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Foto: Alessandro Maradei

Jugar con el tiempo

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Se mudó a Buenos Aires porque buscaba “crecer artísticamente”. Allí, por primera vez a solas, está empezando a grabar su tercer disco, que considera el más personal de los que ha hecho hasta ahora. Tras dejar atrás sus años de principiante, la rapera Eli Almic se siente con la confianza suficiente como para explorar el género que le permitió darse a conocer, en busca de técnicas y estilos que la representen.

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Entra al escenario y no se pone en una relación jerárquica [...], sino que conecta con el alma de la gente. Es una cosa maravillosa en el teatro y una cosa increíble cuando se trata de una multitud. Raquel Diana.

Que está en constante viaje o desplazamiento. Así define el Diccionario de la lengua española la palabra nómada. El adjetivo, que también sirve para describir la condición de un individuo, una tribu o un pueblo carente de un lugar estable para vivir, le calza a Elisa Fernández —más conocida como Eli Almic— como anillo al dedo. Sentada sobre el sillón de una casa ajena que abandonará en un par de días, introduce el término al hablar de su migración. En mayo hará un año desde que dejó Montevideo, la ciudad en la que nació, para instalarse en Buenos Aires. Sin embargo, la razón por la que el movimiento la caracteriza trasciende el territorio que habita.

Rapera y actriz, dicen varias de las presentaciones que han hecho los medios para retratarla. Antes que rapera, actriz, vale señalar. No sólo por el orden temporal en que cada título llegó a su vida, sino por las actividades a las que se dedicó en su niñez: llamar a personas desconocidas bajo la identidad de personajes recién inventados, imitar a Shakira, bailar frente a toda su familia, protagonizar las obras de teatro de su escuela, la antigua Experimental de Malvín. Aunque las tomaba con liviandad —al fin y al cabo, no eran más que juegos—, intuía que las desarrollaba con virtuosismo. “Me divertía, pero también había una cuota de cuando creés que sos buena en algo. Yo me sentía la mejor del mundo, poderosísima”, recuerda. Tras su experiencia en la escuela primaria, la incipiente artista retomó la interpretación en su adolescencia a través del programa Teatro en el Aula, de la Intendencia de Montevideo (IM). “Estuvo bueno porque estaba más grande, por salir del liceo, y me di cuenta de que me gustaba”. De todos modos, cuando resolvió inscribirse en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD), no imaginaba la actuación como su único destino. A la vez, se había anotado en la ex Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, que finalmente no cursó.

La EMAD “me encantó, aunque siento que me agarró un poco chica”, reflexiona. “Ahora entiendo que te agarra como te agarra, la hiciste como la hiciste, pero una parte de mí piensa que si la hubiera hecho con unos años más, la hubiera encarado con más madurez”. Al rememorar sus primeros años de juventud, Eli devela la autoexigencia que la moldea. Dice que siente que no brindó todo de sí en la formación, que en ciertos puntos fue “desbolada” y que si bien era buena porque lo que hacía le interesaba, apenas estaba probando. Más allá del juicio que construyó con el tiempo, la actriz y cantante identifica en su paso por la educación terciaria una forma de hacer que también marcó el inicio de su camino dentro de la música. Hoy sabe que ambas disciplinas la apasionan, pero lo ignoraba al comenzar. “No sé si es natural en los procesos artísticos. Capaz que hay gente que esperó tanto para hacer algo que cuando puede se mete en eso super de lleno. Yo fui llegando de a poco” y “entendí que mi camino seguramente sea más lento”, explica.

De hecho, además de hacerlo a su ritmo, al rap se acercó “desde un lugar bastante ajeno”. No la motivó ninguna devoción ni un anhelo previo. Lo único que buscaba era cantar y encontró en el género un espacio que le resultaba cómodo. Al pensar en los años que le llevó rapear en serio y no sólo en encuentros con conocidos, dice que pesó la ausencia de pares. “No tener amigas raperas hizo que el proceso fuera un poco más lento”, pero “cuando arranqué, los pibes y las pibas me re dieron para adelante”, cuenta. “Eso es algo que siempre destaco porque para una persona que recién está arrancando es superimportante. Le podés cambiar la vida”.

