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Foto: Controluce, AFP

Caos y sentido

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La mafia tiene rituales y cada organización delictiva tiene su propio sistema de símbolos, desde las formas de matar hasta la manera de sentarse en una reunión, pasando por iniciaciones y saludos. El escritor y periodista Roberto Saviano, experto en crimen organizado italiano, relata con detalle estas gramáticas que brindan pertenencia y se extienden, dicen, a tiempos ancestrales.

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La gente piensa que la mafia es, antes que nada, violencia, amenazas, asesinos a sueldo, extorsión y tráfico de drogas. Pero la mafia es, sobre todo, un lenguaje y una serie de símbolos. ¿Quién no se acuerda de la escena inicial de El padrino, cuando Vito Corleone le extiende una mano a Bonasera, el italiano que se acercó a pedirle “un favor”, y este se la besa reverencialmente para congraciarse con él?

Costumbres como esa no han pasado de moda. En junio de 2017 cayó bajo arresto Giuseppe la Cabra Giorgi, uno de los jefes de la 'Ndrangheta (la mafia calabresa) y uno de los delincuentes más peligrosos de Italia. Había estado escondido durante 23 años tras ser declarado culpable de tráfico internacional de drogas y sentenciado a 28 años y nueve meses de cárcel. Lo encontraron sobre la chimenea de su casa familiar, en un espacio secreto que se abría moviendo una piedra en el piso donde podía ocultarse en caso de allanamiento mientras pasaba sus días prófugo en la comodidad del hogar. Cuando el jefe abandonó el edificio escoltado por la policía, algunos vecinos del pueblo le rindieron pleitesía y uno de ellos no sólo le estrechó la mano, sino que además se la besó.

Aunque el beso en la mano suele ser una galantería para saludar a las damas, besarle los nudillos a un hombre resulta un gesto familiar para cualquiera que, como yo, se haya criado en el sur de Italia. Es una cortesía que adoptó la mafia, pero que tiene un origen muy distinto: se trata del beso que ungió las manos de Cristo, dadoras de milagros. La costumbre se hizo extensiva a papas, cardenales y sacerdotes, en cuyas manos se renovaba el milagro de la hostia, y desde ahí al soberano, que gobernaba por derecho divino. Es un gesto que no sólo transmite respeto, sino también sumisión hacia alguien cuya autoridad se reconoce y se acepta. Todo rey, virrey o general —y en épocas más recientes también algunos alcaldes y políticos locales— que haya gobernado en el sur de Italia ha recibido besos en la mano de algunos vecinos que ofrecen su lealtad a cambio de protección.

Esa es la idea que subyace tras el beso en la mano al jefe mafioso, alguien con el poder de decidir sobre la vida y la muerte y de otorgar pan cuando el Estado es incapaz de hacerlo. (El sur de Italia tiene las tasas de desempleo más altas del país y a menudo son las mafias las que ofrecen trabajo, aunque sea en actividades ilegales). Así, besar la mano de un jefe implica someterse a él y aceptar que está al mando; sucede lo mismo con el uso del término honorífico don (que deriva del latín dominus, “señor” o “amo”), que en épocas pasadas distinguía a los miembros de la aristocracia y que le confiere al jefe un título nobiliario que en realidad no posee.

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El beso en la mano a Giuseppe Giorgi sucedió en San Luca, un pueblito de 4.000 habitantes enclavado en el macizo de Aspromonte, en Calabria. Para la 'Ndrangheta, San Luca es más que una capital; lo llaman “la Mamma”, porque es donde está el origen de todo. Al igual que una madre, San Luca fija las reglas, determina los castigos y otorga las recompensas. Todos los clanes de la 'Ndrangheta desperdigados por el mundo responden ante “la Mamma”. A lo largo de más de un siglo, en San Luca, durante las festividades de la Madonna di Polsi —conocida también como Nuestra Señora de la Montaña, de quienes los 'ndranghetisti, al igual que la mayoría de los calabreses, son muy devotos— se organizó una cumbre anual con los jefes de todas las células de la 'Ndrangheta esparcidas por Italia y el resto del mundo. (Con unos 50.000 miembros, la 'Ndrangheta es la única mafia italiana con presencia en los seis continentes habitados). A pocos metros de la entrada al santuario de San Luca se encuentra el símbolo máximo de la 'Ndrangheta: el Árbol del Conocimiento, un viejo castaño de tronco hueco cuyas partes —tronco, ramas, flores y hojas— representan las jerarquías de la organización mafiosa, desde el líder supremo hasta el traidor, encarnado en una hoja caída que se pudre en el suelo.

