I
Inventario de sonidos registrados entre las 7:30 y las 8:00 am, Montevideo
Alarma del celular
Alarma del celular
Alarma del celular
Llanto de las gatas (hambre)
Autos pasando por la avenida
Bocina de ómnibus
Cisterna
Música indescifrable proveniente de algún apartamento cercano
Agua cayendo de la canilla
Mi propio bostezo
Puerta de la heladera (al abrirla y al cerrarla)
Golpe de la caldera contra la parrilla de la hornalla
El pgggg del encendido eléctrico
Autos pasando (interminable)
Grito de un hombre en la vereda del edificio
Puerta del ascensor
Gritos de niñas y niños en el colegio frente a casa
Llanto (origen desconocido)
Chiflido de la caldera
Resoplido (este fue mío; causa: hartazgo)
Llanto de las gatas para que les abra la puerta-ventana que da al balcón
Tic-tac-tic-tac del reloj de la cocina (nota: lo odio. ¿Para qué hacen ruido los relojes? ¿Quién necesita escuchar el paso de cada segundo?)
Alarma del celular (la que suena más tarde por si me duermo)
Más bocinas
Voz que canta las ofertas de la verdulería de la esquina por un altoparlante
Caño de escape absurdamente ruidoso de una moto
El reloj de nuevo
Llanto descontrolado del niño que vive en el departamento de al lado
Puertas de madera del ropero
Roce de la ropa con mi cuerpo
Bostezo con grito
Uñas de gata contra la puerta del cuarto
Llaves que giran en la cerradura
Golpe de puerta
II
¿Existe el silencio? ¿Es cuestión de percepción o un hecho comprobable? Necesito saber si el silencio es posible. Lo único que sé, en cambio, es que hay mucho ruido. El ruido se muestra, impone su presencia, coloniza los oídos. Es violento. Las orejas no se abren y cierran como los ojos, no podemos elegir oír o no oír. Podemos luchar con esfuerzo para bloquear los sonidos, pero no depende de nuestra voluntad.
¿Cómo negar lo que es? Existe, está, se percibe, rebota y vibra en el cuerpo.
El silencio, por el contrario y en consecuencia, es frágil y utópico. La ausencia absoluta de sonidos depende de una coincidencia casi mágica para que todo lo que nos rodea se calle, incluso el ruido mental.
Y si existe el silencio, ¿se sentirá como la nada? ¿Es mi anhelo el anhelo de un imposible?
¿Si culmino este viaje voy a conocer inexorablemente la derrota y la frustración? No me va a quedar lugar al que escapar. No. Tiene que haber alguna salida.
En la historia, la búsqueda y la protección del silencio son compromisos de larga data, obsesiones incluso. En la antigua Grecia, por ejemplo, desplazaban de la ciudad a los artesanos que trabajaban con martillos, y en el Imperio romano regulaban el ruido de las ruedas de hierro de los carros para mantener la paz en los pueblos.
Envidio a los seres del pasado que no convivieron con la contaminación sonora del mundo moderno, sus preocupaciones suenan ridículas hoy. El desarrollo urbano y tecnológico suma sonidos diversos y constantes que forman parte del paisaje cotidiano, penetran todas las paredes y las barreras directo hacia el oído humano: motores, caños de escape, herramientas, grúas, celulares o teclados como el que toco ahora.
La búsqueda del silencio es una utopía en este mundo cada vez más aturdido. Y, sin embargo, acá estoy, intentando. Hallo el nombre del silencio en poemas, novelas, obras de teatro, canciones. Se cuela como un deseo, como un destello, como una condena.
Hallo su nombre, pero no su cuerpo. Lo leo, pero no lo toco. Lo intuyo, pero no lo encuentro.