La escena uruguaya es chica. Lo afirma Eli al exponer una de las razones de su partida a Argentina, pero es una opinión compartida por varios más. Entre ellos, el comunicador Fernando Richieri, apodado Chili y conocido por su pódcast, El quinto elemento, en el que se ha dedicado durante años a registrar y analizar las diferentes aristas del hip hop nacional. Para él, por un lado, hay un fundamento proporcional: un país de pocos habitantes tiende a tener pocos representantes por género. Asimismo, las posibilidades de crecimiento se dificultan si entre esos pocos no se genera “comunidad”. No es que no la haya, aclara, pero faltan “lugares donde hablar, relacionarse y crear”.

Este “es un movimiento urbano” cuyo escenario principal es la calle, destaca Chili. Durante un breve repaso, el comunicador relata que surgió en la década del 70 en el Bronx, un municipio de Nueva York que, entre otras cosas, en aquel momento sufría una gran crisis económica y habitacional. “Los dueños de apartamentos no les podían cobrar el alquiler a sus inquilinos porque no pagaban, eran todos pobres, entonces aseguraban los edificios y los incendiaban”. Así, con decenas de manzanas de casas destruidas producto de un plan inmobiliario que terminó con barrios enteros, crecieron los jóvenes que le darían vida al género como una forma de expresarse y exponer lo injusto. Tal origen, que “es tan fuerte que seguirá marcando la cultura de por vida”, también se reivindica en los recovecos de Montevideo en los que el rap es valorado.

El hip hop “es más práctico que teórico”, sostiene el conductor de El quinto elemento. Por lo tanto, “hacerlo desde tu casa, sin ser parte de algo, es raro. Los pibes se van a preguntar quién te conoce, quién sos, dónde te vimos”. En ese sentido, Eli ingresó a la movida con el pie derecho. “Cuando la conocí me dio la impresión de que es alguien a quien le gusta ser protagonista”, pero desde el minuto uno demostró que quería compartir y pertenecer sin quedarse “mirando de lejos”. La primera noche en que Chili la vio estaban “los de siempre, todos afuera de [el bar] Amarcord, y a ella se le ocurrió participar en un freestyle, que es como meterse a presentar su cédula”. Lo hizo “con las herramientas que tenía”, pero “no se trata de lo que tiró, sino de lo que se animó a hacer”.

Freestylear es rapear de manera improvisada. La dinámica grupal suele ejecutarse en un formato conocido como cypher, una ronda en la que los participantes se turnan para intercambiar entre sí rimando. Aunque varía según el contexto, la gracia se encuentra en hacerlo con flow —fluidez—, tener skill —habilidad— y hacer buenos acotes. Para Chili, es probable que antes de animarse Eli haya estudiado el género. Dada su faceta teatral y que “le gusta el escenario”, es coherente pensar que, “estando en esto, buscara quedar en primera línea”.

Foto: Alessandro Maradei

Hilos

Ahora tiene 36 años, más de 16.000 oyentes mensuales en Spotify, dos EP —extended play, un álbum de corta duración—, Rara vez y Reflejo, y dos discos, Hace que exista y Días así, publicados en 2016 y 2020, respectivamente. Además, hay un tercero en camino. Es el primero que está gestando sola y quizás una de las mayores motivaciones para buscar inspiración en Buenos Aires.

“Para crecer artísticamente tenía que irme a un lugar que tuviera una movida más grande, con más habitantes y más posibilidades”, y la capital de Argentina “fue una muy buena opción porque está cerca”, cuenta. La poca distancia entre cada puerto principal del Río de la Plata le permite ir y venir en cuatro horas, y así, no tener que elegir entre trabajar en una u otra ciudad. “Mi idea es multiplicar y hacer un laburo paso a paso para crecer en público y darme a conocer todo lo que pueda”, subraya. Las ganas no son nuevas. El deseo de vivir fuera del país y de alcanzar distintas audiencias estuvo presente durante años, pero otros proyectos la mantuvieron ocupada en Uruguay. “Sobre todo, los del teatro”.

