La poeta, narradora y performer Lalo Barrubia volvió a Uruguay –hace 16 años que vive en Suecia– por un suceso editorial: con días de diferencia, el sello Yaugurú reeditó su inhallable libro de poemas Suzuki 400 (1989) y Criatura editora volvió a lanzar su primera novela, Arena (2003). Barrubia es una de las protagonistas clave de los movimientos contraculturales que revolucionaron buena parte del ambiente en los 80, entre las utopías gastadas y los dioses ausentes, entre revistas under, puestas en escena y creaciones múltiples.
Así, después de su último trabajo, Los misterios dolorosos (2013), la autora revisó, corrigió y optó por una “ligera adaptación” de su primera novela, para que así pueda ser leída 14 años después: “Tiene que ver con dar algunas pequeñísimas pautas para leer ciertas cosas que el púbico de hoy no tiene, sin agregar nada, apenas cuidando algunos detalles de redacción”.
La escritora cree que en casi toda su obra “hay muchas claves que se dirigen a ciertas partes del público que las puede interpretar, incluso guiños a una o dos personas que tienen cierta información muy específica; y eso creo que sigue estando. Pero en el caso de Arena había muchísimos referentes de época que pueden ser difíciles de captar”, y por eso decidió intervernirla.
¿Cómo se leerán estos personajes que sobreviven al margen? Para ella es una incógnita, porque en el Uruguay “de hoy hay una mayor tolerancia al diferente de lo que había en ese momento. Mi generación venía saliendo de una época angustiosamente uniformizada, y en la que además la izquierda militante de entonces había, de alguna manera, monopolizado la imagen del diferente, es decir que la única alternativa digna a la normalidad era llevar barba y suecos. Esa actitud de los personajes de la novela viene a ser el intento de crear una alternativa de la no-alternativa, o sea, el no estudiamos, ni trabajamos, ni pagamos las cuentas porque no queremos, y hacemos de eso un estilo de vida. Creo que es un nuevo desafío contar esa historia a gente que no lo ha visto ni vivido”.
Los 80 hoy le parecen una época de mucho sufrimiento, sobre todo por “factores reales” que dificultaban la vida: “Había razias, persecución de las instituciones del Estado, falta de trabajo, falta de perspectivas, enormes dificultades para insertarse en la vida adulta, y ni qué decir para soñar con una vida que se saliera de lo ordinario. Pero por momentos también podía ser muy divertido; permitirse tomar lugares y tener actitudes que la sociedad condena te llenan de una sensación de libertad. Sobre todo cuando generás una reacción: cuando algún tipo de establishment cultural sale a decir que lo que hacés es escandaloso, incorrecto, ignorante o lo que sea, te das cuenta de que estás diciendo algo. Si no dieras en algún clavo, no les importaría”, advierte. Viéndolo a la distancia, cree que el aporte de esa generación fue relevante, sobre todo por inaugurar un proceso de renovación de las pautas culturales y sociales. Además, “se han logrado muchas cosas, a muchos niveles diferentes, que tienen su origen en esos años, como la posición actual del rock uruguayo en la industria de la música, o incluso en el mercado internacional, que fue un proceso de muchos años que comenzó allí. O la legalización de la marihuana, que es, básicamente, mérito de los que lucharon y estudiaron y reivindicaron ese tema durante 20 años o más; pero fue mi generación la que empezó a decirlo en voz alta”.
A su libro de culto, Suzuki 400, reconoce que nunca lo había vuelto a leer: “Apenas la semana pasada lo leí para preparar la presentación. No tenía mucha idea de la dimensión que ese texto pudiera tener, y siempre tuve temor de que fuera sobrevalorado. Más por una cuestión personal. Yo tenía 22 años y no tenía nada detrás, ni formación académica, ni lecturas, ni contactos, ni talleres literarios. Y encontré un grupo de gente que confió en ese texto y me tiré al agua. Y luego me dije que ya estaba hecho, y no me sentí capaz de hacer una relectura. Cuando Yaugurú me propone reeditarlo, yo acepto con la condición de que la editorial se ocupe de todo. Y así fue. O sea que, a diferencia de Arena, esta es una versión no sólo idéntica, sino facsimilar. Y cuando lo leí, me alegré de que hubiera sido así, porque creo que si lo hubiera tocado, hubiera terminado escribiendo otro libro. Yo, en general, no me reconozco en mis textos, aunque sí pueda recordar los estados de ánimo o las ideas que tenía en la cabeza cuando los escribí. Creo que la literatura en general, y muy especialmente la poesía, se desprende del autor y crea cuerpo propio. Y allí ya no hay más nada que reconocer”.