a mercados mundiales, ahora que ya es el argentino más escuchado en el mundo volvió a convertirse en plataforma y grabó con la puertorriqueña Young Miko, que ya había pedido por él en un tema previo, para seguir alimentando su sueño: el del pibe que se muere por grabar (desde su habitación).
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Fruity Loops Studio, un editor de audio y secuenciador desarrollado por Image-Line Software que utilizan para la producción musical tanto amateurs como profesionales. ↩
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Respectivamente, banda de rock de Estados Unidos formada por el vocalista y compositor Mark Oliver Everett (Mr. E) y banda británica de rock alternativo. ↩
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Nombre artístico de Pedro Luis Domínguez Quevedo, intérprete y compositor español de reguetón, pop rap y trap latino. ↩
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Al inicio conocida sólo como “BZRP Music Sessions #53” y luego popularizada como “Pa tipos como tú”. ↩
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Extended play, miniálbum que en general dura 30 minutos y suele tener seis canciones. ↩