Partió en otoño. Tras el ajetreo de las primeras semanas, en la ciudad se instaló el frío y con él, la composición. “Me gusta el invierno como lugar creativo y este, que fue muy de encierro, resultó propicio para escribir canciones y grabarlas en mi casa”. Con una computadora, una tarjeta de memoria y un micrófono basta. Eli utiliza un programa en el que graba su voz sobre beats —pulsos musicales— creados por otras personas y así elabora un primer material, que más tarde le presenta a algún productor. “Encontré esta forma para calmar mis ansias y no querer resolver todo de una, que es algo que por momentos me enredaba un poco”, admite.

La ansiedad surge del deseo. No hay mandatos ni necesidades o solicitudes. Sólo una urgencia interior. “Mientras no tenga ganas de hacer un disco, no lo voy a hacer”, se dijo a sí misma durante un par de años, hasta que “de un momento a otro”, a principios de 2023, una ficha se movió. “No pasó nada en particular, pero cuando empecé a pensarlo, me di cuenta de que quería que tuviera un hilo conductor narrativo, que no fuera un rejunte de canciones”. Su propuesta apunta a traspasar la “liviandad” de los singles, para “aprovechar a contar una historia con más tiempos y más formas de decir las cosas”. En esa línea, menciona como inspirador al rapero estadounidense Kendrick Lamar, quien en sus álbumes se dedica a “desmenuzar temáticas”.

“Siento que va a ser el disco más personal que hice hasta ahora”, continúa, y no accede a revelar de qué tratará. En general, compone por las mañanas, cuando el oído está “medio limpio”, libre de intenciones y expectativas, dejándose llevar por la música que suena de fondo. Dada la profundidad que supone adentrarse en sí misma, esta vez el método de siempre ha ganado algo de peso. “Estoy editándome más, buscándole la vuelta para que, en lo posible, todas las formas de decir me contenten, así sean directas y sencillas”, revela. Y agrega: “Antes escribía las letras más de corrido, pero ahora no sé si me alcanza con eso”.

Eli suele trabajar en equipo. Es más, según lo expuesto por Chili, fue de las primeras raperas contemporáneas que implementaron tocar acompañadas por una banda en Uruguay. Por eso, llama la atención la soledad que caracteriza este momento de creación. Consultada al respecto, dice que es circunstancial. “No me lo propuse desde el vamos”, pero “me gusta haberme adueñado de las herramientas para ser más independiente creativamente”. Hasta ahora para grabarse necesitaba ir a lo de un productor, pero el programa que comenzó a utilizar lo transformó todo. “Es mucho más rápido y te permite producir las voces, porque vas eligiendo qué coros poner y cómo querés que suenen”. Aparte, “me adueño más de las elecciones, aprendo más a trabajar con mi voz”.

Conexiones

“Es un cíborg”, asevera la actriz, directora y dramaturga Raquel Diana al dialogar sobre Eli, a quien conoció en la obra Era como que bailaba, estrenada en La Gringa en 2019. El término, acuñado en 1960 por los científicos Manfred Clynes y Nathan Kline y recuperado en los ochenta por la filósofa Donna Haraway, describe a seres humanos cuya vida depende en parte de dispositivos electrónicos. Es utilizado por Raquel Diana en referencia a la relación de la artista con su celular. “Lo tiene como un elemento más de su cuerpo, como una prolongación de sí”, y gracias a eso “puede hacer 500 cosas a la vez, estar conectada con todo el mundo, aquí y ahora”.

