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Foto: María Aramburú

Gestos y variaciones

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La escritora chilena Cynthia Rimsky recibió el Premio Herralde 2024 por Clara y confusa, una novela que mientras juega con la estructura y las tramas cuenta una historia de amor en la que se mezclan el mundillo del arte conceptual, las políticas públicas de provincia y la posibilidad poética de la plomería.

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Clara y confusa es el título de la novela ganadora del Premio Herralde de Novela 2024, obra de la chilena radicada en Argentina Cynthia Rimsky (1962). Con una estructura narrativa singular y una miríada de temas que van desde la historia de amor entre Clara y Salvador hasta las complejidades del mundillo del arte contemporáneo o la corrupción en un sindicato de plomeros, la novela fue reconocida por su “narración ingeniosa y de una sencillez elaborada”, al tiempo que ubica al lector en “un mundo de provincias tan extravagante como las tuberías de que se cuida su protagonista”. En efecto, la historia transcurre en un pueblo conocido como Parera, donde las siestas deberían declararse de interés patrimonial, y el centro cultural, ubicado en la ciudad vecina de Vallesta, no ofrece actividades para gente realmente interesada en la cultura. “Las actividades del centro cultural estaban destinadas a analfabetos, personas a las que les sobra criterio y les falta sensibilidad [...] ¿Por qué no hacen actividades para los que sí estamos interesados en la cultura? Todo al revés. Convierten la cultura en un show liviano, infantil, destinado a un público masivo indiferente al arte”, se queja el protagonista. “Al final, los que sí estamos interesados tenemos que tragarnos la entretención destinada a los que no para que esas pocas actividades sin interés no desaparezcan de la celdilla de Excel con el que la directora administra el no-centro cultural”, concluye. Pasajes así son los que proveen al texto de un tono cuestionador y un ojo atento a la realidad en el que resulta imposible no entrever a la periodista que, en Rimsky, convive con la escritora.

Vallesta, además, alberga un sindicato nacido del más puro azar, gracias a la obsesión de un arquitecto por la construcción de sedes gremiales. Es así como, contratado para otro fin por la municipalidad, termina construyendo un portento de ladrillo y cemento al que alguien considera ideal para instalar un gremio de plomeros, oficio que tuvo un notable desarrollo desde entonces. La idea, tan disparatada como las criaturas que pueblan el edificio, colorean el texto con pinceladas de un humor sosegado, vehículo de la ironía en no pocas ocasiones. Integrante de este colectivo gremial es Salvador, cuya sensibilidad y sentido crítico lo distancian del resto. Empático, trata con delicadeza la ansiedad ajena cuando la maldición de las filtraciones fantasma acecha en sus vidas. Un día conoce a Clara, una artista conceptual, divorciada y con dos hijas, que sufre la indiferencia de la crítica y de sus pares. De ella comenta el narrador: “No conozco a otras artistas. No sé si sufren como Clara. No la reconocen sus pares, no la invitan a inauguraciones, los críticos no escriben de su obra... no la llaman a exponer [...] No gana becas. ¡La única vez que apareció en una entrevista en un suplemento cultural a la periodista se le olvidó poner su nombre!”. Es este infortunio el que Salvador, haciendo honor a su nombre, intentará revertir en un gran gesto de amor marcado por el vértigo y la presencia de Renata Walas, una crítica de arte que no teme incurrir en los abusos de poder que le posibilita su condición, calzando con cierto estereotipo del crítico malvado. Una postal particularmente ácida es la de los acólitos de Walas, un séquito de estudiantes de arte que, en medio de la fiesta popular del pueblo, se dispone a encontrar algo genuino con una actitud irritantemente esnob. En contraste, es Salvador quien demuestra toda su sensibilidad en pasajes como el siguiente, que recuerda un poco la mirada romántica de un Goethe cuando a través de Werther proponía que el arte, más que la obra en sí, era una actitud ante la vida. Comenta, entonces, que “una de las cosas que aprendí a su lado [el de Clara] es que el trabajo de un artista no es su obra. La manera en la que viven produce la obra”. El apunte es uno de los tantos que enriquecen el texto elevándolo más allá de la historia. Y en este punto cabe preguntarse: ¿qué historia? Porque si bien todo parecería girar en torno a Clara y Salvador, las ramificaciones de esta raíz principal parecen tener vida propia, y corresponde al lector organizar su deriva en una estructura narrativa que, dividida en tres partes, que abarcan, sucesivamente, cinco años, cinco días y cinco horas, exigen de su parte una alta atención. Porque, si tal como sentenció Umberto Eco, toda obra es abierta, corresponde al lector seguir hilando estas historias una vez cerrado el libro.