Durante el festival de 2009, las fuerzas de seguridad consiguieron grabar la reunión de la 'Ndrangheta con cámaras ocultas ubicadas en el exterior del santuario. Reunidos en torno a una estatua de la Virgen, como si fueran peregrinos devotos, los jefes en realidad no rezaban, sino que discutían los puestos que se habían ocupado o que se estaban por cubrir y las reglas que había que seguir para asegurar la continuidad de la organización, para ese entonces muy extensa, controlada desde San Luca. Cada vez que las autoridades descubrían algún escondite de un miembro de la 'Ndrangheta, también encontraban una estatuilla o una imagen de la Madonna di Polsi.

La religión es una referencia constante para las organizaciones mafiosas y no se trata de un mero resabio cultural, sino de una fuerza espiritual. A menudo los jefes ven en sus acciones una suerte de calvario: aceptan sobre sus hombros la carga del pecado por el bien de la comunidad que gobiernan. El clan que desarrolla su actividad ilícita para provecho de sus miembros cree que lo hace respetando los valores cristianos. Hasta es posible suspender el quinto mandamiento, razonan los jefes, si el asesinato obedece a un objetivo superior, a saber, la preservación del clan; en casos así, el asesinato será comprendido y condonado por Cristo, ya que era necesario.

Cuando, en febrero de 2008, en San Luca, la Policía allanó la inmensa residencia familiar del jefe fugitivo de la 'Ndrangheta Antonio Pelle, no logró encontrarlo, pero sí halló tres búnkeres secretos. En uno, sobre una mesita que hacía las veces de altar, descubrieron una estatua de la Madonna di Polsi junto con otros varios íconos, entre ellos estampitas de san Miguel Arcángel, al que se considera el santo patrono de la 'Ndrangheta. Era ahí mismo, de acuerdo con los investigadores, donde Pelle ungía a los nuevos miembros de la organización. Las estampitas de san Miguel Arcángel se utilizan para los llamados juramentos de sangre, el ritual prototípico de ese bautismo criminal: se perfora un dedo con una aguja, o bien se tajea la base de la palma de la mano con un cuchillo afilado, y se derrama una gota de sangre sobre la estampita, que luego se prende fuego hasta que queda parcialmente quemada. El sentido de ese ritual se amplifica con las palabras que pronuncia el jefe que lo preside: “Tal como el fuego quema esta imagen, así también has de arder tú si te manchas con la deshonra”.

En 2007, en Duisburgo, Alemania, mientras salían de un restaurante tras celebrar un cumpleaños, seis personas ligadas al clan Pelle-Vottari fueron masacradas por un clan rival, Nirta-Strangio, como parte de una disputa de la 'Ndrangheta que ya llevaba 16 años. En el bolsillo de una de las víctimas se encontró una estampita carbonizada de san Miguel Arcángel, lo que de inmediato llevó a los investigadores a sospechar que esa noche en el restaurante no sólo se había celebrado una fiesta de cumpleaños, sino también una ceremonia de iniciación. (Dentro del establecimiento había también una estatua de san Miguel y en un cuarto trasero sin ventanas se encontró una imagen de la Madonna di Polsi, todas pistas adicionales de que se había tratado de una masacre de la 'Ndrangheta). ¿Pero por qué Miguel, que no sólo es el santo guerrero que en el libro del Apocalipsis sale victorioso de la batalla contra el diablo, sino también el santo patrono de la Policía? Porque a Miguel siempre se lo representa con una balanza y una espada, símbolos de la justicia y el respeto por las leyes, que para la 'Ndrangheta no son las leyes del Estado, sino las reglas de su organización criminal. En uno de los rituales de la 'Ndrangheta se dice de Miguel que “con la espada defiende y con la balanza sopesa el honor de la sociedad”. Jurar por él, entonces, implica subsumirse por completo a los códigos de la organización.