III
12 de marzo de 2020, Montevideo
Cuento desde el balcón trece autos frenados frente al semáforo en rojo de este lado de la avenida, el que mira al Centro. Me fijo en estos momentos porque son oasis de paz en el caos cotidiano. Son breves. La luz verde de la calle perpendicular ya dio paso a la amarilla y acá abajo los conductores más impacientes empiezan a avanzar.
Ahora, verde. Un segundo. Bocinazo sostenido. ¿Qué necesidad? Cuento: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Dos bocinazos más cortitos. Un auto verde en la primera fila arranca, mientras la persona que conduce saca la mano izquierda por la ventanilla y hace una seña que no puedo distinguir.
No entiendo la locura que tiene la gente. Un segundo demoró el de adelante.
¿Qué ganás tirándote arriba de la bocina, te pensás que no avanza porque decidió pasar la tarde parado ahí? ¿Para qué avanzás antes de la luz verde como si fueses a ganar tiempo por moverte menos de medio metro? Todo eso le gritaría a ese tipo y a todos los que hacen lo mismo.
IV
En 2004 en Uruguay se aprobó la ley 17.852 para prevenir, vigilar y corregir la contaminación acústica. Nunca se reglamentó. Obviamente, no funciona.
En el artículo 12 prohíbe el uso de bocinas o sirenas “salvo razón de peligro inminente”. La multa es de 10 unidades reajustables, más de 14.000 pesos, aproximadamente 350 dólares.
La norma busca “asegurar la debida protección a la población, otros seres vivos y el ambiente contra la exposición al ruido”. El problema es que en la ciudad todo hace ruido. El desarrollo exacerbado y descontrolado del capitalismo salvaje viene acompañado de exceso, de demasía. Con los sonidos pasa lo mismo que con los automóviles: hay tantos y tan juntos que la ciudad no da abasto.
Ruido le dicen en la ley a “todo sonido que, por su intensidad, duración o frecuencia, implique riesgo, molestia, perjuicio o daño para las personas, para otros seres vivos o para el ambiente o los que superen los niveles fijados por las normas”. Pero ¿qué pasa cuando la suma de incontables sonidos genera una masa de ruido constante? ¿Cómo determinan qué es molestia?
Sonido + demasía = ruido
Pero también ruido = sonido + molestia, sonido + desagrado, sonido + riesgo, sonido + sonido + sonido + sonido + sonido + sonido.
El sonido se mide en decibeles (dB), una unidad de presión acústica, una medida de fuerza. La intensidad depende de la distancia entre la fuente y la persona o el aparato de medición. Así que, por definición, el sonido aprieta, empuja, genera resistencia. Si habrá que tener cuidado, mucha presión nos puede hacer sucumbir.
Los sonidos sólo deberían existir si sirven para algo, si son inevitables o si agregan belleza. Sé que es ridículo plantear esto en un mundo que adora el ruido, lo fomenta y lo potencia como una manera de imponerse. El caño de escape alterado para sonar más fuerte, la música alta a las dos de la tarde un martes son marcas de presencia. Ojalá los productos vinieran con silenciadores, ojalá alguien hubiese previsto estos niveles de contaminación y hubiese dicho: “No hay razón para que esto suene”.
El ruido altera la calidad de vida. ¿Cómo nos acostumbramos a vivir como si fuese natural el bombardeo constante de sonidos, que en su mayoría son mecánicos, producidos por artificios que la humanidad creó, fuertes e innecesarios? No nos brindan nada más que aturdimiento. Somos demasiado dóciles.
V
19 de marzo de 2020, Parque Rodó, Montevideo
Hoy cerraron la rambla y vi el atardecer sobre el río desde el parque Rodó. Pero, así y todo, sobrevuela un aire de pesadez, de demasía. Busco el despojo. Hago fuerza para enamorarme de esta ciudad y agradezco sus espacios verdes, pero algo me impide amarla. El otro día le dije a S, que es venezolana, que Montevideo me aturdía. Ella se rio, me contestó que es una ciudad retranquila, que ruido hay en Caracas. Creo que siente acá lo que yo siento cuando vuelvo de visita a La Paloma: que se refugió finalmente de la locura de la urbe. Y, sin embargo, a mí qué me importa que Montevideo sea menos ruidosa que otras capitales si me hace sentir aturdida. La calma es subjetiva.