Afincada en Argentina desde hace más de una década, Rimsky es autora de una obra prolífica que abarca títulos como Poste restante (2001), La novela de otro (2004), Los perplejos (2009), Ramal (2011), Fui (2016), En obra (2018), La revolución a dedo (2020), Yomurí (2023), en muchos de los cuales ha sabido conjugar literatura y periodismo bastante antes del ya asentado boom del periodismo narrativo latinoamericano. “Desde que empecé a escribir tuve esa necesidad de confundir esos dos ámbitos, como se confunden en mí también”, observa en la entrevista que sigue a continuación. Una conversación a distancia y por escrito, en la que Rimsky alternó sus respuestas con el riego de sus plantas, destinando así, generosamente, parte de su tiempo en plenas vacaciones. Lo que sigue, pues, es el resultado de ese intercambio, una tarde reciente, bajo el mormaso de enero.

Clara y confusa puede ser leída como una historia de amor. ¿Cómo se escribe una historia de amor en el siglo XXl? ¿Cuáles son las innovaciones y cuánto del amor romántico es necesario que perdure?

No tengo idea cómo se escribe una historia de amor en el siglo XXI. Apenas pude escribir esta historia a pedazos, a mordiscos. Lo que me interesaba, más que la historia de amor, es cómo se relata una historia de amor, cómo interpretas los gestos, los dichos del otro, cuántas historias puedes armar de un solo gesto. ¿Me ama? ¿Mucho, poco, nada? Todas esas posibilidades siempre latentes en una sola relación llevan al desquicio. Por eso el protagonista busca quedarse con una variación y no puede, las otras se le presentan como fantasmas. En tiempos en que dejó de existir la verdad en el discurso político y económico también nos quedamos sin verdad en lo amoroso, y eso puede llevarte al desquicio.

¿Cómo llegó a familiarizarse con las filtraciones fantasma y otros asuntos de plomería, y por qué decidió darle ese oficio al protagonista?

Hace unos años tuve que arreglar una casa para vivir y tuve que recurrir a una variedad de “especialistas” en destruir, construir, reparar, refaccionar, reconstruir, y me di cuenta de que mientras yo les pedía respuestas racionales a las goteras, los desniveles, las grietas, ellos solo me entregaban lenguaje, posibilidades poéticas, irracionalidades y, sobre todo, que nunca una gotera es igual a otra, nunca una grieta es igual a otra, por lo que nunca una solución sirve para dos cosas aparentemente iguales. Me encantó traspasar eso a una novela, que el protagonista sea un plomero al que le piden resolver racional y técnicamente los problemas y que él no pueda dar respuesta, y que más encima se enamore de una artista visual en problemas.

Uno de los grandes gestos de amor del protagonista hacia Clara es hacer llegar a Renata Walas, la crítica de arte, hasta la feria en la que expone la artista. ¿Es esa la gran prueba que lo convierte en héroe?

Creo que él nunca se convierte en héroe; no existe tal posibilidad, además, porque no le resulta, las cosas no funcionan así, aunque uno quiera. Lo que me interesaba era desarrollar un personaje que se pone en la piel de otro, en este caso, de la artista, que siente en su piel el dolor que le causa ser ignorada y maltratada por la crítica, y que eso lo mueva a intentar hacer algo para aliviar ese dolor, aunque las cosas no funcionen así.

La estructura narrativa se organiza en tres partes, que abarcan, seguidamente, cinco años, cinco días y cinco horas, dando lugar así a una suerte de zoom sobre un momento crucial de la historia en el que Clara, finalmente, parece haber triunfado. ¿Cómo fue la génesis de esa particular estructura?

Esta estructura la pensé después de leer Glosa de Juan José Saer. Él estructura el libro a partir de las primeras siete cuadras, las siguientes siete cuadras, etcétera. Me gustó esa forma distinta de medir el tiempo. No buscaba una linealidad cronológica, en el sentido de que no quería contar los cinco años de relación entre el plomero y la artista visual. Me bastaba una sola situación para condensar los cinco años. Los cinco días los necesitaba para desarrollar la trama de los plomeros y las cinco horas, que es donde efectivamente ocurre la novela, quería que fuesen en un presente que ocurre mientras los y las lectoras están leyendo, que el tiempo de la lectura y el de la escritura coincidieran.

En el arte conceptual contemporáneo la figura del curador parece tener una notable presencia, casi como una suerte de traductor de la obra de arte. ¿Viene de esa necesidad de traducción el calificativo de confusa en el título?

El calificativo de confusa viene de que actualmente hay una exigencia de claridad, todo tiene que ser claro, sencillo, fácil de leer. No me imagino qué podríamos hacer si retrocediéramos en el tiempo al Barroco. Estaríamos perdidos. Lo curioso es que, a pesar o por eso, no entendemos más, en realidad, cada vez entendemos menos, porque la idea de entender no es algo generalizable. Yo no entiendo lo mismo que tú. La confusión apela a la libertad de entender o no entender o entender poco o nada, a la libertad de estar confundida o de entender en forma diferente. Al arte, a la literatura, a la música, se les está exigiendo una interpretación única. Si no puedes decir de qué trata algo, cuál es el tema, el mensaje, no sirve.

Se ha cuestionado, no pocas veces, que el arte contemporáneo parece en ocasiones más ocurrencia que arte: ¿es eso lo que motiva la actitud permanente de fastidio de Walas?