Al principio, Raquel Diana convocó a la rapera para hacer la música del espectáculo, pues le habían llamado la atención “su coraje, su actitud, su modo de componer, su poética”. La pieza, unipersonal, rescataba a María, la esposa del soldado Woyzeck, protagonista de la obra homónima de Georg Büchner, para darle el espacio que nunca tuvo en la historia original, antes de que su marido la mate. Tras el éxito de la canción “Brujas”, que rápidamente se convirtió en un emblema del movimiento feminista, y el estreno de “Ayuda”, otra muestra de su postura antipatriarcal, que Eli se encargara de la musicalización era una decisión más que atinada. Sin embargo, la actriz seleccionada para el papel tuvo un problema familiar que la obligó a abandonarlo y la cantante terminó, también, ocupando su lugar.

“Fue un trabajo fantástico”, resume la directora al recordar los cuatro meses en los que juntas movían los muebles de su living hasta disponer del espacio necesario para ensayar. “Siempre había algo de lo que partir como motivación en cada escena: una imagen que traía alguna de las dos o algo que surgía del propio texto. Sobre eso, ella improvisaba y yo la guiaba, seleccionaba cosas”, relata. Según la dramaturga, el mundo de las improvisaciones “es fabuloso cuando la gente es creativa e interesante”, pero a la vez “tiene como parte más dura cortar, elegir y desechar”. Con Eli, por lo menos, no fue fácil. “Ella tenía toda la obra en la cabeza, todo el proceso, y le costaba mucho aceptar esos cortes, esas rupturas”. Por momentos, dice, se parecía a una sesión de jazz. “Cada quien estaba tocando algo que no se sabe bien qué es ni a dónde va a parar, pero al final suena y algo pasa”. De hecho, lo que pasó tuvo mucho que ver con la rapera. De lo que permaneció hasta el final, “la creación, el hilo del asunto, o la pincelada principal, fueron cosas que ella propuso y sostuvo”.

“Lo que yo le planteaba, si ella realmente lo aceptaba y lo pasaba por su sensibilidad, daba un resultado genial, pero más genial era cuando no lo aceptaba y lo cuestionaba”, desarrolla Raquel Diana. Esa manera de trabajar, que no es otra que su manera de vivir, dejaba en evidencia su capacidad de ponerse en el lugar de los demás. “Cómo ella crea lo que crea parte de una empatía, de una solidaridad con la gente” y de una actitud “cuestionadora” que no le teme a lo disidente. Retomando el vínculo de la rapera con la tecnología, sobre el que piensa que se erigen nuevos modos de habitar, con distintas velocidades, Raquel Diana manifiesta: “Esta conexión más rápida, sobre todo simultánea, para mí fue un gran aprendizaje. La vida se organiza de otro modo, y también las relaciones. Sin estratificación. Esta misma relación con el tiempo es su relación con los espectadores. Entra al escenario y no se pone en una relación jerárquica, que es como yo estoy educada, sino que conecta con el alma de la gente. Es una cosa maravillosa en el teatro y una cosa increíble cuando se trata de una multitud. ¿Cómo hace eso? Es una magia que tienen muchos músicos populares, pero para mí es algo sorprendente”.

Foto: Alessandro Maradei

Motores

Se observa, se juzga, se transforma. Ensaya y prueba. Canta y vuelve a empezar. Como cuando era niña, juega. Y en función de la adulta en la que se convirtió, explora. “Me gustaría en algún momento estudiar algo de producción o meterme de lleno con algún instrumento para complementar lo que ya hago”, comenta Eli al pasar. Incursionar en diferentes rubros no es un problema para la artista, por lo que la posibilidad resulta cercana. Además de actriz, antes de rapera fue moza, animadora en cumpleaños infantiles y hasta instructora de pilates. Esta última actividad fue la que más disfrutó porque le dejaba horas disponibles para dedicarse al arte. “Estuvo de más”, asegura. “Me re gusta el trato con la gente y hacer cosas con el cuerpo, pero en un momento empecé a sentir que lo estaba haciendo demasiado por la plata y que tenía que dejarlo. Ahí busqué alternativas y me fui a California durante dos años a cortar marihuana”, remata. Con el dinero que recaudó grabó un EP.