El acatamiento de estas reglas le permite a la 'Ndrangheta sobrevivir y florecer en un inframundo que es anómico por definición. Son sobre todo estas reglas las que le posibilitan a la organización replicar su formato original en cualquier lugar del mundo, por más lejos que esté de Calabria. En 1975, en un altillo del pueblo Stefanaconi, en la provincia calabresa de Vibo Valentia, se descubrió un documento en el que se detallaban las fórmulas de los rituales de la 'Ndrangheta, desde la iniciación de los “jóvenes de honor” (el primer rango que se adquiere al unirse a la organización) y el “bautismo del local” (es decir, la purificación del sitio de reunión) hasta el ritual de apertura de una reunión cumbre entre jefes. De todas las mafias, la 'Ndrangheta es la más pródiga en códigos y símbolos, aunque sus significados a menudo resultan opacos incluso para los propios miembros, si bien jamás se los cuestiona ni se los ignora.

En las ceremonias y las reuniones de la 'Ndrangheta, por ejemplo, los participantes siempre se han ubicado en forma de herradura, una disposición que no puede quebrantarse hasta que el responsable declara que es momento de “desarmar” la herradura, lo que da por concluido el encuentro. Nadie comprende bien los motivos de esta formación; quizá sólo se adoptó porque se creía que daba suerte. Sin embargo hoy en día, ya sea en Calabria o en Alemania, Australia o Canadá, cada vez que un grupo de la 'Ndrangheta se reúne oficialmente, lo sigue haciendo bajo la forma de una herradura. En octubre de 2009, en Paderno Dugnano, un suburbio de Milán, en un club social que casualmente lleva el nombre de los dos jueces más importantes asesinados por la Cosa Nostra (Falcone y Borsellino), las cámaras ocultas de la Policía registraron una cumbre de los jefes de las células de la 'Ndrangheta de Lombardía, la región más modernizada de Italia y una de las más prósperas de Europa. Y, sin embargo, lo primero que hicieron los jefes al entrar al recinto fue disponer las mesas y las sillas en la tradicional forma de herradura, tal como establece el código de la 'Ndrangheta.

Los ritos de la 'Ndrangheta también apelan a símbolos antiguos vinculados con la naturaleza, tales como la luna y las estrellas, así como a héroes nacionales, por ejemplo, patriotas y generales que ayudaron a lograr la independencia de Italia, a quienes los miembros de la organización consideran sus precursores: “En nombre de Garibaldi, Mazzini y La Marmora, con palabras de humildad creo esta Santa Sociedad”. La 'Ndrangheta no sólo se apropió de rituales religiosos, símbolos mitológicos, héroes de la patria e incluso santos, sino que también se adueñó de ciertas palabras a las que les cambió por completo el sentido (honor, familia, mamma), creando así a su alrededor un aura de misterio y de asombro que la vuelve atractiva para los nuevos iniciados, sobre todo los más jóvenes. Los símbolos y los códigos crean un sentido de pertenencia y transmiten una noción de identidad tan potente que sus miembros incluso están dispuestos a morir por la organización.

Gracias a esa herencia simbólica, no se consideran meros criminales o gánsteres, sino parte de una tradición (delictiva, sí, pero también noble y ancestral). De acuerdo con la leyenda que ellos mismos se encargaron de difundir, las mafias italianas son descendientes directas de Osso, Mastrosso y Carcagnosso, tres bravos hermanos españoles caballeros de la orden de la Garduña, una sociedad secreta de Toledo. En torno al año 1412, el trío huyó de España tras haber vengado con sangre el honor de su hermana, violada por un arrogante miembro de la nobleza. Según la leyenda, navegaron hasta Favignana, una isla frente a las costas de Sicilia, en cuyas cuevas vivieron ocultos casi 30 años. Durante ese tiempo, establecieron las “tablas de la ley” de una sociedad secreta parecida a la que habían dejado atrás en España. Cuando salieron de su escondite, los tres caballeros se dedicaron a difundir esas reglas: Osso recaló en Sicilia y fundó la Cosa Nostra, Mastrosso se fue a Calabria y fundó la 'Ndrangheta y Carcagnosso siguió hasta Nápoles y dio origen a la Camorra. Ese es el mito fundacional de las tres principales mafias italianas. Se ven a sí mismos no sólo como narcotraficantes, usureros o asesinos, sino como nobles caballeros del mal que respetan y mantienen activos los códigos y los ritos que les transmitieron sus temerarios antepasados.