A la Walas le fastidia el ego de los artistas, la importancia que se dan, lo encerrados que están. En contraposición con eso le fascina la masividad de un supuesto arte popular. El problema es que esa dicotomía, además de antigua, es falsa; arte popular, arte culto. Uno bueno, otro malo. A la Walas creo que le interesa más bien ejercer un poder en el mundo del arte y jugar con ese poder, destruir carreras. La Walas es una crítica aburrida, que cree haber visto todo y que cree saber todo. Y por ende, nada le interesa.

¿Por qué Walas es uruguaya?

La Walas es uruguaya no sé por qué, se me ocurrió porque quería poner la historia de Tanguito, creo que él sí fue un artista popular. Y para que la Walas no supiera la historia tenía que ser de otro país cercano. Y se me ocurrió Uruguay. Hace mucho tiempo que no voy. La última vez que viajé hacia el interior, sin rumbo claro, me gustó ver que había personas diferentes, eso, diferentes en el vestir, en la forma de moverse, y tuve la sensación de que todavía atesoraban a esos seres singulares que no cumplen mucho con los mandatos. Puede que me equivoque. O no.

¿Es un triunfo el de Clara cuando, hacia el final de la novela, logra vender su obra en una fiesta tradicional de pueblo y, a la vez, captar el interés del séquito de Walas?

No puedo emitir esos juicios. Hice un tremendo esfuerzo a lo largo de la novela, a lo largo de los dos años que me tomó escribirla, para no ponerme en ninguna esquina del cuadrilátero; lo que me interesaba era moverlos y ver qué pasaba. No creo que nadie triunfe en la novela.

San Lucas y el azar

El narrador cuestiona la condescendencia de las autoridades de un centro cultural para atraer al público. “¿Por qué no hacen actividades para los que sí estamos interesados en la cultura?”, se pregunta. ¿Comparte esa apreciación sobre lo errático de las políticas culturales en general, a la hora de promover efectivamente la cultura?

Creo que hay un problema no resuelto en las políticas culturales, especialmente aquellas destinadas a las ciudades de provincia y a los pueblos, donde existe una mirada tremendamente conservadora y paternalista.

¿La referencia a San Lucas es la intervención divina que el narrador necesita para transformarse en héroe y salvar a Clara?

Por qué quieres que Salvador sea un héroe te pregunto a ti. De qué quieres salvar a Clara. En la modernidad un héroe no es la persona que salva a otra, sino una persona fuera de lugar. Lo que te puedo decir es que mientras escribía la última parte y el plomero se iba perdiendo cada vez más, tuve la necesidad de socorrerlo. Como no podía hacerlo porque es un personaje de ficción y yo una simple escritora, entonces pensé en una voz, la voz de un santo, patrono de las artes visuales, que se condoliera por él.

Con la llegada del Herralde, ¿cree que su camino está hoy más volcado hacia la literatura que hacia el periodismo? ¿Siente que por allí debería caminar hoy su obra?

Hace muchísimos años que dejé o más bien el periodismo me dejó a mí. Fue antes de que apareciera nuevamente el periodismo más narrativo y lxs editorxs parecían disfrutar cortando las alas de alguien que tenía el sueño de escribir literatura. Eso, en términos institucionales. Hay toda una parte de mi proyecto que combina relato, crónica, ensayo, y que se plasma en varios libros, como Poste restante, Ramal, Fui, En obra, La vuelta al perro, La revolución a dedo. Son relatos construidos a partir de observaciones, diálogos que escucho, preguntas que hago, materiales documentales que recojo, entre ellos, fotografías, páginas de diario, libretas de apuntes, y que se mueven en la difusa frontera entre lo documental y lo ficcional. Desde que empecé a escribir tuve esa necesidad de confundir esos dos ámbitos, como se confunden en mí también. Por lo tanto, te podría decir que del periodismo conservo algo que el periodismo ya no atesora, que es ir hacia las cosas, preguntarles a las cosas, hacerlas hablar, a las cosas y a personas a las que habitualmente no se les pide su opinión o se les pide su opinión solo respecto de su especificidad.

Si tuviera que elegir a una figura del panorama literario chileno, una que particularmente sienta próxima, ¿a quién evocaría?

No quiero cometer el mismo error de la Walas y designar a dedo a una escritora o escritor, y así opacar a los y las demás. Creo que falta más conocimiento, relación, conversación entre la literatura chilena y la uruguaya, seguramente nos encontraríamos con sorpresas.

¿Usted también cree, al igual que Salvador, que ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado? ¿El azar no existe?

Creo y no creo. Creer existe porque existe el no creer. Sí pienso que es importante que nos saquemos los esquemas, los mandatos tan pasados de moda que nos aprisionan y nos hacen tanto sufrir. Creo que las experiencias hacen sufrir menos que la conciencia, los juicios de valor, la moral. Las situaciones, los copos de nieve, el azar son mucho más relativos incluso de lo que alcanzamos a pensar.

Ángeles Blanco es periodista cultural, maestranda en literatura y estudiante avanzada del Instituto de Profesores Artigas.

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