Ahora, a la lista de profesiones en su haber se ha sumado la de locutora publicitaria. “Es el laburo perfecto hasta que no logre vivir 100% del arte”, porque “me saca poco tiempo y lo puedo hacer desde cualquier lado”. Al ser independiente, Eli no siempre se graba en estudios, sino que también le es posible hacerlo sólo con su micrófono y su computadora. Gracias a eso, logra viajar sin perder trabajo, pero más que lo práctico y lo económico disfruta que no la reconozcan: “Me fascina porque nadie sabe quién soy y a mí me re divierte hacerlo y trabajar con la voz”. Otro aspecto que destaca es que puede vender lo que jamás vendería sin culpa. “Cuando empecé a rapear dije que publicidad no iba a hacer. Podría, pero por el perfil de las cosas que escribo me pareció que no tenía nada que ver y que no pintaba”.

Es difícil describir el perfil de las cosas que escribe. Lo más sencillo es decir que sus letras son combativas, pero reducirlas a eso sería injusto. En su último disco, Días así, hecho junto con el bajista de su banda, Migue Nieto, las canciones están marcadas por la expresión de su vulnerabilidad. Habla de ansiedad, de fantasmas que la persiguen a donde vaya, de una voz que le asegura que no sirve, sin perder su ya clásica crítica al sistema y su impronta feminista. Esos rasgos “van a estar toda mi vida, por mi forma de ser y las cosas que me interesan”, asegura. “Cuando arranqué a rapear no era una persona muy politizada. No tenía claro el sentido de ir a una marcha, de salir a la calle. Sí estaba en contra de un montón de cosas, pero no con tanta profundidad. Me parece que era propio del momento y que está bien así, pero me importa que eso haya cambiado y que con los años haya podido leer e informarme más”.

“Lo que me interesa como persona sí o sí va a estar en mi música. Es un motor para mí, aunque no significa que tenga que estar siempre. En ese sentido, no le doy bola a la gente”, responde tras ser consultada por la presión que puede sentir al ver lo que espera de ella su público. “Si fuera por eso, después de ‘Brujas’ hubiera hecho un disco re feminista. Pero ¿quién soy yo para ponerme esa mochila y creer que tengo que andar tomando temas de actualidad para que haya una canción que los refleje?”.

No le pesa pero lo reconoce: lo que hace dentro de un estudio o arriba de un escenario “divide aguas”. El ejemplo más reciente es su show en el festival Montevideo Late, organizado en diciembre de 2023 por la IM, que le costó semanas de críticas. La razón de la polémica fue una serie de imágenes proyectadas durante la canción “Sé que estás mintiendo”, que comienza preguntando: “¿Cuál será tu excusa para la próxima guerra?”. Videos de los ataques a la Franja de Gaza y del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, inscripciones con las cifras de palestinos muertos en los primeros dos meses desde el inicio del conflicto y mensajes que decían “matar niñes no es defensa propia” y “Palestina libre” desataron señalamientos de parlamentarios e integrantes de la comunidad judía en Uruguay. Sus detractores no sólo la acusaron de sembrar antisemitismo, también fueron contra la IM por convocarla luego de que, en 2019, al cantar la misma canción en el festival Montevideo Joven (MoJo), la artista proyectara grabaciones de Luis Lacalle Pou. “Es muy loco cómo posta debe de haber gente que piensa que me pagan o que me dicen lo que tengo que decir”, plantea al respecto, y concluye: “La primera vez, en el MoJo, me golpeó un poco, pero la verdad es que no me afecta, me da gracia”.

Con certeza, Eli subraya que no busca gustarle a todo el mundo sino a ella misma, y destaca que de eso se trata el período que atraviesa. “Consciente o inconscientemente necesito afirmarme más conmigo, como artista y como persona, y quiero aprovechar el desafío del disco para hacerlo. Sobre todo, porque tengo ganas. Quiero sentir que le estoy metiendo para ser una rapera que si mirara de afuera me gustaría más, me representaría más”.

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