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El beso es una parte habitual de los ritos mafiosos. Luego de su bautismo, un joven de honor debe ir acercándose uno por uno a los demás miembros para besarlos dos veces en las mejillas, excepto al capo società (el de mayor rango), a quien besa tres veces. Besar en las mejillas a los otros miembros simboliza la relación de pares que, desde ese momento, el joven de honor tendrá con el resto del clan. El beso se convierte, de esa manera, en el sello de un juramento de lealtad eterna hacia esa nueva familia a la que se acaba de unir. Según la gramática mafiosa, de todas formas existen distintos tipos de besos y cada uno tiene un sentido diferente. En la Cosa Nostra, por ejemplo, se da un beso en la frente para ratificar la elección de un nuevo jefe. En 2015, las cámaras de las fuerzas de seguridad grabaron al antiguo jefe de Palermo, Salvatore Profeta, mientras besaba en la frente a Giuseppe Greco, el nuevo padrino que estaba a punto de convertirse en jefe de distrito en unas inminentes “elecciones”. Mediante ese beso le otorgó su plácet, el apoyo público a la candidatura del nuevo jefe. En la Camorra (la mafia napolitana) se vio varias veces, en épocas recientes, cómo algunos miembros recibían besos en los labios inmediatamente después de ser arrestados. Por lo general es otro hombre —un hijo, un hermano, un cuñado, alguien de confianza— quien besa al detenido, y con ese beso le sella los labios y le promete al mundo que esa persona no va a hablar, que no se va a convertir en un testigo del Estado. Quien otorga el beso es el garante de esa promesa: en caso de que el reo hable, este será el primero en pagar los costos (se trata siempre de un ser querido de quien queda tras las rejas).

Los símbolos pueden cambiar su significado a lo largo del tiempo. Antes, por ejemplo, si un jefe besaba a alguien en la boca, eso implicaba una sentencia de muerte. Entre todas las mafias, fueron los códigos y los comportamientos de la Camorra los que mostraron una mayor evolución. Alcanza con pensar en el símbolo distintivo de los paranze, los nuevos clanes de camorristi que hoy controlan el centro de Nápoles, que habría resultado inimaginable 15 o 20 años antes: el tatuaje. En el pasado, ciertos miembros de la 'Ndrangheta se hacían un tatuaje llamado bullu, tres puntos negros entre el pulgar y el índice. Para algunos, eran un símbolo de los legendarios caballeros Osso, Mastrosso y Carcagnosso; para otros, señalaban el rango de ese individuo. Los miembros de la Sacra Corona Unita, una organización criminal oriunda de Apulia, solían tatuarse rosas en el hombro o el brazo derecho. Otros mafiosi se tatuaban la rosa de los vientos, algo que significaba “donde quiera que vayas, la omertà irá contigo”, o bien ojos en la espalda para indicar que podían ver incluso lo que sucedía por detrás. Pero ninguno de estos se parecía en nada a los tatuajes vistosos y omnipresentes de las maras salvadoreñas o las mafias rusas, para quienes esas marcas en la piel han sido siempre un signo evidente de su relación con un grupo criminal y de su distancia respecto del resto de la sociedad.

En los últimos años, sin embargo, los jóvenes camorristi empezaron a tatuarse los antebrazos, el cuello y el pecho con las iniciales de su familia criminal, con los nombres del jefe del clan y, sobre todo, con números que, tras muchas investigaciones, resultaron ser correspondencias con las letras del abecedario, en particular las iniciales del clan al que pertenecen. El número 17 representa la ese del clan Sibillo, que actúa en el barrio napolitano Forcella; el 2 representa la be de sus rivales, el clan Buonerba. Para descifrar el 32, los investigadores debieron recurrir a la smorfia (una suerte de tradición napolitana que equipara los sueños en números para jugar a la lotería), donde el 32 se corresponde con la anguila, que es el apodo del clan Lo Russo. Algunos miembros del clan Sibillo también le hicieron un guiño a la smorfia cuando descubrieron que el número que los representaba alfabéticamente, el 17, se correspondía con la desgracia, por lo que resolvieron tatuarse el número envuelto en llamas, como diciendo “¡Que arda la desgracia! ¡No nos da miedo!”. Hoy esos números están a la vista de todo el mundo en los cuerpos de camorristi que apenas si superaron la pubertad (al igual que sus homólogos latinoamericanos, se jactan orgullosamente de sus vínculos criminales), así como en las paredes y los callejones de Nápoles, donde se usan para marcar territorio.