VI
“Buenos Aires para mí fue locura, mar de gente apurada, cambios de paisaje a cada cuadra, como si fueran muchas ciudades en una, veredas sin sol a las tres de la tarde por los edificios enormes, libros que jamás pensé que iba a encontrar, ni un segundo de soledad”, escribí en mi diario el 22 de mayo de 2019, después de un fin de semana allá.
En 2019 declararon la capital argentina como la octava ciudad más ruidosa del mundo. El promedio de decibeles en Buenos Aires es de 80; cualquier sonido que supere los 70 es considerado, en general, molesto. Ni siquiera logro imaginar cómo sería vivir en ese estado de alteración. Allá también existe una ley de contaminación acústica y tampoco funciona.
En 2021 el Índice Mundial de Audición publicó un mapa que muestra la capacidad auditiva de la gente por país. La exposición constante a sonidos que superan los 65 decibeles, número base para considerarlos ruido, afecta la capacidad de oír a mediano y largo plazo. Tiempo e intensidad, dos variables que al combinarse pueden destruir los tímpanos. En promedio, las personas en Buenos Aires escuchan como si tuvieran 1,09 años más; en Brasil, 5,09 años más y en Colombia, 1,97 años más. No hay datos para Uruguay. El único país del continente que tiene una valoración positiva es Chile, donde escuchan como si fuesen 1,25 años más jóvenes.
La contaminación acústica afecta a las personas, a los animales y al entorno. A corto plazo genera trastornos del sueño, estrés, molestia y distracción. A largo plazo, hipertensión, disminución de la memoria y habilidades de lectura, enfermedades del corazón y pérdida de audición. Según la Organización Mundial de la Salud, es el segundo factor de riesgo ambiental más peligroso para las personas, después de la contaminación del aire.
El abogado uruguayo Gonzalo Iglesias analizó la ley de contaminación acústica y detectó una puja de derechos consagrados en la Constitución. Por un lado están los derechos a la propiedad, la libertad, el trabajo, la industria y el comercio; por otro, el derecho a la vida, a la salud y a vivir en un ambiente sano. De hecho, también se debate la existencia del derecho a la tranquilidad y al descanso.
Uno de los grandes problemas es que corremos de atrás estos cambios que se dan cada vez con mayor celeridad. Construimos —nos construyeron— un mundo que funciona aturdido, ¿cómo vamos a destruirlo y reconstruirlo ahora? Agachamos la cabeza y seguimos. La capital es así. Si no te gusta, mudate. Aunque la centralización del país concentre las posibilidades en Montevideo, lo sentimos: o sucumbís a la contaminación o te vas.
No hay paz ni en los hogares, aunque la Constitución determina que también deben ser protegidos. El derecho al domicilio es en tanto espacio físico que debe ser protegido de ataques materiales, tangibles. El mundo actual nos exige nuevas perspectivas, pensar en factores como los olores y los ruidos. Pero ¿cómo nos defendemos de algo que no podemos frenar, ni controlar, ni ocultar?
IX
De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española:
Silencio.
Del latín silentĭum.
Abstención de hablar.
Falta de ruido. El silencio de los bosques, del claustro, de la noche.
Falta u omisión de algo por escrito.
Pasividad de la Administración ante una petición o recurso a los que la ley da un significado estimatorio o desestimatorio.
Toque militar que ordena el silencio a la tropa al final de la jornada.
Pausa musical.
El silencio es falta, abstención, pausa, el contenido entre estos dos paréntesis ( ), lo que hay cuando no hay nada. Pero no me satisfacen estas definiciones, que no refieren al silencio esencial, al silencio como ente. Algo puede hacer silencio, es decir, frenar, pero eso no significa que haya silencio, que se pueda experimentar. El silencio es la nada, pero, si yo aparezco, entonces es algo. El silencio nos es ajeno, como tantas otras verdades del mundo.