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¿Pero acaso esos símbolos no dejan expuestos abiertamente a los miembros de la mafia ante los investigadores? No siempre, ya que los símbolos elegidos no ofrecen pruebas objetivas e irrefutables de su significado, de modo que, durante los juicios, los abogados defensores siempre pueden cuestionarlos. La mafia tiene un talento extraordinario para exponerse mientras se mantiene invisible para la ley. A menudo los mafiosi hablan públicamente —los jefes de distintas organizaciones han dado entrevistas por televisión y publicado cartas abiertas— sin que eso los exponga en términos legales.

Para entender cabalmente lo que dice un jefe mafioso, los legos deben hacer más que tan sólo escuchar sus palabras; tienen que descifrarlas, decodificarlas, y muchas veces carecen de las claves suficientes para clarificar el mensaje. Esa opacidad es una de las mayores fortalezas de la mafia y un rasgo que la ha vuelto ultramoderna. Hoy en día los camorristi se comunican sin problema usando redes sociales, a menudo con perfiles públicos, de modo que todos los mensajes pueden llegar fácilmente a sus destinatarios (sin necesidad de notas manuscritas, mensajeros ni intermediarios). Alcanza con postearlo en línea.

Las mafias incluso se comunican mediante una gramática de la muerte. Se le dispara a alguien en la nunca para demostrar superioridad, dominio, para reafirmar el triunfo y humillar al rival vencido. Se le dispara a alguien en la cara cuando está acusado de traicionar a su propia familia, de hacer algo vergonzoso (es alguien que “no tiene cara”). A las personas que se apropian de dinero que no les corresponde se les corta la mano derecha, puesto que es la que habitualmente se usa para recibir la plata. A los que cometen alguna falta de respeto se les dispara en las piernas, aunque en ocasiones puede no alcanzar para zanjar afrentas más graves, como la cometida por Anna Barbera, madre de Umberto Ippolito, un joven asesinado en 1994 por el clan Gionta unos días antes de testificar contra la Camorra. Durante el juicio a los asesinos, la madre los escupió en la cara en señal de desprecio, un gesto que los jefes no podían ignorar sin un mensaje claro que indicara que nadie tenía la potestad de faltarles el respeto de esa forma. Unas semanas más tarde, los sicarios del clan se acercaron en una motocicleta al auto de la mujer mientras volvía del mercado y la mataron con dos tiros en la cabeza, una forma veloz de vengar la humillación sufrida por la mafia y de restaurar las jerarquías de poder.

Un crimen pasional puede llegar a recibir un disparo en los genitales o incluso la castración, que es lo que le sucedió en 1982 a Pino Marchese, un cantante de Palermo que cometió el pecado imperdonable de tener un amorío con la hermana de un jefe de la Cosa Nostra, Giuseppe Lucchese. Se trataba de una mujer casada y las organizaciones mafiosas consideran que la familia y el matrimonio son sagrados; para restablecer el honor, debieron castigar a Marchese. Su cuerpo apareció en el baúl de un auto con los genitales en la boca: para los mafiosos, ese pecado fue su última canción. Más adelante la mujer también terminó asesinada; su infidelidad había violado las reglas de la Cosa Nostra y mancillado el honor familiar. Las viudas, al igual que las mujeres casadas, también son intocables: la viuda de un camorrista sólo puede volver a casarse con el consentimiento de sus hijos varones y tras respetar un duelo de siete años. Según antiguas creencias rurales, siete eran los años que demoraba el alma en alcanzar el más allá; se esperaba esa cantidad de tiempo para que el difunto no tuviera que ver a su esposa en brazos de otro hombre. En la práctica, esa demora ayuda a garantizar que las viudas no compartan con sus nuevas parejas, al menos siete años tras la muerte de sus esposos, ningún secreto que puedan guardar, como para que la organización tenga así algún pequeño reaseguro. Pero es clásico de las mafias buscar antiguas justificaciones mitológicas incluso para sus reglas más abyectas.

Era habitual que la Cosa Nostra castigara a los traidores atándolos “como cabras”: les ataban las muñecas y los tobillos tras la espalda y después les anudaban la soga al cuello, para que terminaran por estrangularse solos (un método brutal que toma el nombre de la forma en que se inmovilizaba a las cabras jóvenes para el transporte y que hoy casi ha desaparecido). Aunque en la actualidad no parezca más que un método de tortura salvaje, la práctica evoca el ritual bíblico del chivo expiatorio: así como los judíos, a modo de penitencia, sacrificaban una cabra en el templo para purificarlo de los pecados con los que lo habían colmado, los mafiosos mataban al traidor para purificar la organización del pecado que este había cometido y restaurar el orden.