Falta y no ausencia. Falta refiere a algo que debería estar, pero no está. El silencio se define por lo que no es.
Tiro del hilo de sus orígenes, quizás estoy buscando mal. Silentĭum, la raíz latina de la palabra en español, viene de silēns (quieto + silencioso), que es, en realidad, el gerundio de sileō.
Sileō, del protoindoeuropeo seyl (quieto, sin viento, tranquilo, lento). Está emparentado morfológicamente con el término protogermano silāną (estar quieto, hacer silencio). También está relacionado con la palabra del inglés antiguo sālnes (silencio) y el nórdico antiguo sil (agua que fluye lento).
Quietud es silencio, lento es silencio, sin viento es silencio, agua que fluye lento.
X
Tanta gente le teme a la nada. A lo que cree que es la nada, en realidad: un mundo natural, con ritmos cambiantes, con instantes de vacío, con momentos de intenso movimiento. Hay personas que prefieren vivir bombardeadas por estímulos infértiles si eso les alcanza para no mirar hacia adentro.
Cultivarse requiere tiempo, es un proceso como el de las plantas, es necesario aprender qué necesitamos, cuándo pausar el riego, cómo precisa la tierra ser abonada. Todo crece cuando descansa. La gente que no sabe frenar vive corriendo, su vida es un eterno maratón con pequeñas pausas para ir al baño y tomar agua. La velocidad les fue revolviendo el interior, los sentimientos, las ideas, los órganos y las palabras. Van tan rápido que cada día es más aterradora la idea de aflojar. El terror de la pausa. Les da pavor el silencio, incluso por un rato, como si fuese un agujero negro a punto de absorber sus cuerpos y enviarlos al desierto de la quietud, de la inacción. Huyen de la verdad.
XI
Alejandra Pizarnik escribió muchos poemas dedicados al silencio. Los leo en voz alta, los releo hacia adentro, los vuelvo a cantar para sentirlos. Al recitarlos acaricio la inexistencia, como si la poeta buscara en ellos perecer y no, como sucedió, permanecer. Palpito el vértigo de desaparecer, esparcirme en motas de polvo irrisorias, imperceptibles para todos menos para el sol, una existencia a contraluz.
“El silencio es luz / el canto sabio de la desdicha / emana tiempo primitivo / buscaba la piedra no el pan / un himno inocente no las maldiciones / el conocimiento de mis nombres / para olvidarlos y olvidarme / pero lo que no busqué es el exilio / ni tampoco me dije mentiras / no adoré el sol / pero no esperé esta luz negra / al filo del mediodía”, escribió en 1956 y 1960.
El silencio es luz, una luz tan blanca que lo abarca todo. Se apodera y borra cualquier existencia, hasta estas palabras. Brilla. Encandila. Indica. El silencio es luz de faro, de farol apagado, de bombita de alto consumo, de vela desfalleciente. La luz que es todo y no deja nada es silencio.
El silencio es: luz, desdicha, tiempo, piedra, pan, himno, maldiciones, nombres, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. luz, tiempo, piedra, pan, himno, maldiciones, nombres, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. luz, tiempo, pan, himno, maldiciones, nombres, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. luz, pan, himno, maldiciones, nombres, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. pan, himno, maldiciones, nombres, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. pan, himno, maldiciones, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. pan, himno, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. pan, olvido, exilio, mentiras, sol, filo. pan, olvido, exilio, mentiras, filo. pan, olvido, exilio, filo. olvido, exilio, filo. olvido, exilio. olvido.
Sofía Pinto Román es escritora, tallerista y periodista. Publicó Me entrego al silencio (Planeta, 2024) y edita la sección Carnaval de la diaria.