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Para las organizaciones criminales, matar es celebrar un rito, un rito que opera como una advertencia. El cadáver de una víctima es capaz de contar una historia muy detallada sobre los motivos de su asesinato. En setiembre de 2005, pocos días después del arresto del jefe de la Camorra Paolo Di Lauro —detenido por la Policía en un escondite dentro de su propio barrio, tras estar prófugo tres años—, el cuerpo de Edoardo La Monica, alguien de una familia ligada al clan Di Lauro, apareció en una calle a las afueras de Nápoles. Si bien faltaban ciertas pruebas conclusivas, el modo en que había sido torturado parecía querer comunicar que su muerte estaba relacionada con el arresto del jefe: los asesinos le habían sacado los ojos y las orejas con los que había visto y oído dónde se ocultaba el jefe, le habían cortado la lengua con que lo había delatado, le habían fracturado las muñecas que articulaban las manos con las que, según el clan, había recibido la recompensa de la Policía y por último le habían tajeado una cruz sobre los labios con los que había quebrantado su lealtad, sellándolos así para siempre.

En su libro Il sasso in bocca (La piedra en la boca, 1970), el sociólogo y periodista siciliano Michele Pantaleone recopila varios asesinatos de la Cosa Nostra que resultaron particularmente simbólicos. En la década del 50, en Sicilia, aparecieron algunos cadáveres con espinas de cactus en el bolsillo destinado a la billetera; las víctimas habían robado dinero de la Cosa Nostra y por eso el castigo apuntaba directamente al lugar donde lo habían guardado. En la década del 60, en Chicago, se encontró una moneda de diez centavos pegada con chicle en la camisa de un hombre asesinado: se trataba de un delator (en una frase popular de aquellos años, esa moneda aludía a la llamada con la que se podía denunciar un crimen desde un teléfono público). A un granjero siciliano que apareció muerto al costado de un camino rural le habían arrancado los ojos y se los habían puesto en una mano: esa persona había visto algo que no debía. En el pasado, cuando fallecía un jefe de la Cosa Nostra, jamás se cerraba su ataúd antes de que el nuevo jefe pusiera una mano sobre el corazón del muerto, como para que su sangre pudiera pasar al vivo.

Las mafias se valen de esa clase de símbolos porque son inmediatos, como si fueran eslóganes; resultan elocuentes para todo el mundo y duran mucho tiempo. Y como para asegurarse de que sus actos van a perdurar, los clanes en general optan por matar en días festivos: en Navidad o el día del cumpleaños o del santo de la víctima (que sigue siendo una celebración muy especial en muchas partes del sur de Italia). De ese modo, cada año, y con la precisión de un reloj, un día que debería ser alegre termina reabriendo una herida. Se trata de aniversarios que quedan opacados para siempre y que resultan dolorosos por la pérdida, pero también por la cruel afrenta.

La Cosa Nostra italoamericana heredó buena parte de los símbolos y del sistema de valores de las mafias italianas, entre ellos la gramática de la muerte. Joe Pistone, el agente del FBI que entre 1975 y 1981 se infiltró en la mafia neoyorquina bajo el alias Donnie Brasco, explicó que las diversas formas de matar buscaban transmitir distintos mensajes. Si se sospechaba que alguien era un informante, los asesinos le ponían un canario en la boca por haber “cantado”. A Sonny Black Napolitano, quien fuera jefe y mentor de Brasco en la organización, le cortaron las manos por el pecado de haberles presentado a los jefes de la mafia a un agente encubierto; el apretón de manos es el gesto que encarna ese acto. En las aldeas más remotas del campo siciliano y en el corazón de Nueva York, la gente mataba —y moría— del mismo modo, ya que es en las tradiciones y los símbolos donde los mafiosi se ven reflejados, se encuentran y reafirman constantemente sus propias decisiones criminales.

Roberto Saviano es el autor de CeroCeroCero, acerca del tráfico mundial de cocaína, y Gomorra, un libro y una serie de televisión sobre la mafia napolitana, razón por la cual vive bajo protección policial. Su novela The Piranhas: The Boy Bosses of Naples (La banda de los niños) se publicó en inglés en 2019.

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